Y entonces, por fin, sus labios encontraron los de ella en un beso embriagador. Juliet se fundió en él dejando que sus últimas dudas se disolvieran cuando los brazos de él la rodearon y la familiar excitación explotó dentro de ella.

– Vamos -dijo Cal con voz ronca acabando el beso con esfuerzo antes de tomarle de la mano y llevarla hasta su habitación.

Medio riéndose y medio desesperados para entonces, se apoyaron contra la puerta mientras él la atraía para besarla una vez más y echar el pestillo.

Mucho, mucho más tarde, Juliet se estiró con languidez al lado de Cal en la cama. Habían hecho el amor con una dulzura y un ardor que les había dejado sin respiración, pero esa vez no pareció un error, sino lo más perfecto del mundo.

Juliet estaba flotando embargada de contento. El alivio de no tener que negar más cuánto lo deseaba era indescriptible ¿por qué había perdido tanto tiempo sintiéndose irritable y miserable cuando aceptando lo inevitable se sentía mucho mejor? Lanzó otro suspiro de felicidad y se volvió hacia Cal, que la estaba mirando con indulgencia.

– Siento lo de esta tarde.

– ¿Qué pasó esta tarde? -preguntó perezoso sin importarle con tal de estar echado a su lado y ver aquella sonrisa soñadora en sus labios.

– Tuvimos una discusión terrible -le recordó Juliet-. Y todo fue culpa mía. Estaba irritada y enfadada porque no podía olvidar lo de la otra noche y tú sí.

Cal lanzó una carcajada y se apoyó en un codo para apartarle un mechón de la cara con dulzura.

– ¿Es eso lo que pensabas? ¿Qué me había olvidado?

– Pues si no lo habías hecho, dabas toda la impresión. Cualquiera hubiera pensado que ni siquiera me conocías.

Cal bajó la vista hacia Juliet. Su piel era perlada en la tenue luz y sus ojos suaves y oscuros.

– Intenté olvidarlo -dijo con seriedad-. Y lo intenté porque creía que era lo que querías tú pero no pude. No pude olvidar lo que había sido abrazarte. No pude olvidar ni un solo detalle.

Juliet alzó los brazos para atraerlo hacia abajo con un largo beso. Adoraba su fibroso cuerpo poderoso. Adoraba sentir su peso sobre ella, el sabor de su piel y la sensación callosa de sus manos, la forma en que sus músculos se contraían cuando deslizaba las manos sobre él.

– ¿Olvidar? -murmuró Cal entre besos mientras rodaban íntimamente enlazados. Enterró los dedos en el pelo de Juliet y la obligó a mirarlo a la cara-. Ningún hombre podría olvidar como estuviste aquella noche, Juliet. ¿Por qué crees que he estado de tan mal humor toda la semana?

– Pensé que era sólo porque yo estaba siendo tan poco razonable. Ha sido todo tan estúpido -suspiró-. Lo primero que quiero que hagas mañana es decirles a los hombres que no hagan caso de lo que les dije y que hagan lo que les mandaste tú.

– Ya lo he hecho -dijo Cal.

Juliet se apartó un poco.

– ¿Que qué?

– Que ya se lo he dicho -confesó él-. Estaba tan enfadado después de hablar contigo que me fui directamente adonde estaban los hombres y les dije que sólo hicieran lo que yo los ordenara.

Entonces paró la protesta de Juliet con un beso.

– Yo también siento lo de esa discusión -dijo abrazándola-. Nunca debería haberte dicho esas cosas. Estaba descargando contigo porque pensaba que estabas buscando una excusa para deshacerte de mí.

Juliet sacudió la cabeza de asombro. ¿Cómo podía estar tan ciego? Pero tampoco ella había estado pensando con mucha claridad.

– Yo no quería que te fueras, Cal -admitió por fin-. Y sigo sin quererlo. Y no sólo por esto -añadió con honestidad deslizando la mano por su hombro-. Sé lo mucho que te necesito para que dirijas el rancho. Yo no podría hacerlo sola.

– Es lo mismo -dijo Cal deslizando la mano por su espina dorsal con una sonrisa al notar su sobresalto-. ¿Quiere eso decir que voy a ser tu diversión de momento? -bromeó.

– Bueno, siempre que me hagas un servicio…

Su acusación le había dolido tanto esa tarde, que ahora le parecía increíble estar bromeando de ello mientras se acurrucaba en la curva de su cabeza y apoyaba la cabeza en su hombro. Cal deslizó la mano con pereza sobre su piel y permanecieron así un rato cálidos y relajados, escuchando el sonido de su respiración.

– ¿Cal?

Juliet deslizó la mano por su torso.

– ¿Hum?

– Acerca de esa discusión…

Él abrió un ojo y le guiñó.

– Pensé que habíamos terminado con eso.

– Sólo quería saber si decías en serio que estaba todo el día en medio.

Aquello era lo que más le había dolido.

– ¿Quieres saber la verdad?

– Sí.

Cal se movió hasta tenerla bajo él.

– La verdad es que has sido de mucha utilidad -dijo sonriendo-. No te has metido en medio para nada. Lo que has estado haciendo es distraerme, como estás haciendo ahora.

Juliet se estiró de forma provocativa y deslizó las manos de forma seductora hacia abajo.

– Si realmente soy de utilidad, ¿puedo seguir distrayéndote?

– Tú eres la jefa. Puedes hacer lo que quieras.

Los ojos de Juliet brillaron de picardía al bajar aún más las manos.

– Pues lo haré, si no te importa.

– Si sigues haciendo eso, Juliet no me importará nada -dijo él entre risas y un bramido de placer mientras se abandonaban al sensual placer de explorarse el uno al otro de nuevo.

Cuando acabaron, Juliet paladeó la maravillosa sensación del peso de Cal sobre ella y su cara enterrada entre su cuello.

– Debería volver a mi habitación.

– ¿Tienes que irte de verdad?

– Si no lo hago, me quedaré dormida y no quiero que Natalie o los gemelos me pillen saliendo de tu habitación.

– Supongo que tienes razón.

Cal se apartó de ella con un suspiro de desgana y la ayudó a recoger su ropa. Entonces abrió la puerta y la tomó en sus brazos para besarla.

– Hasta mañana.

Ella asintió, se alzó para darle un último beso y se fue de puntillas a su habitación.

Juliet despertó con una sonrisa a la mañana siguiente. Al principio, el brillo de la habitación le pareció un reflejo de su buen humor, pero cuando hizo acopio de energía como para mirar el despertador, lanzó un gemido y se incorporó con brusquedad. ¡Las nueve y media! ¿Cómo podía ser tan tarde?

Vistiéndose apresurada bajó a la cocina todavía abrochándose el cinturón.

– Siento llegar tan tarde.

– Cal dijo que te dejara dormir -dijo Maggie que estaba batiendo mantequilla y azúcar en un cuenco-. Dijo que estabas muy cansada.

Juliet sintió un leve sonrojo.

– Eh, sí.

– Han ido a arreglar una tubería a Five Mile Bore si quieres reunirte con ellos -continuó Maggie sin comentar sus conclusiones ante el cambio de ambiente-. Si no te verá más tarde.

– Les llevaré un poco de café y pastas.

Cal se estiró cuando vio acercarse el coche. Había esperado que Juliet apareciera.

– Buenos días, jefa.

Sonrió al verla salir del coche.

– Siento llegar tarde -dijo devolviéndole la sonrisa-. Me he quedado dormida.

– Si lo que traes en esos termos es café, estás perdonada -dijo Cal antes de volverse hacia los hombres para decirles que podían tomar un descanso.

– ¿Cuál es el problema? -preguntó desenroscando uno de los termos.

Mientras Cal se lo explicaba, se maravilló de lo fácil que era estar con él ahora que no tenía que disimular lo que lo deseaba. Su sonrisa le decía todo lo que necesitaba saber, asegurándole que lo de la noche anterior había sido tan especial para él como para ella, pero que por ahora era simplemente su capataz, como había prometido.

Las siguientes semanas fueron un sueño dorado para Juliet. Cal no la tocaba nunca por el día, incluso aunque estuvieran solos. Le producía una secreta excitación discutir programas de cría de la estación húmeda, como si no tuvieran nada más que un interés profesional en común y saber que en cuanto se cerrara la puerta de su habitación tras ellos, la desvestiría con premura y la tendería en su cama.

Hacían el amor con una pasión que la maravillaba y casi la asustaba de su intensidad. Se había familiarizado con su cuerpo y permanecía tendida contando las arrugas del rabillo de sus ojos o los callos de sus manos. Sabía exactamente cómo sonreía cuando la miraba y donde poner los dedos para que su fibroso cuerpo se estremeciera en respuesta.

Juliet volvía siempre a su habitación antes de que los niños despertaran, pero cada noche pasaba más tiempo con Cal, hechizada de su creciente amistad y de la pasión que compartían. Se quedaban echados juntos hablando durante horas, pero de lo que nunca hablaban era del futuro. Eso significaría pensar en lo que de verdad querían los dos y ni ella ni él estaban todavía preparados para ello.

De vez en cuando, Juliet sentía los agudos ojos de Maggie clavados en ella, pero si la tía de Cal sospechaba lo que estaba pasando, se guardaba sus opiniones para sí misma. Los vaqueros tampoco sabían, ni creía que les importara, que Cal y ella estuvieran acostándose juntos. Y no era que ella sintiera vergüenza de ningún tipo. Era como la intuición de que en cuanto su relación no fuera un secreto, tendría que admitir lo que sentía por él y ni siquiera lo sabía ella misma.

No estaba preparada para preguntarse a sí misma lo profundamente que estaba empezando a atarse a Cal. No quería saber qué pasaría cuando encontrara una tierra para él. Era más fácil no pensar y disfrutar de las cosas como estaban y pretender que podrían seguir así para siempre.

Cal tampoco estaba muy ansioso por el futuro. Natalie era feliz, él era feliz y sabía que la tía Maggie, aunque poco comunicativa, estaba contenta también. Él había ido a recuperar Wilparilla y no podía hacerlo sin hacerle daño a Juliet. Algún día se lo diría, se prometió a sí mismo. Pero todavía no.

Así que los dos cerraron la mente al futuro y se abandonaron al presente. Los días eran largos, calientes y duros, pero las noches eran dulces y Juliet estaba más feliz que en toda su vida. Los niños captaban su felicidad y ellos mismos eran más felices.

Sin saber cómo, todos habían caído en una rutina. A veces Cal bañaba a los gemelos mientras que Juliet escuchaba leer a Natalie o bañaban a los niños juntos mientras Natalie se sentaba al borde de la bañera y les contaba las cosas del día. Las semanas eran ocupadas, pero intentaban librar los domingos para montar a caballo, nadar o hacer una barbacoa como cualquier familia normal.

Un domingo, Juliet y Natalie estaban recogiendo la cocina después del almuerzo. Cal estaba vigilando a Kit y a Andrew para que estuvieran a la sombra y Juliet escuchó las carcajadas en el pasillo y sonrió a Natalie.

– ¿Qué crees que estarán haciendo? Deberían estar cansados, ¿no crees?

Sólo al terminar notó el sospechoso silencio.

– ¿Por qué no vas a ver tras lo que andan? Están demasiado callados como para hacer nada bueno -le pidió a Natalie.

Natalie volvió al cabo de dos minutos.

– Juliet, ven a verlo -dijo tirándole de la mano para llevarla a la habitación de los gemelos, donde se llevó un dedo a los labios y apuntó.

Cal estaba tendido en la cama de Andrew con los dos niños pequeños sobre él como muñecos y los tres estaban profundamente dormidos.

Por un terrible momento, Juliet creyó que se le había parado el corazón de la emoción. Las lágrimas asomaron a sus ojos y le apretó la mano a Natalie con fuerza al comprender por primera vez cuánto los amaba a todos. A Andrew. A Kit. A Natalie. Y a Cal.

Capítulo 9

LA primera idea de Juliet fue preguntarse cómo no había comprendido antes que lo amaba. Lo miró allí echado en la cama, con la cara relajada por el sueño y sus hijos estirados sobre él con confianza y supo que se había estado engañando a sí misma durante las mágicas semanas anteriores.

– Los dejaremos dormir -dijo en voz baja antes de darse la vuelta.

No quería estar enamorada de Cal. Había estado enamorada de Hugo y su historia de hadas se había convertido en una pesadilla de crueldad y decepción. Él había tomado su inocente adoración y la había hecho añicos. Ella había sido una joven enamorada y despreocupada y él casi había conseguido hundirle el espíritu.

Casi, pero no del todo. Las criticas, el desdén y las mentiras la habían hundido hasta llegar a creer que era tan inútil como Hugo decía siempre. Los niños le habían devuelto algo de confianza en sí misma, pero Juliet no quería volver a sufrir de aquella manera.

Enamorarte te hace vulnerable, dependiente de otro ser para tu felicidad y ella no creía poder pasar por aquello.

Pero no le quedaba mucha elección. De todas formas, ya se había enamorado de Cal y eso no iba a cambiar.

“Cal es diferente”, le gritaba el corazón. No tenía nada que ver con Hugo. Mientras que Hugo la había hecho sentirse una fracasada, Cal le hacía sentir que podía conseguir lo que quisiera. La hacía sentirse a salvo; la hacía sentirse sexy. Y no le había mentido como había hecho Hugo.