– ¿Por qué está tan deseosa de ir, si cree que no le va a gustar? -le preguntó.
– Porque no me puedo permitir nada más -le respondió Clare, al tiempo que se retiraba el cabello detrás de la oreja-, porque deseo ver ese lugar donde Pippa fue tan feliz y, si las condiciones de vida son tan poco apropiadas como usted dice, tal vez no pueda dejar allí a Alice. Debo verlo por mí misma. Y si es un sitio donde la niña puede crecer segura y feliz, tengo que ayudarla a acostumbrarse mientras esperamos el regreso de Jack; y para serle franca, porque quiero parar durante un tiempo, parar de viajar, de pensar, simplemente… parar.
– Si la dejo venir, no quiero que dé nada por supuesto -le advirtió Gray-. Será Jack quien tome la decisión oportuna acerca de Alice. Nadie más lo puede hacer por él.
– Lo sé -Clare trató de sonreír-. Por favor…
– ¡Muy bien! ¡Muy bien! -le dijo, casi irritado-. Puede venir… pero con una condición.
– ¿Cuál?
– El parentesco de Alice con Jack debe mantenerse en secreto hasta que él decida contárselo a la gente. No quiero que regrese a casa y se encuentre con que todo el mundo excepto él sabe que, supuestamente, es padre. En lo que concierne a todos los empleados de la estación usted estará allí como gobernanta. Me llamó ayer para pedirme trabajo y hoy he venido a recogerla.
Clare se lo pensó un momento y, dadas las circunstancias le pareció justo. Entendía que Gray quisiera cuidad de los intereses de su hermano. Por lo menos no había rechazado a Alice de antemano.
– De acuerdo. Muchas gracias -le dijo con una sonrisa.
Notó un brillo especial en sus ojos marrones y le vio apartar la mirada mientras se ponía el sombrero.
– Si va a venir conmigo, será mejor que lo haga ahora -le dijo bruscamente-. Tengo que regresar a mis tierras.
Clare estaba tan contenta de que la dejara ir con él que no puso ninguna objeción a su falta de entusiasmo.
– Solo tengo que guardar unas cuantas cosas en la maleta -le dijo, apresuradamente-. No tardaré mucho -levantó a Alice de su sillita y la olió-. Menos mal que por lo menos no necesita que le cambie los pañales -dijo, aliviada-. Tardaría menos si pudiera dejar a la niña con usted -sugirió.
Tras una breve pausa, Gray asintió con la cabeza y Clare le pasó a la niña. De nuevo sus brazos se rozaron y Clare tuvo que resistir la tentación de apartarlos bruscamente.
– Espero que no llore. Últimamente parece no gustarle mucho que la tomen en brazos personas que no conoce.
Se quedó mirándolos, dudando si dejarlos juntos. Gray sujetaba a la niña, alejada de su pecho y ambos se miraban con desconfianza. Gray no apartaba los ojos de ella y Clare se preguntó si buscaba algún parecido con su hermano en la carita de Alice.
Estaba a punto de sugerir que se llevaba a la niña, cuando, de repente, ambos sonrieron a la vez. Clare estaba acostumbrada al efecto que la sonrisa de Alice producía en su corazón, pero no estaba preparada para el que le causó la de Gray. De alguien sombrío e inexpresivo se transformó en una persona jovial y cálida, en alguien turbador e inesperadamente atractivo.
Había una expresión extraña en su rostro cuando Gray apretó a la niña contra su pecho. Sus brazos resultaban demasiado grandes sobre aquel cuerpecito. Dejó de mirar al bebé y sus ojos se posaron en Clare, que los observaba como transfigurada.
– Alice estará bien conmigo -afirmó Gray.
CAPITULO 2
EL HOTEL era el único edificio de dos plantas del pueblo, pero no tenía refinamientos del tipo ascensor o mozo, así que a Clare no le quedó más remedio que arrastrar su pesada maleta por el pasillo, y cuando llegó a las escaleras tuvo que detenerse para recuperar el aliento. Desde allí contempló una escena en el vestíbulo que la dejó boquiabierta.
Alice parecía sentirse como en casa en los brazos de Gray Henderson, que conseguía tener una conversación con el director del hotel, al tiempo que la niña exploraba su cara con fascinación, probando la textura de su piel y cabellos, dándole palmaditas y tirándole de los labios.
Clare no pudo evitar envidiar a Alice. Debía de ser agradable relajarse en un hombro tan firme como el de Gray y sentir la seguridad de sus fuertes brazos. Se preguntó qué se sentiría al acariciar su rostro como estaba haciendo Alice, al apoyarse contra su cuerpo esbelto y duro.
Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y tragó saliva, desconcertada por su propia reacción. Le pareció extraño que el primer hombre que le hacía sentir algo parecido después de Mark, fuese una persona tan diferente a este. Mark había sido intenso y apasionado. Sin embargo, le daba la sensación de que Gray no sabía siquiera lo que significaba la palabra pasión.
A no ser que… La mirada de Clare se detuvo un momento en la boca masculina. De repente se dio cuenta de que iba a pasar las próximas semanas a solas con él y el estremecimiento se intensificó.
Se apresuró a tomar la maleta, sintiéndose ridícula por experimentar una atracción tan fuerte por aquel hombre. Hasta un psicólogo sin experiencia le diría el motivo: estaba cansada y vulnerable. Había soportado la tensión de tener que ocuparse de todo durante demasiado tiempo y era normal que le atrajera la seguridad y la fuerza que parecía emanar de Gray. Tal vez no fuera tan guapo como Mark, pero en aquel momento le atraía más alguien que pudiera hacer frente a cualquier tipo de situación que una cara bonita.
El director del hotel los llevó al aeropuerto en su camión. Clare se quedó de piedra al ver como tiraban sus cosas en la parte de atrás del vehículo, sin ningún tipo de consideración y esperaban que ella se sentara con Alice en la parte delantera entre los dos hombres.
– ¿Vamos muy lejos? -preguntó Clare, que recordaba lo que Pippa le había contado sobre largos trayectos por carreteras llenas de baches.
– Solo hasta el aeropuerto -le respondió él, colocando el brazo en el respaldo del asiento, detrás de su cabeza-. Se tarda menos en avión, y al llegar siempre encuentro a alguien que me lleva hasta casa.
– ¡Ah! -Clare respiró aliviada al saber que no iba a tener que pasarse dos o tres horas tratando de no prestar atención a la presión de su muslo. Desde luego él no parecía darse cuenta, ya que hablaba tranquilamente con el conductor, sin hacerle ningún caso. Era como si en vez de ella, hubiera una bolsa de la compra en medio de los dos hombres.
Sintió un tremendo alivio al llegar y poder alejarse de él. El aeropuerto no la impresionó mucho. Era como de juguete, con una sola pista de aterrizaje y alejado de toda civilización. Clare miró a su alrededor y solo pudo ver kilómetros y kilómetros de monte bajo perdiéndose en el horizonte. La «terminal» no era más que una cabaña que ofrecía refugio del sol y una manga de aire se movía débilmente en el calor del mediodía.
Tras intercambiar unas palabras con las personas que estaban esperando su vuelo, cruzaron la pista de aterrizaje y se dirigieron a un avión de hélice diminuto.
– ¿No iremos a viajar en eso? -dijo Clare, sin querer dar un tono tan despectivo a su voz.
– Por supuesto que sí -Gray dio una palmadita afectuosa a la avioneta-. Mi vieja chica es más de confianza que cualquier coche para recorrer esta parte del país. Además, ha hecho este viaje tantas veces que podría volar sola.
Clare no estaba muy convencida de que la edad y experiencia de la avioneta fueran tan tranquilizadoras y, a pesar de la confianza que tenía en la competencia de Gray, no pudo evitar cerrar los ojos mientras despegaban.
– Ya puede abrir los ojos -le dijo Gray, secamente, una vez se encontraban en el aire.
Clare los fue abriendo con mucha cautela.
– Nunca había estado en un avión como este -confesó. Después tocó la puerta como temiendo que se fuese a desencajar de repente-. No parece muy segura.
– Está tan segura como en casa -le dijo-. Relájese y disfrute de la vista.
Clare estuvo a punto de preguntarle de qué vista le hablaba porque debajo de ella la tierra se extendía por kilómetros y kilómetros hasta perderse en el horizonte, siempre del mismo color cobrizo y el cielo era una inmensa luz deslumbrante que se arqueaba sobre aquel vasto vacío. Clare se preguntó por qué demonios habría llegado Pippa a amar tanto aquel país desértico e intimidador.
– ¿Todo esto está… -buscó la palabra más suave que pudo- tan vacío?
– No está vacío en absoluto -le respondió Gray-. Solo lo parece desde aquí. Le sorprenderá ver lo diferentes que son las cosas cuando esté en tierra firme. Hay mucho que ver. Solo tiene que aprender a mirarlo del modo adecuado.
– ¿Ah, sí? -en su voz se dejaba traslucir la incredulidad, pero Gray no se inmutó.
– Se ve que nunca ha estado en un sitio parecido.
– Desde luego que no -Clare suspiró, dándole la razón. Desde luego aquel no era su tipo de lugar preferido-. Los parques municipales son los sitios menos habitados en los que he estado.
– ¿Entonces no es una chica de campo?
– En absoluto -le respondió, sonriendo solo de pensarlo-. Siempre he sido una chica de ciudad. Pippa era diferente: le encantaba ir por caminos polvorientos y luchar contra los elementos, pero yo nunca le encontré el interés. Las ciudades me parecen mucho más apasionantes. Siempre sucede algo y hay muchas cosas que hacer y que ver.
Gray la miró.
– Yo siento lo mismo en estas tierras.
– Pues no es igual, porque cuando terminas de trabajar no puedes salir a cenar o a tomar una copa con los amigos. No puedes ir a un concierto, al teatro o a una galería de arte. No puedes pasear por las calles y observar a la gente pasar.
– ¿Es eso lo que hace normalmente?
Clare se colocó el cabello detrás de las orejas con un suspiro.
– Es lo que solía hacer. He tenido que dejar de hacer mi vida durante un tiempo.
– ¿Por la niña?
– Sí. En este momento ella es más importante -se encogió de hombros-. Tengo suerte. Poseo un apartamento muy bonito y cuento con buenos amigos, un buen trabajo y un jefe maravilloso que va a conservarme el puesto hasta que pueda volver a casa. Todos estarán allí cuando regrese.
Su voz tenía un cierto tono desafiante, casi a la defensiva, como si estuviera más tratando de convencerse a sí misma que a él. Gray no hizo ningún tipo de comentario, tan solo le preguntó a qué se dedicaba, mientras sus ojos se movían continuamente del panel de mandos al suelo o al horizonte.
– Trabajo para una agencia que se dedica a representar cantantes y músicos -le explicó-. Yo no soy músico. Ojalá lo fuera… pero se me da bien todo lo referente a la organización, así que me dedico a la parte administrativa. Me encanta trabajar con gente creativa…
De repente la nostalgia se apoderó de ella y deseó con toda su alma estar allí, en aquella oficina limpia y familiar, con los cotilleos y las bromas, en el bullicio de una incesante actividad. Ella era la persona prudente y práctica de la oficina y se preguntó si se la podrían imaginar allí, colgando sobre un paisaje totalmente extraño, en aquella avioneta, con un hombre cuya quietud hacía que pareciera frívola en comparación con él.
– Me parece que trabajar como gobernanta en un rancho va a ser muy fuerte para usted -le dijo y Clare se retiró el pelo de la cara, con gesto cansado.
– Sí -le respondió, demasiado cansada y nostálgica como para esforzarse en mostrar ningún entusiasmo.
– Ahora entiendo por qué está tan ansiosa por encontrar a Jack -señaló, con un toque de ironía-, cuanto antes entregue a la niña, menos tardará en regresar a su trabajo.
Clare lo miró con resentimiento.
– ¡Lo dice como sí estuviera deseando deshacerme de ella!
– ¿Y no es así?
Clare miró a Alice, que dormía sobre su regazo y una oleada de cariño invadió su corazón.
– Siempre pensé que no quería tener hijos -dijo lentamente-. Creía que un bebé era demasiado exigente, daba mucho trabajo y era difícil de compaginar con mi empleo, y así es, pero… por alguna razón nada de eso importa cuando tienes un bebé a tu cargo. Ahora ya no puedo imaginar mi vida sin ella.
– Entonces, ¿por qué no se ha quedado con ella en Inglaterra? -le preguntó Gray.
– Porque Pippa me hizo prometerle que se la traería a su padre -le dijo, volviéndose para mirarlo-. Y porque muy dentro de mí creo que sería mejor para ella estar aquí con él. No podría permitirme pagar a una persona que la cuidara del modo en que Pippa hubiera deseado, si deseo volver a mi empleo.
– Podría abandonar su trabajo -le sugirió, mirándola fríamente.
– ¿Y de qué viviría? Pippa no tenía ningún ahorro y yo ya he gastado los míos. Me va a romper el corazón tener que despedirme de ella -acarició la cabeza de la niña que aún dormía-, pero tengo que pensar en lo mejor para ella. No la habría traído hasta aquí, si no pensara que lo más conveniente para ella es estar con su padre.
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