Juliet se aferró a aquella idea para darse seguridad. No, Cal no le había mentido nunca. Había sido completamente honesto con ella. “Te deseo… y tú me deseas”, le había dicho. “Ninguno de los dos queremos ataduras”. Nunca había aparentado que su relación fuera otra cosa que física. La deseaba, pero no la amaba. Eso lo había dejado claro desde el principio y ella no tenía motivos para pensar que hubiera cambiado de parecer.

¡Si siquiera pudiera volver a cómo estaban las cosas antes! Juliet deseó que Natalie nunca la hubiera llevado a ver a Cal con los niños.

También desearía poder decirle a Cal que lo amaba, pero el amor no había sido parte de su acuerdo. Podría estropearlo todo si lo confesaba. Él podría sentirse incómodo o acorralado. O podría irse si creía que iba a presionarle para que se comprometiera. Y Juliet pensaba que no podría soportar Wilparilla sin Cal.

Pero podría irse de todas formas, como había dicho que haría y entonces ella no podría soportarlo. Sería más fácil si él no supiera que lo amaba, ¿verdad?

Cuando Cal se despertó de la siesta, Juliet no aparecía por ninguna parte a la vista. Al final la encontró al lado del arroyo.

– ¡Ahí estás! -dijo al divisar su camisa rosa entre los árboles.

Juliet dio un respingo al escuchar su voz, pero consiguió parecer normal cuando llegó a su lado.

– Hola -forzó una sonrisa-. ¿Están los niños bien?

– Natalie está con ellos -Cal la miró con atención-. ¿Pasa algo malo?

– No, por supuesto que no -dijo ella con exceso de entusiasmo-. Me apetecía dar un paseo después de la comida -siguió hablando para no ceder a la tentación de arrojarse a sus brazos y confesarle lo insegura que se sentía-. Solía venir hasta aquí cuando quería pensar y hacía mucho que no venía. Es evidente que no he estado pensando mucho últimamente.

Cal se sintió asaltado por un miedo repentino a que fuera a decirle que quería que acabaran su relación. ¿Se habría aburrido? ¿Estaría él dando demasiado por supuesto?

– A veces es un error pensar demasiado.

– No estaba pensando en nada serio -mintió ella.

Sólo en lo vacía que sería su vida cuando él se fuera. No podía permitirse depender de él o acabaría como cuando Hugo había muerto: perdida, sola y asustada.

– Sólo estaba pensando que ya es hora de que haga algún esfuerzo por conocer a otra gente. No conozco a ninguno de mis vecinos salvo a Pete Robins y sólo he hablado con él un par de veces. Supongo que esperaba que ellos dieran el primer paso, pero creo que ahora debo acercarme yo, presentarme y hacerles saber que no soy como Hugo -vaciló-. He oído a los hombres hablar de las carreras del próximo domingo y he pensado que estaría bien que fuéramos todos. No me importa conducir yo si tú no quieres ir -añadió al ver que Cal no parecía nada entusiasmado.

– Te llevaré en el aeroplano si es eso lo que quieres -dijo Cal, despacio-. Pero no creo que encuentres muy excitantes las carreras, de todas formas.

Estaba intentando disuadirla, comprendió Cal, porque no quería que conociera a nadie; no quería compartirla con nadie.

Además, todos le conocerían a él en las carreras y no podría evitar que hablaran con Juliet. ¿Y cuánto tardaría ella en descubrir que había sido él el que había hecho aquellas ofertas? Debería habérselo contado mucho antes, comprendió con debilidad.

La verdad era que no había querido estropear las cosas. No le había mentido exactamente a Juliet, pero tampoco le había dicho toda la verdad y sabía que se disgustaría cuando se enterara.

Se lo debería decir esa misma noche, decidió. Pero Juliet siguió con un extraño estado de ánimo distante. No estaba hostil, pero parecía haber levantado una barrera invisible entre ellos que le dejó a Cal con una sensación de frialdad en la boca del estómago. ¿Estaría intentando decirle que ya no lo deseaba más? Casi había esperado que pusiera alguna disculpa para acostarse sola esa noche, pero en cuando los niños estuvieron acostados, se reunió con él en la terraza y le rodeó la cintura con fuerza con sus brazos.

– Vamos a la cama -dijo.

Juliet le hizo el amor con un cierto toque de desesperación y al acabar lloró. Cal la abrazó con fuerza acariciándole el pelo.

– Juliet, hay algo que tengo que contarte.

Pero ella alzó la cara mojada y le puso un dedo en los labios.

– No lo digas -le suplicó-. No hace falta que digas nada.

Juliet pensó que había adivinado que estaba enamorada de él. Apartó los dedos de sus labios y se sentó abrazándose a las rodillas dobladas.

– No hace falta que digas nada -repitió-. Ya sé que esto es algo temporal para los dos.

– Pero Juliet…

– Así que no hace falta explicar nada a nadie. Tú mismo lo dijiste al principio, Cal. Dijiste que era sólo algo físico, y eso es lo que es. Ninguno de los dos queremos involucrarnos en el tipo de relación en que debas contar todos tus secretos, ¿verdad?

– No.

¿Así que eso era sólo para ella?

– No me digas nada -dijo Juliet dándose la vuelta.

Si entraban en una discusión acerca de las emociones, ella se confesaría y no quería hacerlo. Lo único que quería era aferrase al cuerpo de Cal y pensar que por el momento no importaba nada más. Descendió hasta casi rozarle los labios con los suyos.

– No hables de nada, por favor -susurró.


Maggie no había querido ir a las carreras, así que Cal llevó a Juliet y a los tres niños en el aeroplano.

Los vaqueros se habían ido la noche anterior en la furgoneta y estaba claro que pensaban pasar más tiempo en el bar que viendo los caballos.

Parecía haber más aeroplanos que coches aparcados alrededor del circuito polvoriento. Deseó no haber insistido tanto en ir, pero tampoco había encontrado una razón convincente para cambiar de idea. Tendría que enfrentarse a sus vecinos en algún momento y además podría necesitarlos en cuanto Cal se hubiera ido.

Tendrían que hablar en algún momento, pensó Juliet con desmayo. El período de prueba estaba llegando a su fin y Cal empezaría a buscar una tierra mientras ella tendría que aparentar que no le importaba.

La pista consistía en un campo polvoriento tras una cuerda. Había un tenderete de cerveza y Juliet recordó haber ido al Royal Ascot con Hugo. Era como recordar una película que hubiera visto, una vida que pertenecía a otra persona, no a ella.

Los niños estaban todos excitados por el cambio de escenario, pero había algo en la expresión de Cal que inquietó a Juliet. Se sentía avergonzada y fuera de lugar, aunque iba vestida con vaqueros y camisa.

– Iré a buscar unas bebidas -dijo con brusquedad Cal.

Desapareció bajo el tenderete y al sentirse abandonada, se llevó a los niños a ver a los caballos.

– ¿Sabes que Cal ha vuelto? -preguntó una voz lacónica a sus espaldas.

– Sí, lo había oído.

– ¿Y sabías que está trabajando en Wilparilla?

Juliet oyó que el otro hombre lanzaba un silbido de sorpresa.

– ¿En Wilparilla? ¿Y para qué iba a hacer eso? He oído que ha ganado mucho dinero en Brisbane. No necesitaría trabajar para nadie y mucho menos… La voz se interrumpió al acercarse otra pareja y los cuatro se fueron dejando a Juliet intrigada de que a aquel hombre le hubiera extrañado tanto que Cal trabajara en Wilparilla.

Cal vio a Juliet rígida al lado de las cercas en cuanto salió del tenderete. Para alguien que había expresado tanto interés en conocer a los vecinos, parecía bastante distante.

– Será mejor que te presente a algunas personas -dijo después de pasarle los refrescos a los niños.

Sabía que no había sonado muy animado, pero no podía evitarlo. Habría deseado que se hubieran quedado en Wilparilla, donde la podía tener para sí mismo y ahora iba a tener que soportar ver cómo otros hombres la miraban.

Sin embargo, no verían lo que él veía. Sólo él sabía lo cálida y vibrante que era Juliet bajo aquel aspecto tenso. Había florecido durante las pasadas semanas, pero ahora parecía más encerrada en sí misma y más a la defensiva. A Cal le hubiera gustado saber la causa.

Todo el mundo pareció alegrarse mucho de volver a ver a Cal, pensó Juliet cuando un grupo lo rodeó antes de dar dos pasos.

– ¡Cal, cómo me alegro de verte! Sabíamos que no ibas a aguantar mucho tiempo fuera. ¿Qué eso que he oído de que diriges Wilparilla? Me lo acaba de contar Joe, pero no podía creerlo.

– Es verdad -Cal forzó una sonrisa-. Y ésta es mi nueva jefa, Juliet Laing.

Hubo un silencio de asombro y todos los ojos se clavaron en Juliet. ¿A qué venía tanta sorpresa?, se preguntó ella mientras sonreía con debilidad. ¿Es que una mujer no podía contratar a un capataz?

Todos los grupos que se encontraron reaccionaron de la misma manera. Juliet era muy consciente de que todo el mundo la miraba cuando Cal y ella se daban la vuelta y cada vez se sentía más incómoda. Fue un alivio que empezaran las carreras y todo el mundo se pusiera a hablar de otra cosa. Un hombre hacía los comentarios por un megáfono y Juliet se preguntó cómo distinguiría a los caballos entre aquella nube de polvo.

Estaba claro, sin embargo, que las carreras consistían más en beber y cotillear que en ver a los caballos. Después de dos carreras se anunció un descanso y Juliet dirigió una mirada de soslayo a Cal.

Parecía estar disfrutando tan poco como ella, pero quizá lo pasara mejor si no la tenía colgada de él todo el tiempo.

Debía avergonzarse de ella, pensó Juliet con un encogimiento de corazón. Ella no pertenecía allí; era demasiado inglesa, demasiado pulida y además la viuda de Hugo. Probablemente todos lo sentirían por Cal, incapaz de quitarse de encima a la patética de su jefa.

– Vamos niños, vamos a buscar otro refresco -dijo tomando a Andrew y a Kit de la mano.

Natalie había encontrado a otros niños de su edad nada más llegar y estaba jugando tras el tenderete.

– Iré contigo -empezó a decir Cal.

Entonces vio a una atractiva mujer con un vestido azul que se estaba acercando a él con una sonrisa.

– ¡Cal! ¡Cómo me alegro de verte de nuevo! ¿Eres de verdad el capataz de Wilparilla?

Juliet se escabulló antes de darle a Cal la oportunidad de presentarla. No podía soportar aquella incredulidad de nuevo.

Kit y Andrew no estaba acostumbrados a las multitudes y se estaban poniendo muy pesados. Juliet compró refrescos y buscó un sitio donde sentarse a la sombra de la tienda. Allí se estaba más tranquilo.

Desde la distancia pudo ver a Cal que seguía hablando con la mujer de azul. Era evidente que eran viejos amigos. Juliet se preguntó si estaría casada. Parecía tan adecuada para él. Juliet apretó los puños y apartó la vista para distraerse con la conversación a sus espaldas.

– ¿Te lo imaginas de capataz de Wilparilla? Debe odiarlo.

– Ya conoces a Cal. Hará lo que haga falta para conseguir lo que quiere. Y no creo que tarde mucho. La viuda está aguantando más de lo que pensábamos, pero al final tendrá que vender y él podrá recuperar Wilparilla.

– ¿La has visto? Es una mujer muy guapa. Debería casarse con ella y ahorrarse su dinero. No puedo creer que no se le haya ocurrido.

– Quizá ella no lo quiera.

Su amigo lanzó un bufido de incredulidad.

– Él es un buen partido. Por lo que he oído, ganó mucho dinero en Brisbane.

– No creo que eso sea suficiente para Cal. Yo también la he visto y no se parece en nada a Sara. Yo no diría que la señora Laing sea su tipo.

El primero de los hombres estaba diciendo algo que Juliet no pudo entender y su compañero lanzó una carcajada.

– Puede que tengas razón, pero a mí me parece que lo único que le interesa a Cal es recuperar el rancho. Wilparilla significa para él más que ninguna mujer. ¿Quieres otra cerveza?

Así que era aquello. Juliet se sintió enferma y muy débil. Miró hacia Cal, inmerso todavía en la conversación con la mujer de azul.

A Cal le estaba costando concentrarse en la charla. No dejaba de mirar a sus espaldas donde estaba Juliet con los niños a la sombra de la tienda. Cuando volvió a mirar se encontró con los ojos de Juliet. Por su expresión de pena supo al instante que lo había descubierto. Era el momento que llevaba todo el día temiendo y ahora había llegado.

Sin molestarse siquiera en disculparse con su amiga, Cal se fue con rapidez adonde estaba Juliet por miedo de que se alejara de él. Pero ella siguió sentada, derrotada y esperándolo. No tenía adonde ir. Alzó la vista con la cara pálida de la conmoción y la traición. Andrew se levantó y agarró la mano de Cal.

– ¿Podemos ver a los caballos ahora?

Cal ni siquiera le oyó. Estaba mirando a Juliet.

– Intenté decírtelo.

– No lo intentaste mucho -dijo ella sin molestarse en ocultar su amargura.

– Juliet, no es lo que tú piensas -empezó Cal con prisa.