Un hogar lejano
Serie: 3 Amor en Australia
CAPITULO 1
CON LOS ojos entrecerrados para protegerse del exceso de luz, Clare observó la nube de polvo que se aproximaba a través de la neblina y se preguntó si se trataría por fin de Gray Henderson.
Deseaba de todo corazón que así fuera, porque se había pasado toda la mañana esperándolo sin otro quehacer que pasear a Alice de un extremo a otro de la calle principal de Mathinson, que, por otra parte, no había tardado mucho en recorrer.
Aparte del hotel, había una tienda en la que se vendía de todo un poco, un banco y una gasolinera. El pueblo, si así se podía llamar a un puñado de casas prefabricadas instaladas en unos terrenos polvorientos, parecía luchar por sobrevivir al calor abrasador. No habían visto a nadie durante su paseo, y no habían tardado mucho en retirarse a la sombra del mirador del hotel, donde Alice se había entretenido con sus juguetes.
Clare, sin embargo, se había aburrido mucho, así que la simple visión de aquella nube de polvo había bastado para que se apresurara a ponerse en pie. Al cabo de unos minutos, la nube se transformó, por fin, en una camioneta abollada que se detuvo frente al hotel con gran estrépito, y de la que se bajó un hombre por la puerta del copiloto.
Desde el mirador lo único que podía ver Clare era que se trataba de un hombre delgado y ágil, vestido con unos pantalones de cuero y una camisa a cuadros. Se había acercado a la ventanilla del conductor y le estaba diciendo a este algo. Después dio un golpe con la mano en el techo del camión a modo de despedida y el vehículo se puso en marcha.
Lo vio acercarse al hotel y pensó que la tranquilidad con la que andaba y el modo lacónico con que se había puesto el sombrero se correspondían perfectamente con la voz suave y profunda que había oído al teléfono. En el ánimo de Clare se mezcló la irritación con el alivio de verlo aparecer por fin. Estaba claro que no tenía ninguna prisa, a pesar de haberla tenido esperando toda la mañana.
Clare intentó tranquilizarse. Recordó que debía ser prudente y no decirle nada. Aquel primer encuentro tenía que salir bien, no solo por el interés de Alice, sino por el suyo propio también. Nerviosa, por la importancia del encuentro, tomó a la niña en brazos y apretó su cuerpecito, tratando de tranquilizarse. Se había pasado toda la mañana esperando a Gray Henderson y en aquel momento habría deseado que no fuera él.
Pero sí lo era.
El hombre se detuvo al verla, y antes de subir los primeros escalones la observó un momento con los ojos entrecerrados. Después continuó subiendo con aquella tranquilidad que tanto la irritaba.
– ¿Clare Marshall? -preguntó, y se quitó el sombrero-. Soy Gray Henderson -afirmó, levantando las cejas ligeramente-. ¿Quería verme?
Tenía el pelo castaño, la piel curtida y unos ojos marrones que no delataban ningún tipo de sentimiento. Estremecida, Clare pensó que eran los mismos ojos de Alice. La había pillado desprevenida. Lo vio mirarla con detenimiento. Seguramente la consideraba fuera de lugar en aquel pueblo perdido, con sus pendientes de perlas, su falda amarilla de lino y sus elegantes sandalias italianas. Había elegido su ropa cuidadosamente para impresionarlo, pero si lo había conseguido, no daba muestras de ello en absoluto.
– Sí -sonrió, y enseguida tuvo la sensación de que su sonrisa parecía tan fuera de lugar como su apariencia; de que su voz sonaba cortada y con un acento demasiado inglés, comparado con la suave cadencia del acento australiano-. Gracias por venir -añadió, y al hacerlo tuvo que esforzarse en reprimirse para no preguntarle por qué había tardado tanto.
– Dijo que era importante -le recordó él.
– Y lo es.
Aunque sabía desde el primer momento que no iba a poder ver a Jack, había estado practicando mentalmente cómo explicarle la situación a Gray Henderson, pero al tenerlo allí delante, le había entrado tal ataque de pánico que se le había quedado la mente en blanco y lo único que podía hacer era mirarlo como una tonta.
Deseó con todas sus fuerzas que se pareciera más a Jack. Pippa le había hablado tanto de él, de su cordialidad, encanto y sentido del humor que era como si ya lo conociera. No estaba preparada para enfrentarse a un hombre tan frío y difícil de tratar como parecía Gray Henderson. Mientras que Jack aparecía en las fotos sonriente y expresivo, el rostro de Gray era serio y no dejaba traslucir en modo alguno lo que pensaba.
– ¿Nos… nos sentamos? -le preguntó, haciendo tiempo mientras ordenaba sus pensamientos confusos.
Gray la siguió hasta el banco que había en el mirador, se sentó a su lado y esperó pacientemente a que le dijera para qué lo había llamado. A Clare le había parecido muy complicado explicarle las cosas por teléfono la noche anterior, pero ahora se preguntaba si no habría sido más fácil hacerlo sin tener que sentir aquellos penetrantes ojos marrones mirándola.
Clare no había conocido nunca a nadie a quien le perturbaran tan poco los largos silencios. Cualquier otra persona se habría apresurado a explicar por qué había llegado tarde, o le hubiera preguntado enseguida para qué quería verlo. Sin embargo, él se había limitado a sentarse y esperar.
Como era obvio que no iba a ser él quien empezara a hablar, se aclaró la garganta.
– Esta es Alice -Clare señaló con la cabeza a la niña que miraba a Gray sin pestañear.
– Buenos días, Alice.
Lo dijo muy serio, pero se acercó a hacerle cosquillas. Alice le dedicó una sonrisa que dejó a la vista sus dos únicos dientes y se apresuró a agarrarse a uno de sus dedos, aunque por poco tiempo porque, de repente, presa de un ataque de timidez, escondió la cara detrás de Clare. Pronto sintió la curiosidad de volver a mirarlo y al ver que seguía observándola se volvió a esconder rápidamente.
Clare no pudo evitar reírse. Sabía que podía ser pasión de tía, pero Alice le parecía una cría preciosa, regordeta y sonrosada, de pelo rubio y hermosos ojos castaños. Seguramente ni Gray podría resistirse a ella.
Lo miró y se tranquilizó al ver que observaba a la niña divertido. La sonrisa que se adivinaba en sus ojos lo hacía, de repente, más abordable. Volvió a hacerle cosquillas hasta que Alice se echó a reír a carcajadas. Clare no pudo evitar pensar que aquel hombre era mucho más atractivo de lo que le había parecido en un principio.
– ¿Qué tiempo tiene? -le preguntó.
Clare se sintió desilusionada al ver que cuando la miraba a ella la sonrisa divertida desaparecía de sus ojos.
– Seis meses. Bueno, en realidad, casi siete.
Levantó a Alice de sus rodillas y la colocó en su sillita, acallando sus protestas con un conejo de goma que estaba ya tan chupado y mordido que conservaba poco de su forma y facciones originales. Al ver que Gray echaba un vistazo al reloj, decidió que había llegado el momento de hablar del asunto que los ocupaba.
– Me imagino que se estará preguntando qué estamos haciendo aquí.
– Por teléfono me dijo que quería ver a Jack -aunque su expresión seguía sin delatar sentimiento alguno, el tono de su voz dejaba traslucir cierta cautela-, pero no dijo nada de un bebé.
– No -admitió-. Como ya le dije es un asunto difícil de tratar por teléfono, así que pensé que era mejor hablarlo cara a cara.
– Bueno, pues ahora que estamos cara a cara, tal vez podría decirme qué es lo que quiere -le dijo Gray, con frialdad.
Clare dudó.
– La verdad es que a quien necesito ver es a Jack. ¿Tiene idea de cuándo va a regresar?
– Dentro de un mes… Tal vez seis semanas.
A Gray parecía no preocuparle en absoluto la vaguedad de los planes de su hermano. Clare lo miró con desesperación. Esperaba que le dijera que iba a regresar pronto, y no iba a volver hasta dentro de un mes.
– Pero…, ¿dónde está?
– En Texas, comprando semen de toro para mejorar la raza de nuestra ganadería.
Clare tragó saliva.
– ¿Puede contactar con él?
– No es fácil.
Clare se sintió agotada de repente. Aquello era más de lo que podía soportar.
Peor que el interminable vuelo desde Londres o la noche que había pasado en vela pensando en cómo reaccionaría Gray Henderson. Era como si sintiera de repente toda la tensión y el cansancio que le había provocado tener que ocuparse de la hija de Pippa tras la repentina muerte de esta. Tuvo la sensación de llevar meses sin dormir. Planear el viaje a Australia la había mantenido ocupada, pero ahora que estaba allí, se encontraba demasiado cansada como para pensar con claridad, y el hecho de tener que explicárselo todo a Gray le suponía un esfuerzo agotador.
Clare bajó la cabeza como si le pesara demasiado para tenerla alta, juntó las manos sobre su regazo y se obligó a concentrarse. No podía darse por vencida.
– Debería haber escrito -dijo con la cabeza baja y el rostro oculto por su sedoso cabello-. Nunca se me ocurrió pensar que Jack pudiera estar de viaje.
– Si quiere dejar una carta, me aseguraré de que llegue a manos de Jack en cuanto regrese.
Clare negó con la cabeza.
– Es demasiado tarde para eso. Necesito hablar con él personalmente.
– Me temo que no es posible, así que se tendrá que conformar con hablar conmigo.
– Sí, ya lo veo -respondió Clare, apesadumbrada.
A Alice se le había caído el conejo y, al ver que su tía no se lo recogía enseguida, gritó enfadada. De manera automática, Clare se agachó y se lo entregó. No podía pensar, tan solo mirar a aquella criatura que dependía de ella por completo para que hiciera lo más conveniente. Acarició la cabeza de la niña, que sonrió complacida al tiempo que se llevaba de nuevo a la boca la oreja del conejo
– Mire, no es que quiera meterle prisa, pero tengo mil cabezas de ganado que atender y ya he perdido bastante tiempo que no tengo viniendo aquí a escuchar eso tan importante que me tenía que decir -por primera vez su voz denotaba impaciencia-. ¿Sería tan amable de ir al meollo de la cuestión?
Alice se incorporó y volvió a mirarlo.
– El meollo de la cuestión es Alice.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó, con el ceño fruncido.
– Quiero decir que es la hija de Jack -afirmó, con aplomo-, y necesita a su padre.
Se hizo un pesado silencio.
– ¿Cómo? -preguntó, con un tono poco tranquilizador.
– Alice es hija de Jack.
Gray entrecerró los ojos y miró primero a la una y luego a la otra. La niña le devolvió una mirada muy parecida a la suya y siguió chupando su juguete y retorciéndole la oreja a la vez, como presumiendo de poder hacer varias cosas al mismo tiempo.
– Jack no me dijo nunca nada -afirmó, finalmente con dureza en la voz.
– No conoce la existencia de Alice.
– ¿No le parece un poco tarde para reclamarle como padre?
Clare se retiró el pelo detrás de las orejas, en un gesto de nerviosismo.
– Creo que le gustaría saberlo.
– Me parece que, de tener un hijo, le habría gustado saberlo mucho tiempo antes -le dijo con dureza-. Si dice que Alice tiene seis meses, eso significa que ha tenido quince buenos meses para decidir quién es su padre. ¿Por qué ha esperado hasta ahora para escoger a Jack?
Clare se puso roja de ira.
– ¡No lo he escogido!
– Es lo que parece -la miró de arriba abajo de manera casi insultante-. La verdad es que nunca habría dicho que fuera el tipo de Jack.
– Y no lo soy -esbozó una sonrisa, muy a pesar suyo. Según lo que había oído contar de Jack no creía que ella lo hubiera atraído nunca. Era completamente diferente de Pippa: demasiado tranquila y sensata-. Pero mi hermana sí lo era.
– Entonces Alice no es hija suya -dijo Gray, muy despacio.
– No. Es mi sobrina -lo miró a los ojos-. Y la suya también.
– ¿Y su madre? -preguntó, tras un corto silencio.
– Mi hermana Pippa -se quedó un momento con la mirada perdida en el horizonte- murió hace seis semanas -lo dijo con un tono de voz ligero, como si no importara nada lo que acababa de decir, como si su mundo no se hubiera desplomado.
Se hizo un largo silencio entre ellos. Más allá de la sombra, el sol rebotaba sobre los tejados de metal y castigaba la carretera. Una camioneta, roja por el polvo que llevaba encima, pasó delante del hotel y aparcó frente al almacén. Era la única actividad que se observaba en el pueblo. A Clare, acostumbrada a las calles repletas de gente de la ciudad, aquella tranquilidad se le hacía rara. Podía oler la sequedad del aire, sentir la dureza del banco bajo sus muslos, oír su pulso, golpeándole las sienes y, de repente, fue muy consciente de la proximidad de aquel hombre sentado a su lado, sin decir palabra.
– Creo que será mejor que me lo cuente todo -dijo, finalmente.
Clare respiró profundamente. Aquel hombre hablaba siempre con un tono de voz curiosamente tranquilo. La iba a escuchar. No podía pedir nada más por el momento.
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