– Te acompañaré -le dijo Gray, soltándola.
– No hace falta… -empezó a decir Clare, pero él no la dejó terminar.
– ¿Qué va a pensar todo el mundo si dejo que mi mujer ande paseándose por ahí sola en nuestra noche de bodas?
De la mano salieron de la carpa y se dirigieron hacia la casa. El cielo era como terciopelo negro y estaba tan cuajado de estrellas que parecían una masa borrosa por encima de los árboles. La casaca transparente de Clare, flotaba con cada movimiento suyo y el vestido plateado brillaba bajo la luz de las estrellas, mientras caminaban por las sombras que proyectaban los fantasmales gomeros
Todos los sentidos de Clare se encontraban despiertos hacia lo que la rodeaba: el zumbido de los insectos en los árboles y el aroma embriagador que desprendían las hojas secas de los eucaliptos cuando las pisaban. La suavidad de la seda al rozarle la piel la excitaba y nunca había sido tan consciente de su propio cuerpo o del de Gray. Caminaba a su lado en silencio y con el rostro oscurecido por las sombras, pero podía sentir el roce de sus dedos enlazados en toda su intensidad y estaba segura de poder distinguir cada una de las callosidades de sus manos, o incluso las espirales de sus huellas dactilares.
Alice estaba dormida. Agotada por todas aquellas caras desconocidas y tanta actividad, no se había movido desde que Clare se escapara de la fiesta, horas antes, para echarla en su cuna. Lizzy se había ofrecido a hacerlo por ella, pero Clare deseaba estar a solas con la hija de Pippa más que ninguna otra noche. De no haber sido por Alice, jamás habría ido a Bushman's Creek y, por lo tanto no habría conocido a Gray, no se habría enamorado de él, ni se habrían casado.
Inclinada sobre la cuna, Clare colocó la colcha de la niña con una expresión de ternura en el rostro. Al incorporarse, la luz procedente del exterior incidió sobre la alianza y se quedó mirándola asombrada, como si no la hubiera visto antes. Estaba casada. Dio una vuelta al anillo en el dedo. No le había parecido real hasta entonces, en que se encontraba en aquella habitación a oscuras, con el hombre callado y tranquilo que se había convertido en su esposo.
Al levantar la vista hacia él, lo encontró mirándola.
– ¿Qué pasa? -le preguntó.
– Estamos casados -le dijo, con un tono de voz peculiar, como si acabara de darse cuenta.
– Sí -rodeó la cuna y le tomó las manos-. Estás muy hermosa hoy, Clare -le dijo con voz ronca-. Estoy orgulloso de ti.
– ¿De verdad?
Gray asintió.
– Te he estado mirando cuando hablabas con todo el mundo, les sonreías y les hacías creer que eras una novia como todas las demás, y ninguno de ellos ha sospechado siquiera lo duro que resultaba para ti.
– No más que para ti -acertó a decir Clare.
– La verdad es que no me resultó tan duro. Simplemente fingí que era real.
– ¿Y eso te ayudó?
– Sí -le apretó los dedos-, mucho -Gray frotó la alianza con el pulgar-. Si funciona, tal vez deberíamos seguir fingiendo durante un tiempo -le sugirió con una sonrisa que le derritió hasta los huesos.
– Sí, tal vez deberíamos -asintió Clare y se besaron al lado del bebé, que seguía durmiendo plácidamente.
– Vamos -le dijo, al tiempo que la guiaba hasta su habitación por el pasillo.
– ¿Y los demás? -le recordó, al ver que la hacía entrar en la alcoba y cerraba la puerta tras de sí-. ¿No se preguntarán dónde estamos?
Una sonrisa le iluminó el rostro.
– Se lo están pasando demasiado bien como para darse cuenta de que nos hemos ido, y si lo hicieran imagino que no les costaría adivinar dónde estamos. Lo extraño sería que permaneciéramos en la fiesta toda la noche, cuando todo el mundo espera que aproveche la menor oportunidad para estar a solas con mi mujer.
– Tienes razón -dijo Clare, fingiendo que estaba considerando el asunto-, y ya que queremos resultar convincentes -añadió-, deberíamos quedarnos aquí y sacarle el mayor partido posible a la situación. ¿No te parece?
– Exactamente -le dijo Gray, con una sonrisa que hizo que le diera un vuelco al corazón-. ¡Entonces, ven aquí, señora Henderson!
Clare le obedeció sin rechistar y no ofreció ni la menor resistencia mientras Gray le despojaba de la casaca, que caía al suelo como si de una tela de araña se tratara.
Después le tomó la mano y le besó la palma con ternura, antes de besar el interior de sus muñecas y dejar que sus labios subieran suavemente por su brazo, deteniéndose en la sensible zona del interior del codo y en la curva de su hombro, acercándola cada vez más a él con cada beso, hasta que Clare ya no pudo soportar el ardiente deseo. Incapaz de permanecer pasiva ni un momento más, le tiró de la camisa, hasta sacársela de los pantalones, y así después de que él la cubriera con sus besos, recorriendo su escote y su cuello hasta alcanzarle la boca, Clare pudo acariciarle la espalda mientras se besaban apasionadamente.
Sintió la calidez de sus dedos mientras le bajaba la cremallera del vestido, lentamente, dejando que se deslizara por sus caderas hasta caer suavemente al suelo y se estremeció de placer al notar el roce de los dedos masculinos en sus caderas y sus manos moverse sobre su piel desnuda. Presa de una gran excitación se arqueó sobre él y susurró su nombre.
– Creo que ya es hora de que lleve a mi esposa a la cama -murmuró Gray con una sonrisa.
Cuando Clare se despertó a la mañana siguiente ya era de día. Medio dormida dedujo que debía ser domingo, porque cualquier otro día de la semana estaba en pie antes del amanecer para hacer el desayuno a los hombres.
Se estiró con pereza antes de abrir los ojos por completo. El sol entraba por las rendijas de las persianas y se sentía mejor que nunca. Permaneció un rato inmóvil, sin abrir los ojos del todo, preguntándose por qué se sentía tan feliz, hasta que de repente los acontecimientos del día anterior acudieron a su mente.
Estaban casados. Se había convertido en la esposa de Gray. Levantó la mano y examinó la alianza, como para convencerse a sí misma de que era verdad, y sus labios esbozaron una sonrisa cuando recordó cómo había terminado el día.
Al rememorar como le había hecho el amor Gray, un cosquilleo le recorrió el cuerpo. La noche anterior la pasión que sentían el uno por el otro había alcanzado nuevas alturas y después del amor habían permanecido muy quietos, con los cuerpos enredados, pensando en lo que habían descubierto juntos, y murmurando palabras de amor, mientras volvían poco a poco a poner los pies en el suelo. Puede que estuvieran fingiendo, pero había parecido tan… real.
Clare se repetía que Gray no podía hacerle el amor de aquel modo sin quererla. Se le debía notar mucho lo que sentía, y si él no se encontraba aún preparado para amarla de la misma manera, estaba segura de que le llegaría el momento. Llena de esperanza, se había quedado dormida en sus brazos, con una sonrisa en los labios.
Todavía sonriendo con optimismo, Clare se volvió hacia el lado de Gray, pero no había nadie. Decepcionada al no encontrarlo allí, acarició con la mano la parte de la sábana donde había estado tumbado. Con un suspiro pensó en lo bonito que hubiera sido que estuviera allí al despertar, que sus ojos castaños le hubieran sonreído, mientras acercaba la mano para acariciarla, y que la hubiera besado, asegurándole después que lo ocurrido la noche anterior no había sido un sueño.
Clare intentó convencerse de que no lo podía tener todo. Habría sido perfecto haber hecho el amor lentamente con él otra vez por la mañana, y que le hubiera dicho que la amaba, pero no lo había hecho… al menos por el momento, así que solo le quedaba la esperanza.
No tenía sentido que pidiera más de lo que le podía dar. Sería feliz con lo que tenía.
La casa estaba en silencio. Tan solo se oía cantar a los pájaros. Al parecer todos excepto Gray estaban aún durmiendo, tras la fiesta de la noche anterior. Clare tomó el reloj que había sobre la mesilla de Gray. Normalmente a esa hora Alice estaba despierta, así que decidió ir a ver qué hacía.
Tras ponerse una bata de algodón, recogió la ropa que permanecía donde la habían dejado la noche anterior. Sobre el suelo, el vestido parecía un charco plateado. Clare sonrió al recordar cómo se lo había quitado Gray y lo colgó en una percha. Sería muy difícil plancharlo, pero no lamentaba ni una sola de sus arrugas.
También colgó la chaqueta de Gray, colocó sus pantalones doblados sobre una silla y metió la camisa y los calcetines en la cesta de la ropa sucia, antes de dirigirse, descalza, a la habitación de Alice.
La cuna estaba vacía y Clare pensó que Gray estaría dando de desayunar a la niña, así que se dirigió a la cocina. Mientras se acercaba, sin hacer el menor ruido, empezó a oír el parloteo ininteligible de Alice y sonrió al imaginar a Gray tratando de que no tirara la mayor parte de la comida al suelo o sobre su cabeza. El pobre seguía sin saber dar de comer a un bebé.
Todavía sonreía al llegar a la puerta de la cocina. Alice fue la primera en verla.
– ¡Gah! -gritó, blandiendo su cuchara, pero Clare no la miraba a ella. Lo que contempló le borró la sonrisa de los labios. Gray estaba allí, pero no dando de desayunar a Alice, y además no estaba solo.
Estaba abrazando a alguien y Clare supo al instante de quién se trataba.
Era Lizzy.
Fue como si una mano helada le agarrara el corazón. Había sabido desde el principio lo que Gray sentía por Lizzy, pero en el fondo no se lo había llegado a creer del todo hasta aquel momento en que vio la intimidad que había entre ellos, lo bien que parecían estar juntos.
Clare se sintió enferma. Le habría gustado darse la vuelta y desaparecer, hacer como si no los hubiera visto, pero no pudo moverse, se quedó muy quieta, mirando, mientras se desvanecía toda la alegría y el optimismo con que se había despertado.
– ¡Gah! -repitió Alice, esta vez con más fuerza, y al ver que seguían sin hacerle caso tiró la cuchara al suelo.
El sonido hizo que Gray levantara la cabeza y viera a Clare mirándolos, afligida.
– ¡Clare! -dijo y soltó a Lizzy para dirigirse hacia donde estaba ella.
Temerosa de traicionarse echándose a llorar en cualquier momento, Clare escogió la postura más segura y se refugió tras una máscara de fría indiferencia.
– No os preocupéis por mí -dijo con frialdad, mientras se agachaba para recoger la cuchara.
– Pensé que estabas dormida -dijo Gray.
Clare pensó, con amargura, que no le cabía ninguna duda de ello.
– ¿Ah, sí?
Gray entrecerró los ojos al percibir su tono irónico.
– Alice y yo vinimos a la cocina para hacerte una taza de té -perseveró.
– ¡Y me encontraron a mí llorando en tu cocina! -intervino Lizzy. Se secó la cara y sonrió con tristeza a Clare, que por primera vez se dio cuenta de que había estado llorando-. Lo siento, Clare, ya sé que es una mañana muy especial para ti. No quería estropeártela.
Parecía muy disgustada, pero no culpable de que Clare la hubiera sorprendido dando un apasionado abrazo a su marido, al día siguiente de su boda. Clare sintió que las garras de los celos empezaban a desclavarse de su corazón.
– ¿Qué ocurre? -preguntó.
Lizzy respiró profundamente.
– He decidido no casarme con Stephen -le dijo.
– Pero… ¿por qué? -Clare la miró consternada. Lizzy tenía que casarse con Stephen, ¿cómo si no iba Gray a olvidarla?
– Creo que no nos amamos lo suficiente -respondió Lizzy con tristeza.
Clare pensó que por lo menos no había dicho que, finalmente, había terminado por darse cuenta de que seguía enamorada de Gray. El miedo que había sentido al verlos abrazados había sido tremendo, pero aquello era casi igual de duro. Gray no la amaría nunca mientras Lizzy estuviera libre, mientras hubiera una remota posibilidad de que pudiera ser suya.
– Claro que amas a Stephen -se apresuró a decirle-. ¡Es maravilloso, divertido, inteligente y además está enamorado de ti! -vio como la expresión de Gray se endurecía. Estaba claro que no le nacían ninguna gracia sus intentos de convencer a Lizzy para que se quedara con Stephen, pero de todos modos siguió intentándolo-. No tomes ninguna decisión precipitada, Lizzy. Stephen es un buen hombre y está hecho para ti. Le echarás más de menos de lo que crees.
– Tú no lo entiendes -Lizzy sollozó de nuevo-, porque tienes a Gray.
– Créeme, sé de lo que estoy hablando -insistió Clare, sin mirar a Gray-, el amor de verdad solo se presenta una vez, y cuando ocurre se debe hacer todo lo posible por conservarlo -aquello, después de todo era lo que ella estaba haciendo-. No eches a perder algo que podría ser tan especial, porque lo lamentarás el resto de tu vida.
– ¡De eso se trata! -dijo Lizzy entre sollozos-. No estoy segura de que lo que Stephen y yo tenemos sea tan especial. Ayer os observaba a vosotros y cuando os mirabais era como si no hubiera nadie más en el mundo. Entonces me di cuenta de que si me casaba con Stephen no sería igual. Nosotros no tenemos lo que tenéis Gray y tú.
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