– ¿Qué ha pasado?
– No lo sé -contestó ella con voz cargada de agotamiento-. Una pesadilla, quizá. Uno de ellos se despertó llorando y no llegué lo bastante aprisa como para que no despertara a su hermano asustándolo.
Cal miró a Andrew.
– Creo que ya se ha dormido.
– Sí.
Juliet levantó a Kit de su regazo y lo acostó. Entonces recogió a Andrew e hizo lo mismo. Murmuró algo mientras se inclinaba para besarlo.
– Ya puedes dejarlos -susurró Cal de pie a sus espaldas.
Juliet lo siguió al pasillo como un autómata y se quedó parpadeando bajo la luz.
– Lo siento -dijo sin mirarlo-. No pude evitar que lloraran. Lo intenté, pero no paraban y yo no podía… no podía…
Para horror suyo escuchó como desde la distancia cómo se le quebraba la voz. Intentó salir aprisa para su habitación, pero Cal la asió por el brazo.
– Vamos -dijo llevándola hasta la terraza y sentándola en una silla-. Te prepararé un poco de té.
A Juliet le temblaban los labios de forma incontrolable mientras se tapaba la cara con las manos. La inesperada ternura de su voz era más de lo que podía soportar. Si hubiera sido brusco, ella podría haberse controlado, pero de esa manera, se había derrumbado y estaba llorando de una forma que nunca se había permitido en su vida.
Cal vaciló. Parecía tan agitada que deseó tomarla en sus brazos y consolarla como había hecho con el gemelo, pero ella no era una niña, era una mujer y no creía que fuera buena idea.
Ni tampoco le gustaría a Juliet. Ella era su jefa, como no dejaba de recordarle y los empleados no sentaban a sus jefes en el regazo y los abrazaban mientras lloraban.
Cal se dio la vuelta y se fue a preparar el té.
– Aquí está -dijo al volver y ponerle una taza entre las manos-. Te hará sentirte mejor.
Juliet agarró la taza con una mano e intentó secarse las mejillas.
– Lo siento. No sé por qué estoy llorando así.
– ¿No?
Ella dio un sorbo al té. Estaba caliente y dulce y era calmante.
– Supongo que estoy demasiado agotada -admitió después de un largo suspiro-. Todo ha ido mal y he intentado sobrellevarlo, pero nunca parece solucionarse nada y esta noche ni siquiera he podido evitar que mis hijos lloraran -puso una mueca ante su propia impotencia-. Si no hubieras aparecido, probablemente seguiríamos allí.
Alzó la vista y miró a Cal que estaba mirado a las estrellas con los codos apoyados en las rodillas y la taza entre las manos.
– Gracias por tu ayuda -dijo con timidez-. No sabía que se te daban tan bien los niños pequeños.
Él la miró entonces una vez y apartó la mirada.
– Sara murió cuando Natalie tenía tres años. Sé lo que es tener que arreglártelas por ti solo.
– Sí, supongo que sí.
Pero Juliet no se lo podía imaginar rompiendo a llorar como un histérico, sintiéndose solo o asustado o sobrepasado por el pánico. Parecía tan sólido, tan firme, tan capaz… Pero quizá eso fuera injusto. ¿Cómo podía saber ella lo que había sentido cuando había muerto su mujer?
Permanecieron en silencio durante un rato. Juliet se frotaba la mejilla con aire ausente. Aquel horrible sentimiento de histeria se había evaporado y se sentía extrañamente calmada allí con Cal escuchando los sonidos de la noche.
– Siento la discusión de esta tarde -dijo por fin.
– Yo también lo siento. No debía haberte hablado de esa manera.
– Tenías razón en estar enfadado. Sé que tengo que hacer algo para salvar Wilparilla, pero no sé por dónde empezar -tragó saliva apesadumbrada-. Hugo perdió interés en el rancho hace mucho tiempo. Ni siquiera había terminado de construir la casa cuando se aburrió de la idea de los turistas y empezó a pasar mucho tiempo en Sydney de nuevo. Cuando volví aquí, todos los hombres que estaban en el rancho cuando lo compramos se habían despedido y mi marido había contratado a un capataz que parecía interesarse menos que él por la tierra. Cuando Hugo murió en un accidente de coche, pensé que al menos podría hacer algo para que las cosas volvieran a funcionar de nuevo, pero el capataz no quiso ayudarme. No me quedó más remedio que aguantarlo durante la estación húmeda con la esperanza de que empezáramos con mejor pie, pero él no dejaba de insistir en que debía vender.
– ¿Y por qué no lo hiciste? Ya es bastante duro criar solo a dos niños pequeños como para tener que preocuparse por dirigir una propiedad como esta.
– Wilparilla es todo lo que tienen Andrew y Kit -dijo Juliet con la vista clavada en los árboles del horizonte-. Hugo no estaba interesado en sus hijos. Ni siquiera se molestó en estar a mi lado cuando nacieron. Pero si no hubiera sido por él, no habrían tenido la oportunidad de criarse en un sitio como este. Hugo no hizo nada más por ellos, pero les dejó esto y yo lo guardo en usufructo para ellos.
– ¿Es la única razón por la que no has querido vender?
Era más que suficiente motivo, supuso él, pero la seguridad de una renta debería significar más para los chico en el futuro.
– No -Cal pudo notar el brillo en los enormes ojos de Juliet cuando lo miró-. No quiero vender Wilparilla porque adoro esta tierra. Es curioso, ya lo sé -dijo volviendo a mirar la oscuridad-. Cuando Hugo me dijo que había comprado un rancho de ganado, pensé que estaba de broma. Un día estaba en Londres y al siguiente aquí. Al principio fue horrible. Todo era tan extraño para mí. Odiaba las moscas, el calor, la soledad y el silencio.
– ¿Y qué fue lo que cambió?
Cal pensó que Juliet no contestaría.
– Kit y Andrew lo cambiaron todo -dijo despacio-. Hugo nunca quiso que yo tuviera un bebé. Pensaba que ataban mucho y mi embarazo lo disgustó. No llevábamos casados mucho tiempo y yo todavía tenía la ilusión de que podría cambiarlo. Pero por supuesto, Hugo no quería cambiar. Solía pasar la mayor parte del tiempo en Sydney. Decía que estaba solucionando detalles para la nueva vivienda, pero no lo creo. Mientras tanto, yo estaba aquí con la esperanza de que todo cambiara como por arte de magia en cuanto nacieran mis hijos. Solía pasear a lo largo del arroyo y un día… sentí a uno de los bebés moverse. Sentí… No puedo describir lo que sentí, pero todo cambió para mí entonces. Creo, que de una manera extraña, maduré en ese momento -dijo con seriedad-. Wilparilla sería el hogar de mis hijos y empecé a mirarlo como si ellos también lo pudieran ver. Empecé a escuchar a los pájaros y a oler los arbustos. Empecé a amar la luz, el espacio y el silencio y ahora… ahora no podría soportar abandonarlo.
Cal no dijo nada. No quería enterarse de aquello. Prefería seguir pensando en ella como una extranjera, no como alguien que pudiera amar aquella tierra como él la amaba.
Hubo un largo silencio roto sólo por el zumbido de los insectos.
– Será mejor que durmamos algo -dijo Cal por fin.
Posó la taza en el suelo y se levantó. Hubiera deseado poder seguir enfadado con ella, no haber notado lo finas que eran sus piernas bajo el camisón medio transparente, o cómo la tela moldeaba sus senos.
Juliet asintió. La hamaca era profunda y no era fácil levantarse sin un esfuerzo. Cuando intentó incorporarse, sin pensarlo, Cal le tendió una mano y la ayudó a levantarse.
Sus dedos eran fuertes y cálidos y Juliet sintió el ridículo deseo de apretarlos y no soltarlos. Por primera vez se fijó en que estaba desnudo de la cintura para arriba y en ese mismo momento comprendió lo transparente que era su camisón. Cal estaba de pie muy cerca de ella sin soltarle la mano.
– ¿Bien? -preguntó él.
Ella asintió profundamente agradecida de que la oscuridad ocultara su sonrojo.
– Gracias -murmuró.
Después de una vacilación casi imperceptible, Cal bajó la mano y dio un paso atrás.
– No pienses en ello más por esta noche -dijo casi con aspereza-. Veremos como solucionar algo por la mañana.
Capítulo 4
NO había rastro de Cal a la mañana siguiente. Probablemente estaría evitándola, pensó avergonzada Juliet. ¡Debía pensar que era patética!
Pero si era así, no dio señales de ello cuando entró en la cocina a media mañana. Juliet había estado horneando y tenía la mejilla tiznada de harina. Se sonrojó al verlo y el corazón se le aceleró, dejándola jadeante de una forma ridícula.
– Quería darte las gracias por lo de anoche -dijo con timidez-. Estaba desbordada, pero no pretendía aburrirte con mis problemas en mitad de la noche. Lo siento.
– Me alegro de que me lo contaras. Soy yo el que debería disculparse. No sabía por lo que habías pasado y creo que fui un poco injusto contigo.
Juliet se quitó la harina de las manos.
– No importa. Sólo desearía que los problemas que me contaste ayer desaparecieran con la misma facilidad.
– No van a desaparecer -dijo él con franqueza-. Podemos empezar a solucionar alguno de ellos, sin embargo. He enviado a dos de los hombres a arreglar las tuberías a Okey Bore y los otros están arreglando las vallas, pero creo que nosotros dos deberíamos sentarnos a planificar cómo solucionar los problemas mayores. ¿Dispuesta a hacerlo?
– ¿Ahora mismo?
– Creo que sería lo mejor. Vas a tener que tomar algunas decisiones difíciles y cuanto antes mejor.
– De acuerdo.
Juliet se quitó el mandil y se sentó a la mesa de la cocina mientras Cal extendía algunos papeles delante de ella.
– He hecho una lista de los trabajos más urgentes. Éstos de esta hoja son esenciales, pero no inmediatos y esta tercera es de mejoras para el rancho a largo plazo.
Juliet agarró las hojas y las miró con desmayo. La lista de urgentes era más larga que la de esenciales.
– ¡Nunca conseguiremos hacer todo esto!
– Podemos intentarlo. Depende de cuánto dinero estés dispuesta a invertir en Wilparilla.
Juliet posó la última hoja.
– No tengo nada de dinero -dijo con el ceño fruncido.
– Debes tener algo. No se compran propiedades como ésta sin tener mucho capital por detrás.
– Ya lo sé. Había dinero de sobra cuando vinimos a Australia, pero todo se ha ido.
– ¿Ido? ¿En qué?
Ella se encogió de hombros.
– ¿Quién sabe? Esta casa costó una fortuna, pero era sólo uno más de los caprichos de Hugo. Se despertaba por la mañana con una idea y no le importaba lo que costara. Siempre tenía un plan que iba a cambiarlo todo, pero nunca le duraba lo suficiente la ilusión como para que funcionara.
Sonrió un poco penosamente pensando que era lo mismo que había pasado con su matrimonio.
– Hugo podía ser muy generoso cuando le apetecía. Compraba algo increíblemente caro y lo abandonaba en cuanto se cansaba de ello. Todo le había salido tan fácil. En su vida no tuvo que luchar por nada de lo que deseaba, así que no valoraba lo que tenía. Tendrías que haberlo conocido para entenderlo – prosiguió al ver el gesto de incredulidad en la cara de Cal-. Podía ser cruel e irresponsable, pero nadie podía ser más encantador o mejor compañero cuando le apetecía. Tenía cierto tipo de magnetismo. ¡Y era tal, atractivo! Tenía elegancia también con el punto justo de imprevisibilidad como para hacerlo irresistible. Incluso las mujeres que desaprobaban todo lo que hacía, caían a sus pies.
En otro tiempo, le había dolido mucho pronunciar siquiera su nombre. Ahora podía hablar de él de forma desapasionada, como si fuera el personaje de un libro que hubiera leído.
– Hugo era famoso por no comprometerse nunca a nada. Siempre tenía a tres mujeres bonitas a la cola: una con la que estaba terminando una aventura, otra con la que la estaba empezando y a la vez tenía el ojo puesto en la que sería su tercera aventura.
– ¿Y quién querría estar con una persona así? – dijo Cal antes de pensar.
Pero Juliet esbozó una débil sonrisa. Sabía que Cal nunca podría entender a Hugo. Era como describirle a un marciano.
– Los hombres con reputaciones peligrosas son muy seductores para las mujeres -intentó explicarle aunque sabía que era inútil-. Todos pensábamos en secreto que lo único que Hugo necesitaba era el amor de una mujer adecuada. Y cada mujer que lo conoció, creyó en lo más hondo que ella sería capaz de cambiarlo.
– ¿Y entre todas esas mujeres que querían salvarlo te eligió a ti?
– Ya sé que es difícil de creer. Yo era igual que las demás, me enamoré de él a primera vista. Estaba trabajando en Londres entonces y lo había visto en algunas fiestas, pero principalmente lo conocía por los artículos de las revistas del corazón.
– ¿Cómo lo conociste?
– En un partido de polo. Yo estaba pasando el fin de semana con unos amigos y él resultó ser el amigo de un amigo de ellos. Yo era muy joven entonces. Tenía apenas veintiuno y me enamoré nada más verlo. No me importó su reputación. Realmente creía que había cambiado por mí.
Juliet suspiró medio entristecida por aquella inocencia juvenil.
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