– Creo que será mejor que sigamos adelante según lo que teníamos planeado -le dijo, un poco nerviosa-, Alice se ha acostumbrado muy bien al rancho y estaré encantada de seguir allí durante el tiempo que sea necesario. Sé que no será para siempre, y por si acaso las autoridades investigan, conviene que aparentemos ser un matrimonio de verdad.
Gray la miró con los ojos entrecerrados, mientras le volvía a llenar la copa.
– Si estás segura…
– Lo estoy -se apresuró a decir. ¿Acaso esperaba que se pusiera de rodillas y le implorara?
– En ese caso, mañana por la tarde iré a ver a mi abogado, para que redacte un acuerdo prematrimonial, como convinimos. Compraremos los anillos y será mejor que elijas un vestido de novia.
Clare se tranquilizó hablando de cosas prácticas. La prudente Clare se encontraba más a salvo pensando en todo lo referente a invitaciones y banquetes que cuando se trataba de considerar cómo se sentiría casada con Gray y, sobre todo, cuando tuviera que despedirse de él.
Antes de abandonar el rancho había hecho una lista con las cosas que necesitaban Alice y ella, y además había pensado darse algún capricho, pero por alguna razón, al día siguiente no disfrutó tanto de la tarde de compras como había imaginado. Gray estuvo ocupado con negocios, pero antes de marcharse la llevó a una joyería donde eligió unas sencillas alianzas de oro y un precioso anillo de diamantes. Clare le dijo que no era necesario, pero Gray insistió.
– Lo puedes dejar aquí cuando te vayas, si no te gusta -le dijo, con indiferencia.
El brillo de los diamantes en su dedo la distrajo toda la tarde. Las tiendas tenían estilo y un amplio surtido, sobre todo comparadas con las de Mathinson, pero por alguna razón era incapaz de concentrarse. Se sentía perdida sin Gray.
Se dijo que tal vez le hubiera resultado más fácil comprar si él se hubiera llevado a la niña, pero en el fondo sabía que esa no era la razón. Echaba de menos su apacible presencia y su ágil caminar. Añoraba su ironía y el modo en que la miraba a veces con esa sonrisa acechando en sus ojos. Echaba de menos mirar hacia atrás y saber que estaba allí.
Regresó al hotel enfadada consigo misma por haber desperdiciado una tarde de compras en una ciudad como Perth, pensando en un hombre que pertenecía a un país lejano, donde la tierra parecía abrasada por el sol y no se veía nada ni a nadie en muchos kilómetros a la redonda.
– Demasiado para una chica de ciudad -suspiró.
CAPITULO 7
LE RESULTABA imposible tranquilizarse. Se sentó encima de la cama y, con Alice a su lado, se puso a revisar las compras que habían hecho, pero pendiente en todo momento de la puerta y sobresaltándose al menor ruido. Cuando por fin llegó, al verlo en la puerta de la habitación el corazón le empezó a latir precipitadamente.
Deseó con todas sus fuerzas ser Alice, y que no pasara nada porque se le iluminara la cara y tendiera los brazos hacia él, porque con seguridad la estrecharía con fuerza. Ella solo podía sonreír muy envarada, paralizada por una absurda timidez.
– ¿Os lo habéis pasado bien? -le preguntó, mientras lanzaba a Alice por el aire, para regocijo de la niña.
– De maravilla -mintió, consciente de que su voz sonaba poco convincente. Deseó preguntarle si las había echado de menos, pero no se atrevió. Se levantó enseguida para tratar de resistir a la tentación de tender ella también los brazos, y suplicarle que le sonriera y la abrazara-. ¿Vamos a cenar también esta noche en el hotel? -preguntó, por decir algo.
– No -respondió Gray, todavía jugando con la niña-. Cenamos en casa de Lizzy -hizo cosquillas a Alice en la nariz-, ¡Está deseando conocerte!
– ¿Cuándo hablaste con ella?
– La llamé por teléfono en cuanto supe que veníamos a Perth y otra vez esta tarde, y esta noche es la que mejor le viene.
– ¿Y si a mí no me viene bien?
Gray levantó una ceja, sorprendido.
– ¿Es que tienes otros planes?
– ¡No se trata de eso! -Clare estaba furiosa consigo misma. Había desperdiciado toda la tarde pensando en Gray, mientras que a él le había faltado tiempo para llamar a su querida Lizzy-. Podías haberme preguntado -le dijo, enfadada y humillada.
– Pero, ¿me puedes explicar cuál es el problema? -le preguntó, un poco exasperado-. Tú eres la que echas de menos la vida social en el rancho, así que ahora tienes la oportunidad de ser sociable Te caerá bien Lizzy. Es una buena amiga mía y de Jack, y siempre que venimos a Perth la visitamos.
– Entonces, ¿por qué no vas solo?
– Porque Lizzy está deseando conoceros a Alice y a ti -le dijo con dureza-. Le he hablado del compromiso y le parecería muy extraño que no vinieras esta noche. Además, es una ocasión doblemente especial porque no la he visto desde que se comprometió y me quiere presentar a su novio.
– ¡Ya, claro! Lizzy tiene novio así que tú le quieres presentar a tu novia -dijo Clare, amargamente-. Ahora entiendo por qué estabas tan empeñado en comprarme un anillo de compromiso -tendió la mano y los diamantes brillaron intensamente-, necesitabas que tuviera todas las pruebas de nuestro compromiso, para que no sospechara. Por eso compraste el anillo, ¿verdad?
– No.
Clare se quedó estupefacta ante su rotundidad.
– ¿Qué significa ese «no»?
– Pues que esa no es la razón por la que te compré el anillo -lo dijo, con tranquilidad, pero una ligera palpitación en su mandíbula delataba que estaba haciendo verdaderos esfuerzos por mantenerse en calma.
– Entonces, ¿por qué lo compraste? -lo desafió.
Gray la miró fríamente.
– En este momento, Clare, no me apetece decírtelo.
Clare se vistió para salir, sin que se le quitara el mal humor y el resentimiento. Sabía que Gray pensaba que no estaba siendo razonable y no la hacía sentirse mejor, precisamente sospechar que, en el fondo, ella también lo creía. No sabía por qué estaba tan enfadada. En realidad no había nada de sorprendente en lo que había pasado. Empezaba a entender por qué habían ido a Perth en vez de a Darwin, que estaba más cerca de Bushman's Creek.
Lo que en realidad la ponía nerviosa debía ser pensar en él haciendo planes a sus espaldas. Sabía lo que sentía por Lizzy, pero aun así, pensaba que debería habérselo dicho a ella primero.
– ¿Qué le has dicho a Lizzy sobre nosotros? -le preguntó en el coche, mientras se dirigían a la casa de Lizzy.
– Le dije que estabas trabajando en el rancho y que nos habíamos comprometido.
– Así que no me va a hacer volverle a contar ninguna historia sobre cómo nos conocimos y enamoramos a primera vista, o algo parecido, ¿verdad?
– No -Gray redujo porque se acercaban a un semáforo en rojo-. Solo le dije que me había enamorado de ti.
Se hizo un tenso silencio.
– ¿No quiso saber por qué? -quiso que su voz mostrara que le divertía la idea, pero solo consiguió sonar tensa.
– Claro que sí. Las mujeres siempre quieren saber por qué.
– ¿Y qué le dijiste?
La miró y después se concentró en la carretera.
– Le dije que lo entendería cuando te conociera.
Desconcertada, Clare notó que se le encendían las mejillas y apartó la vista para mirar fijamente por la ventana.
– ¿Significa eso que le piensas decir la verdad? -preguntó, porque no sabía cómo interpretar sus palabras. La inexpresividad de su rostro y su voz le impedían deducir con claridad si estaba hablando en serio o no.
– No creo que le tengamos que decir a nadie la verdad -dijo Gray-. Ni siquiera a Lizzy. Todavía no.
Clare se repitió a sí misma ese «ni siquiera a Lizzy», consciente de la importancia que le concedía y apretó los labios. Para cuando llegaron a la casa estaba temiendo la velada que la esperaba y preparada para odiar profundamente a la antigua novia de Gray, pero era imposible que no le gustara Lizzy. Era alta y atractiva más que guapa, con el pelo rubio y una boca grande, siempre dispuesta a la risa. Su vivacidad le recordó dolorosamente a Pippa.
Estaba claro que se querían mucho. Bastaba con ver el modo en que la abrazaba o lo afectuosamente que le sonreía, y Clare se preguntó cómo se sentiría Lizzy pensando que se iba a casar con ella, porque aunque se fuera a casar con otro podría sentirse posesiva respecto a su amistad con Gray. Pero Lizzy le dio una calurosa bienvenida y en ningún momento le pareció que pudiera estar celosa.
– ¡Gray dijo que eras muy guapa y tenía razón! -le dijo Lizzy y Clare no pudo evitar mirar a Gray, sorprendida. No se podía creer que Gray hubiera dicho eso-. ¡Estoy tan contenta de que os vayáis a casar! Gray llevaba mucho tiempo esperándote.
Se los presentó con orgullo a su prometido Stephen.
Mientras él y Gray se daban la mano, Clare pensó que no podían ser más diferentes. Aparte de ser los dos altos y de estar ambos enamorados de Lizzy, no parecían tener nada en común.
Stephen era menos musculoso que Gray y muy guapo. Además tenía un aire como de artista apasionado. Desde el principio le recordó a alguien, pero tardó unos minutos en darse cuenta de que ese alguien era Mark, y le sorprendió que, en vez de sentir una punzada en el corazón, tan solo experimentara la satisfacción de resolver algo que le había estado preocupando.
Lizzy y Gray estuvieron intercambiando novedades sobre amigos comunes, o más bien Lizzy estuvo bombardeándolo con cotilleos, mientras que él la miraba, encantado, con una sonrisa en los labios. Al verlos tan compenetrados, a Clare no le quedó más remedio que dirigir su atención a Stephen, quien le contó que era músico, lo que significaba que iba a poder tener con él una conversación tan animada como la que estaban teniendo Lizzy y Gray.
Stephen resultó una buena compañía. Era una persona aguda y como tenían muchos conocidos comunes en el mundo de las orquestas, le resultó muy agradable hablar con él. Desde luego no era culpa de Stephen el que se distrajera constantemente con la intimidad que existía entre Gray y Lizzy.
Hacia el final de la velada a Clare le dolía la mandíbula de tratar de mantener una sonrisa constante. Lizzy era tan alegre que no había habido ningún silencio incómodo, pero aun así podía percibir cierta tensión en la mesa. Gray se había puesto muy tenso y su trato hacia Stephen bordeaba la hostilidad. Estaba celoso y desde luego el otro se había dado cuenta.
Fue un alivio cuando Gray se levantó, interrumpiendo su conversación con Stephen acerca de un director de orquesta famoso y anunció que se tenían que ir. Recogieron a Alice de la habitación donde había estado durmiendo y la metieron en el coche.
– Os veré en la boda -les dijo Lizzy, dando a Clare un cálido abrazo-. Ya solo faltan un par de semanas, ¿verdad? ¡Debéis de estar muy emocionados!
– Oh, sí, mucho -respondió Clare con retintín, pero afortunadamente Lizzy no pareció darse cuenta.
– Estoy muy contenta de haberte podido conocer antes de verte en la iglesia. Imagino que os vais a casar en la iglesia de Mathinson.
– No -respondió Gray por ella-, la boda se va a celebrar en Bushman's Creek.
– ¡No me digáis que os vais a perder una boda tradicional! -exclamó Lizzy, decepcionada.
– Hemos pensado que sea una ceremonia muy sencilla -intervino Clare-, porque está muy lejos como para que vengan mis familiares y se haga una boda tradicional.
– No había pensado en eso -dijo Lizzy, con tristeza-, pero Stephen y yo estaremos allí -le dio otro abrazo-. Espero que pienses en nosotros como en tus amigos.
– Es un encanto -le dijo después en el coche.
– Sí, lo es -respondió Gray.
– Stephen también -añadió con maldad.
– Está claro que te ha caído bien -le dijo con ironía.
Clare se volvió hacia él.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Que te has pasado la noche coqueteando con él.
– ¿Coqueteando…? -preguntó Clare, sin poder dar crédito a sus oídos.
– Bueno, ¿de qué otro modo le llamarías a pasarte la noche mirándolo a los ojos y hablando sobre el mundo de la música de modo que nadie más pudiera intervenir?
– ¡No estaba coqueteando! -le dijo, furiosa-. Me puse a hablar con él, porque me daba pena que viera cómo tonteabas con Lizzy. Desde luego no hiciste ni el más mínimo esfuerzo por ser agradable con Stephen. ¡Estaba claro que tenías celos!
– ¡Celos! ¿Por qué había de estar celoso de un hombre así?
– ¿Tal vez porque es atractivo, cultivado, agudo, inteligente…? -sugirió dulcemente y lo miró con desagrado.
– No es lo bastante hombre para Lizzy.
– ¿Por qué? ¿Acaso porque le interesa más la música que las vacas? No hace falta ir por ahí, montando a caballo como un macho y luchar con un toro para probar que eres un hombre, ¿sabes?
Gray apretó con fuerza el volante.
– Soy perfectamente consciente de tu ideal de hombre. Lo que estoy diciendo es que Stephen no tiene una personalidad lo bastante fuerte como para estar a la altura de Lizzy.
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