Capítulo 20

La mujer moderna actual debería practicar siempre la prudencia y la cautela en lo que concierne a los asuntos del corazón. A veces, sin embargo, el destino le pondrá delante a un hombre que la sorprenderá con la guardia baja, deshaciéndole el corazón. Si el caballero en cuestión siente lo mismo por ella, la mujer moderna actual debe reconocer en ello el milagro que encierra y no dudar en carpe hominis… ¡no dejar escapar al hombre!


Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima

CHARLES BRIGHTMORE


Andrew se detuvo en la puerta de los establos para dejar que sus ojos se adaptaran a la penumbra reinante en el interior, pistola en mano. Despacio, estudió el enorme espacio interior al tiempo que prestaba atención con ojos y oídos a cualquier cosa fuera de lo normal. No percibió nada y una rápida búsqueda le cercioró de que Carmichael no se ocultaba en ninguno de los establos del recinto. Fritzborne no estaba a la vista, algo que le intranquilizó. Sin duda tendría que haber vuelto ya de casa de la señora Ralston.

Se permitió otra mirada por encima de la puerta del tercer establo donde dormía Sombra, ahora acurrucado en el rincón en un lecho de heno cubierto con una manta. Tendría que mandar a alguien a buscar al cachorro. Y devolver a Afrodita. Dios sabía que no tendría fuerzas para volver a Little Longstone personalmente.

Obligándose a mover los pies, entró en el cuarto de sillas. Después de dejar la pistola encima de un banco de trabajo, estaba a punto de coger la silla de Afrodita cuando oyó la voz de Spencer:

– ¿Se va, señor Stanton?

Se volvió apresuradamente. Spencer estaba en el umbral, con la confusión y el dolor reflejados en los ojos.

Una oleada de alarma recorrió a Andrew. Con Carmichael buscándole, ése era el último sitio donde quería ver a Spencer.

Se acercó a él con el estómago tenso de preocupación.

– ¿Qué estás haciendo aquí, Spencer?

– Quería jugar con Sombra. Cuando salía de casa, le he visto entrar a los establos. ¿Se marcha? -volvió a preguntar.

– Eso me temo.

Una mirada de perplejidad asomó al rostro de Spencer.

– ¿Sin despedirse?

La culpa golpeó a Andrew en las entrañas.

– Sólo durante un tiempo. Y sólo porque tengo mucha prisa. Pensaba escribirte. -Rápidamente le explicó lo que estaba ocurriendo, concluyendo con-: En cuanto haya ensillado a Afrodita, te llevaré de vuelta a casa. Debes quedarte dentro hasta que Carmichael sea apresado. Protege a tu madre. ¿Lo has entendido?

Spencer asintió.

– ¿Cuándo volverá?

Andrew inspiró hondo. No tenía tiempo para decir todas las cosas que le hubiera gustado, pero no podía por menos que confesar la verdad al chiquillo.

– ¿Recuerdas todos esos molestos pretendientes que desean cortejar a tu madre?

– Por supuesto. Les enseñamos a dejar de molestar a mamá, ¿no?

– Sí, es cierto. Desgraciadamente, me he convertido en uno de ellos.

Spencer parpadeó varias veces.

– ¿Quiere cortejar a mi madre?

– Eso quería, sí, pero las cosas no han resultado como yo esperaba.

Spencer frunció el ceño. Andrew casi pudo oír girar las ruedas en la mente del joven.

– ¿Y por qué no van a salir bien las cosas? Usted le gusta a mamá, lo sé. Y… y le gustó mucho el helado de fresa.

– Sé que le gusto. Pero a veces eso no es suficiente. Y, en este caso, no lo es.

El labio inferior de Spencer empezó a temblar y las lágrimas le inflamaron los ojos.

– Entonces, ¿no va a volver?

Que Dios le asistiera. ¿Cuántas veces podía romperse su condenado corazón en un sólo día? Andrew tendió los brazos y posó las manos en los hombros de Spencer.

– Me temo que no. Pero quiero que sepas que me encantaría que me visitases en Londres siempre que quieras.

– ¿De verdad?

– Sí. Y de verdad espero que consideres la posibilidad de hacer el viaje. Creo que estás preparado para aventurarte más allá de los confines de Little Longstone. Te enseñaré el museo y podríamos continuar con tus lecciones de pugilismo.

Spencer se pasó el dorso de la mano por los ojos.

– Me… me encantaría.

– También podemos enviarnos cartas si quieres, aunque, según me han dicho, soy un desastre con la ortografía.

– Yo podría enseñarle. Se me da muy bien.

– Bien, entonces está decidido. Aunque… ¿te importaría mucho cuidar de Sombra en mi lugar hasta que pueda enviar a alguien a buscarle?

– En absoluto. Quizá pueda llevárselo yo mismo a Londres.

Andrew sonrió a pesar del nudo que le agarrotaba la garganta.

– Un plan excelente.

– Señor Stanton… -Spencer levantó los ojos hacia él y la tristeza que revelaba su mirada cortó a Andrew como una cuchilla oxidada-. ¿Y si la gente de Londres se muestra… desagradable conmigo?

– Estaré siempre a tu lado, Spencer. Si alguien es lo bastante estúpido como para mostrarse desagradable contigo, aunque sea una sola vez, te prometo que no habrá una segunda.

Sus palabras borraron parte de la preocupación que velaba los ojos del joven, aunque nada hicieron por borrar de ellos la tristeza. Y era hora de irse. Después de dar un apretón a los hombros del chiquillo, le miró directamente a los ojos.

– Quiero que sepas que… si tuviera un hijo, me gustaría que fuera igual a ti.

La barbilla de Spencer tembló y una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla, golpeando a Andrew con más violencia que cualquier arma. Spencer dio un paso adelante y rodeó a Andrew por la cintura, estrechándolo entre sus brazos.

– Ojalá fuera mi padre -dijo con un susurro quebrado.

Andrew cerró los ojos con fuerza y también abrazó a Spencer. Tuvo que tragar dos veces para encontrarse la voz.

– Ojalá, Spencer. Ojalá. Pero siempre seremos amigos.

– ¿Siempre?

– Siempre. Siempre que necesites algo, no tienes más que pedírmelo. -Dio unas palmadas al joven en la espalda y luego retrocedió-. Y ahora tenemos que irnos. ¿Por qué no coges a Sombra mientras yo ensillo a Afrodita?

Spencer asintió y a continuación se dirigió al tercer establo. Andrew se quedó fuera del cuarto de sillas, observándole, preguntándose cómo podía un hombre sufrir tanto sintiéndose a la vez tan condenadamente aturdido.

En cuanto la pesada puerta de madera del establo se cerró silenciosamente tras Spencer, Andrew soltó un profundo suspiro y se obligó a enterrar su dolor como lo había hecho con tantos otros. Se volvió para regresar una vez más al cuarto de sillas, pero no había dado más de un paso, cuando la voz de Carmichael dijo:

– Quédese donde está.

Andrew se volvió y vio emerger a Carmichael entre las sombras, apuntándole directamente con una pistola.

Manteniendo una calma externa que estaba lejos de sentir, rápidamente evaluó sus limitadas posibilidades: posibilidades aún más desalentadoras por la presencia de Spencer. Maldición, si algo llegaba a ocurrirle al chico…

Se obligó a mantener firme la mirada en la nariz hinchada y en la mejilla amoratada de Carmichael para no dejarla vagar hasta el establo en el que había entrado Spencer. ¿Se habría dado cuenta Carmichael de que no estaban solos? De ser así, tenía que asegurarse de que Spencer no se dejara ver.

Andrew se aclaró la garganta y dijo, alzando la voz:

– ¿Cuánto tiempo pretendía seguir ocultándose en el establo?

– No estaba en el establo -dijo Carmichael-. Estaba fuera, ocupándome del jefe de establos.

El alivio y la furia tensaron las manos de Andrew: alivio al saber que Carmichael parecía ignorar que no estaban solos, y furia ante la noticia de que Fritzborne hubiera sido víctima de aquel bastardo.

– ¿Lo ha matado?

Carmichael se acercó despacio, con los ojos brillantes.

– No estoy seguro. Pero, aunque esté vivo, no le será de ninguna ayuda. Lo he dejado bien atado y amordazado.

La mirada de Andrew descendió al instante hasta la pistola de Carmichael e interiormente maldijo el hecho de que su propia arma estuviera fuera de su alcance, en la sala de sillas, donde la había dejado al ir a buscar la silla. Todavía tenía el cuchillo, pero tendría que escoger el momento con mucho cuidado. Si fallaba…

Cuando aproximadamente unos siete metros les separaron, Carmichael se detuvo.

– Ha tardado bastante en venir a los establos.

– Habría venido antes de haber sabido que me esperaba… Manning.

La sorpresa destelló en los ojos de Carmichael.

– Así que ya ha descubierto quién soy. Bien. Llevo esperando mucho tiempo este momento. Me ha llevado a una apasionante cacería durante estos últimos once años, Stanton, pero ahora todo ha terminado. Ahora pagará por haber matado a mi hijo.

– Su hijo mató a mi esposa.

– ¿Su esposa? Nunca fue suya. Era propiedad de Lewis. Usted se la robó. Su matrimonio iba a unir a dos poderosas familias.

– Su hijo le pegaba.

– ¿Y qué importa eso? Era suya y podía usarla a su antojo. Si la joven no hubiera sido tan estúpida, no le habría enfurecido como lo hacía. Dios santo, pero si apenas sabía hablar. Las únicas cualidades que la redimían eran su apellido y su enorme fortuna.

Los ojos de Andrew se entrecerraron y dio un paso adelante.

– Le sugiero que tenga cuidado con lo que dice de ella.

– Y yo le sugiero que no vuelva a moverse. Soy un experto tirador.

– ¿Un experto tirador? No lo creo. No me alcanzó en la fiesta de lord Ravensly por, al menos, medio metro. Su descuido a punto estuvo de costarle la vida a lady Catherine.

Andrew apretó los dientes ante el despreocupado encogimiento de hombros de Carmichael.

– Me temo que, cuanto mayor es la distancia, más puntería perdemos.

– También anoche pretendió hacerle daño.

– Su inesperada presencia interfirió en mis planes.

– ¿Y el museo? ¿Fue eso obra suya o acaso contrató a alguien para que lo saqueara?

Una gélida sonrisa arrugó las comisuras de los labios de Carmichael.

– Fui yo. Ni se imagina la satisfacción que experimenté con cada hachazo. Con cada ventana hecha añicos. Viendo luego cómo sus inversores le daban la espalda. Todo ello pequeñas retribuciones por lo que usted le hizo a mi familia. -Sus ojos ardían de puro odio-. El matrimonio de Lewis con la heredera de los Northrip habría resuelto todos los problemas financieros de mi familia. Cuando asesinó a mi hijo, lo perdí todo. Northrip descubrió mis deudas y decidió retirarse de nuestra fusión. Naturalmente, le maté, aunque no obtuve con ello más que la simple satisfacción de acabar con su vida. Mi casa, mi empresa… todo perdido. Usted merecía no menos a cambio. Primero, perder su museo, y ahora, por fin, tras muchos años buscándole, también perder su vida.

Un fuerte jadeo llegó desde la puerta de los establos. Andrew se volvió y el corazón a punto estuvo de dejar de latirle en el pecho. Catherine estaba de pie en el umbral, a menos de siete metros de él y con el horror reflejado en sus ojos abiertos como platos.

– A menos que quiera que dispare al señor Stanton, sacará ahora mismo la mano de su falda, lady Catherine. -Sin apartar los ojos de ella, Carmichael prosiguió-: Y si se mueve usted un solo centímetro, señor Stanton, la mataré. Y ahora tienda las manos al frente, lady Catherine… sí, así, y acérquese al señor Stanton… no, no tanto. Deténgase ahí mismo.

Catherine se detuvo a un par de metros de Andrew. Mientras hablaba a Catherine, un ligero movimiento detrás de Carmichael captó la atención de Andrew. Spencer, con los ojos como platos, atisbaba por encima de la puerta del establo situada justo detrás de Carmichael.

Los ojos de ambos se encontraron y Andrew ladeó bruscamente la cabeza, rezando para que Spencer entendiera el mensaje y se mantuviera oculto. La cabeza del joven desapareció.

La mente de Andrew empezó a pensar a toda prisa. ¿Cómo podía sacar a Spencer, a Catherine y a él mismo con vida de aquel lío? Carmichael estaba a menos de dos metros, directamente delante del establo donde se ocultaba Spencer. De pronto le llegó un golpe de inspiración y se aclaró la garganta.

– Sabe que le colgarán por esto.

– Al contrario. Sydney Carmichael simplemente desaparecerá y nunca volverá a saberse de él.

– No contaría con ello. Apuesto a que no tardará en verse colgando de la horca. -Acompañó su afirmación chasqueando la lengua-. Sí, balanceándose, exactamente como la puerta de un viejo establo, como solía hacerlo mi viejo amigo Spencer. Y como probablemente estaría encantado de hacerlo de nuevo. En este preciso instante.

Oyó la afilada inspiración de Catherine, pero no se atrevió a mirarla. Un destello de confusión asomó a los ojos de Carmichael, cuya mirada se endureció de inmediato.