– Pero… pero no habíamos quedado en eso -tartamudeó Clare-. No creo que quiera que lo moleste un bebé.

– Lo que no quiero es que me toque cuidarlo si usted enferma de agotamiento -dijo Gray, con brusquedad-. No creo que me sea de mucha utilidad como gobernanta si está tan cansada que no se puede tener de pie.

– No sé -dijo, preocupada-. Alice puede ser difícil a veces…

– Tengo bajo control cuatro mil kilómetros cuadrados -le dijo, señalando con la cabeza en dirección a la ventana-. ¿Me está diciendo que no puedo ocuparme de un bebé?

– Un bebé necesita tanta atención como un rancho. ¡Si no más! No puede limitarse a dejarla sentada sobre una valla mientras usted se ocupa de esas vacas. No podrá apartar los ojos de ella ni un momento.

– Tendrá que confiar en mí -le dijo, dando por finalizada la discusión al levantar a Alice de su sillita. Después tomó a Clare por el brazo-. Venga conmigo.

– Tal vez podría echarme una hora -había luchado tanto tiempo contra el agotamiento que en cuanto bajó la guardia todo el cansancio se le vino encima. A trompicones llegó a la habitación de Gray y no se cayó porque él la llevaba sujeta.

Sin poner más objeciones le dejó retirar la colcha y se sentó en la cama. Mientras tanto, con la niña en brazos Gray se acercó a la ventana y bajó las persianas.

– Duerma un poco -le dijo, pero al volverse para cerrar la puerta, vio a Clare todavía sentada sobre la cama, sin fuerzas siquiera para acostarse.

Gray dudó un momento, pero después se acercó a la cama, dejó a Alice encima y se agachó para quitarle las sandalias a Clare. La acostó y. tras cubrirla con la sábana, tomó una vez más a Alice en sus brazos y se quedó observándola un momento.

Clare acertó a pensar por un momento que debería darle las gracias, pero lo único que pudo hacer fue sonreírles y para cuando Gray y la niña habían llegado a la puerta, ella ya estaba dormida.


Cuando Clare se despertó, horas más tarde, se encontró en una habitación desconocida y en una cama extraña. Desorientada, se quedó un rato tumbada parpadeando ante aquel techo que no le resultaba familiar e intentando separar los sueños de la realidad, en la confusión de imágenes inconexas que tenía en la cabeza. Después de un rato recordó que estaba en Australia, en Bushman's Creek, en la cama de Gray Hender-son.

Gray… Le resultaba desconcertante descubrir lo clara que tenía en su mente la imagen de un hombre que acababa de conocer aquella misma mañana. Clare ladeó la cabeza en la almohada como para apartar de su mente el recuerdo de las arruguitas alrededor de sus ojos; de sus competentes manos, tan bronceadas; de la manera en que su boca se relajaba a veces con aquella inesperada sonrisa. Clare tuvo la desagradable sensación de que la sonrisa de Gray había jugado un importante papel en sus sueños.

Frunció el ceño, molesta por la irrupción de la realidad y se incorporó, apoyándose en las almohadas.

Gray no había querido que viniera, pero ya había aceptado a Alice. Incluso se había mostrado amable insistiéndole en que descansara, bajándole las persianas, y hasta quitándole las sandalias.

Recordaba vagamente haberle sonreído y haber visto una extraña expresión en sus ojos, pero pensó que tal vez había sido un sueño. Gray no podía haberla mirado con una mezcla de ternura y deseo. Nadie miraría a una gobernanta de esa manera; y eso era ella y lo seguiría siendo para Gray.

– Y para mí misma también -murmuró Clare con firmeza, al tiempo que se levantaba de la cama. No estaba allí para pensar en Gray Henderson y en cómo miraría a una mujer que deseara de verdad tener en su cama. Estaba allí por Alice, y si tenía que trabajar como gobernanta, lo haría.

CAPITULO 3

CLARE se horrorizó al mirar el reloj y ver que había dormido casi cinco horas. Su primer impulso fue salir corriendo a relevar a Gray del cuidado de Alice, pero un vistazo en el espejo le bastó para cambiar de idea. Tenía el pelo enredado, la cara hinchada y el vestido de lino completamente arrugado. Si Gray se las había arreglado con Alice durante toda la tarde, podría arreglárselas también durante diez minutos más. Necesitaba una ducha.

Vestida con unos pantalones estrechos color piedra y una blusa blanca, Clare se sintió capaz de enfrentarse a Gray Henderson de nuevo. Las horas de sueño habían obrado maravillas. Se sentía otra vez ella misma. Mientras se peinaba los cabellos húmedos detrás de las orejas y se ajustaba el cinturón, pensó que había llegado el momento de mostrar a Gray quién era la verdadera Clare Marshall, vital y capaz, completamente distinta de la mujer agotada que no había sido capaz ni de quitarse las sandalias.

Fuera todo parecía muy tranquilo, pero cuando se acercaba al salón empezó a oír el incomprensible parloteo de Alice y siguió el sonido de su voz hasta una pieza, al fondo, cuya puerta estaba abierta. Nada más entrar vio a la niña rodeada de una multitud de objetos variopintos, como si Gray hubiera revuelto toda la casa en busca de algo seguro con lo que pudiera jugar Alice, y ella lo hubiera rechazado todo.

Gray estaba sentado al lado de la niña, con una cuchara de madera en la mano y a Clare le divirtió ver que después de pasar cinco horas con su sobrinita parecía mucho menos imperturbable. Aprovechando que no la habían visto, observó cómo Alice agarraba la cuchara y se apresuraba a metérsela en la boca.

– Muy bien -le estaba diciendo Gray, al tiempo que se levantaba-, juega un poco con eso que mientras yo… -se calló al ver como Alice, tras chupetear un poco la cuchara la tiraba al suelo, con desdén-, te busco otra cosa para que juegues -terminó de decir, suspirando.

En ese momento Alice descubrió a Clare y se le iluminó la cara con una sonrisa de bienvenida. Gray se había agachado para recoger la cuchara y, al ver la expresión de la niña, se volvió y vio a Clare en la puerta, aseada y hermosa, devolviendo la sonrisa a Alice.

Se hizo un extraño silencio mientras Gray se ponía de pie.

– ¡Hola! -le dijo, con un tono de voz que Clare no pudo descifrar-. Tiene mucho mejor aspecto.

– Me siento mucho mejor -por alguna razón no era capaz de mirarlo a la cara y se sintió aliviada al poder centrar su atención en Alice, que le tendía los brazos para que la abrazara, balbuceando algo que sonaba a bienvenida. La levantó y le dio un beso en la mejilla-. ¿Has sido buena?

– Se… se ha portado bien -dijo Gray, con un poco de reserva.

Clare echó un vistazo, primero al suelo lleno de objetos y después a la mesa de trabajo, donde parecía haber despejado toda la zona que pudiera estar al alcance de la niña

– ¿Ha conseguido trabajar? -le preguntó, inocentemente.

– No mucho -admitió, y cuando Alice levantó las cejas, sonrió, muy a su pesar-. ¡De acuerdo, no he hecho nada! Parece increíble que una personita como ella pueda restringir tus actividades tanto.

– ¡Oh, Alice! -dijo Clare, tratando de contener la risa-. ¿Lo has tenido ocupado?

– Es ella la que ha estado ocupada. La he llevado a los campos para que pudiera conocer a los hombres y ver su primer ganado.

– ¿No estaba asustada? -preguntó Clare, al pensar que una niña que no había visto nunca una vaca se había encontrado con mil al mismo tiempo.

– No nos acercamos mucho, pero yo diría que no. No ha dejado de parlotear ni un momento.

– Esta niña es una charlatana, ¿verdad? -le dijo Clare, haciéndole cosquillas en la nariz.

– ¿Entiende algo de lo que dice? -preguntó Gray con curiosidad.

Clare se echó a reír.

– No. La verdad es que no dice nada. Tan solo emite sonidos, pero se hace entender muy bien cuando quiere algo; por ejemplo se las arregla para que te enteres de que no quiere permanecer en su silla toda la tarde sin moverse -añadió, divertida.

– Oh, sí, ya sé que ese mensaje lo emite muy bien. No sabía dónde tenía los juguetes así que me puse a buscar por la casa algo que la entretuviera, pero nada parecía interesarle durante más de un par de segundos.

– Solo traje un par de juguetes. Parece que últimamente le interesan más los objetos cotidianos, pero seguramente se lo estaba pasando mejor con la atención que le estaba prestando que con cualquier otra cosa -dudó un momento y después añadió, con timidez-: Lamento que no haya podido aprovechar la tarde, pero se lo agradezco mucho. Hacía tiempo que no dormía tan bien. Gracias por cuidar de ella.

– De nada. La verdad es que ha sido muy educativo. He hecho muchas cosas en mi vida, pero nunca había cambiado un pañal.

Clare se lo quedó mirando boquiabierta.

– ¿Le ha cambiado el pañal?

– Con algo de ayuda -confesó, un poco avergonzado-. Joe me tuvo que enseñar a hacerlo. Tiene hijos, ya mayores, aunque no creo que haya ejercido mucho de padre con ellos. Al final estábamos cuatro alrededor de la cama, rascándonos la cabeza, mientras mirábamos a la niña y el pañal, sin saber qué hacer. Al final salió bien, o al menos eso creímos. Tendrá que comprobarlo.

Clare no pudo evitar echarse a reír al imaginarse a cuatro hombres adultos sin saber cómo llevar a cabo una tarea tan simple.

– Tú podrías haberles enseñado, Alice -dijo a la niña, y la levantó por los aires hasta que la hizo reír a carcajadas.

Su risa era tan contagiosa, que Gray no tardó mucho en echarse a reír también.

Al verlos tan felices, Clare sintió que el corazón le daba un vuelco y cuando su mirada se cruzó con la de Gray se le quebró la risa, sin saber por qué.

Era como si de repente se hubieran dado cuenta de que estaban relajados y riendo juntos como viejos amigos, cuando eran prácticamente unos desconocidos, con intereses encontrados y nada en común, excepto un bebé. Se les borraron las sonrisas al mismo tiempo y Clare apartó la mirada.

– Debería haberme despertado -le dijo, con Alice apoyada en su cadera.

– Fui a buscarla una hora después, pero estaba profundamente dormida y pensé que era mejor dejarla descansar.

Clare no sabía si alegrarse o entristecerse al darse cuenta de que volvía a hablarle con su habitual tono impersonal. Era imposible adivinar lo que habría pensado al verla durmiendo en su cama.

– Bueno… gracias y no se preocupe que no volveré a pedirle que se quede con ella.

Gray se encogió de hombros ligeramente.

– Nos las hemos arreglado bastante bien.

– Ya, pero la idea no era que cuidara de la niña mientras yo recuperaba mis horas de sueño. De ahora en adelante trataremos de no molestarlo. Con un poco de suerte se olvidará de que estamos aquí -terminó de decir con una sonrisa.

Gray se quedó mirándola.

– No creo que sea muy probable -le dijo, lentamente-. Además dudo de que me sea de utilidad como gobernanta si se pasa el día tratando de evitarme.

– No he querido decir eso -Clare se pasó las manos por el cabello, confusa. En Inglaterra tenía fama de ser tranquila, y buena comunicadora, pero había algo en la mirada desapasionada de Gray que la hacía volverse completamente idiota-. Solo quería decir que… bueno, no le voy a pedir que haga nada más por mí.

– Muy bien. Yo sí quiero pedirte algo. Si vamos a vivir durante un tiempo bajo el mismo techo será mejor que nos tuteemos. Aquí todo el mundo lo hace.

Estaba muy serio, pero había cierta mirada burlona en sus ojos castaños que hizo que Clare apretara los labios mientras asentía. Solo trataba de ser amable y tranquilizadora, podía por lo menos hacer un esfuerzo para fingir que la tomaba en serio.

– Se está haciendo tarde. Será mejor que dé de cenar a Alice y la acueste. ¿Hay alguna habitación que podamos utilizar?

– Por aquí.

Le indicó el camino por el pasillo hasta una habitación que estaba en frente de la suya.

– Pero… ¡si está limpia! -dijo, mirando estúpidamente a su alrededor.

– Alice y yo la barrimos un poco mientras dormías -le dijo Gray-. No estaba muy seguro de cómo arreglármelas con Alice, pero sí he sabido hacerte la cama.

Clare la miró y, al imaginarse a Gray inclinado, alisando las sábanas con sus bronceadas manos se ruborizó.

– No deberías haberte molestado -le dijo.

– Me imaginé que no querrías dormir en la mía -le dijo, secamente, y Clare se ruborizó aún más.

– Por supuesto que no, pero podría haberla hecho yo.

Gray hizo como si no la hubiera oído.

– Lo que no sabía era dónde acomodar a Alice. Me parece que es demasiado pequeña para dormir en una cama.

– Anoche la acosté en un cajón -le respondió Clare, contenta de cambiar de tema-. Uno de esa cómoda nos servirá hasta que encuentre la cuna.

De hecho después de bañarla y darle de comer, Alice estaba lista para que la acostaran en cualquier parte, así que la echó en el cajón, sin que protestara lo más mínimo. Clare se rezagó un poco para asegurarse de que se quedaba dormida y después fue en busca de Gray.