– El doctor Gibbens nos ha asegurado que te recuperarás del todo -dijo lord Ravensly, tomando la mano de Catherine entre las suyas-. ¿Cómo te encuentras?
Una mueca de dolor asomó a su rostro.
– Dolorida, pero muy agradecida. Mis heridas podrían haber sido mucho peores.
El barón se estremeció visiblemente, un sentimiento con el que Andrew comulgó de todo corazón. La mirada visiblemente preocupada de Catherine se alternó entre los dos hombres.
– ¿Se ha sabido algo de quién hizo el disparo?
Andrew se aclaró la garganta.
– Uno de los invitados a la fiesta, el señor Sydney Carmichael, ha informado de que oyó el disparo justo en el momento en que subía a su carruaje. Vio a un hombre adentrarse corriendo en Hyde Park. Dio una detallada descripción al magistrado y dijo que sin duda reconocería al hombre si volvía a verle. Lord Borthrasher, lord Kingsly, lord Avenbury y lord Ferrymouth, así como el duque de Kelby, estaban subiendo a sus carruajes en las proximidades y todos admiten haber visto una figura envuelta en sombras en el parque, aunque ninguno de ellos ha podido facilitar una descripción detallada del sujeto en cuestión.
»El grupo de caballeros que han estado buscando fuera ha encontrado a un hombre herido cerca de la casa. Se ha identificado como el señor Graham. Este afirma que, mientras iba andando por Park Lañe, fue atacado por la espalda. Cuando recuperó la conciencia, se dio cuenta de que le habían arrebatado la cartera y el reloj de bolsillo.
– Entiendo -dijo Catherine despacio-. ¿El ladrón llevaba una pistola?
– El señor Graham no lo sabe, aunque no llegó a ver al hombre que le asaltó antes de perder el conocimiento.
– Sin duda el canalla le golpeó con la culata de la pistola -bufó de cólera lord Ravensly-. Entonces el arma se disparó, y aquí estamos. Malditos salteadores. -Sacudió la cabeza y luego miró ceñudo a lady Catherine-. Y dime, ¿qué es esa bobada que ha dicho el doctor Gibbens de que quieres volver a Little Longstone mañana?
– Le prometí a Spencer que estaría mañana de vuelta en casa, padre.
– Haré traer al joven a Londres.
– No. Ya sabes que odia la ciudad. Y, después de esta noche, ¿acaso puedes culparme por no desear prolongar mi estancia aquí?
– Supongo que no, pero no me gusta imaginarte sola, aislada en el campo mientras te recuperas. Necesitas a alguien que cuide de ti.
– Estoy de acuerdo -dijo ella despacio, frunciendo el ceño de un modo que llevó a Andrew a preguntarse en qué estaría pensando. Estaba totalmente de acuerdo con el barón, aunque, en cierto modo, había esperado que la nueva «testaruda e independiente» lady Catherine se opusiera, declarando que su servidumbre podía perfectamente ocuparse de ella.
– Es una lástima que Philip no pueda venir a Little Longstone durante una larga temporada -Catherine pronunció las palabras con absoluta ligereza, pero hubo algo en su tono que captó la atención de Andrew. Eso y el hecho de que no hubiera dicho «Philip y Meredith».
– Sí -musitó el barón-, pero en estos momentos no puede dejar a Meredith. Yo me ofrecería voluntario, pero me temo que hacer de enfermera no se me da demasiado bien.
Andrew se obligó a no comentar que el papel de enfermera tampoco era el fuerte de Philip precisamente. Miró a lady Catherine, y las miradas de ambos se encontraron. Se le hizo un nudo en el estómago cuando de nuevo vio en sus ojos un destello de miedo y de algo que no logró descifrar. Entonces la expresión de Catherine se tornó especulativa, y casi… ¿calculadora?
Antes de que él pudiera tomar una decisión, Catherine dijo:
– Creo que he dado con la solución perfecta. Señor Stanton, ¿contemplaría usted la posibilidad de acompañarme a Little Longstone y quedarse allí como mi invitado? Así me ahorraría tener que viajar sola, y estoy segura de que disfrutaría usted de una visita al campo. A Spencer le encantaría volver a verle y saber más de sus aventuras con Philip en Egipto. Apenas tuvieron ocasión de conocerse durante el funeral de mi esposo. Y con Spencer allí como carabina, su visita no suscitaría el menor reproche y resultaría de lo más decente.
Por razones que Andrew no supo explicar en ese momento, sintió en su interior una advertencia -una reacción instintiva que en el pasado siempre había resultado certera- que le decía que la invitación de Catherine encerraba más de lo que parecía a primera vista. Pero ¿qué? ¿Y realmente deseaba cuestionar sus razones en ese momento? No. Había pasado gran parte de la última hora intentando urdir un argumento plausible para ir a Little Longstone con ella y quedarse allí durante una prolongada estancia, y ella acababa de ofrecerle la solución al problema.
– Soy consciente de que tiene usted sus obligaciones en Londres…
– Nada que no pueda esperar -la tranquilizó-. Será un honor acompañarla y quedarme un tiempo con usted, lady Catherine. Le aseguro que me ocuparé personalmente de que no vuelva a ocurrirle nada. -Cierto. Cualquiera que intentara de nuevo hacerle algún daño bien podía encomendarse a Dios.
– Una solución excelente, querida -dijo el barón con una aprobatoria inclinación de cabeza-. Tendrás así protección y compañía.
– Sí. Protección… -La voz de Catherine se apagó. No había duda del evidente alivio que sentía. Obviamente no se sentía a salvo en Londres, sentimiento que Andrew podía entender a la perfección. Aun así, sospechaba que ella le había pedido que se quedara en Little Longstone durante un largo período por la misma razón: protección. ¿Por qué? ¿Acaso no se sentía segura en su propia casa?
No lo sabía, pero sin duda iba a averiguarlo.
Capítulo 4
Los hombres entienden muy poco a las mujeres porque buscan consejo e información sobre ellas en otros hombres igualmente desinformados. Ganar el favor de su dama ocurriría de forma mucho más fluida si el caballero en cuestión simplemente le preguntara a su dama: «¿Qué es lo que deseas?». Si la mujer moderna actual llega a ser tan afortunada como para ser blanco de semejante pregunta, es de esperar que responderá con absoluta sinceridad.
Guía femenina para la consecución
de la felicidad personal y la satisfacción íntima
CHARLES BRIGHTMORE
– ¿Cómo se encuentra, lady Catherine?
Catherine alzó la mirada de su labor para mirar a su compañero de viaje, ahora sentado delante de ella y a quien había logrado ignorar con gran éxito con la excusa de concentrarse en su labor de costura durante la última hora… al menos todo lo que una mujer puede ignorar a un hombre sentado a menos de medio metro de ella. Un hombre que parecía ocupar demasiado espacio. Nunca había reparado en lo imponente que resultaba la presencia del señor Stanton. Una cosa era compartir un salón o un comedor con él y, como acababa de descubrir, otra muy distinta compartir los límites impuestos por un carruaje.
Catherine fijó su mirada en los ojos preocupados de Andrew.
– Estoy un poco dolorida, pero nada más.
– ¿Desea que paremos a descansar un poco?
Lo cierto es que nada le habría gustado más que ver cómo el carruaje detenía su tambaleo. Cada sacudida y cada remezón radiaba dolor a través de su dolorido hombro y daba alas a las punzadas de dolor sordo que le palpitaban tras los ojos. Sin embargo, cada sacudida la acercaba un poco más a Little Longstone y a Spencer, alejándola a la vez de la pesadilla de la noche anterior. Más próxima a la seguridad de su casa, y más alejada de quienquiera que hubiera sido el autor del disparo… disparo que, estaba convencida, no había sido ningún accidente. Más cerca de Genevieve, con quien necesitaba hablar lo antes posible. Necesitaba contar todo lo ocurrido a su querida amiga y hablarle del investigador contratado para encontrar a Charles Brightmore. Advertirla del peligro. Avisarla de que ella podía ser la siguiente.
– No es necesario que nos detengamos -dijo.
– Está usted pálida.
– Vaya, gracias. Sin duda semejante piropo me inflamará la cabeza… que, después de mi caída de anoche, está ya bastante inflamada.
Su conato de humor pasó desapercibido a Andrew, quien juntó las cejas en un gesto de preocupación.
– Le duele…
– Estoy bien. Perfectamente. El doctor Gibbens me ha dado permiso para viajar…
– Después de haberle intimidado. Si mal no recuerdo, sus palabras exactas cuando hemos salido de la casa de su padre esta mañana han sido: «No he conocido a una mujer más obstinada en toda mi vida».
– Estoy segura de que no le ha oído correctamente.
– Estoy seguro de que sí.
– Aun así, si no me equivoco, anoche acordamos que el oído de la mayoría de los hombres no es todo lo fino que debería.
Varios segundos de silencio se interpusieron entre ambos y Catherine tuvo que contener la repentina necesidad de encogerse bajo la firme mirada de Andrew.
– Yo no soy la mayoría de los hombres, lady Catherine -dijo él por fin con voz queda-. Además, la veo muy preocupada.
– Simplemente estoy ansiosa por llegar a casa.
– No me cabe duda. Pero hay algo más. Algo la tiene preocupada.
– ¿Qué le lleva a decir eso? -preguntó, forzando un tono más ligero de voz. Maldición, qué mala suerte la suya, estar encerrada en un carruaje con el único hombre perceptivo de toda Inglaterra.
– Esa reticencia tan impropia de usted. Nunca la había visto tan… poco habladora.
– Ah, bueno. Eso se debe simplemente a que he estado concentrada en mi labor.
– Eso es algo que me intriga aún más, teniendo en cuenta que usted odia la labor de aguja. -Obviamente, Andrew pudo leer el sonrojo de culpabilidad que sintió arder en sus mejillas, pues añadió-: Mencionó su aversión a la costura hace dos meses, en su visita a Londres.
Doble maldición. El hombre era perceptivo y además recordaba detalles triviales. Qué absolutamente irritante.
– Bueno… yo… espero poder desarrollar cierta afición por la actividad. Y, además de eso, simplemente no tengo nada que decir.
– Entiendo. En general… ¿o a mí en particular?
Catherine a punto estuvo de hacerle callar con un requiebro cortés, pero como él no parecía blanco de fácil disuasión, admitió la verdad.
– A usted en particular.
En vez de parecer ofendido, Andrew asintió con actitud solemne.
– Eso sospechaba. En cuanto a la conversación de anoche… no era mi intención molestarla.
– No me molestó, señor Stanton. La duda chispeó en los rasgos de su rostro, en el que se arqueó una ceja oscura.
– ¿Es cierto eso? ¿Debo entender entonces que normalmente se comporta usted como una tetera a punto de estallar?
– De nuevo debo implorarle que contenga sus halagos. Ciertamente, «molesta» es un término de pobre elección. «Decepción» se aproxima más a lo que sentí.
– ¿Por mí?
– Sí.
– ¿Simplemente porque no estuve de acuerdo con usted? Si es así, soy yo el decepcionado.
Sintiéndose en cierto modo castigada, Catherine ponderó sus palabras durante varios segundos y a continuación negó con la cabeza.
– No, no porque no llegáramos a un acuerdo, sino porque hizo usted afirmaciones categóricas sin tener ninguna base ni conocimiento de primera mano. A mi entender, eso es injusto, lo cual me parece a la vez una decepcionante, por no decir molesta, cualidad en una persona.
– Entiendo. Dígame, ¿alguna vez, en alguno de nuestros anteriores encuentros, le he parecido injusto?
– Jamás. Por eso la conversación de anoche se me antojó tan…
– ¿Decepcionante?
– Sí. -Catherine se aclaró la garganta-. Por no decir fastidiosa.
– Sin duda. No olvidemos mencionarlo.
De nuevo el silencio se interpuso entre ambos, incómodo de un modo inexplicable que la inquietó. Hasta la noche anterior, siempre se había sentido cómoda en compañía del señor Stanton. Ciertamente había encontrado inteligente, ingeniosa y encantadora la compañía del mejor amigo de su hermano, y había disfrutado de la relajada amistad y de la camaradería que había ido gestándose entre ambos durante la media docena de veces en que habían coincidido. Sin embargo, los comentarios de Andrew la noche anterior sobre la Guía habían resultado realmente decepcionantes. Escandalosas y espantosas bobadas llenas de basura. ¡Bah! Y su opinión, según la cual Charles Brightmore era un renegado con poco, si es que tenía alguno, talento literario le había hecho rechinar los dientes. Había tenido que echar mano de toda su capacidad de contención para no apuntarle con el dedo y preguntarle cuántos libros había leído en su vida.
Naturalmente, la parte de ella que clamaba justicia tenía que reconocer que la Guía podía ser descrita como escandalosa. Aunque estaba firmemente convencida de que la información que facilitaba la Guía era necesaria y valiosa para las mujeres, una parte de ella estaba encantada con los tintes escandalosos del libro y no podía por menos que reconocer que ese había sido precisamente el elemento decisivo a la hora de embarcarse en el proyecto. Le producía una inconfesada satisfacción y un estremecimiento malévolamente secreto fastidiar a los hipócritas miembros de la sociedad a quienes ella había dado la espalda tras el doloso trato que habían infligido a su hijo. Ese deseo, esa necesidad de un poco de venganza, era sin duda un defecto en su carácter, pero ahí estaba. Y disfrutaba de cada minuto del revuelo que había causado… hasta la noche anterior. Hasta que se había dado cuenta de que la Guía se había convertido en un escándalo de proporciones desmesuradas. Se estremeció al pensar en el espantoso escándalo que estallaría si llegaba a descubrirse la auténtica identidad de Charles Brightmore. Sería su ruina. Y no sería ella la única. Tenía que pensar en Spencer. Y en Genevieve… Dios mío, Genevieve perdería casi tanto, si no más, que la propia Catherine si llegaba a descubrirse la verdad.
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