– Alice lo estará. Es una Henderson y este será su hogar. Aquí crecerá feliz.
Clare se quedó mirándolo, sin poder dar crédito a sus oídos.
– Pareces muy seguro ahora de que Jack la aceptará como hija suya.
– Y lo estoy. Cuanto más la miro, más seguro estoy de que es de la familia -Gray se puso de pie-. Deberías dormir un poco. Tal vez no te sientas como en casa aquí, pero has trabajado muy duro y te lo agradezco mucho.
Le tendió una mano para ayudarla a levantarse y a Clare le sorprendió lo poco que dudó en aceptarla. Los dedos masculinos fuertes y cálidos se enlazaron con los suyos, y la alzó sin ningún esfuerzo. Clare tuvo que contenerse para no aferrarse a ellos.
– Gracias -le dijo, con una sonrisa tímida, cuando la soltó.
– No te preocupes por Alice. Estará bien. Jack y yo nos quedaremos con ella y podrás regresar a casa. Tal vez al final las cosas se arreglen entre Mark y tú.
De pie en la galería, con la complicidad de la oscuridad y sintiendo aún en la mano el cosquilleo que le había producido su contacto, Clare pensó que nunca se había sentido tan lejos de Mark.
– Tal vez -se limitó a decir.
La conversación en la galería marcó un rumbo nuevo en su relación con Gray. Ya lo sabía todo de ella, así que no tenía que fingir. Solo tenía que esperar el regreso de Jack y, mientras tanto, apartar todos los pensamientos tanto del presente como del futuro de su mente.
Le resultó más fácil de lo que había pensado, porque los días en el rancho fueron pasando sin darse cuenta. Clare limpiaba, cocinaba y regaba las plantas de la galería. Tal vez una vez despreció esa rutina, pero mientras colgaba pañales o alimentaba a las gallinas, se llegaba a olvidar de que en un tiempo solo le gustaban los trabajos que le producían un estímulo intelectual en una agitada oficina y se pasaba los días inmersa en una actividad frenética, concertando citas de trabajo y corriendo de una reunión a otra.
Había veces en que su vida londinense le parecía muy remota, como si fuera algo que le hubiera sucedido a otra persona. En Bushman's Creek no había un montón de teléfonos que sonaran a todas horas, ni mensajes apareciendo continuamente en el ordenador con problemas que debía solucionar urgentemente. Solo se oían los gritos de los grajos cerca del río durante el día, los zumbidos de los insectos por la noche y las pisadas de Gray, dejando sus huellas polvorientas sobre la galería.
A veces hasta se le olvidaba por qué estaba allí. No había llegado ningún mensaje de Jack y, después de dos semanas, dejó de preguntar a Gray si sabía algo de su hermano. Ya no parecía importarle demasiado, porque Alice se había adaptado muy bien, adoraba a Gray y Clare estaba encantada de compartir sus cuidados con él cuando se ofrecía. Le enseñó a bañarla, hacerla eructar, esterilizar sus biberones y tranquilizarla cuando se echaba a llorar. Gray siguió incluso intentando dar de comer a su sobrina, aunque ella continuaba negándose a colaborar.
Poco a poco Clare se fue relajando por primera vez desde la muerte de Pippa. En Bushman's Creek se sentía más cerca de su hermana. Nunca le gustaría aquello tanto como a ella, pero por lo menos ya no le desagradaba.
Por la noche se sentaba con Gray en la galería y escuchaban los sonidos de la noche. Era capaz de estar callado largo rato y ella lo espiaba por el rabillo del ojo, intrigada por el control que tenía de sí mismo.
Clare se sorprendió al darse cuenta de que pensaba cada vez menos en Londres y más en Gray, en el tipo de persona que era y la vida que llevaba. A veces hasta se preguntaba si alguna vez buscaría a otra mujer para que compartiera con él la vida en el rancho, pero no se atrevía a preguntárselo y Gray nunca tocaba el tema.
CAPÍTULO 5
– ¿ESTÁS OCUPADA? Clare dejó el rodillo de amasar sobre la mesa y miró a Gray, sorprendida.
– No mucho -le dijo, al tiempo que se limpiaba las manos llenas de harina en el delantal-. ¿Por qué?
– Necesito hablarte de algo.
Lo había visto preocupado desde su regreso de Mathinson hacía un par de horas. Le había traído las compras que le había pedido, pero no había sido capaz de entablar una conversación con ella, y se había apresurado a marcharse. En ese momento le parecía incluso más reservado de lo normal.
– No suena nada bien -le dijo, con un tono de voz lo más despreocupado que pudo-. Espera un momento que meta esto en el frigorífico -dejó la masa en la nevera y se quitó el delantal antes de volverse hacia Gray-. ¿De qué se trata?
– Vayamos a dar un paseo. Se está muy bien cerca del riachuelo a estas horas.
Clare dudó.
– Alice está dormida.
– No vamos muy lejos, y además Joe andará por aquí. Le he pedido que arregle esa ventana, así que la oirá si llora.
– De acuerdo -Clare se puso el sombrero vaquero que Gray había insistido tanto en que llevara cada vez que saliera, aunque solo fuera a dar de comer a las gallinas.
Mientras bajaban las escaleras del porche, Clare pensó en cómo se había familiarizado con cosas que le parecían tan extrañas hacía sólo dos semanas. Se había acostumbrado al brillo de la luz, al permanente azul del cielo, al intenso calor que la golpeaba cada vez que salía de la sombra, y hasta se estaba acostumbrando a la tranquila y callada presencia de Gray.
Pero no a su sonrisa. Clare no creía que pudiera acostumbrarse nunca. Siempre la pillaba desprevenida y contenía la respiración mientras se le formaban aquellas arruguitas en el contorno de los ojos y le brillaban los dientes de un blanco perfecto.
Caminaron en silencio por la cabecera del riachuelo, oyendo el crujido de las hojas secas bajo sus pies.
– Esta mañana recogí el correo en Mathinson -dijo, finalmente-, y había una carta de Jack.
– ¿De Jack?
Clare se dio cuenta de que prácticamente se había olvidado de Jack y de todo el interés que tenía en encontrar al padre de Alice para que empezara una nueva vida con él. A las orillas de aquel riachuelo se sentía casi como en un sueño, paseando tranquilamente con Gray, pero, por desgracia, la realidad se había colado de repente.
– ¿Y… y qué dice en ella?
– Solo que en el último momento tomó la decisión de ir a comprar toros a Argentina en vez de a Texas, y una vez allí piensa quedarse una temporada.
– ¿Así que no recibió ninguno de tus mensajes?
– No.
Clare hizo un esfuerzo por sobreponerse, consciente de que debía estar contenta de haber recibido esa carta, en vez de desear que nunca hubiera llegado. Se preguntó por qué lamentaba tanto que significara que ya no faltaba mucho para que dijera adiós a Alice y Bushman's Creek. Tenía que suceder algún día y tal vez cuanto antes mejor.
– ¿Te manda alguna dirección en la que puedas ponerte en contacto con él? -preguntó, tratando de sonar práctica.
Gray negó con la cabeza.
– Está viajando, pero no dice por dónde. Lo único que menciona es que necesita romper con todo por un tiempo -Clare le vio fruncir el ceño, mientras doblaba la carta-. Soy consciente de que no podía saber que usted iba a venir con Alice, pero no es propio de él hacer algo así.
– ¿Y… y dice cuándo piensa regresar?
– No hasta después de la temporada de lluvias.
– ¿Y eso cuándo será?
Se volvió para mirarla.
– No hasta dentro de cinco meses, por lo menos.
– ¡Cinco meses! -Clare lo miró, consternada, al darse plena cuenta de lo que implicaba la carta de Jack-. Cinco meses… -repitió, más despacio.
– Lo siento, Clare.
– Tendré que marcharme a casa -le dijo, sin mirarlo. Todo el esfuerzo que le había supuesto traer a Alice y adaptarse a aquella tierra no había servido de nada.
Gray dudó.
– Podrías quedarte -sugirió Gray.
– Solo durante dos meses más. Tengo una visa válida solo para tres meses y las leyes australianas son muy estrictas.
– No si estás casada con un australiano -Clare se quedó mirando fijamente al suelo, hasta que levantó la cabeza muy despacio para mirar a Gray, con los ojos muy abiertos, consciente de lo que parecía estar sugiriéndole-. Podrías casarte conmigo.
Incapaz de hablar, lo único que pudo hacer fue permanecer allí sin moverse, aturdida, mientras en el silencio que la rodeaba parecía resonar el eco de las palabras de Gray.
Clare se humedeció los labios.
– ¿Casarme contigo? -consiguió decir finalmente, segura de no haber oído bien.
– Siendo mi esposa tendrías derecho a permanecer en este país.
– ¡Pero… pero tú no te quieres casar conmigo!
Le pareció notar un cambio de expresión en sus ojos, pero pasó tan rápido que no pudo interpretarlo.
– Estoy tratando de dar una solución práctica al problema -le dijo-, porque creo que Alice es lo que más importa. Está feliz y se ha adaptado bien. No creo que fuera bueno para ella volver a Inglaterra y regresar cuando, finalmente, aparezca Jack. No estoy diciendo que vayamos a estar casados toda la vida. Tan pronto como regrese Jack y se aclare el futuro de Alice, nos separaremos y podrás regresar a tu trabajo en Inglaterra, como habías planeado.
– No… no sé -tartamudeó Clare. Le daba vueltas la cabeza solo de pensar en casarse con él.
– ¿Cuál es el problema? -le preguntó.
Clare lo miró, un poco desesperanzada.
– Todo, en realidad… No me puedo creer que sea tan fácil casarse y después separarse cuando nos convenga.
– No veo por qué no -dijo Gray-. Los dos sabemos que se trata simplemente de un acuerdo práctico. No será muy romántico, pero no tiene por qué serlo tampoco.
Clare pensó en Mark y en cómo había soñado casarse con él un día y se preguntó cómo podría haber imaginado que se iba a terminar casando con un hombre tan diferente a él.
Mientras trazaba con el dedo un dibujo invisible en el tronco de un árbol, preguntó:
– ¿Y Lizzy?
– ¿Qué pasa con ella?
– Todavía la amas.
Gray volvió la cabeza para mirarla. En sus ojos había una expresión enigmática.
– ¿Ah, sí?
Se hizo un largo silencio y al final fue Clare la que miró a otro lado.
– ¿Qué pasa si cambia de opinión y averigua que te has casado?
– Eso no va a suceder -le respondió tranquilamente-. Lizzy está comprometida con un hombre que conoció en Perth, así que no va a regresar ahora.
Clare no estaba segura de si aquello la hacía sentir mejor o peor.
– Ya -dijo, lentamente.
– Lizzy no tiene nada que ver con esto. Lo único que ocurre es que ni usted ni yo podemos casarnos con la persona que queremos y ninguno de los dos esperará nada de este matrimonio aparte de una solución práctica al problema que tenemos.
– Pero el problema es sólo mío -se sintió obligada a puntualizar Clare-. ¿Por qué ibas a casarte con una mujer a la que apenas conoces?
– Por Alice. Es de mi familia y los Henderson miran por los de su propia sangre. Creo que sería mejor que te quedaras con ella hasta que regrese Jack, y si casarnos es la única manera de conseguirlo, eso es lo que haré. Además resuelve el problema práctico de tener a alguien que la cuide durante el día. Si tú no estuvieras tendría que buscar una persona para que se ocupara de ella, y es difícil encontrar una buena gobernanta.
– ¿Quieres decir que te casarías solo por tener la casa limpia y la comida preparada? -le preguntó Clare, con acritud.
– No -le respondió, mirándola a los ojos-. Pero si lo haría por Alice. No es como si fuera a ser para siempre. Ya sé que este no es el tipo de lugar en el que quieres vivir, pero Londres te estará esperando todavía cuando vuelva Jack. Solo serán unos meses y tú misma dijiste que querías alejarte de tu entorno por un tiempo. ¿Por qué no estar aquí con Alice?
– ¿Por qué no? -dijo Clare, casi como si estuviera hablando consigo misma-. Será más barato que viajar… ¡Oh, pero qué ridiculez! -se alejó, como impulsada por lo absurdo de la situación-. No me puedo creer que de verdad esté pensando en casarme con un hombre al que ni siquiera he…
Clare se detuvo bruscamente, como si de repente se encontrara al borde de un abismo.
– ¿Al que ni siquiera has besado? -terminó de decir Gray por ella y dio unos pasos para poder estar a su altura y mirarla a los ojos-. ¿Es eso lo que ibas a decir?
Casi se le cortó la respiración al darse cuenta de lo cerca que estaba de ella.
– Sí -dijo muy bajito, queriendo sonar fría y tranquila, aunque era consciente de lo deprisa que le latía el corazón.
– Eso tiene fácil remedio, ¿no te parece?
Clare no pudo responder, solo fue capaz de permanecer allí de pie, inmovilizada por la luz de aquellos ojos, mientras muy dentro de ella tomaba vida una mezcla de anticipación y terror ante la fuerza de aquel traicionero deseo.
Sin prisas, Gray le quitó el sombrero y lo dejó caer sobre un tronco que había a su lado. Después se quito el suyo, lo sostuvo en una mano mientras con la otra acariciaba la mejilla de Clare, antes de deslizar suavemente los dedos bajo sus sedosos cabellos oscuros.
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