Justo cuando empezaban a olvidar lo que era no estar agotados, vieron que el médico tenía razón al decir que solo se trataba de una fase, porque Alice volvió a dormir como de costumbre. Aturdidos y agradecidos por aquel respiro, al principio Clare y Gray se preocuparon más por recuperar el sueño perdido y volverse a sentir humanos de nuevo que por hablar de su relación, y después, cuando regresaron a la rutina habitual, Clare decidió que era mejor dejarlo estar, porque además no merecía la pena hablar de ello, ya que no se podía hacer nada para cambiar las cosas. Tal vez no fuera tan malo que no la amara, al fin y al cabo compartía el lecho con él.
No era la situación perfecta, pero, ¿no le había dicho ella a Lizzy que ninguna relación lo era? Estaban juntos y Alice ya no se despertaba por las noches. Eran motivos suficientes para sentirse feliz.
Llevaban casados exactamente un mes cuando llegó la carta.
Aquella mañana Gray había ido a Mathinson. Clare estaba barriendo el suelo de la cocina cuando oyó llegar la camioneta. Estaba acostumbrada a que el corazón le diera un vuelco cada vez que sentía su proximidad, y para cuando apareció en la puerta, con la caja de comestibles que le había encargado en las manos, ya había conseguido tranquilizarse y estaba lista para comportarse con una tranquila cordialidad.
– ¡Hola! -le dijo, tratando de sonar alegre y siguió barriendo para que no pareciera que se había pasado toda la mañana pendiente del sonido de la avioneta-. ¿Lo has traído todo?
– Excepto los champiñones frescos. No había, así que los compré en lata.
– Muy bien.
Últimamente siempre se comportaban así: de modo educado, amistoso. No era que estuvieran tensos exactamente, pero mantenían las distancias, como si ninguno de los dos se atreviera a bajar la guardia por completo.
Alice llegó hasta las botas de Gray y empezó a tirarle de los pantalones hasta que él la tomó en brazos y empezó a jugar con ella, tirándola por el aire. Todavía sonriendo por el júbilo de la niña, miró a Clare y la vio contemplarlos con una sonrisa en los labios, tan relajada que se había olvidado de que tenía la escoba en la mano.
Sus ojos se encontraron y dejaron de sonreír inmediatamente, mientras el aire entre ellos parecía evaporarse y dejaba un silencio irrespirable y cargado que produjo en Clare un temblor incontrolable. Aunque lo hubiera intentado no habría podido apartar la mirada.
Por supuesto fue Alice quien, sin pretenderlo alivió la tensión.
Decepcionada al ver que el juego parecía haber terminado y que Gray ya no le prestaba atención, le aplastó la nariz con la mano y después le apretó el labio inferior para obligarlo a mover la cabeza para todos los lados. Encantada por el éxito de su estrategia, Alice le dedicó una de sus encantadoras sonrisas.
Gray la miró con el ceño fruncido, fingiendo estar enfadado con ella, pero lejos de asustarse se limitó a acurrucarse en su hombro y para cuando volvió a mirar a Clare, esta ya había vuelto a ponerse a barrer, la cara oculta bajo sus largos cabellos negros.
– Recogí el correo en el pueblo -le dijo, minutos después-. Hay cartas para ti.
– Muy bien -dejó el cepillo y el recogedor y se acercó a la caja, sobre la que se amontonaban las cartas. Empezó a revisarlas una a una con las manos un poco temblorosas. Había una del banco, un par de sus amigos y…
Clare se quedó helada al reconocer la escritura del sobre.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó Gray, que debía de haberla estado observando con más atención de la que pensaba.
– Es de Mark -respondió con una voz extraña.
Se quedó mirando fijamente el sobre y pensó que hubo un tiempo en que solo ver la escritura de Mark hacía que su corazón latiera a toda velocidad, en que hubiera dado cualquier cosa por saber de él. Sin embargo, en aquel momento lo único que se preguntaba era cómo habría averiguado su dirección.
Clare se sentó en una silla y empezó a dar vueltas al sobre. Era de Mark, el hombre que había amado y que la había amado. Se preguntó si no debería sentir algo más intenso.
– ¿No la vas a abrir? -la brusquedad de Gray la sobresaltó y solo acertó a asentir con la cabeza. Respiró profundamente, abrió el sobre y sacó la carta.
Mientras Clare leía la misiva, el silencio fue absoluto. Cuando terminó, dejó las cuartillas sobre la mesa y miró a Gray, con ojos inexpresivos.
– ¿Y bien?-preguntó, con bastante brusquedad-, ¿qué es lo que quiere?
Su evidente hostilidad hizo salir a Clare de su aturdimiento.
– Quiere que regrese -le dijo.
– ¿Que regreses? ¿Por qué?
– Porque me ama.
– Se supone que debería amar a su mujer -dijo Gray con un tono tan hiriente que Clare apretó los labios y levantó la barbilla.
– ¡Pues tú no amas a la tuya! -le respondió, con frialdad.
Se sostuvieron la mirada un momento, desafiantes, hasta que Gray la retiró y después dejó a Alice en el suelo, que corrió a jugar otra vez con el recogedor y el cepillo.
– Es diferente en nuestro caso.
– Ahora también en el de Mark -los ojos plateados brillaron desafiantes. Se dio cuenta de que si había esperado por un momento que él negara su acusación y declarara de repente que la amaba estaba muy equivocada.
– ¿Qué quieres decir?
– Mark está en trámites de divorcio -le dijo, con frialdad-. Dice que su mujer y él lo han intentado, pero que al final han llegado a la conclusión de que su matrimonio no volvería a funcionar.
– ¿Y sus hijos?
– No dice nada, pero los dos los adoran y seguramente tratarán de hacer que la separación sea lo menos traumática posible para ellos.
– Ya -Gray tomó sus cartas e hizo como si las estuviera revisando, cuidadosamente-. ¿Así que ahora que las cosas se han solucionado a su conveniencia, Mark espera que lo dejes todo y regreses con él?
– No, Mark no es así. Solo quería que supiera que me ama y que no ha podido olvidarme -le tembló la voz de repente y se preguntó por qué Mark no le había escrito antes, cuando habría dado cualquier cosa por oírselo decir a él y no a la persona fría y distante de ojos castaños que hacía que el corazón le latiera a toda prisa tan solo con tenerlo allí cerca, revisando el correo-. Quiere casarse conmigo -dijo, tras respirar profundamente.
– Bueno… eso es lo que tú deseabas, ¿no?
Le dolió profundamente la indiferencia con que lo había dicho.
– Sí, supongo que sí.
Gray dejó de fingir que revisaba la correspondencia y dejó caer las cartas, bruscamente sobre la mesa.
– ¿Te vas a casar con él?
– No puedo -respondió Clare, apartando la mirada-. Estoy casada contigo.
– Te prometí que anularíamos el matrimonio en cuanto quisieras -sus palabras sonaron como forzadas-. Si es lo que deseas ahora, no tienes más que decirlo.
Clare pensó, disgustada, que si quería terminar aquello, ¿por qué no lo decía claramente? Deseó levantarse y gritarle que estaba ciego si no veía que no quería marcharse, que deseaba que aquel matrimonio durara para siempre.
– Tenemos que pensar en Alice -fue lo único que pudo decir.
– Alice ya se ha acostumbrado a vivir aquí -le dijo Gray-. Ya ves lo feliz que es -dudó un momento-, si te quieres marchar, Lizzy puede venir a cuidarla. Anoche me dijo por teléfono que ha dejado su trabajo, y se ofreció a venir cuando quisiéramos. Todavía cree que nos vamos a ir de luna de miel, pero podríamos decirle la verdad. No se lo contaría a nadie.
Clare pensó que era evidente que estaba deseando desembarazarse de ella. De repente sintió nauseas y un dolor en el pecho. Le temblaron las manos al volver a doblar la carta de Mark para meterla de nuevo en el sobre.
– Gracias por el ofrecimiento -le dijo, con frialdad-, pero Alice es primordial para mí y me temo que no me voy a ir hasta no ver a Jack con mis propios ojos. Se lo prometí a Pippa y pienso cumplir mi promesa.
Incapaz de soportar la desilusión que estaba segura vería reflejada en el rostro de Gray, Clare evitó mirarlo, pero pudo sentir sus ojos penetrantes sobre ella, así que decidió observar a Alice, que se lo estaba pasando de lo lindo golpeando el cepillo contra el recogedor. Aquellos ojos la ponían nerviosa, no quería que viera la desolación en su rostro, ni como hacía esfuerzos para contener las lágrimas.
– ¿Qué le vas a decir a Mark? -le preguntó, con dureza.
Clare se miró las manos y pensó que, de quedarle algo de orgullo, le diría que si no fuera por Alice correría a reunirse con Mark, pero no pudo mentirle.
– No lo sé. Tengo que pensarlo.
Cuando se volvió a quedar sola, Clare intentó convencerse a sí misma de que lo que sentía por Gray no era tan fuerte, de que tal vez aquella necesidad dolorosa que tenía de él no era real, después de todo. Sola en aquel lugar tan aislado, con un hombre atractivo y un bebé, cualquier mujer podría haberse enamorado.
Cuando volviera a casa tras el regreso de Jack, seguramente se daría cuenta de que su amor por él no era lo que había pensado. Tal vez llegara a la conclusión de que Mark era el hombre que quería, después de todo. Y tras haber vivido en aquel aislamiento, volvería a descubrir el color, el ruido y la emoción de la ciudad y olvidaría a Gray. Quizás un día todo le pareciera un sueño y se riera de sí misma por haber creído enamorarse locamente de un hombre con el que no tenía absolutamente nada en común, un hombre que vivía al otro lado del mundo en un lugar al que ella no pertenecía.
Tal vez.
Clare se levantó y empezó a preparar la comida. Los hombres no tardarían en llegar y el día tendría que continuar, aunque ella se sintiera como si se le hubiera hundido el mundo bajo los pies. Por un momento creyó que Gray y ella habían recuperado la armonía, pero no podía haber dejado más claro que estaba cansado de aquel matrimonio y quería que se marchara a casa con Mark.
– No me quiero ir a casa -murmuró Clare, con desesperación, admitiendo la verdad. Por más que se repitiera que Londres volvería a gustarle, sabía que ya nada sería igual. Lo encontraría gris y vacío sin Gray. ¿Cómo iba a soportarlo sin su presencia?
Sabía que no debía martirizarse pensando en el futuro. Tenía tiempo todavía. Tal vez Jack tardara otros seis meses en regresar y Lizzy cambiara de opinión sobre Stephen. Quizá ella se llegara a convencer a sí misma de que, después de todo, deseaba regresar a casa.
Después de comer, Gray ordenó a sus empleados que repararan todas las vallas deterioradas y él se retiró a su despacho para trabajar con la correspondencia que había llegado aquella mañana. Clare acostó a Alice y se sentó en el porche con un libro. Normalmente aprovechaba la siesta de la niña para realizar las tareas que le requerían un poco más de concentración, pero aquella tarde estaba demasiado cansada para concentrarse en nada. El trabajo podía esperar.
Pero el libro permaneció abierto en su regazo, sin que pudiera leer una sola línea. Se quedó mirando al riachuelo y poco a poco la calma y la luz apaciguaron sus nervios. Sintiéndose ya más tranquila pensó que todo saldría bien, que mientras pudiera permanecer en Bushman's Creek todo iría bien.
Oyó sonar el teléfono, pero no se movió para responder. Gray estaba en casa así que podía seguir allí sentada y disfrutar de la quietud.
Cuando Gray abrió la puerta corredera de cristal, minutos después, ella se encontraba todavía sentada en aquel sillón en el que se habían besado tantas veces. Al oír la puerta se volvió y lo miró con sus enormes ojos grises.
Gray se quedó mirándola y algo en su expresión la hizo levantarse de inmediato. Un escalofrío premonitorio le recorrió el cuerpo y el libro que había permanecido abierto sobre su regazo cayó al suelo.
– ¿Qué ocurre? -susurró.
– Era Jack.
Jack. Clare se quedó mirándolo y le entraron ganas de llorar. No podía ser Jack. Todavía no.
– ¿Dónde está? -preguntó con voz temblorosa y se humedeció los labios.
– Llamaba desde Mathinson -le dijo Gray-. Quiere que vaya a recogerlo ahora mismo -miró el pálido rostro de Clare con desolación-. Vuelve a casa.
Clare sabía que debía decir algo, porque al fin y al cabo tanto Gray como ella llevaban meses esperando ese momento. Jack fue la razón de su llegada a Australia. Después de tantas vicisitudes por fin iba a conseguir cumplir la promesa que le había hecho a Pippa, pero el único pensamiento que ocupaba su mente era que no estaba preparada.
No estaba preparada para encontrar las palabras adecuadas que hablarle sobre Pippa. No estaba lista para dejar a Alice con su padre. No estaba preparada para separarse de Gray.
No estaba preparada para marcharse.
– ¿Le… le vas a hablar de Alice? -consiguió decir por fin.
– Lo sabe -le respondió Gray con suavidad-. Me confesó que nunca había podido olvidar a Pippa, a pesar de que lo había intentado incluso marchándose a Sudamérica. Siempre había deseado ir y pensó que allí nada le recordaría a ella, pero no resultó y decidió ir a verla a Inglaterra -se detuvo, preocupado, al ver que Clare se dejaba caer pesadamente sobre el sillón, con la mirada perdida-. Jack tenía tu dirección, de cuando Pippa te escribía, y había planeado hablar contigo y pedirte que le dijeras donde estaba tu hermana, pero, por supuesto, cuando llegó tú ya te habías marchado. Al parecer habló con una vecina tuya que le contó lo de Pippa y le habló del bebé y de vuestro viaje a Australia para encontrar al padre.
"Un hogar lejano" отзывы
Отзывы читателей о книге "Un hogar lejano". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Un hogar lejano" друзьям в соцсетях.