Louisa pareció sorprendida y enfadada.
– No puedo creer que no te mostráramos algo mejor en todos estos años.
– ¿Me quieres decir que es fácil?
– ¡Claro que no! Pero de todos modos merece la pena esforzarse.
– ¿Te es… esfuerzas? -preguntó dubitativa. Lo que había visto hasta el momento no le había parecido tanto una cuestión de esfuerzo y trabajo como de… buena suerte.
– Santo cielo, cariño -su madre rio-. Creo que me siento insultada porque tengas que preguntarlo. Sí, me esfuerzo mucho. No puedes creer que una relación tan cariñosa surja de forma natural.
– Es así en las novelas románticas – musitó, mirando otra vez a Mike. Este se irguió y se quitó la camisa, que arrojó a un costado antes de volver a alzar el hacha.
Santo cielo. Músculos. Piel que brillaba por el sudor. Adrede se obligó a mirar a otro lado.
– Tonterías -decía Louisa-. Nada tan bueno resulta fácil. Requiere compromiso volvió a empuñar el cuchillo de cortar-, Dar y recibir. Y después de tantos años, se vuelve cada vez mejor.
– ¿Sí? -no supo por qué al oír eso en su interior brotó una tonta esperanza. ¿A ella qué podía importarle que el matrimonio fuera maravilloso? No pensaba probar.
¿O sí? Se dio cuenta de que así era. Estaba planeando exactamente eso. Se llevó una mano a la frente de repente húmeda y se dejó caer en una silla.
– ¿Corrine? Cariño, ¿qué sucede? -se arrodilló y apoyó las manos en las rodillas de su hija-. ¿Te vas a poner mala? ¿Necesitas una palangana?
– Sí, creo que sí -tragó saliva, pero logró emitir una risa histérica cuando su madre se volvió para irse. La aferró de la muñeca y movió la cabeza-. No, no de esa manera. Es el corazón -se frotó el dolor que se había asentado allí desde que conoció a Mike y que ni una sola vez en todos esos meses había desaparecido.
– Oh. ¿Tienes problemas de corazón? ¡No me lo dijiste! Buscaremos una segunda opinión. Tu padre…
– Mamá, es… -respiró hondo-. Es amor. Creo que estoy enamorada de Mike. Acabo de darme cuenta ahora mismo, y eso ha hecho que me sienta así de mal.
– ¡Cariño!
– No te entusiasmes tanto -advirtió al ver la expresión de júbilo de su madre-. Es terrible. De hecho… -se llevó las dos manos al pecho-… quiero estar con él para siempre.
– Oh, pequeña -los ojos de Louisa se humedecieron.
– No te atrevas a llorar.
Su madre se secó una lágrima rebelde.
– No lloraré -se le escapó un sollozo y se llevó una mano a la boca-: De verdad, no lloraré.
– ¡Mamá!
– No puedo evitarlo -exclamó-. Estoy tan encantada por mí. Es lo que siempre he querido en un yerno.
– ¡No! ¡Mike no puede saberlo!
– ¿Qué? ¿Porqué no?
– ¿No lo ves? No puede suceder. No puede. Es una situación imposible, por un millón de razones diferentes.
– Dime una -ordenó su madre.
– Está… bueno…
– ¿Por qué, Corrine? -Louisa enarcó una ceja.
– Sí -convino Mike desde la puerta con expresión inescrutable en la cara-. ¿Por qué?
Sintió un nudo en el estómago. Se preguntó cuánto había oído. Era imposible descubrirlo por su expresión.
– Pen… pensé que estabas cortando leña.
– Y así era. Hasta que tuve la extraña impresión de que aquí sucedía algo mucho más interesante -se apoyó en el marco-. Y no me equivocaba.
– Sí, bueno -Corrine se puso de pie de un salto y comenzó a ocuparse en arreglar una cocina ya ordenada-. Estábamos…
– Hablando de mí -la tomó de los hombros y la obligó a encararlo.
A regañadientes, ella miró en esos ojos oscuros y pensó: «Por favor, que no me haya oído, que no me haya oído». Pero en esos ojos bailaba el conocimiento; tragó saliva.
– Lo has oído todo, ¿verdad? -susurró.
– Cada palabra.
13
Ella lo amaba. Mike no lo había imaginado, jamás se habría atrevido a imaginar esa posibilidad. Pero en ese momento tenía el corazón desbocado y la mente hecha un torbellino. No podía pensar en nada más.
– Repítelo -pidió.
– No.
– ¿Por favor?
Eso la sorprendió, y él comprendió que le había mostrado muy pocas veces su lado gentil, educado y tierno, al menos fuera de la cama. Eso iba a cambiar, porque tenía la intención de hacerla la mujer más feliz del mundo.
– Creo que deberías irte -anunció ella con calma; solo en sus ojos se reflejaba el pánico que sentía.
– No, no fue eso lo que dijiste -ladeó la cabeza y sonrió, aunque estaba tan nervioso que apenas era capaz de respirar-. Vuelve á intentarlo.
– No, quería decir que creo que debes irte. Ahora.
Él miró a Louisa, quien se encogió de hombros con gesto de simpatía.
– Tenéis cosas de las que hablar -indicó-. Voy a daros algo de intimidad.
– No la necesitamos -se apresuró a manifestar Corrine, pero su madre le puso un dedo en los labios.
– Escúchalo, cariño. Por una vez, relájate y escucha.
Se marchó y Corrine se quedó allí con expresión rebelde. Mike sabía que en esos casos siempre plantaba cara. Con pelea o discusión, con calma o agitados, iban a hablar.
– Podemos conseguirlo -musitó-. Podemos lograr que funcione, sin importar cuáles sean nuestros trabajos ni lo diferentes que seamos. ¿Me entiendes? -ella tenía la vista clavada en los zapatos-. Si nos esforzamos, nada podrá detenernos -insistió.
– Se me ocurren muchas cosas que podrían detenernos.
– ¿Como cuáles? -sonrió al ver su miedo-. Sé que asusta -le tomó las manos-. La verdad es que llevo asustado desde el día en que te conocí, y no me había dado cuenta de ello hasta hace unos momentos, cuando dijiste que me amabas -ella emitió un sonido de desdicha y furia y trató de soltarse las manos. No la dejó-. Yo también te amo, Corrine. Siempre te he amado y siempre te amaré.
Ella ni parpadeó.
– ¿Qué has dicho?
– Que yo también te amo -aguardó hasta que Corrine lo asimilo-. Quiero que lo nuestro funcione.
– Funcione.
– Y quiero que sea para siempre. Con un vestido blanco, una furgoneta y niños…
– Niños.
– O no -se encogió de hombros-. Lo que busquemos los dos, eso es lo que de verdad me interesa.
– Interesa.
Mike tuvo que sonreír.
– Pareces un loro. Dime que son buenas noticias. Dime que eras sincera en lo que le dijiste a tu madre. Que sabes que podemos conseguirlo -lo miró fijamente-. Dime algo. Cualquier cosa.
– Me amas.
– Sí.
– Quieres casarte.
– Sí. Aguarda, no lo he hecho bien -se apoyó sobre una rodilla y le tomó otra vez la mano-. Corrine -comenzó con el corazón en un puño-. Entraste en mi vida para cambiarla para siempre con tu increíble sonrisa y vehemente pasión. Tú…
– Dios mío. ¿Te estás… declarando?
– Lo intento.
– Entonces será mejor que te des prisa -de su boca escapó una leve risa-. No creo que las piernas me aguanten mucho.
– ¿Mencioné lo mandona que eres?
– Mike…
– Sí -rio-. Me estoy declarando. Te amo, Corrine. Quiero amarte para siempre. ¿Quieres casarte conmigo?
– Si estás atraído por la pasión y una sonrisa, te las ofrezco gustosa. No tienes que casarte por eso.
– Lo sé -tiró de ella hasta que se puso de rodillas delante de él-. Pero quiero casarme contigo.
– Sigo teniendo un rango superior en el trabajo -advirtió.
– No es una broma -sonrió-. De hecho, quiero despertar junto a ti cada mañana durante el resto de mi vida.
– Me has visto a primera hora de la mañana, ¿verdad? -preguntó ella con suspicacia.
– No, no lo he hecho.
– No es una broma.
– No, no lo es. La respuesta es sí o no.
– ¿Cómo puede ser tan fácil? -gritó-. Dios mío, me miras directamente a la cara y me propones ma… ma
– Matrimonio. La palabra es matrimonio.
– Este asunto es improcedente.
Le enmarcó la cara entre las manos y aguardó hasta que los ojos asustados lo miraron.
– ¿Me amas?
– Esto es ridículo.
– ¿Me amas?
– Sí -dijo con sencillez, apoyando las manos en las de él-. Es una locura, pero te amo, Mike.
– Entonces todo lo demás es fácil -por primera vez desde que la conocía sintió que el corazón se le relajaba. Podría haber volado a Marte sin nave-. Sé mi comandante, mi amante, mi mejor amiga, mi esposa. Sé mi vida, Corrine, cásate conmigo.
– Lo haré, Mike. Sí, lo haré.
EPÍLOGO
Un año más tarde
– E1 transbordador espacial ha aterrizado sin incidentes -anunció el presentador-. Gracias al duro y asombroso trabajo de unos pocos, hemos dado un paso en la realización de la Estación Espacial Internacional.
Corrine suspiró de placer, tanto por el éxito de la misión como porque su marido se había situado detrás de ella y le acariciaba el vientre.
– ¿Te gusta?, -murmuró, inclinándose para besarle el cuello.
– Como sea más agradable, me pondré de parto -las manos de él siguieron acariciándole el vientre hinchado de nueve meses hasta que quiso derretirse de felicidad-. Acabo de ver las noticias -le informó-. Han vuelto. El aterrizaje fue perfecto.
– No tanto como nuestro último año.
– Lo sé -suspiró otra vez al recordar el éxito que había tenido su propia misión-. Estoy preparada para volver a subir.
Mike rio y la giró en sus brazos.
– ¿Crees que podrás esperar hasta que des a luz?
– ¿Qué piensas que será de mayor? – preguntó Corrine al sentir una patadita del bebé.
– Será lo que quiera, aunque imagino que más obstinado que mil demonios. Igual que su madre.
– No soy obstinada.
– Mmm. Y yo no soy el hombre más afortunado de la tierra.
– ¿Lo eres?
Él sonrió, e incluso después del tiempo transcurrido, a Corrine se le aflojó todo el cuerpo. Como de costumbre, su madre había tenido razón. El amor merecía la pena el esfuerzo.
– ¿Qué? -inquirió él sin dejar de sonreír, pasándole el dedo por el labio inferior, los ojos tan llenos de calor y amor que ella sintió un nudo en la garganta.
Sintió una contracción. No era la primera ni la segunda, y supo que había llegado el momento.
– Te amo, Mike.
– Lo dices como si acabaras de descubrirlo -rio él.
– No -escondió una mueca cuando la contracción la dejó sin aire-: Lo he sabido siempre -logró decir-. A propósito -incapaz de contenerse, jadeó cuando la contracción terminó-. Es la hora.
– Cariño, no podemos. Estás demasiado embarazada para hacer el amor.
– No, me refiero a que ya ha llegado el momento.
Él parpadeó y se quedó boquiabierto.
– Santo cielo.
La expresión de terror puro que apareció en la cara de Mike la hizo reír a pesar del dolor.
– Has pilotado todos los aviones conocidos por el hombre. Has salido de este planeta. ¿Y la idea de tener un hijo te aterra?
– Siéntate -ordenó, alzándola en brazos.
– Ya estoy sentada -indicó mientras él se ponía a recorrer la habitación sin soltarla.
– ¡Tenemos que organizarnos!
– Ya lo estamos -señaló la maleta pequeña que había junto a la puerta.
– ¡Necesitamos un médico!
– Es posible -concedió Corrine, acercándole la cabeza para darle un beso rápido-. Pero, de verdad, Mike, todo lo que necesito o necesitaré está aquí mismo.
– Dios mío, Corrine -le acarició la mejilla con la cara-. Tú también me has dado todo lo que jamás podré necesitar.
Y cinco horas después, le dió incluso más. Una niña hermosa, con ojos oscuros, cabello salvaje y un llanto fiero y exigente que le recordó a su sorprendente y hermosa mujer.
Jill Shalvis
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