Clare se repetía a sí misma que solo estaban haciendo lo acordado: conocerse, fingir ser una pareja normal para que también pudieran fingir ser un matrimonio normal, pero a medida que pasaban los días se sentía más nerviosa, al darse cuenta del efecto devastador que el más mínimo roce de Gray tenía en ella. Pensaba continuamente en él, en su boca, sus manos y la poderosa masculinidad de su cuerpo.
A veces miraba a Gray y la inundaban los recuerdos de sus besos, y el deseo era tan fuerte que la dejaba mareada y casi sin respiración. Clare sabía que solo se trataba de una fuerte atracción física, pero le impedía concentrarse en nada que no fuera un estremecimiento de anticipación cuando caía la noche. Esperaba con ansiedad el momento en que Gray la sentaba sobre sus piernas, aunque cada vez que ocurría una voz dentro de ella le advertía de lo fácil que le podía resultar olvidarse que no se trataba de algo verdadero. Gray nunca lo olvidaba. Era él quien ponía fin a los besos y la escoltaba educadamente hasta su habitación. Frustrada se decía que si fueran una pareja de verdad no la dejaría en la puerta de la alcoba con un casto beso de buenas noches. «Tú decides» le había dicho, y el eco de sus palabras resonaba en los oídos de Clare mientras colgaba la ropa y daba de comer a las gallinas. Lo único que tenía que hacer era decírselo. No tenían por qué hacer un mundo de ello porque ambos eran libres y se habían comprometido a pasar juntos unos meses. ¿Por qué no iban a dar rienda suelta a la atracción física que existía entre ellos? No tenía por qué significar nada. Sería un modo de sacarle el mayor provecho posible a una situación que de todos modos era extraña.
Ensayó todos los modos posibles de decir a Gray que ya se había decidido. Era muy importante dejar claro que en lo concerniente a ella era una cuestión simplemente física. Le diría que no tenía por qué preocuparse por que ella se fuera a implicar sentimentalmente, se trataría tan solo de una aventura pasajera y no esperaba nada de él.
Pero, en cuanto Gray la tomó en sus brazos aquella noche, todos los argumentos que tan cuidadosamente había escogido se desvanecieron, quedaron olvidados en la estremecedora excitación que se apoderó de ella. ¿Cómo iba a poder hablar cuando los labios de él atrapaban los suyos, cuando sus manos le recorrían los muslos, bajo la falda, con cálida insistencia? ¿Cómo podía pensar cuando estaba humedeciendo la piel de su cuello con unos besos lentos, suaves y seductores?
– Será mejor que lo dejemos mientras podamos -murmuró Gray, mientras ella dejaba caer la cabeza hacia atrás, incapaz de reprimir un gemido de placer.
– No -susurró. Era lo único que podía decir después de todos los discursos que había preparado-. No… no pares -musitó, con voz entrecortada-. No quiero parar.
Gray dejó de acariciarla de repente y se quedó mirándola en silencio antes de ponerse de pie. Clare se sintió abatida. ¿No la deseaba? ¿La iba a rechazar? ¿Acaso pensaba que era mejor esperar hasta que se conocieran mejor?
Se preparó para hablarle con todo el tacto del que fuera capaz, pero cuando Gray le tomó la mano para guiarla a través del oscuro pasillo, no se detuvo en la puerta de la habitación donde ella dormía con Alice para darle las buenas noches, como había hecho hasta entonces, sino que la llevó a su dormitorio.
– ¿Estás segura, Clare? -le preguntó.
La anticipación la hacía temblar y los latidos de su corazón le retumbaban en los oídos, pero consiguió sonreír. Después levantó las manos y las apoyó en el musculoso pecho masculino de Gray.
– Estoy segura -respondió, suavemente.
Gray miró sus brillantes ojos durante largo rato y después sonrió.
– Muy bien -le dijo, con una voz que Clare sintió vibrar en su piel, y cerró la puerta del dormitorio suavemente.
CAPITULO 6
UNA SEMANA más tarde se marcharon a Perth. A Clare se le hizo muy raro encontrarse de nuevo en una ciudad, y estaba encantada de volver a ver coches, tiendas y edificios de oficinas. Las calles estaban llenas de gente vestida con elegancia, y tenían un aire cosmopolita que contrastaba vivamente con el silencio y la quietud de Bushman's Creek.
Le debería haber resultado familiar, pero, sin embargo no lo era. Ahora para ella familiar era el rancho, con su riachuelo y sus inmensos terrenos polvorientos, y aunque sabía que Gray pensaba que estaba impaciente por regresar a una ciudad, no era así.
Los últimos días en el rancho habían sido especiales, con sus noches largas y dulces. A pesar de haberlo deseado tanto, nunca hubiera imaginado que sentiría aquella pasión abrasadora que se había encendido entre ellos desde aquella primera noche y que no había cesado de dejarla temblorosa siempre que Gray la tocaba o le rozaba la piel con los labios.
Cada vez le resultaba más difícil recordar que solo fingían ser una pareja normal. Dos días antes, a su regreso de Mathinson había encontrado a Gray tratando de dar de comer a Alice en la cocina. Ya había conducido hasta el pueblo otra vez para comprar comestibles, sobre todo fruta y verduras que no podían cultivar, y el viaje de ida y vuelta le llevó más de cuatro horas, por lo que esta vez había dejado a Alice al cuidado de Gray.
Entonces no había dado problemas, pero esta vez en cuanto entró se dio cuenta de que había estado dando guerra. La cocina presentaba un estado de caos total: por todas partes había restos del puré que Clare había dejado preparado y allí estaba Gray, con una sonrisa en los labios tratando de conseguir que la rebelde Alice aceptara otra cucharada de comida.
Al verla, alivio y algo más se había reflejado en sus ojos, pero antes de que Clare tuviera la oportunidad de averiguar qué era, Alice la había visto y estalló en un incompresible parloteo, con el que debía estar queriéndole decir que Gray no tenía la menor idea de cómo a ella le gustaba comer y blandió la cuchara en la mano con mucho brío, como para dar más fuerza a su argumento, haciendo volar por el aire un poco de puré de patatas y zanahorias, que fue a parar a la cara de Gray, que suspiró y se lo limpió.
Clare se echó a reír al ver la cara que ponía y, tras dejar la caja en el suelo, fue a humedecer un trapo en el fregadero.
– ¡Es gracioso ver cómo un hombre que es capaz de saltar de un caballo a galope para tumbar a una res, no se las puede arreglar con una niñita! -bromeó, mientras se agachaba para limpiarle a Alice las manos y la cara, a pesar de sus protestas.
– No me explico cómo consigues que coma un solo bocado -le dijo, resignado ante su incapacidad.
– Le gusta comer sola, así que la dejo que lo haga y después limpio todo lo que ha ensuciado -le dijo, Clare.
Cuando se incorporó vio que Gray todavía tenía manchada la mejilla de puré y, sin pensárselo dos veces, apoyó una mano en su hombro y le limpió con un pico del trapo. Hasta que no fue a retirarse de su lado no se dio cuenta de la naturalidad con que lo había tocado. Lo había limpiado como si fuera un niño, pero al mirarlo a los ojos no hubo nada infantil en la manera de latir apresuradamente de su corazón.
La mirada se intensificó y duró un interminable momento, como si una fuerza invisible, imposible de resistir les impidiera separarse. Clare ni siquiera lo intentó, le apretó los hombros con los dedos y se inclinó para rozar sus labios. Al principio fue un beso suave, pero cuando ella trató de apartarse, Gray la hizo sentarse sobre sus rodillas. Clare se apretó contra él y, tras rodearle el cuello con los brazos, se fundieron en un beso apasionado.
Alice no parecía impresionada, pero sí molesta por la repentina falta de atención, así que dejó escapar un grito agudo. Gray abrió un ojo y frunció el ceño, pero Alice volvió a gritar y, tras golpear la mesa, volcó el plato de comida.
Al empezar a darse cuenta de sus travesuras, Clare levantó la cabeza, con desgana.
Satisfecha de que ya le estuvieran mirando los dos, les dedicó una sonrisa y, como para premiarlos por su obediencia, se puso el plato en la cabeza a modo de sombrero.
– ¡Alice! -Clare dio un salto para tratar de evitarlo y el momento mágico pasó. No se habían dicho nada, pero sabía que había sido un paso importante. Era la primera vez que se besaban durante el día como dos enamorados y había sido algo completamente natural.
No, Clare no había estado deseando a marcharse de Bushman's Creek, en absoluto.
Miró a Gray por el rabillo del ojo y sonrió. Lo más lógico sería que pareciera fuera de lugar en el ambiente sofisticado de Perth, pero no era así. Se lo veía tan calmado y seguro de sí mismo como en el rancho y conducía el coche que habían alquilado en el aeropuerto igual de bien que montaba a caballo o pilotaba una avioneta.
Gray la miró y vio su sonrisa.
– ¿Estás contenta de regresar a la ciudad?
Clare se sobresaltó al oír su pregunta. Se había acostumbrado tanto a estar triste por Mark, apenada por la muerte de su hermana o preocupada por el futuro de Alice que le asombraba darse cuenta de que era feliz por primera vez en mucho tiempo.
– Sí, mucho.
Gray había reservado un hotel con vistas al río Swam y, desde la ventana de su habitación, podían ver las embarcaciones deportivas deslizándose suavemente por las azules aguas.
– ¡Esto es maravilloso! -exclamó, al ver que Gray se había acercado también a disfrutar de la vista.
El rostro se le había iluminado y le brillaban los ojos.
– Supuse que te gustaría -le dijo, con una nota extraña en la voz-. Alice está profundamente dormida -añadió, poco después.
– No me extraña -Clare se acercó a la cuna que les había proporcionado el hotel, situada en un rincón de la habitación. Alice estaba tumbada de espaldas, totalmente relajada, con los brazos a la altura de la cabeza y los puñitos apretados-, porque no durmió nada durante el vuelo -volvió a acercarse a Gray que seguía al lado de la ventana-. Creo que no vamos a ir a ningún sitio durante un par de horas.
– No.
Por alguna razón el aire pareció hacerse más denso. Se miraron y después apartaron la mirada. Clare empezó a sentir un temblor que le nacía muy dentro, y cuando por fin Gray levantó la mano para apartarle un mechón de la cara, contuvo la respiración.
– ¿Qué deberíamos hacer hasta que se despierte? -le preguntó él, suavemente.
– ¿Qué sugieres? -le preguntó con la voz enronquecida.
– Bueno -su mano empezó a deslizarse por el cuello de Clare-, tengo que hacer unas llamadas de trabajo. Si quieres puedes echar un vistazo a la guía turística y decidir qué es lo que te apetecería visitar.
Sus dedos habían alcanzado ya el escote, y acariciaba descuidadamente el borde, con tanta suavidad que Clare se estremeció.
– Podría hacerlo -respondió con dificultad, sintiendo que le costaba oírse porque los latidos de su corazón ensordecían sus palabras.
– O…
– ¿Sí? -alcanzó a decir Clare, porque Gray había comenzado a desabrocharle los botones de la blusa, con una lentitud exasperante.
– O podríamos tumbarnos -terminó de decir con una sonrisa picara en los labios.
– ¿Estás cansado? -le preguntó Clare, sonriendo a su vez.
– No.
Gray desabrochó el último botón de la blusa y tras deslizársela por los hombros la dejó caer al suelo. La tomó por la cintura y sonrió abiertamente al notar como Clare se estremecía y respiraba profundamente, con los ojos oscurecidos en respuesta a las suaves caricias que sentía sobre su piel satinada.
– ¿Y tú?
– No -respondió Clare, que sucumbiendo a la tentación, deslizó las manos hasta los hombros de Gray y se deleitó acariciando sus músculos-. En absoluto.
Mucho tiempo después, cuando abrió los ojos vio como los últimos rayos del sol vespertino entraban por la ventana.
Sintió que toda la alegría y energía de aquel sol la inundaba y se estiró con placer. Después se volvió hacia el lado de Gray y lo besó en el hombro.
– Alice sigue durmiendo profundamente -murmuró él.
Al levantar la cabeza Clare vio que la miraba con la sonrisa más cálida que había visto nunca en sus labios y sintió que nacía algo dentro de ella en lo que prefirió no detenerse a pensar, ya que de reconocérselo a sí misma le supondría tener que tomar una decisión, y en aquel momento lo único que quería era seguir allí tumbada al lado de Gray.
– ¿Está todavía dormida? -le preguntó, estirando los brazos con pereza.
– Aunque parezca increíble, sí -respondió mientras enredaba un dedo en los cabellos de Clare-. Y la verdad es que no es que hayamos estado quietecitos, precisamente -bromeó, tirándole suavemente del pelo.
Clare enrojeció y se echó a reír.
– No creo que podamos seguir haciendo lo mismo cuando sea un poco más mayor.
Se mordió el labio al darse cuenta al instante de que con sus palabras había querido decir que seguirían haciendo el amor cuando Alice tuviera la edad suficiente como para enterarse de lo que estaban haciendo, y ella no estaría ya allí cuando Alice fuera mayor. Recordar aquello fue como sentir que una nube había tapado el sol de repente, privándola de su luz y calor.
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