– Adiós, Mike.
Se dirigió a los aseos para lavarse. A1 salir, él seguía allí, esperando. Sin reconocer su presencia, Corrine dio la vuelta para irse.
Marchaba por la mitad del pasillo cuando se dio cuenta de que lo tenía justo detrás. Silencioso. Sombrío. No le prestó atención en todo el trayecto hasta su coche, aun cuando tenía ganas de abrazarlo, de apoyar la cabeza en el hombro de él y olvidar que existía el resto del mundo.
Qué debilidad. La aterraba.
– Ni siquiera pienses en seguirme -se metió en el coche, arrancó e imaginó los siguientes tres días de paz y tranquilidad.
Sin Mike.
Y en el futuro no muy lejano, una vez completada la misión, estaría fuera de su vida durante más de tres días. Desaparecería para siempre.
Las cosas serían fantásticas, ella estaría bien y su vida regresaría a la normalidad. Pero la verdad era que no estaba bien y que nada volvería a ser normal. No sin Mike. Arrancó con la vista al frente.
En su acto más estúpido desde que decoró la casa de su profesor de matemáticas del instituto con papel higiénico después de un examen especialmente difícil, Mike siguió a Corrine:
Le costó mantener su ritmo en la carretera; era un terror para el tráfico, metiéndose a derecha e izquierda. No iba a su apartamento.
Tardaron menos de treinta minutos en llegar a un barrio bonito y apacible, donde había vallas blancas de madera y patios cuidados con flores, monovolúmenes y niños jugando… algo a un mundo de distancia de la infancia militar que él había tenido.
Después de haber pasado los últimos diez años en Rusia, en sus ciudades superpobladas, experimentaba una sacudida cultural.
Corrine bajó del coche, subió corriendo por la entrada de una casa excepcionalmente bonita y abrazó a una pareja mayor. En su rostro por lo general solemne, había una sonrisa deslumbrante.
Y él entendió. Había ido a casa. Era interesante, ya que nunca la había catalogado como una persona familiar. Aunque tampoco se había imaginado a sí mismo persiguiendo a una mujer a la que no conseguía quitarse de la cabeza.
Supuso que lo lograría al conocer a su familia. Eso potenciaría la necesidad de huir. A1 menos contaba con ello.
Aparcó y bajó, inseguro de cuál debía ser su siguiente paso, ni de lo que quería realmente. Quizá que Corrine reconociera que había sido injusta con él en su despacho. O tal vez que le dijera qué diablos tenían, porque se sentiría mejor si de algún modo pudiera etiquetar toda la maldita situación.
Supo el momento exacto en que ella lo percibió; se puso rígida y se dio la vuelta, luego frunció el ceño. Aunque estaba aún lejos, imaginó que gruñía. Se acercó.
– Del trabajo -musitó ella por encima del hombro, evidentemente en respuesta a la pregunta de su madre-. Es mi piloto. No, no lo miréis, quizá se vaya.
– ¡Corrine Anne! -su madre pareció conmocionada y horrorizada-. ¡Ese no es modo de tratar a un invitado.
En ese momento, lo miró directamente a los ojos, con expresión llena de pavor y resignación. Lo mismo que sentía él. «Estamos juntos en esto, cariño», pensó él.
– Hola -dijo el hombre que Mike tomó por padre de Corrine. Extendió la mano-. Donald Atkinson.
– Doctor Donald Atkinson -corrigió Corrine-. Mi padre -señaló a la mujer pequeña de cabello oscuro que tenía al lado, que observaba a Mike detenidamente, llena de curiosidad-. Y esta es mi madre. La doctora Louisa Atkinson -sonrió con dulzura-. Y ahora ya puedes irte.
– Tenemos que hablar, Corrine -iba a requerir delicadeza.
– No lo creo, Mike.
– Sé que estás furiosa conmigo, pero…
– Aquí no. Estoy… ocupada. Ocupada de verdad.
– ¿Por qué no dejas de huir?
– ¿Huir? -se quedó boquiabierta, luego pareció recordar dónde estaba y cerró la boca-. Jamás huyo. Y ahora vete, Mike.
– Claro que no se va a ir, cariño -intervino su madre, adelantándose con una mano extendida-. Si ni siquiera ha entrado todavía.
Él se la tomó de inmediato, creyendo que quería estrechársela, pero se encontró siendo envuelto en un abrazo cálido.
– Bueno -manifestó, completamente contra una madre, cualquier madre. La suya llevaba muerta mucho tiempo, y en su mundo había imperado la ausencia de una influencia maternal. Pero Louisa atravesó todas las barreras y entró en su corazón.
Alzó la vista y captó la mirada de Corrine. Se había quedado quieta y en ese momento lo observaba con expresión diferente, de una forma que él no pudo analizar.
Y la irritación que sentía por tenerlo allí pareció disminuir. Cuando los padres de ella abandonaron el salón para ir a buscar galletas, Mike supo que era para brindarles algo de intimidad.
– Te caen bien -suspiró ella-. No habría podido imaginarte aquí, con una taza de té en la mano, manteniendo una conversación social. Pero aquí estás.
– Yo tampoco te habría imaginado a ti. Y aquí estás.
– Y aquí estamos.
– Sí -alargó el brazo y le tocó la mano con tanto anhelo que le dolió; sin embargo, aún no tenía las palabras-. ¿Y ahora qué, Corrine?
– Depende.
– ¿De qué?
– De por qué has venido. ¿Qué buscas realmente aquí, Mike?
Abrió la boca, pero como no tenía una respuesta clara para eso, o al menos una que entendiera lo suficiente como para explicar, volvió a cerrarla. Extrañamente desilusionada, ella retrocedió.
– ¿Qué querías que dijera? -preguntó él a su vez.
– Ahí está la cuestión -suspiró ella-. Yo tampoco lo sé.
12
No había duda al respecto, la presencia de Mike en el hogar de su familia asustaba a Corrine, la asustaba mucho. Parecía a gusto, cómodo. Confusa, fue a dar un paseo. Insatisfecha, terminó en el jardín de sus padres, donde su padre le mostraba con orgullo las rosas premiadas a Mike.
Los dos se hallaban acuclillados en la tierra, de espaldas a ella. Era una contradicción ver a esos dos hombres tan masculinos contemplando una rosa; y, sin embargo, era una de las cosas que tanto le gustaban en su padre.
No encajaba en ningún tipo. Se quedó quieta ante esa súbita comprensión. Por eso le gustaba también Mike.
Era un astronauta, lo que por definición significaba que debería haber sido arrogante e intrépido. Un aventurero. Y era esas cosas, pero era mucho más. Y observarlo alargar la mano para tocar el capullo de una flor con tanto gozo reflejado en la expresión, con el rostro iluminado, le atenazó el corazón.
Corrine nunca había comprendido el motivo para ser la mitad de una pareja, principalmente porque jamás había querido ser la mitad de nada. Desde luego, jamás había querido que alguien pudiera vetar sus decisiones.
No obstante, sus padres formaban una pareja sólida, y durante años habían logrado sacar adelante las cosas con una facilidad que Corrine siempre había admirado y nunca entendido.
Los dos habían triunfado en sus respectivas carreras, eran tenaces y obstinados, de modo que el éxito de la pareja era un gran misterio.
Un misterio que de pronto necesitaba solucionar.
Esperó hasta la cena, cuando encontró a sus padres en la cocina. Él cortaba verduras y ella se hallaba junto a él y movía la cabeza.
– No cortas en diagonal, querido. Tienes que…
– Creo que sé cómo cortar un tomate, Louisa.
– No, es evidente que no. Tienes que…
– ¿Louisa, cariño? O dejas que lo haga yo o pides la cena por teléfono.
– Eso último me parece una buena idea.
– No te atrevas -Donald sonrió cuando su mujer rio.
– ¿Cómo hacéis eso? -preguntó Corrine desconcertada por la mezcla de temperamento y afecto-. ¿Cómo os peleáis por un tomate y seguís queriéndoos?
– Cuarenta años de práctica -su padre sonrió-. ¿Vas a casarte con Mike y a aprender cómo se consigue?
– ¡No!
– Vaya -su madre suspiró.
– Mamá, yo no lo invité a venir.
– Pero él te siguió -su madre la miró con expresión soñadora-. Te ama.
– ¿Qué?
– Bebe los vientos por ti. Ha perdido la cabeza por ti.
Corrine sintió que palidecía, pero consiguió reír.
– Has estado bebiendo el jerez con el que cocinas.
– No, de verdad… -al sentir el codazo, miró a su marido con ojos centelleantes. Fuera cual fuere la comunicación que compartieron sin palabras, Louisa dejó el tema. Pero logró quitarle el cuchillo de la mano y empujarlo hacia la puerta.
– Sé cuando no soy bien recibido – besó a su mujer en la mejilla antes de irse.
– ¿Por qué discutiste con papá por el cuchillo, mamá? Él solo intentaba ayudar.
– Oh, lo sé.
– Pero lo echaste.
– Echarlo… Oh, cariño -Louisa rio-. Piensas que herí sus sentimientos. Créeme, no es así. Lo que pasa es que él siempre cocina y ya ha trabajado ochenta horas esta semana. El pobre está agotado, pero no quería dejarme todo a mí. Es un pequeño juego que jugamos entre los dos, nada más.
Corrine miró hacia la puerta por la que acababa de marcharse su padre y supo que los misterios de la convivencia se le seguían escapando.
– Un juego -repitió.
– Sí -Louisa dejó el cuchillo y sonrió-. De amor.
Mike asomó la cabeza en la cocina.
– ¿Puedo ayudar en algo? -se acercó a la tabla de cortar y recogió el cuchillo que acababa de soltar la madre de Corrine-. Se me da bien cortar verdura -anunció, siguiendo los cortes diagonales de Louisa.
Esta irradió felicidad.
– Eres un hombre perfecto -1e lanzó una mirada clara a Corrine, señalando la espalda de Mike y esbozando las palabras «Te ama».
Corrine puso los ojos en blanco y se dio la vuelta, pero no duró más de un segundo antes de ladear la cabeza para mirarlo. Era el mismo hombre de siempre. Entonces, ¿por qué lo miraba bajo una luz tan diferente en la casa de sus padres?
– Louisa -Donald apareció en la puerta y agitó una chequera-. Cariño, esto es un desastre. No logro descubrir cuánto dinero tenemos.
– Mira la última cantidad -indicó ella mientras sacaba más ingredientes de la nevera para la ensalada.
– ¿Cuál? Tienes tres.
– Oh -Louisa irguió la espalda, con una lechuga en una mano y una remolacha en la otra-. Bueno, la primera es por si el cheque que perdí pasó por el banco. Si lo perdí antes de rellenarlo, lo cual es posible, no será necesaria. De ahí la segunda cantidad.
– ¿Y la tercera? -Donald suspiró.
– Es lo que tendremos cuando mi ingreso automático llegue mañana.
– Mañana.
– Exacto.
– Pero, ¿qué tenemos hoy?
– Te lo acabo de decir, es una de las dos…
– ¡Olvídalo! -se marchó.
– Perfecto -Louisa sonrió.
– ¿Por qué es perfecto hacer que se enfade? -inquirió Corrine, cada vez más confusa.
– Le acabo de comprar su regalo de cumpleaños -Louisa sonrió-. Y si no estuviera tan enfadado, habría encontrado la entrada de ese cheque. Y sin duda me convencería de que le entregara el regalo antes. Ahora se rendirá y dejará la chequera -rio-. El secreto está bien guardado.
– ¡Louisa! -bramó Donald desde la otra habitación-. ¡me voy a cortar leña!
– Santo cielo -murmuró Louisa-. Quería que el joven tan amable que vive al otro lado de la calle lo hiciera antes de que lo intentara tu padre. El año pasado a punto estuvo de perder los dedos.
Mike dejó el cuchillo.
– Iré a ayudarlo.
– Bendito seas -alabó la madre de Corrine y le dio un breve abrazo.
Corrine observó el placer que se reflejó en la cara de Mike mientras le devolvía el gesto, en esa ocasión con más soltura y facilidad. Se preguntó por qué seguía todavía allí.
– Es un hombre maravilloso -afirmó su madre cuando él se marchó-. Es una pena que escondas tanto tus sentimientos.
Mike reapareció más allá de la ventana de la cocina y se dirigió hacia su padre.
– Es insoportable.
Louisa rio.
– Muy bien, cariño. Si es así como quieres llevar toda la situación. Simplemente dime que no es un hombre aventurero, inteligente y guapo y te creeré.
– No lo había notado.
– Mmm.
– De acuerdo, es aventurero.
– E inteligente.
– Sí.
– Y guapo.
– Mamá, por favor.
– Y guapo -repitió Louisa.
– De acuerdo -accedió Corrine-, y guapo.
– No lo dejes escapar, Corrine. -Se le encogió el corazón.
– Sí, acerca de eso, hay algo que no entiendo -respiró hondo-. Papá y tú. ¿Qué os mantiene unidos? Ya tendríais que haberos matado.
– ¿Por qué? ¿Porque somos dos personas de voluntades y mentes fuertes?
– Bueno… sí.
– Eso no significa que no podamos establecer la paz por cosas tan sencillas como preparar la cena y pagar las facturas.
– Es que parece… -volvió a mirar por la ventana. Observó los músculos de Mike al alzar el hacha por encima de la cabeza y bajarla en un movimiento perfecto que partió en dos un leño. Todas las hormonas de su cuerpo reaccionaron, pero eso era algo físico. ¿Seguiría queriéndolo al cabo de cuarenta años?-. Duro -concluyó-. Parece duro.
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