No, ella había contratado a Cal para que dirigiera el rancho, no como una conveniente diversión para las solitarias tardes.
– ¿Perdona? -volvió a la realidad al notar que la niña le había dicho algo.
– Que la tetera está hirviendo -dijo Natalie asombrada por la distracción de Juliet.
Mientras tomaba su té, Juliet se preguntó si Natalie estaría disgustada porque su padre la hubiera abandonado todo el día, pero la niña parecía feliz de quedarse con ella y con los gemelos.
Y ella tenía que admitir que era agradable tener a alguien con quien hablar. Sólo desearía que su padre fuera tan abierto y amistoso como la hija.
Por la tarde, cuando el calor del día empezó a remitir, Juliet se llevó a Natalie y a los gemelos al corral para ver a los caballos esperando su turno para que los sacaran a correr.
A Natalie le brillaron los ojos al asomarse por la barandilla.
– Papá me ha prometido que me comprará un caballo para mí sola -dijo con orgullo.
Juliet palmeó el cuello de una yegua que se acercó en busca de un bocado.
– A mí me gustaría comprar un par de ponies a los gemelos, pero el problema es que no puedo enseñar a uno y vigilar al otro al mismo tiempo.
– Papá podría ayudarte -se ofreció Natalie.
Juliet esbozó una leve sonrisa.
– Creo que tu papá ya tiene demasiadas cosas que hacer.
– Desde luego que las tiene -se oyó la voz masculina a sus espaldas.
Juliet dio un respingo. ¡Aquel hombre se movía como un gato!
– ¿De dónde ha salido? -preguntó con el corazón desbocado.
– De los pastos -contestó él con un deje de impaciencia.
¿Qué importaba de donde viniera? No era culpa suya que ella no tuviera nada mejor que hacer que pasarse la tarde apoyada contra la barandilla y que estuviera tan ocupada en parecer tan elegante con aquellos pantalones caqui y camisa de color crema como para no sentir su llegada.
Cal se volvió hacia su hija.
– Natalie, ¿por qué no te llevas a los gemelos para que yo pueda hablar con la señora Laing?
– Yo la llamo Juliet -dijo la niña mientras saltaba de la madera.
Juliet estaba indignada por la forma en que Cal mandaba sobre sus hijos, pero no quería empezar a discutir delante de los niños.
– Sí, ¿te importaría darles un refresco, Natalie? Quiero hablar con tu padre.
Contempló cómo la niña se alejaba con los dos niños uno de cada mano antes de darse la vuelta hacia Cal.
– Agradecería que me dejara decidir cuándo y dónde quiero hablar. Ha venido a dirigir este rancho y nada más. ¡Mis hijos son asunto mío!
– No podré conseguir que se hagan las cosas si dedico mi tiempo a concertar citas para hablar con usted.
– ¡No estoy pidiendo que concierte citas! Pero no me gusta la forma en que va dando órdenes.
Cal lanzó un suspiro de exasperación.
– Solamente sugería que Natalie echara un vistazo a los niños mientras hablamos. Tengo cosas importantes que contarle y quiero que se concentre. Si tiene que estar vigilando a los niños, no podrá hacerlo.
– ¿Y no podría esperar hasta que estén acostados?
– No. Tiene serios problemas aquí, más serios de lo que cree y que me ahorquen si voy a estar esperando para presentarlos cuando esté usted vestida y perfumada para la noche.
– ¿Cuál es exactamente el problema? -preguntó ella con tono incisivo.
– Todo. Necesitaría el aeroplano para hacerme una idea de cómo están las tierras más lejanas, pero por lo que he visto hoy, ya hay suficientes problemas en los pastos cercanos. Las vallas están caídas, los puntos de agua hechos encenagados, las tuberías rotas, el ganado se está haciendo salvaje y la mayoría de las reses no han sido siquiera marcadas… ¡Todo el rancho se está desmoronando!
Cuando pensaba en los años en que se había deslomado trabajando para conseguir un ganado de primera y convertir a Wilparilla en un rancho modelo, Cal deseaba dar un puñetazo a alguien. Se había sentido ansioso e irritable antes de salir por un inquietante sentido de culpabilidad por haber besado a Juliet y para cuando había comprendido el abandono en que se encontraba la tierra que era para él su hogar, se había convencido de que la odiaba.
Y ahora la tenía delante con cara consternada como sino supiera ya lo mal que estaban las cosas. Cal deseaba hacerle daño, hacerle comprender lo que ella y su marido habían hecho con Wilparilla. Siguió enumerando los problemas que había que solucionar, las reparaciones que había que hacer y lo imposible que era conseguirlo antes de terminar la estación mientras Juliet parecía hundirse bajo el peso de las dificultades a las que debía enfrentarse. De forma perversa, su cara conmocionada sólo conseguía enfurecerlo más.
– ¡Y nada de eso se arreglará sólo porque no quiera escucharlo! ¿Está tan ansiosa por ser la jefa? ¡Eso significa aceptar las responsabilidades de este desastre! Debería estar avergonzada de sí misma por haber dejado arruinarse esta buena tierra. Wilparilla podría estar dando beneficios, pero usted lo ha dejado arruinar.
– No está tan mal -susurró Juliet.
Sabía que lo estaba por supuesto, pero no había querido aceptar lo cerca que había estado de perder Wilparilla para los niños.
– ¿Que no está tan mal? -gritó Cal con amarga frustración-. ¡Ya veo que no quiere aceptarlo! Eso significaría tener que enfrentarse a la realidad en vez de preocuparse de lo que se pondrá cada tarde. ¡Lo único que le importa es demostrar a todo el mundo que es la jefa!
– ¿Cómo se atreve?
Demasiado cansada como para poder cargar con un sólo problema más, cuanto menos con la interminable lista que Cal le había soltado, Juliet había estado a punto de ponerse a llorar de desesperación, pero su acusación era tan injusta que de repente se sintió furiosa.
– ¿Ha intentado usted alguna vez cuidar a dos niños de menos de tres años? ¡Por supuesto que no! Si lo ha hecho, sabrá que tiene usted más oportunidades de sentarse un rato durante el día que yo y si tuviera la oportunidad, tendría que dedicarla a organizar el desastre de papeles de la oficina, a cultivar suficientes verduras como para ser autosuficientes, a encargar la comida o pagar sueldos a unos hombres que no trabajan y eso antes de empezar siquiera a pensar en cocinar, limpiar o lavar la ropa. Y por si se le ha olvidado, no sólo tengo a mis hijos que cuidar, sino también a la suya. Usted simplemente ha llegado y me la ha soltado.
– Ella se las arregla sola -empezó Cal.
– ¡Ella sólo tiene nueve años! Necesita comida, bebida y atención igual que cualquier otro niño y eso es lo que yo le he dado. ¿O se supone que iba a ignorarla y correr tras usted todo el día para sentirme culpable?
Cal tenía los puños apretados de rabia y la mandíbula le temblaba.
– No, pero…
– ¡Pero nada! Es evidente que usted tiene prioridades diferentes, pero yo pongo a los niños primero. Tengo que cuidarlos a ellos antes de poder atender al rancho. Ya sé que hay serios problemas y también sé que la única forma de solucionarlos es contratar a un capataz competente. ¡Que es para lo que está usted aquí! -le recordó con tono glacial-. Si lo pudiera hacer yo misma, lo haría, pero no puedo, así que le estoy pagando para que solucione el problema. No le estoy pagando para que me critique. ¡Y no se atreva nunca, nunca a hablarme así! Si no puede hacer el trabajo, será mejor que lo diga y buscaré a otra persona que pueda hacerlo. ¡Y me puedo pasar muy bien sin que usted me insulte o me grite!
Y con esas palabras, se dio la vuelta para caminar hacia la casa dejando a Cal apoyado contra la barandilla cargado de furia y frustración. ¡Maldita mujer! ¡Le estaría bien tener que solucionar aquel desastre ella sola! ¡Estaría arruinada en pocas semanas!
Por un momento contempló la idea de decirle a Juliet lo que podía hacer con su trabajo, pero sabía que no podía arriesgarse.
A Cal le hubiera gustado saber cuánto dinero le quedaba a Juliet. El estado del rancho sugería que no mucho, pero también podría significar que su marido no había estado preparado para invertir el dinero en mejora y mantenimiento. Había oído que los Laing tenían intereses en muchas propiedades por todo el mundo, así que Juliet podía sólo tener que llamar a sus abogados si se quedaba corta de dinero. E incluso si el dinero fuera un problema y llegara a la bancarrota, estarían involucrados los bancos en el asunto y el proceso podría tardar meses, si no años, antes de que él pudiera volver a comprar Wilparilla.
No, tendría que aguantarse, decidió a regañadientes. Iba a quedarse y cumplir, pero que le ahorcaran si pensaba salvar el rancho para ella. Podría hacer lo mínimo incluso aunque eso significara ver a Wilparilla degenerar más, hasta que ella se viera obligada a admitir que no podía mantenerlo más tiempo.
No tardaría mucho, se juró.
Juliet todavía seguía rígida de rabia. De alguna manera, había conseguido dar de comer a los niños, pero sólo ella sabía lo que le había costado seguir sonriendo y actuar con normalidad mientras que por dentro estaba gritando de rabia y frustración.
Cal no tenía por qué haber sido tan brutal en hacerle comprender lo desesperada que era la situación. Los hechos descarnados eran suficientes como para aterrorizarla. La idea de perder Wilparilla era una carga insoportable. No cedería, no cedería… pero, ¿qué iba a hacer?
Al menos cuando los niños estuvieron acostados, pudo dejar de sonreír. Hicieron la cena en un silencio glacial. En cuanto terminó, Cal se disculpó y Juliet se quedó a fregar los platos sola. Incluso la repetición del beso de la noche anterior hubiera sido mejor que quedarse a solas con sus pensamientos, pensó de pie ante al fregadero como una zombi.
A veces le parecía que había pasado los últimos años sorteando un obstáculo tras otro, cada uno más grande que el anterior. Entonces Hugo había muerto y ella había pensado que podría recuperar el control de su vida. Había tomado la decisión de despedir al otro capataz y contratar a Cal y eso sólo le había cambiado un problema por otro.
Juliet hubiera aguantado la actitud de Cal, pero la escala de los problemas que le había enumerado la había aterrorizado. No sabía por donde empezar a resolver el problema; lo único que sabía era que si no lo hacía, los gemelos perderían lo único que Hugo les había dado en su vida. De alguna manera tendría que buscar la forma de conseguir dinero para cubrir las reparaciones más prioritarias, pero…
Juliet se interrumpió cuando el plato que tenía entre las manos resbaló y cayó al suelo. Se quedó mirando los añicos con el labio inferior tembloroso. Era como la gota que colmaba el vaso y estaba inmersa en tal carga de frustración y desesperación que hasta la simple tarea de recogerlo se le hizo imposible.
Por fin barrió los trozos, pero le costó un gran esfuerzo no romper a llorar. Tenía las manos temblorosas cuando vació el recogedor en la basura. Dejó que los platos se secaran solos, y se arrastró por el pasillo para desplomarse en la cama, donde cayó como una piedra.
El sonido del llanto sacó a Juliet de las profundidades del sueño en mitad de la noche. “Es uno de los gemelos”, insistía su cerebro. “Sal de la cama”, le ordenó. Pero su cuerpo se negaba a obedecer. Estaba pegada a la cama como si la hubiera atado bajo una losa. Le costó un esfuerzo inmenso conseguir siquiera abrir los ojos, pero de alguna manera consiguió poner los pies en el suelo.
Para cuando llegó a la puerta de al lado, los dos gemelos estaban llorando ya con toda su alma. Todavía desorientada, Juliet se apoyó contra el marco de la puerta sin saber qué hacer primero. Al final tuvo que llevar a Kit a la cama de Andrew y abrazar a los dos. Intentó calmarlos, pero los niños parecieron sentir que estaba al borde del agotamiento y la desesperación y redoblaron el llanto.
Al final del pasillo, Cal escuchó el llanto. Que se las arreglara Juliet, pensó. La maldita mujer sólo resentiría su interferencia si intentaba ayudar. En cualquier caso, no era culpa suya si ella no podía cumplir con sus responsabilidades. Nadie le había impedido volver a su país.
Se volvió de medio lado encogiendo el hombro con irritación, pero los gritos se hicieron cada vez más intensos hasta que no pudo soportarlo más. La siguiente que se despertaría sería Natalie. Exasperado, Cal se puso unos pantalones cortos y salió al pasillo.
La luz del corredor iluminaba la habitación y pudo ver a Juliet con un camisón de algodón blanco y expresión de desesperación. Sin decir una sola palabra, Cal se inclinó y le quitó a Andrew de los brazos. Paseó por la habitación acunándolo como si fuera un bebé pequeño calmándolo con la seguridad de su abrazo y la regularidad de los latidos de su corazón. Andrew tenía la cabeza enterrada en su hombro y en cuanto el llanto empezó a ceder, Cal alzó la vista para ver que Juliet también había conseguido calmar a Kit. Lo tenía en su regazo hasta que los gritos se convirtieron en sollozos, hipos y por fin remitieron.
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