Catherine se quedó paralizada. Dios santo, ¿acaso iba a decirle que la amaba? O peor aún, ¿pedirle que se casara con él?
– Andrew, yo…
– Es sobre mi pasado.
Catherine parpadeó.
– Ah.
Un músculo palpitó en la mandíbula de Andrew y sus ojos, normalmente firmes, reflejaron tal tormento y tal dolor que a Catherine se le encogió el corazón de pura compasión.
– Sin duda, lo que deseas decirme te resulta muy difícil, Andrew. -Puso la mano sobre la de él en lo que esperó fuera un gesto tranquilizador-. Por favor, no te aflijas. No tienes por qué contármelo.
La mirada de Andrew se posó en la mano de ella que estaba sobre la suya. Tras varios segundos, sacudió la cabeza y se levantó para quedarse de pie delante de ella.
– Desearía de todo corazón que no fuera necesario, pero tienes derecho a saberlo. Necesito que lo sepas.
Pareció darse ánimos antes de seguir y a continuación la miró directamente a los ojos.
– Cuando, hace once años, me fui de Norteamérica, lo hice porque había cometido un crimen. Me escapé del país para evitar que me colgaran.
– ¿Qué te colgaran? -repitió Catherine débilmente-. ¿Qué habías hecho?
La mirada de Andrew no titubeó.
– Maté a un hombre.
Si Catherine no hubiera oído las palabras de su boca, habría sospechado que padecía del oído. Se humedeció los labios repentinamente secos.
– ¿Fue un accidente?
– No. Le disparé deliberadamente.
– Pero ¿por qué? ¿Por qué harías algo así?
– Porque mató a mi esposa.
Capítulo 19
La mujer moderna actual debe estar preparada para enfrentarse a lo inesperado. A veces puede resultar encantador, como un regalo sorpresa de su amante, en cuyo caso un beso de agradecimiento es apropiado, lo que, a su vez, puede llevar a más cosas deliciosamente inesperadas. Sin embargo, en ocasiones, lo inesperado resulta absolutamente desagradable, en este caso la reacción más sabia es decir lo menos posible y a continuación liberarse rápidamente de la situación.
Guía femenina para la consecución
de la felicidad personal y la satisfacción íntima
CHARLES BRIGHTMORE
Andrew vio cómo el color abandonaba el rostro de Catherine al tiempo que ella le miraba con los ojos como platos y presa de un enmudecido estado de conmoción. Los recuerdos que durante años había luchado denodadamente por mantener enterrados rugían hacia la superficie. Ahora que había empezado, y no había vuelta atrás, estaba desesperado por terminar.
Deseaba mirarla, pero simplemente no podía quedarse quieto. Caminando de un lado a otro delante de ella, dijo:
– Mi padre era el jefe de establos de Charles Northrip, un hombre muy acaudalado e influyente. Mi padre y yo vivíamos en las habitaciones situadas encima de los establos, y yo me crié en la propiedad. Me encantaba aquello. Me encantaba estar con los caballos. Cuando tenía dieciséis años, mi padre murió y el señor Northrip me nombró jefe de establos.
Guardó silencio durante unos segundos y miró a Catherine, que estaba sentada con la espalda tiesa en el sofá y que le miraba desde sus ojos solemnes. El único sonido que llenaba la estancia era el crepitar de las llamas y el tictac del reloj situado sobre la repisa de la chimenea. Tras empezar de nuevo a caminar por la habitación, Andrew prosiguió:
– El señor Northrip tenía una hija única llamada Emily, cuatro años menor que yo. Ya te hablé de ella cuando preparamos el helado de fresa.
– Sí, lo recuerdo.
– Emily era dolorosamente tímida, extraña, torpe y muy callada, cualidades que empeoraban la exigente personalidad de sus padres. Los Northrip estaban desesperados ante el carácter reservado de su hija. Emily se encontraba mucho más cómoda con los caballos que con la gente, y consecuentemente pasaba mucho tiempo en los establos. Siempre que su padre la encontraba en uno de los establos o en el pajar, se quejaba de que no sabía qué hacer con ella. ¿Cómo podían su esposa y él, dos personas amigables y sociables, haber tenido una hija tan insociable que prefería los animales a la gente? El señor Northrip decía esas cosas como si ella fuera sorda y yo me daba cuenta de lo mucho que sus palabras herían a Emily. Con el paso de los años, entre Emily, mi padre y yo floreció una buena amistad.
Andrew sintió que le embargaban recuerdos que no se había permitido resucitar durante años.
– Nunca olvidaré la noche en que murió mi padre. Yo estaba de pie en los establos, mirando su silla vacía. Me sentí… vacío. Y muy solo. Lo siguiente que recuerdo es que tenía a Emily a mi lado. Deslizó su pequeña mano de niña de doce años en la mía y me dijo que no me preocupara. Que no estaba solo porque ella era mi amiga, y que sería mi mejor amiga, si yo quería. -La nostalgia le cerró la garganta-. Le dije que me gustaría mucho. Y, durante los siete años siguientes, el vínculo que formamos ese día fue fortaleciéndose. Realmente éramos el mejor amigo del otro.
Deteniéndose delante de la chimenea, fijó la mirada en las oscilantes llamas.
– El señor Northrip no tenía ningún hijo varón que pudiera algún día heredar su negocio, de modo que decidió que Emily se casara con un hombre capaz de gestionar su empresa. Creyó encontrarlo en Lewis Manning, hijo único de otro acaudalado comerciante. Se acordó pues el matrimonio, por no mencionar la lucrativa fusión mercantil entre ambas familias. Emily aceptó el acuerdo, consciente de que era su deber casarse según los deseos de su padre. De hecho, se sentía aliviada de poder por fin hacer algo que contara con la aprobación de su padre después de llevar toda su vida decepcionándole.
»Pero no tardé en enterarme de que el tal Lewis Manning poseía un temperamento violento. Una noche, apenas unos días antes de la boda, Emily vino a buscarme bañada en lágrimas, dolorida a causa de lo que resultó ser una costilla rota. A pesar de que no tenía la menor señal en el rostro, tenía el resto del cuerpo, donde los golpes no saltaban a la vista, herido allí donde Lewis la había golpeado por osar cuestionar una de sus decisiones. Me contó entonces que, aunque era la primera vez que él la maltrataba de ese modo, Lewis había perdido los estribos varias veces antes y le había pegado. Emily le había hablado a su padre de esas agresiones, pero él no había dado importancia alguna a sus preocupaciones, diciendo que todos los hombres pierden en ocasiones los estribos. Sin embargo, después de ese último suceso, Emily temía que la próxima vez que Lewis perdiera los nervios no pudiera escapar de él.
Andrew apartó la mirada del fuego y miró a Catherine, quien lo escuchaba con embelesada atención.
– Mi primera reacción fue darle una paliza a Lewis, pero Emily me suplicó que no lo hiciera. Me dijo que lo único que conseguiría sería acabar en prisión por inmiscuirme y que Lewis no lo merecía. A regañadientes, accedí a sus súplicas, pero estaba firmemente decidido a protegerla… de aquel maldito bastardo de Lewis, y de su padre, a quien obviamente importaban más los beneficios que el matrimonio de su hija reportaba a sus negocios que su propia hija. Y la única forma que se me ocurrió de protegerla fue casándome con ella. Los dos sabíamos que Emily tendría que renunciar a todo, pues su padre se pondría furioso y sin duda la desheredaría, pero no nos importó. Esa misma noche huimos y contrajimos matrimonio.
De nuevo fue incapaz de quedarse quieto y una vez más empezó a caminar por la estancia.
– Al día siguiente, después de instalar a Emily en una posada cercana, fui a ver a su padre. Quería contarle cara a cara que Emily y yo nos habíamos casado y hacerle saber que no toleraría que Emily volviera a sufrir ningún daño. Como era de esperar, el padre de Emily estaba furioso. Dijo que haría anular la boda, que me denunciaría por secuestro y que me haría ahorcar. Cuando le dije que no había motivos que validaran tal anulación, su furia se intensificó. Dijo que, de un modo u otro, recuperaría a su hija, aunque para eso tuviera que verme muerto. Ni por un instante dudé de que realmente hablaba en serio. Volví a la posada. Poco después, mientras nos preparábamos para la partida, llegó un furibundo Lewis Manning. Dijo cosas espantosas y odiosas de Emily y mi paciencia se agotó. Me informó de que no tenía intención de acudir a la justicia… deseaba ver hecho el trabajo de inmediato, y me retó a un duelo. Acepté a pesar de las súplicas de Emily, que me conminó a que no lo hiciera.
Andrew prosiguió. Ahora las palabras brotaban de él más deprisa.
– Adam Harrick, el capataz de la propiedad de los Northrip, era mi mejor amigo además de Emily, y me hizo las veces de testigo. En el duelo, sin que yo lo supiera, Lewis hizo trampas, disparando antes de que terminara el recuento. Emily, quien supuestamente se había quedado en la posada, vio el engaño. En un intento por avisarme, apareció corriendo y… fue alcanzada por el disparo de Lewis.
Andrew cerró los ojos y vio grabada indeleblemente en su mente la imagen de Emily derrumbándose en el suelo con la conmoción grabada en sus ojos abiertos y la pechera de su vestido de color marfil teñida de carmesí.
– Disparé y mi bala alcanzó a Lewis -dijo con un ronco chirrido-. Solté la pistola y corrí hasta Emily. Aunque seguía con vida, no había duda de que su herida era mortal. Yo… la abracé, intentando detener la hemorragia, aunque en vano. Con sus últimas palabras, me suplicó que huyera. Que me fuera de Norteamérica a algún lugar donde nadie pudiera encontrarme. Sabía que su padre me mataría o se aseguraría de que me colgaran por la muerte de Lewis, sin duda alguna, además de intentar culparme también de su muerte. Me suplicó, una y otra vez, que no dejara que eso ocurriera. Quería desesperadamente que yo viviera, que tuviera una vida plena y feliz. Me quería y no deseaba que yo muriera.
Clavando su mirada en Catherine, se llevó la palma de la mano al pecho y dijo con un entrecortado susurro:
– Sentí los últimos latidos de su corazón contra mi mano después de haberle prometido por fin que haría lo que me pedía. Y entonces murió.
Se le quebró la voz al pronunciar la última palabra. Luego el silencio quedó pesadamente prendido en el aire mientras él revivía el horror de aquel escalofriante día con una desgarradora y vívida claridad que había mantenido apartada de su mente durante años. El día en que lo había perdido todo. Su casa. La vida, tal como la había conocido. La dulce y cariñosa amiga que había sido su esposa.
Tosió para aclarar la tensión que le agarrotaba la garganta.
– Después de despedirme de Emily y de asegurarme de que Adam se encargaría de ella, mantuve mi promesa. Varias horas más tarde, y utilizando un nombre falso, huí en barco de Norteamérica.
Pasándose las manos por la cara, echó la cabeza hacia atrás y miró al techo.
– Durante los primeros cinco años, viví… temerariamente, sin importarme realmente si vivía o moría. Para mí fue una temporada muy oscura. Solitaria. Triste. Vacía. Había hecho lo que Emily me había pedido, y aún así me odiaba por haberlo hecho. Por haber huido. Por todos mis actos que habían llevado a su muerte. Me sentía como un cobarde y sentía también que había comprometido mi honor. De hecho, llegué a esperar que su padre me encontrara de algún modo, aunque nunca lo hizo.
»Pero un día tu hermano me encontró… justo a tiempo para salvarme de los macheteros, un rescate que, por cierto, no le agradecí de inmediato. Puesto que no tenía nada mejor que hacer, regresé con Philip a su campamento y, por primera vez en cinco años, tuve la sensación de pertenecer a algún sitio. Tu hermano no sólo me salvó la vida, sino que gracias a él volví a recuperar las ganas de vivir. De hacer algo de mí mismo. Era el primer amigo que tenía desde que me había ido de Norteamérica, y mi amistad con él me cambió la vida. Llegó un momento en que logré enterrar en lo más hondo aquel día espantoso que viví en el campo de duelo, pero cuando oí ese disparo en Londres, cuando te vi en el suelo… -Cerró un momento los ojos-. Reviví la peor de mis pesadillas.
Inspiró hondo, sintiéndose totalmente agotado, aunque más ligero de lo que se había sentido en una década. Se volvió hacia Catherine. Tenía las manos apretadas sobre las rodillas y la mirada fija en el fuego. Andrew deseaba desesperadamente saber lo que ella pensaba, pero se obligó a permanecer en silencio y permitirle que asimilara todo lo que le había dicho. Pasó un minuto entero antes de que ella hablara.
– ¿Y Philip sabe todo esto?
– No. Nada. Nunca se lo había dicho a nadie hasta ahora.
Andrew hubiera deseado que ella le mirara para poder ver la expresión de su rostro, leer sus ojos. ¿Le miraría con asco y vergüenza… del mismo modo en que él se había estado mirando durante años? Desafortunadamente, temía que el hecho de que ella se empeñara en no mirarle estuviera diciéndoselo todo.
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