– ¡De acuerdo, de acuerdo! Ya lo ha dejado claro. ¿Puedo suponer que sabe hacer todo eso? -preguntó con cierto sarcasmo mirándolo a los ojos.
– Lo descubrirá en los próximos tres meses, ¿no cree?
Los ojos azules de Juliet destellaron peligrosamente y alzó la barbilla al mirarlo con enfado.
– No ha hecho absolutamente ningún esfuerzo por cooperar desde que ha llegado. En vez de eso, ha dejado muy claro que no sé nada de dirigir un rancho. Cal abrió la boca, pero ella no le dio la oportunidad de hablar-. Bueno, puede que sea verdad, pero una cosa sí sé y que es que no estoy dispuesta a pagar un buen sueldo a alguien que me vaya a tratar como si fuera estúpida. Soy una mujer inteligente intentando superar una situación extremadamente difícil. Quiero un capataz que sepa levantar este rancho, dirigirlo con eficacia y tomarse su tiempo en explicarme lo que está haciendo y porqué, para con el tiempo aprender a dirigirlo yo misma. El último capataz no quiso molestarse en hacerlo. Cometió el error de pensar que mi opinión no contaba y lo despedí.
Clavó la mirada en Cal y éste se enfadó consigo mismo por fijarse en cómo la furia le hacía aletear las fosas nasales y cómo en sus ojos había desaparecido la mirada de debilidad dejándolos muy vívidos. Con aquella pose, tenía una fuerza que era más atractiva de lo que él había imaginado.
– Y lo despediré a usted -estaba diciendo-, en el momento en que olvide quién es el jefe aquí. Esta es mi propiedad y estoy dispuesta a pagar a quien me ayude, pero desde luego no voy a pagar para me manden.
La expresión de los ojos grises de Cal era difícil de interpretar y no sabía si se sentía intimidado o avergonzado por su arrebato. Aunque era difícil imaginar que un hombre como Cal pudiera sentirse intimidado por nada.
– Sólo quería dejar claro cuál es mi postura. Es mejor aclarar las cosas desde el principio.
– Lo único que me ha quedado claro es que necesita un capataz, un trabajador que haga milagros, un esclavo y un profesor, todo en el mismo paquete -dijo él con sorna- Ya he visto en el camino la cantidad de trabajo que hace falta. Si voy a llevar esta propiedad de forma adecuada, no tendré tiempo de explicarle todo.
– No estoy pidiendo un recuento minuto a minuto. Tampoco yo tendré demasiado tiempo con dos niños a los que cuidar. Pero quiero saber lo que está pasando y quiero aprender lo que pueda.
– ¿Y cuándo lo haya aprendido?
– Entonces se quedará sin trabajo -dijo ella con una mirada directa-. Pero no soy tonta. Sé que eso tardará, así que el trabajo está asegurado para una buena temporada, si eso es lo que le preocupa.
No era la seguridad lo que le preocupaba a Cal, era comprender que Juliet Laing iba a ser más complicada de lo que había imaginado. Había esperado encontrar a una viuda mimada e impotente, lista para ser convencida de que su única opción era volver a Inglaterra, pero cuanto más miraba a Juliet, menos fácil le parecía lograrlo. Había una mueca de firmeza en su preciosa boca, un gesto de obstinación en su barbilla y una fijeza en su mirada que eran casi inquietantes.
Bueno, él tenía fama de domar caballos salvajes. Al menos estaba allí, en la mejor posición para intentarlo, pero sería mejor no enfrentarse demasiado con ella a esas alturas. Podría despedirlo como al anterior y el siguiente capataz que llegara podía intentar aprovechar las ventajas de la situación. Una mujer sola y atractiva con medio millón de acres de tierra era un plato muy goloso.
Cal apretó los labios al pensarlo. Nunca recuperaría Wilparilla si pasaba eso. No, tendría que apretar los dientes y aceptar las órdenes de Juliet por el momento, pero se aseguraría de que entendiera lo inútil que era el intento y con un poco de suerte, pronto se habría ido.
– De acuerdo -dijo por fin-. Siempre que no pretenda que le dé un informe detallado por triplicado cada día, le haré saber lo que se está haciendo.
¡Cualquiera pensaría que la estaba haciendo un favor! Juliet contuvo un suspiro porque sabía que era lo máximo que podría conseguir de él.
– De acuerdo.
– Entonces, ¿he pasado la entrevista?
Juliet se puso rígida ante la sorna. Le hubiera gustado mandarlo de vuelta a Brisbane, pero tardaría semanas en conseguir otro capataz y Cal lo sabía. Y aunque no le gustara su actitud, parecía un hombre capaz y competente. Ahora tendría que demostrarlo.
– Ha pasado la entrevista, sí -dijo con una mirada fría-. Veremos como salen las cosas los próximos tres meses. No hace falta decir que el período de prueba es para los dos. Si no le gusta trabajar para mí, es libre de irse cuando quiera.
Así que no creía que duraría. Cal sonrió para sus adentros, agarró su sombrero y se levantó. Juliet podría ser más dura de lo que había creído, pero ya verían quién abandonaba Wilparilla antes.
– Como quiera… jefa.
– Ahora que hemos acabado con las formalidades, ¿le apetece una cerveza?
Él se caló el sombrero.
– Creo que será mejor que nos instalemos primero.
– ¿Nos?
Juliet pensó que se habría traído a su perro con él. Cal hizo un gesto hacia el todo terreno aparcado a la sombra de un enorme árbol de caucho.
– Mi hija está conmigo.
– ¿Su hija? ¡No me dijo nada de traer a una hija!
– No veo la diferencia para usted -contestó Cal imperturbable-. Hizo un gesto hacia el horizonte. No es como si no tuviera espacio.
– Pero… ¿cuántos años tiene?
– Nueve.
– ¡No puede traer a una niña de nueve años a un sitio como éste! ¿Qué pasa con su madre?
– Mi mujer murió hace seis años.
– Lo siento mucho, pero no me parece un arreglo muy apropiado. ¿No estaría mejor en Brisbane?
– No. Natalie se queda conmigo.
Juliet se reprimió de comentar que en ese caso, habría sido mejor que él también se hubiera quedado en Brisbane.
– ¿Y qué piensa hacer con ella mientras esté trabajando durante el día?
– Ha dicho que es un período de prueba. Al principio puede venir conmigo y si sale bien, buscaré un ama de llaves para que la cuide mientras hace sus deberes. Natalie es una niña sensata y sabe lo que es la vida en un rancho.
– ¿Y se supone que tengo que acomodar a toda esa gente de más?
Si los rumores eran correctos, había suficientes habitaciones en la vivienda para tres veces esa gente, pero Cal no tenía intención de quedarse con ella.
– Hay una casa para el capataz en perfectas condiciones, o eso me dijo Pete Robins.
– Hay una casa que usaban los capataces en el pasado, pero no está en condiciones para una niña y dudo mucho que consiga un ama de llaves por los alrededores.
Cal frunció el ceño.
– ¿Qué quiere decir? No me mencionó ningún problema acerca de la casa por teléfono.
– Eso era cuando pensaba que venía solo. No he tenido tiempo de ir a limpiarla y no pensaba que le importara dormir en los barracones de los hombres hasta entonces, pero no puede llevar a una niña pequeña ahí. Vaya y véalo por sí mismo si no me cree.
– Lo haré -dijo él sombrío.
Nunca se le había ocurrido que pudiera haber ningún problema con la casa del capataz. Era pequeña, de sólo dos habitaciones, no a lo que Natalie estaba acostumbrada desde luego, pero sólo iba a ser una medida temporal hasta que Juliet le vendiera la propiedad. ¿Y ahora qué iba a hacer?
– Será mejor que traiga a… Natalie, ¿verdad?, aquí a la casa. Podrá quedarse conmigo mientras va a ver la casa.
Cal vaciló antes de asentir.
– De acuerdo.
Natalie tenía pelo corto, moreno y rizado, ojos castaños y una cara tímida y solemne. Juliet le sonrió.
– Hola, Natalie. Bienvenida a Wilparilla.
Natalie murmuró un tímido saludo y Juliet se la llevó para que conociera a los gemelos.
– El gordito de la izquierda es Kit y el más gordito a su lado Andrew. Tienen casi tres años.
– ¿Y cómo los distingues? -susurró Natalie con los ojos muy abiertos.
– Yo siempre sé quién es cada uno, pero es difícil para los demás. Suelo ponerles ropa diferente para facilitarlo. Kit tiene la camiseta azul y Andrew la amarilla -bajó la vista hacia Natalie-. ¿Quieres tomar un refresco mientras tu papá mira la casa? Kit se levantó al oírlo.
– Mami, mi también quiere refresco.
– Por favor, ¿puedo tomar un refresco? -le corrigió Juliet de forma automática.
Kit lo repitió obediente y Natalie se rió tras ella mientras Juliet suspiraba.
– Vamos, Andrew, tú también puedes tomar un refresco.
Se dio la vuelta para indicarle a Cal donde estaba la casa del capataz, pero éste ya se dirigía hacia allí, así que condujo a los tres niños al interior encogiéndose de hombros.
Natalie había perdido por completo su timidez con los gemelos para cuando regresó Cal. Estaba sentada a la mesa de la cocina enseñándoles cómo hacer burbujas con la bebida mientras Juliet los contemplaba con indulgencia apoyada contra el fregadero. Cuando apareció, la sobresaltó y dio un respingo. Cal tenía los labios blancos del enfado.
– La casa está asquerosa -dijo con furia y si rodeos-. ¡Yo no le pediría ni a un cerdo que viviera allí! ¿Cómo se ha permitido que acabe en tal estado?
– Yo nunca la pisé hasta la semana pasada -Juliet se puso al instante a la defensiva-. Hugo, mi marido, era el que trataba siempre con los hombres.
Y no es que hubiera sabido tratar mucho, recordó con amargura. Y cuando lo había hecho había sido para sobrecargar las espaldas de los hombres hasta que todos los buenos se habían ido y los que habían quedado no se interesaban en absoluto por el rancho.
– Lo siento -dijo con impotencia, avergonzada, pero también cansada de disculparse por los errores de Hugo-. Eso era lo que intentaba decirle antes. Mire, creo que lo mejor que puede hacer es quedarse también en la casa. Hay muchas habitaciones de sobra.
Cal vaciló, deslizándose los dedos por el pelo con gesto de frustración. Lo único que no deseaba era tener que agradecer nada a aquella mujer y preferiría dormir bajo las estrellas con un saco, pero Natalie no podía hacerlo. No le quedaba otra elección, comprendió disgustado.
– Gracias -dijo con evidente desgana-. Será sólo hasta que podamos arreglar la casa. Nos iremos en cuanto podamos.
Capítulo 2
– HAY cerveza en el frigorífico, si le apetece una -dijo Juliet vacilante cuando Cal terminó de descargar el equipaje.
La invitación era poco graciosa, pero él tampoco se había mostrado particularmente gracioso acerca de quedarse en la vivienda. ¿Se le habría ocurrido que quizá ella estuviera tan poco encantada como él de compartir su casa?
Asintiendo con gesto de agradecimiento, Cal se acercó a la nevera, sacó una botella y la abrió. Juliet, que estaba pelando verduras para la cena de los niños, intentó no mirarlo, pero los ojos se le iban de vez en cuando hacia donde él estaba apoyado sobre la encimera.
No se le había ocurrido preguntarle cuántos años tenía, pero debía pasar de los treinta. Tenía la dureza y al solidez de la madurez, pero su cara contenía una expresión tan resguardada que hacía muy difícil estar segura de nada con respecto a él. No podía ser más diferente de Hugo, pensó Juliet. Hugo había sido volátil, pasando de estar encantador a una repentina rabia a la velocidad del rayo. Cal, al contrario, parecía frío y contenido. Era imposible imaginarlo gritando o agitando los brazos. Hasta la forma en que estaba allí bebiendo la cerveza, sugería economía de movimientos, una especie de competencia controlada que era tranquilizadora y a la vez inquietante.
Su presencia parecía llenar la cocina y Juliet se sintió de repente muy consciente de él como hombre: de los músculos de su garganta, de los morenos dedos largo alrededor de la botella, del polvo de sus botas y de las arrugas alrededor de los ojos más la tranquila fuerza de su firme cuerpo. No podía apartar los ojos de él. Era como si no hubiera visto a un hombre antes; nunca se había sentido atrapada por la masculinidad de un cuerpo hasta ese mismo momento.
Cal no se dio cuenta de su mirada al principio. La cerveza estaba muy fría y para Cal, ardiente, frustrado y cansado después del largo viaje, era la mejor cerveza que había tomado en su vida. Bajó la botella para darle las gracias a Juliet de forma adecuada y se encontró con que lo estaba mirando de aquella forma y cuando sus ojos se prendieron, sintió una extraña carga en el aire entre ellos y un inesperado cosquilleo en la base de la columna.
Juliet también lo sintió. Abrió los ojos y notó un leve sonrojo en las mejillas antes de darse la vuelta y concentrarse con intensidad en la patata que estaba pelando.
Extrañamente conmovido por aquel intercambio de miradas, Cal bajó de la encimera y con el ceño fruncido se llevó la cerveza a la mesa donde Natalie jugaba con los gemelos. Ella era normalmente una niña muy callada y tímida que se llevaba mejor con los animales que con la gente, pero parecía haber adoptado a los gemelos al instante y tenía una cara tan animada como no le había visto en años.
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