– Como mejore algo más -musitó-, podría explotar.

– ¿Lo prometes?

Como si dejar a una mujer completamente sin el control fuera algo cotidiano en su vida, rio con voz ronca cuando ella soltó otro gemido desvalido. Y quizá para él fuera algo corriente, pero no para ella. Quiso recordar cuándo había sido la última vez que había practicado el sexo. Pero los dedos de él obraban su magia y en ese momento pudo sentir su torso y sus muslos rozarle la espalda y las piernas, debilitándola aún más.

– Es muy tarde -indicó Corrine.

Los dedos de él se paralizaron, luego, con cuidado, retrocedió.

– Sí, lo es. Querrás irte a dormir. -Ella giró con el corazón en un puño.

– Creo que esto es algo por lo que vale la pena estar cansada.

En la mirada de él captó todo lo que ella estaba sintiendo… deseo y necesidad descarnados, incluso miedo, y no había manera de que pudiera resistirse a ello, ni que deseara hacerlo.

Se había concedido esa noche y no pensaba renunciar en ese momento. Pero incluso en su anonimato, había algo de lo que debían hablar.

– No tengo ninguna protección -llegó a ruborizarse; no se veía en una situación semejante desde el instituto-. No esperaba… esto.

Él mostró una sonrisa dulce.

– Yo tampoco. Solo espero que en mi neceser todavía haya… Un momento -desapareció en el cuarto de baño. Luego regresó con una expresión de gran alivio en la cara mientras sostenía en alto dos preservativos.

– Dos -a Corrine se le aflojaron aún más las rodillas-. Bueno… -estaba sin aliento-. Se dice que dos de cualquier cosa es mejor que uno, ¿no? -é1 soltó una risa breve y luego le rozó la mejilla con la boca. Los labios de ambos se encontraron una vez, luego otra, y otra, hasta que Corrine suspiró-. Sabes igual que hueles – murmuró, sin intención de decirlo en voz alta-. Como el cielo.

Él emitió un sonido que podría haber sido una mezcla de humor y anhelo, y lenta, lentamente, le quitó la chaqueta de los hombros antes de acercarla y pegarla a él.

Corrine estuvo a punto de morir de placer. Su cuerpo era tan grande, duro y excitante que echó la cabeza atrás y en silencio le pidió que volviera a besarla. Él lo hizo, pero ella necesitaba más. Lo había necesitado en cuanto lo vio por pri-mera vez, pero en ese momento ya no era soledad, sino un apetito que nunca antes había experimentado.

Él le enmarcó el rostro entre las manos y siguió besándola, en ese momento con más profundidad, al tiempo que la tocaba como si fuera especial, preciada. Femenina.

Quería ser todas esas cosas para un hombre, ese hombre, aunque solo fuera por una noche. La fascinaba. Era hermoso y sensual. Y peligroso, aunque solo fuera para su salud mental. Y estaba duro y excitado, por ella. Perfecto.

Le rodeó el cuello con los brazos al mismo tiempo que él la pegaba al cuerpo. Tenía la boca firme, exigente de una manera serena que le recordó su voz. Pero no la presionó más que ese simple contacto de sus bocas, y comprendió que no lo haría.

Si quería más, lo cual así era, tendría que tomarlo. No era que él no la deseara; podía sentir todo lo contrario, la protuberancia entre sus poderosos muslos. Y su contención hacía que lo deseara aún más.

Más adelanté se preguntaría qué le había pasado durante esa noche oscura y tormentosa, pero en ese momento, a salvo en la calidez y fortaleza de sus brazos, no parecía haber ningún modo mejor de satisfacer el vacío que tenía dentro.

– Más -dijo, hundiendo los dedos en el cabello de él, alzándole la cabeza para mirar sus ojos castaños.

– Más -prometió Mike. Sin soltarla, giró hacia la cama.

Ella sintió un momento de vacilación cuando la depositó sobre las sábanas, pero luego él se quitó la ropa. Corrine deseó que hubiera luz. Sin embargo, cuando apoyó una rodilla en la cama y se arrastró hacia ella, pudo vislumbrar su increíble cuerpo y lo olvidó todo. Tenía un torso ancho, un vientre plano que anhelaba tocar; los muslos eran largos, musculosos… Y estaba completamente excitado.

Era un desconocido, de modo que ninguna parte de él le era familiar; sin embargo, alzó los brazos y lo recibió como si se conocieran de toda la vida. Él le tomó la boca, en esa ocasión con más hambre, y si era posible, eso avivó el de ella.

El calor se extendió y, cuando él le desabotonó la blusa y luego el sujetador, quitándole ambas prendas por los hombros, se encontró jadeante, con las caderas presionando con insistencia las de él. La excitaba más allá de toda lógica, y si pudiera pensar, algo que decididamente no podía, quizá se hubiera sentido horrorizada ante su falta de control.

No obstante, en ningún momento se le pasó por la cabeza detenerlo, ni entonces ni cuando le quitó el resto de la ropa y se puso el preservativo. Tampoco cuando le enmarcó la cara entre sus manos fuertes y la besó, un beso profundo, húmedo y prolongado. Y desde luego no cuando la tocó primero con los ojos, luego con los dedos, después con la boca y por último cuando se hundió en ella.

En el exterior, la tormenta continuaba con su furia, mientras en el interior se desataba otra de naturaleza diferente. La realidad tenía pocas oportunidades entre los relámpagos y el apetito voraz y descarnado. La fricción de los embates de él y la codicia de su propio cuerpo la destrozaron. Podría haber sido aterrador la facilidad con que la proyectaba fuera de su ser. Todavía seguía bajo el poder de un orgasmo sorprendentemente poderoso, ¡el tercero!, cuando él hundió la cara en su pelo y encontró la liberación que necesitaba.

Corrine sabía que la mañana tenía que llegar, pero no le gustó que fuera tan pronto. Unos rayos anaranjados y amarillos se filtraban a través de las rendijas de las cortinas, proyectando una luz casi surrealista en la habitación, al tiempo que le aseguraban que la tormenta había pasado. Estaba claro que había llegado la mañana, y con ella se presentarían las responsabilidades.

Yacía en el abrazo de ese perfecto desconocido. Los dos estaban deliciosa y gloriosamente desnudos; el calor de sus cuerpos se mezclaba. Durante un momento de indulgencia, lo miró mientras dormía en toda su belleza masculina y se preguntó de quién sería ese cuerpo duro y esbelto que durante la noche la había transportado tantas veces al paraíso.

Tenía los ojos cerrados, la cara relajada y el pecho oscilaba a un ritmo sereno y pausado. La boca firme le provocó recuerdos de lo que podía conseguir con ella y la hizo experimentar un nuevo cosquilleo. Tenía pestañas largas y oscuras y unos pómulos marcados.

Un brazo servía de almohada galante para ella, mientras con el otro la mantenía pegada a él. Con los dedos le sostenía un pecho con gesto posesivo. Desde ese ángulo, no podía ver mucho por debajo de la cintura de él, pero lo sentía pegado a ella. Suspiró de placer.

Solo mirarlo le contraía el corazón. Era alguien por quien se habría podido interesar, si alguna vez se permitiera esas cosas. Pero no podía, al menos no en ese momento, no con la misión inminente. Quizá en otra ocasión…

Aunque sabía que eso era mentira. Siempre se había dicho que algún día dejaría que el Príncipe Encantado entrara en su vida, pero el momento nunca era el adecuado. Sintió el corazón en un puño, pero no le hizo caso. En su opinión, tal como estaba su vida en ese momento, lo tenía todo: Tenía unos padres estupendos que apoyaban su estilo de vida increíblemente ajetreado y tenía el mejor trabajo del mundo. Cierto que no tenía su propia familia, ni un marido ni hijos, pero no disponía de tiempo para eso. Tenía necesidades, como cualquier mujer normal de carne y hueso, pero esas necesidades se satisfacían con facilidad. Cuando sentía el picor ocasional, salía para que se lo rascaran. Con cuidado, desde luego, pero no era tímida.

Igual que había hecho la noche anterior. Y era hora de continuar con su vida. Satisfecha. Feliz. Realizada. Tal como quería.

Entonces, ¿por qué no se separaba de él? ¿Por qué se quedaba ahí tendida, jadeando por un hombre que tendría que haber olvidado a la primera luz del amanecer? No estaba segura, pero debería dejar esa reflexión para otro momento.

Tenía que irse.

Escabullirse de su brazo no fue fácil, pero era una maestra consumada del sigilo. No obstante, no pudo evitar pensar que, si él despertara en ese instante, sería el destino. Bajo ningún concepto podría mirar esos ojos cálidos y acogedores y marcharse. Menos aún si le lanzaba esa sonrisa igual de cálida y acogedora y alargaba los brazos hacia ella. Imaginó la reacción que tendría…

Él no se movió. Tentando al destino, se inclinó y le dio un beso suave en la mejilla.

«Nunca te olvidaré».

Durante un momento se quedó junto a la cama, anhelando algo que no era capaz de concretar. Pero aunque pudiera, no serviría para nada. Los asuntos del corazón no se le daban bien. Se vistió con rapidez y en silencio y titubeó una última vez en la puerta.

Luego, recogió la bolsa y se marchó, convencida de que no le quedaba otra elección. Ninguna en absoluto.

4

Como siempre, Mike durmió profundamente y despertó poco a poco. Uno de sus defectos era tardar tanto en desterrar el sueño. A lo largo de los años eso lo había metido en problemas, uno de los cuales había sido quedarse dormido durante una de las simulaciones de pilotaje del transbordador. Eso le había costado años de bromas a sus expensas, por no mencionar que casi había tenido que suplicar que lo mantuvieran en el programa. De poco le había servido aducir que estaba tomando una medicación para la gripe.

Y en ese momento, cuando al fin logró abrir los ojos y ver la brillante luz del sol que entraba por la ventana del hotel, antes de alargar el brazo, supo que se hallaba solo.

Pero se estiró y tocó el lado de ella de la almohada que habían compartido cuando no habían dado vueltas, acalorados y sin aliento, entre las sábanas.

Estaba frío.

Eso significaba que llevaba ausente un rato, y el único culpable para la extraña mezcla de pesar y alivio que experimentó era él.

A1 levantarse y darse una ducha, se recordó que no tenía tiempo en su vida para una relación seria. Ocupar el puesto de piloto para esa misión, cuando la misión llevaba tantos meses en la fase de preparación, significaba que hasta el despegue iba a estar poniéndose al día. Sabía que no sería fácil. Iba a requerir cada segundo de cada día hasta la hora de la cuenta atrás.

Primero, debía pasar el proceso inicial de adaptarse a un equipo ya establecido. Se encontraban en Huntsville para preparar ese proyecto crítico. En una semana, pasarían a Houston, donde se quedarían hasta el momento de despegar, con algunos viajes de ida y vuelta hasta el Centro Espacial Kennedy, en Florida.

Lo esperaba un torbellino de actividad. Lo que significaba que no era el momento idóneo para pensar en un vínculo personal. Lo cual era bueno, ya que nunca había querido algo así.

Pero la noche anterior, lo que había compartido con esa mujer… podría haber sido la primera vez en que hubiera tomado en consideración la idea de algo próximo a una relación. Pero se había ido y él tenía trabajo, de modo que estaba acabado. Lo cual no explicaba por qué después de la ducha se quedó mirando la cama arrugada, anhelando algo que se encontraba fuera de su alcance.

Se vistió y desayunó como si fuera cualquier otra mañana y todo estuviera normal. Pero no lo era ni él era el mismo. Sabía que eso se lo debía a la noche anterior. Desde el momento en que ella pisó aquel bar, empapada, con la cabeza erguida y los ojos brillantes, supo que iba a alterarle la vida. Había hecho eso y más; lo había alterado a él hasta el mismo centro de su ser. Trató de no pensar en ello ni en lo que habría podido sentir por ella en circunstancias diferentes.

Se preguntó cómo podía pasar algo así después de solo un poco de conversación y buen sexo. Un magnífico sexo. Pero él no solía sentirse así a la mañana siguiente. Siempre había sido el que había tenido que irse. Pero era ella quien lo había dejado a él, sin una palabra ni una nota, y habría jurado que era justo lo que él quería.

Entonces, no sabía por qué pensaba en relaciones, familia y una casita con una valla blanca. Tenía misiones que llevar a cabo y, con algo de suerte, algún día dirigir. Una esposa e hijos sonaban bien, pero para mucho, mucho más adelante. No en ese momento.

A las nueve en punto de la mañana, entraba en el Centro de Vuelo Marshall con la idea de que lo llevaran de inmediato al trabajo.

Lo que no esperaba era una sala de conferencias llena de gente sonriente y buena comida… una contradicción cuando se trataba de alimentos proporcionados por el gobierno.

Aunque había pasado muy poco tiempo en los Estados Unidos desde sus días en las Fuerzas Aéreas, muchas de las personas allí presentes le eran familiares. La industria espacial era muy cerrada. Pocas personas del exterior comprendían la proximidad con la que trabajaban Rusia, Japón, los Estados Unidos y otros muchos países para construir la Estación Espacial Internacional, e incluso en ese momento, solo pensar en ello hacía que a Mike se le hinchara el pecho de orgullo de formar parte de ese proyecto.