Lo encontró en la galería con un jovencito tímido llamado Ben, que al parecer se había ofrecido para vigilar el sueño de Alice, mientras Gray llevaba a Clare a las cocinas de los empleados para cenar algo.

– Si piensas cocinar, a partir de mañana todos comeremos en la casa -comentó Gray a medida que se acercaban al edificio alto y alargado que se encontraba cerca de la casa.

– ¿Para cuántos tendré que cocinar?

– Vamos a ver, en el rancho hay seis hombres, pero además esta noche habrá dos camioneros, que van a llevar mañana algunas cabezas de ganado al mercado y quieren salir temprano, antes de que haga demasiado calor. Normalmente suele haber más gente de paso que viene a realizar algún tipo de trabajo. ¿Pensabas que se trataba de un lugar aislado? Pues ya verás la cantidad de gente que pasa por aquí.

Clare había estado contando con los dedos.

– ¿Así que voy a cocinar por lo menos para ocho o nueve todas las noches? -le preguntó, sorprendida.

– ¿Será un problema?

– Bueno, no… -Clare midió sus palabras, al recordar que le había prometido ser de utilidad-, solo que nunca había cocinado para tanta gente. De todos modos me las arreglaré.

Cuando se encontró frente a la peor cena que había comido en su vida pensó que sin duda tendría que arreglárselas. Mientras masticaba un trozo de carne con la textura del cuero pensó que ella no lo podría hacer peor.

Clare se acostó aquella noche sintiéndose más feliz de lo que se había sentido en los últimos meses, aunque sin saber la razón, porque el estado de la casa la había horrorizado y las cocinas de los obreros no habían mejorado su impresión.

No se trataba precisamente de su cena ideal, pero rodeada de tanta gente, Clare se dio cuenta por primera vez de lo sola que había estado desde la muerte de Pippa. Sumergida en su pena y en su completa dedicación a Alice hacía meses que no quedaba con nadie. Por lo menos allí tenía gente con la que hablar… ¡Si conseguía llegar a entender lo que decían!

Y además estaba Gray.

Clare lo había estado observando sin que se diera cuenta, mientras hablaba con los hombres al otro extremo de la mesa. Por alguna razón le había resultado difícil sostenerle la mirada, así que en aquel momento le parecía estar viéndolo por primera vez. Era un rostro intrigante y difícil de describir al mismo tiempo. No tenía unas facciones que llamaran la atención y sí un rostro inexpresivo que debería haberlo hecho parecer bastante anodino, pero no era así. Había algo en su quietud que atraía, que hacía muy difícil apartar la mirada de él. Los ojos de Clare se detuvieron en su boca y se preguntó cómo era posible que pudiera resultarle ya tan familiar. Tan familiar y tan inquietante al mismo tiempo. Le resultaba difícil creer que acabara de conocerlo.

Ya no podía concebir no reconocerlo al instante, no saber lo fuertes que eran sus manos, lo inesperada que resultaba su sonrisa. Ya sabía cómo reía, cómo andaba, cómo volvía la cabeza cuando se daba la vuelta y la encontraba mirándolo. Le había costado un poco asimilar que aquellos ojos impenetrables pertenecían, no a un hombre al que había conocido toda la vida, sino a alguien a quien acababa de conocer.

Al principio se había sentido humillada, pero ahora no podía evitar experimentar algo parecido a la felicidad al tumbarse en la cama que Gray había hecho para ella aquella tarde. Tal vez se le podría llamar alivio, como si finalmente hubiera podido liberarse de un peso y descansar. Había llevado a Alice a Bushman's Creek y no podía hacer otra cosa hasta que apareciera Jack, entonces tendría que preocuparse del futuro, pero hasta entonces viviría al día. Mientras se iba quedando dormida, Clare pensó que Bushman's Creek no iba a ser nunca un lugar en el que pudiera ser completamente feliz, pero al menos podría vivir contenta durante un tiempo.

Contenta no era precisamente la palabra que definía cómo se sentía Clare cuando el llanto de Alice la sacó de la cama al amanecer.

– ¡Ya voy, ya voy! -murmuró, tanteando el camino por la habitación, demasiado dormida como para saber si estaba tan oscuro porque tenía los ojos cerrados o porque no había encendido la luz

Al final encontró a Alice, la tomó en brazos y la llevó a su habitación, pensando que si la acostaba con ella, su contacto la haría tranquilizarse, pero pronto se dio cuenta de su equivocación. Había tardado demasiado en atenderla y la niña estaba enrabietada y cada vez gritaba más.

– De acuerdo, de acuerdo, cariño -trató de calmar a la enfadada Alice-. Te traeré un poco de leche. Tal vez así te tranquilices.

La noche había refrescado el ambiente y se puso una bata antes de colocarse a Alice sobre el hombro y dirigirse a la cocina. Alice gritaba tanto y todo a su alrededor le resultaba tan extraño que tuvo que detenerse un momento para recordar lo que iba a hacer.

– ¡La leche! -se recordó en voz alta.

Estaba intentando abrir la nevera con una mano, mientras sostenía a Alice con la otra, cuando apareció Gray, bostezando y frotándose los ojos.

Se acercó a Clare y tendió los brazos.

– ¿La tomo en brazos?

Clare fue a decir que ya se las arreglaría ella sola, pero se calló, porque se dio cuenta de que no se las estaba arreglando demasiado bien y, ya que estaba despierto, bien la podía ayudar.

– Gracias -le dijo, al tiempo que le pasaba a Alice.

Clare lo miró encantada mientras paseaba a la niña de un lado a otro de la cocina, apretándola contra su fuerte pecho, para que se tranquilizara. Llevaba puesta una camisa de color azul y unos pantalones cortos. Aunque lo veía todo un poco borroso, a Clare no se le pasaron desapercibidas sus fuertes piernas.

Para cuando tuvo el biberón listo, Gray ya había conseguido tranquilizar a la niña con sus paseos.

– ¿Por qué no le das el biberón? -le preguntó, sin pararse a pensar que hacía solo unas horas se había prometido no pedirle ayuda en el cuidado de Alice-. Parece muy contenta contigo.

Gray se sentó en una silla y Clare le vio colocar a la niña contra su pecho con torpeza y tomar el biberón que ella le tendía con una mirada insegura. Era reconfortante ver cómo un hombre tan competente se sentía perdido con un bebé en brazos.

– Ponle el biberón en la boca -lo animó, con una sonrisa-. Ella sabrá lo que tiene que hacer.

En efecto, en cuanto le acercó la tetilla de goma a la boca, la niña se aferró al biberón y empezó a chupar con los ojos cerrados.

– Bueno, parece que era esto lo que quería -dijo Gray, y Clare se acercó para ver de cerca la inconfundible mirada de ternura con que contemplaba a Alice, relajada en sus brazos-. ¿Se despierta llorando todas las noches?

– No, pero no le gusta que le cambien sus horarios habituales -Clare se sentó en otra silla al lado de Gray y la niña, contemplándola con una mezcla de preocupación, cariño y sorpresa al ver lo rápido que había pasado del llanto más furioso a aquella expresión de beatitud-. Debería haber imaginado que se iba a despertar esta noche -se echó hacia atrás en la silla y se pasó los dedos por el pelo, con expresión cansada-. Siento que te hayamos despertado. La próxima vez te tendrás que poner una almohada sobre la cabeza.

– Tengo el sueño muy ligero -se limitó a decir Gray.

Alice ya parecía saciada, así que Gray le retiró el biberón y le limpió la boca con el pulgar.

– ¡Qué bien se te dan los niños! -dijo Clare, observando sus suaves movimientos-. Tal vez se deba a que eres muy tranquilo. Los niños saben muy bien cuando estás tenso o preocupado por algo. Tu corazón debe de latir de manera muy agradable y pausada.

Los ojos de Gray se posaron en ella un momento. Tenía el cabello enredado, los ojos enrojecidos por el sueño y no le pasó desapercibida la fresca piel de su cuello y la curva de sus senos, que dejaba entrever el suave y ligero material del camisón.

– No siempre -le dijo, secamente.

Demasiado cansada como para sentirse incómoda, apoyó la barbilla sobre una mano para observar a Alice. Enseñó a Gray como hacerla eructar y él lo consiguió a la primera.

– ¿Estás seguro de que no lo habías hecho antes? -le dijo, medio bromeando.

– Sí, pero uno de los primeros recuerdos que guardo en mi mente es el de mi madre dándole el biberón a Jack en esta cocina. Debía de tener unos cinco años.

Pippa había dicho que Jack tenía treinta y tres años, así que a pesar de ser tan temprano no le costó mucho calcular que Gray tenía treinta y ocho.

– Son bastantes años de diferencia -señaló Clare-. ¿Os lleváis bien?

– Cuando te crías en un sitio como este, tan aislado, no te queda más remedio que llevarte bien. Solíamos hacer muchas cosas juntos y cuando murieron nuestros padre nos pareció la cosa más normal del mundo dirigir juntos el rancho.

– No os parecéis en nada.

Clare había hablado sin pensar.

– No sabía que hubieras conocido a Jack…

– Y no lo conozco, pero he oído hablar a Pippa mucho de él. Parece maravilloso -le dijo, pensando en las historias tan divertidas que Pippa le había contado-. Cálido, gracioso, amable… -de repente, Clare se dio cuenta de lo que implicaban sus palabras y se puso roja-. Eh… pero no quiero decir que tú no lo seas…

Para alivio de Clare no pareció enfadado, sino más bien divertido.

– No, si tienes razón. Somos bastante diferentes. Jack ha sido siempre de trato mucho más fácil, pero también más intranquilo. Cuando era más joven siempre andaba metido en líos, aunque hay que decir que se las arreglaba muy bien para salir de ellos. A todo el mundo le caía bien.

– Pippa era así también, como nuestro padre: muy románticos y siempre dispuestos a vivir las aventuras más arriesgadas, que a veces salían mal, pero a nadie le importaba porque nos lo pasábamos de maravilla con ellos. Yo era la sensata de la familia. Mi madre murió cuando tenía trece años y supongo que enseguida me metí en su papel. Papá y Pippa solían tomarme el pelo, pero es que sentía que debía ocuparme de ellos. Nunca se las habrían podido arreglar solos.

– ¿Todavía vive tu padre? -preguntó Gray y ella negó con la cabeza.

– No. Murió hace siete años.

Gray frunció el ceño.

– Así que te has quedado sola.

Clare estaba mirando a la niña.

– No. Está Alice.

– La muerte de tu hermana debió de ser muy dura para ti.

– Sí -la mirada de Clare se perdió en la oscuridad de la noche-. Sí, cuando murió sentí que algo en mí moría también. Pippa era una persona tan vivaz, tan alegre. Todavía no me hago a la idea de que no va a volver a aparecer para decirme que ha pensado recorrer el mundo en un velero o irse a la selva. Siempre envidié la habilidad de Pippa para vivir al día. No planeaba nada para el futuro, ni le gustaba ahorrar. Hasta que conoció a Jack, lo único que quería era vivir peligrosamente.

– ¿Y qué querías tú?

– Seguridad -enrojeció al mirar a Gray-. Suena muy aburrido, ¿verdad? Papá siempre estaba cambiando de trabajo y cuando éramos pequeñas cada año estábamos en un colegio distinto. A Pippa eso le hizo convertirse en una trotamundos, pero yo añoraba echar raíces en algún sitio, así que en cuanto pude hacer frente a una hipoteca, me compré mi propia casa -continuó-. Pippa no podía entender cómo podía ser feliz trabajando para la misma agencia desde los veinte años, pero me gustaba volver todos los días a mi apartamento, tomar el mismo autobús cada día y encontrarme con la misma gente -Gray la miraba con una extraña expresión- Supongo que tú también me encontrarás aburrida -le preguntó con un cierto tono de desafío.

– No, no era eso lo que estaba pensando -le respondió, lentamente.


Por la mañana, cuando pensó en lo que habían estado hablando aquella madrugada, Clare se horrorizó. Debía de haber estado medio dormida y con las defensas bajas para permitirse el lujo de hacer unos comentarios tan estúpidos sobre Gray, los latidos de su corazón y lo bien que se le daban los niños. Si lo hubiera hecho a propósito, no habría sonado tanto como una mujer desesperada. Seguramente a esas alturas estaría pensando que había intentado ligar con él, y que le gustaban tanto los niños que estaba decidida a tener uno propio y lo había elegido como padre.

– Tendré que hacerle ver que soy una mujer a la que le gusta su trabajo -dijo a Alice, mientras le cambiaba el pañal-, y que si alguna vez pienso en tener un compañero, desde luego lo elegiré por algo más que la tranquilidad con la que lata su corazón -Alice movió las piernas en señal de apoyo y Clare le hizo cosquillas en la tripita-. ¿Así que tú crees que lo único que tengo que hacer es convencerlo de que no soy la típica mujer que se vuelve loca al ver a un hombre con un bebé en los brazos?

– ¡Ma! -dijo Alice, que Clare tradujo como un sí.

Preparó un saludo frío para cuando lo viera y se dirigió a la cocina con Alice en los brazos. Al llegar y ver que no había nadie se sintió muy decepcionada. No eran más de las siete y parecía que ya hacía mucho tiempo que se había ido.