Juliet se apretó a él desbordada por sentir por fin sus brazos. Había tenido tanto miedo de enfrentarse a la vida sin poder abrazarlo nunca… Y ahora allí lo tenía, diciéndola que la amaba y ella era tan feliz que no podía dejar de llorar.

Cal la besó en el pelo.

– Ha sido un infierno estar sin ti. Todos te hemos echado de menos. Natalie estaba desesperada, Maggie no ha dejado de decirme lo tonto que he sido y hasta los hombres preguntaban por ti. Pero nadie te ha echado de menos tanto como yo. Te deseaba todo el tiempo. Te quería aquí conmigo, quería poder tocarte, ver tu sonrisa de nuevo.

Juliet alzó la cabeza y esbozó una débil sonrisa y por fin él la pudo besar con un largo y hambriento beso.

– ¡Oh, Cal, te quiero tanto! -murmuró contra su pecho-. He sido tan desgraciada desde que comprendí que me había enamorado de ti. Ahora me gustaría habértelo dicho, pero no dejaba de recordar el pacto que habíamos hecho. Y el amor no entraba en ese pacto.

– Nos hemos estado engañando a nosotros mismos. Y hablando de pactos, ¿No se ha pasado nuestro período de prueba?

– Sí -dijo Juliet apartándose para poder sonreírle-. Creo que es hora de hacer tu posición permanente, ¿no te parece?

Cal lanzó una carcajada y la atrajo hacia sí.

– Me parece bien, jefa.

– ¿Jefa? Pensé que ibas a comprarme el rancho.

– No todo. Compraré la mitad y así seremos socios iguales. ¡Pero tú siempre serás mi jefa!

– ¿Ah, sí? ¿Quiere eso decir que harás todo lo que yo diga de ahora en adelante?

– ¿No lo he hecho siempre?

Juliet lanzó una carcajada ante su expresión de inocencia.

– ¡Podrías haberme engañado! Creo que me gustaría tener una prueba de que vas a hacer lo que te ordene… Y puedes empezar besándome otra vez.

Cal obedeció y siguió besándola hasta que el sol empezó a ponerse y volvieron a la casa con los niños que los esperaban.


Se casaron seis semanas más tarde bajo tos árboles de caucho que Juliet veía cada tarde desde el porche. Su segunda boda fue muy diferente de la primera, pensó Juliet feliz mientras bajaba los escalones del porche de la mano de Cal.

La otra había sido un gran acontecimiento social con vestido largo de novia y un extravagante bouquet de flores. Esa vez llevaba un vestido largo sin mangas de color marfil de una tela tan fina que se agitaba con la mínima brisa. El único adorno eran las aperturas hasta la rodilla de los laterales, pero por lo demás el vestido era de lo más simple. Juliet no había querido estropear su simpleza poniéndose ningún adorno y la única concesión habían sido unas sandalias doradas. Cal había sacudido la cabeza con asombro cuando se había enterado que habían costado más que el vestido.

Eran poco más de las cinco, y el fiero calor del sol ya había remitido un poco. Deteniéndose al pie de los escalones para ponerse el sombrero de paja, Juliet decidió llevarlo en la mano. Alzó la vista hacia Cal, vestido con una camisa pálida de manga corta y unos pantalones claros de pinzas. Cal había estado buscando una corbata, pero ella lo había vetado. Nunca le había visto con corbata y lo quería tal y como era.

Al ver que lo miraba, Cal sonrió y Juliet sintió la familiar oleada de deseo. Desearía que estuvieran solos para poder ir directamente a la cama, pero Cal había insistido en invitar a todo el vecindario.

– ¿Y si creen que me he casado por tu dinero? -había preguntado ella de repente nerviosa mientras se vestían para la ceremonia.

Cal había deslizado las manos por sus hombros de color miel y se había inclinado para besarla en la nuca.

– Eso mismo me llevo preguntando yo desde que compraste esas sandalias -se burló.

– Aunque también pueden creer que tú te casas conmigo por Wilparilla -le recordó ella.

– Nosotros sabemos que eso no es verdad -dijo Cal dándole un beso en los labios-. ¡Sabes tan bien como yo que me caso contigo por ese arado!

Juliet se había reído y le había devuelto el beso. El arado había sido su regalo de bodas y él le había dado una preciosa yegua para la que ya tenía planes de cría.

Y la noche anterior, cuando se habían ido a la cama, él había deslizado un brillante en su dedo. Brillaba ahora bajo el sol mientras los dos se acercaban a los árboles donde esperaban todos los invitados. Los vaqueros parecían incómodos con sus rígidas camisas nuevas. Maggie llevaba un sencillo vestido estampado y Kit y Andrew unos pantalones cortos con unas camisas que habían sido blancas diez minutos antes. Y Natalie, sin duda la estrella de la fiesta, iba vestida en lo que sólo se podía describir como un pastel de satén rosa. Juliet le había dejado escoger su propio vestido, pero se había arrepentido cuando ella se había fijado al instante en aquel repolludo vestido.

Conteniendo la risa, había mirado a Cal, que sólo había sonreído.

– Eras tú el que decía que necesitaba ser una niña pequeña.

Así que Natalie había conseguido su precioso vestido y ahora estaba orgullosa al lado del celebrante. Desde la distancia sólo se podía ver su sonrisa. A Juliet se le contrajo el corazón de amor por ella cuando Cal recogió a los gemelos y se reunió con ella bajo los árboles.

Querían casarse como una familia, con los tres niños delante de ellos.

Cuando el breve servicio terminó, Juliet, radiante de alegría sonrió a Cal e, incapaz de esperar más, le dio un beso. Los dos seguían sujetando la mano de los niños, pero el breve beso no fue suficiente así que, soltando las pringosas manecitas, Cal la tomó en sus brazos para besarla bien.

Kit y Andrew aprovecharon la oportunidad para salir jugando, pero Juliet ya se había olvidado de ellos. No existía nada excepto la pura felicidad de estar en los brazos de Cal y saber que tenían una vida entera por delante. Cal también se había olvidado de la audiencia hasta que Natalie se puso nerviosa y le tiró de la manga.

– ¡Papá! -dijo en voz alta-. ¡Estamos todos esperando!

Todo el mundo se rió y empezaron las felicitaciones cuando Cal soltó a Juliet, un poco sonrojada.

– Deben pensar que es un arado único el que me has regalado -le susurró al oído.

Juliet, Maggie y los niños se habían pasado la semana entera limpiando el antiguo almacén de lana. Hacía muchos años que no había ovejas en Wilparilla, pero el almacén seguía en pie y era el sitio perfecto para la fiesta. Los niños salían y entraban corriendo y el sonido de la música y las risas flotaba en el aire de la noche.

Ya era bien pasada la hora de que los niños estuvieran en la cama y Juliet le rozó el brazo a Cal.

– Creo que es hora de acostar a los gemelos.

– Iré a buscar a Natalie y nos iremos juntos.

Natalie no estaba dispuesta a admitir que estaba cansada, pero Cal la agarró de todas formas y los cinco empezaron a caminar hacia la casa.

En cuanto la excitación quedó atrás, los gemelos empezaron a decaer y cada uno de los recién casados recogió uno en brazos con las cabecitas rubias contra sus hombros.

Caminando entre ellos de la mano de su padre, Natalie seguía hablando de la boda cuando lanzó un enorme bostezo.

– ¡Hora de irse también a la cama, jovencita!

– ¡Oh, papá! No quiero irme a la cama todavía. Llevo siglos esperando la boda y si me acuesto, se habrá acabado.

– No se habrá acabado, Natalie -dijo Juliet sonriendo a Cal con toda su alma-. Sólo acaba de empezar.

Kit y Andrew estaban ya medio dormidos cuando los metieron en la cama. Juliet los arropó y los besó con el corazón demasiado lleno para las palabras. En la puerta de al lado, Cal había conseguido convencer a Natalie, que hacía un esfuerzo por mantener los ojos abiertos cuando Juliet le fue a dar un beso. Apretó mucho los brazos alrededor del cuello de Juliet cuando la abrazó.

– Ha sido una bonita boda, ¿verdad?

A Juliet le afloraron las lágrimas a los ojos y la besó de nuevo.

– Ha sido la mejor.

Cal estaba esperando en la puerta. Tomando a Juliet de la mano, la sacó de la habitación y cerró la puerta tras darle las buenas noches a su hija.

– Supongo que deberíamos volver a la fiesta -dijo con desgana Juliet.

Pero Cal ya estaba tirando de ella hacia su habitación.

– Iremos más tarde. He tenido que esperar toda la tarde para poder decirte lo mucho que te quiero.

La puerta se cerró tras ellos y Juliet se fundió en sus brazos. La fiesta, los invitados, todo quedó olvidado en cuanto se besaron. Y después de un rato, fue Juliet la que estiró la mano tras la espada de Cal y cerró el pestillo.

Jessica Hart

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