– Para nosotros, es… diferente -dijo Gray, lanzando una mirada de advertencia a Clare.

– Ya lo sé -asintió-. A eso me refiero. Entre vosotros hay algo que relampaguea cuando estáis juntos. Ni siquiera hace falta que os toquéis. Hay electricidad en el aire entre vosotros y eso no ocurre entre Stephen y yo.

Se hizo un incómodo silencio.

– Pero Stephen y tu parecíais felices juntos -insistió Clare, con desesperación.

Lizzy suspiró.

– Sí, claro. Nos llevamos bien, y lo quiero mucho, por supuesto, pero no se da entre nosotros esa chispa que veo entre vosotros. Cuando miro hacia atrás me doy cuenta de que tal vez nos comprometimos porque todas nuestras amistades empezaban a casarse. Tenemos muchas cosas en común y nos encontramos bien juntos, así que pensamos que eso bastaría, pero ahora que he visto cómo debería ser una relación, no me puedo conformar. Si me caso tiene que ser perfecto.

– Lizzy… -Clare la miró con desesperación-. Lizzy, nunca es perfecto. No puedes fijarte en nosotros, porque cada pareja tiene sus propias razones para casarse -continuó, escogiendo sus palabras cuidadosamente-. Gray y yo sabemos cuáles son las nuestras, pero no serían las más apropiadas para ti, ¿verdad? -añadió, mirando a Gray, desafiante, pero él no contestó.

Lizzy se pasó los dedos por los cabellos.

– Pensáis que soy una ridícula romántica, ¿verdad? -les dijo, con una sonrisa cansada-. Bueno, tal vez lo sea, pero creo que tengo razón. Anoche no pegué ojo -confesó-. Me pasé la noche pensando en Stephen y creo que no sería honesta con él si nos casáramos sin estar segura de que es el hombre apropiado para mí. En cuanto llegué a la conclusión de que en realidad no deseaba casarme con él, me sentí aliviada y supe que había tomado la decisión acertada -tomó un pañuelo de papel y se sonó la nariz-. La verdad es que no sé por qué lloro -admitió, avergonzada-. Imagino que será porque ya tengo treinta años y deberé empezar de nuevo. Todo el mundo está casado, menos yo. ¿Y si nunca encuentro al hombre que me conviene?

– Lo encontrarás -le aseguró Gray, al tiempo que le daba un fuerte abrazo-. Tengas la edad que tengas siempre serás maravillosa y te mereces lo mejor. Dentro de poco te tocará a ti, te lo prometo. Hay alguien esperándote y cuando lo encuentres sabrás que hiciste lo correcto al esperar a tu príncipe azul.

– Gracias, Gray -Lizzy le sonrió y le devolvió el abrazo-. Siempre has sido mi mejor amigo. ¡No pretendía pasarme la mañana llorando en tu hombro!

– Aquí lo tienes para cuando lo necesites -le dijo, abrazándola de nuevo-. Vamos Lizzy, deja de llorar y ve a darte una ducha. Nosotros te prepararemos un café. Ya verás como después te sentirás mucho mejor.

CAPITULO 9

MIENTRAS daba de desayunar a Alice, Clare pensó con cierta amargura que le parecía muy bien que Gray se preocupara por los sentimientos de Lizzy, pero… ¿y los de ella?

Era como si una piedra le obstruyera la garganta, pero se negaba a llorar. No iba a hacer una escena. Si se abandonaba a las lágrimas y los celos haría el ridículo y avergonzaría a Gray. A pesar de todo lo sucedido, Clare no quería que algo así ocurriera. No después de lo que había pasado la noche anterior.

Al fin y al cabo era culpa de ella, por empeñarse en creer que hacer el amor llegaría a significar para Gray tanto como para ella. No le había parecido tan absurdo pensarlo cuando Lizzy estaba aún comprometida con Stephen, pero ya era libre, todo había cambiado.

Mientras terminaba de dar de desayunar a Alice, que por una vez comía sin rechistar, Clare deseó poder hacer retroceder el tiempo y no haber ido a la cocina para encontrarse a Gray y Lizzy abrazados.

Tenía dos opciones, bien actuar como la esposa agraviada y agobiar a Gray con exigencias poco razonables de que no tuviera nada que ver con su más querida amiga de la infancia, o bien salvar lo que le quedaba de orgullo y fingir que le daba igual lo que hiciera y a quién amara.

Cuando Gray volvió a entrar en la cocina, Clare estaba limpiándole la cara y las manos a Alice con un trapo húmedo.

– Lamento lo sucedido -le dijo él, con cuidado, buscando la expresión de sus ojos.

– No necesitas disculparte -le respondió con indiferencia.

– Me levanté al oír a Alice, y la bajé a la cocina para no despertarte. Te iba a llevar el desayuno a la cama, pero me encontré con Lizzy hecha un mar de lágrimas y no iba a dejarla así.

– Claro que no -respondió Clare-. No tienes por qué darme explicaciones.

– Eres mi esposa y tienes todo el derecho a molestarte por encontrarme con otra mujer.

– Pero no soy una esposa de verdad, ¿no es así, Gray? -Clare quitó el babero a Alice y, tras levantarla de la silla, la dejó en el suelo con una caja de plástico en las manos para que jugara-. Si nos hubiéramos casado en circunstancias normales, supongo que me habría molestado, pero en este caso no creo que sea asunto mío. Entiendo cómo te debes haber sentido.

– ¿De verdad? -le preguntó con sarcasmo-. ¿Y cómo me sentí?

Clare lo miró con valentía.

– Bueno, supongo que pensaste que era una lástima que Lizzy no se hubiera decidido a romper su compromiso hasta el día después de tu boda.

Gray la miró un momento sin saber qué hacer y después se acercó al fregadero para llenar la hervidora de agua. La encendió y, cuando se dio la vuelta, ya volvía a ser el mismo hombre controlado de siempre, aunque las minúsculas pulsaciones de un músculo en su mentón delataban los esfuerzos que estaba haciendo para mantener la calma.

– Pues te aseguro Clare que no es eso lo que pensé -le dijo con frialdad-. Simplemente sentí lástima por lo disgustada que estaba Lizzy. Romper un compromiso no es una decisión fácil de tomar.

– Bueno, ella debería saber cómo hacerlo -le dijo, con sarcasmo-. ¡Tiene mucha práctica!

– ¡No estás siendo justa! -le respondió enfadado.

– ¿Ah, no? -aclaró el trapo bajo el grifo y lo retorció con una fuerza innecesaria-. ¿Acaso eres más justo tú cuando la animas a seguir esperando a su príncipe azul? Deberías haberle dicho la verdad, Gray. Entonces no pensaría que tenemos una relación tan maravillosa, ¿verdad? ¡Sabe Dios de dónde habrá sacado esa idea!

– Simplemente ha percibido la atracción sexual que hay entre nosotros -le respondió Gray con frialdad, mientras sacaba el café del armario. Miró a Clare que se había quedado muy quieta al lado del fregadero-. Eso no se puede negar. No después de lo de anoche.

Clare se ruborizó y levantó la barbilla.

– No iba a negarlo, pero ser compatibles en la cama no convierte el resto de la relación en perfecta.

– ¡Clare, te aseguro que eso no tienes que recordármelo! -le dijo, con frialdad-. Sin embargo, la atracción sexual es importante y ni toda la amistad o el respeto del mundo pueden sustituirla. Si no existe entre Lizzy y Stephen es que él no es el hombre apropiado para ella.

Clare estaba deseando que terminara aquel día que tan bien había empezado. A medida que avanzaba la mañana un gran número de gente, que el día anterior había encontrado dónde dormir, apareció frotándose los ojos. Encantada de poder hacer algo que la mantuviera ocupada y no la dejara pensar, Clare les ofreció una comida y después fue con Alice a despedirlos a la pista de aterrizaje donde, una tras otra, fueron despegando todas las avionetas.

Lizzy fue la última en marcharse. Conocía a todo el mundo y no le fue difícil que la llevaran hasta el aeropuerto de Mathinson, desde donde podía tomar un avión de vuelta a Perth.

– Lamento tanto lo sucedido antes -dijo a Clare, mientras la abrazaba-. No pretendía estropearte la mañana.

– No importa -le respondió Clare, con los labios apretados.

– Os habéis portado de maravilla -siguió diciendo Lizzy, abrazando a Gray esta vez-. Tenéis mucha suerte de estar juntos. En cuanto a ti -tomó a Alice en sus brazos-, eres una preciosidad.

Encantada como siempre de ser el centro de atención, Alice sonrió y se apretó contra Lizzy, que la besó con cariño.

– Es un bebé encantador. Cuando queráis tener una luna de miel como Dios manda, estaré encantada de venir a cuidar de ella, mientras estáis fuera.

– Pero… ¿y tu trabajo? -le preguntó Clare, sorprendida.

– Gray tenía razón cuando me dijo esta mañana que una taza de café me vendría bien -le dijo Lizzy, alegremente-. He pensado mucho desde entonces y creo que es hora de que se produzcan algunos cambios en mi vida. Me ha gustado mi trabajo, pero lo llevo haciendo un montón de tiempo y ya me aburre. En cuanto regrese, dimitiré y me pondré a buscar algo diferente, así que tendré tiempo para venir y ayudaros, si me necesitáis.

Gray miró el rostro inexpresivo de Clare.

– Es muy amable por tu parte, Lizzy -le dijo-. Tal vez te tomemos la palabra. Por el momento no nos podemos ir… pero tal vez cuando regrese Jack.

Clare pensó que seguía siendo un actor excelente, porque nunca se irían de luna de miel. Ella regresaría a Inglaterra y Gray tendría la excusa perfecta para que Lizzy volviera a Bushman's Creek para ocupar su lugar. Se despidió de los últimos invitados, con una sonrisa forzada en los labios y asintiendo cada vez que le decían lo feliz que debía estar por haberse casado con un hombre tan estupendo.

Se sintió muy aliviada al ver desaparecer en el cielo la última avioneta y poder dejar de sonreír. Clare se quedó sola en aquel desierto rojizo, con Gray y Alice, mirando al cielo hasta que las avionetas se convirtieron en un pequeño punto en la distancia y se volvió a hacer el silencio sobre Bushman's Creek.

Después de todo el barullo, Alice se mostró cansada e irritable el resto del día. Clare comprendía cómo se sentía y deseó poder gritar y tirar cosas como hacían los bebés. Para cuando pudo acostar a Alice aquella noche estaba exhausta.

– Creo que me voy a la cama -le dijo, después de que Gray le ofreciera un café tras una cena que había transcurrido en completo silencio. Era el día libre de los trabajadores y habían aprovechado para marcharse al pub de Mathinson, así que estaban solos. Los dos habían hecho un tremendo esfuerzo por aparentar normalidad, pero parecían no tener nada de qué hablar-. Estoy cansada -le dijo Clare.

– Todos estamos cansados -admitió él, con cierta desolación en el tono de voz.

Por lo menos era una excusa para tumbarse en la cama sin tocarse. Clare pensó en volver a su antigua habitación, pero solo conseguiría poner en evidencia ante Gray lo dolida que estaba, y eso no podía consentirlo. Tal vez el orgullo fuera un pobre consuelo, pero era lo único que le quedaba.

Así que cuando Gray entró en la alcoba, fingió estar dormida y permaneció echada de espaldas a él.

Le pudo oír trajinar por la habitación. Habría deseado estar dormida, pero, ¿cómo iba a poder relajarse si la oscuridad vibraba con los sonidos que emitía al desvestirse? Podía imaginárselo claramente sacándose la camisa de los pantalones, desabrochándose el cinturón, quitándose las botas… Apretó los ojos con fuerza para tratar de apartar aquellas seductoras imágenes de su cabeza.

Notó como se hundía la cama bajo su peso, cuando se acostó a su lado, y se puso tensa, deseando y temiendo a la vez que la tocara, porque sabía que se entregaría a él por completo en cuanto lo hiciera. Notó que la miraba y dudaba, pero ninguna voz profunda murmuró su nombre para comprobar si estaba despierta, ninguna mano se deslizó seductora sobre la curva de su cadera, ni sintió que la besaban en el hombro, hasta que, ardiente de deseo se daba la vuelta para perderse en sus brazos.

Le dolía el cuerpo de cansancio, pero estaba demasiado triste y agotada para relajarse, y apenas se había adormecido un poco cuando el llanto de Alice la despertó y le hizo saltar de la cama. Al final ninguno de los dos durmió mucho, porque en cuanto Clare o Gray se volvían a echar, Alice empezaba a llorar de nuevo y así durante toda la noche.

Como la situación continuó las noches siguientes, Clare empezó a temer que Alice pudiera estar enferma, y Gray lo dejó todo para llevarlas al médico en Mathinson.

– Solo se trata de una fase -les había dicho el médico, añadiendo que se le pasaría y que no había motivo alguno de preocupación, pero para entonces Clare lo que más deseaba en el mundo era poder dormir una noche entera.

Gray y ella se turnaban para atender a la niña, pero aun así, se sentía como un zombi todo el día. Le dolía la cabeza, era incapaz de pensar como es debido y se encontraba torpe: tiraba harina por el suelo, ponía azúcar en las salsas en vez de sal o se encontraba a sí misma en medio de la cocina con una cebolla en la mano, preguntándose qué iba a hacer con ella.

Curiosamente, Clare estaba de algún modo agradecida a aquellas noches agotadoras, porque como se encontraba exhausta, le resultaba más fácil volverse a comportar de un modo normal con Gray. Ambos estaban demasiado cansados para hablar o pensar siquiera, y por lo tanto no existía tensión entre ellos cuando se dejaban caer en la cama, deseosos de dormir cuanto más mejor, antes de que Alice los hiciera levantarse una y otra vez.