Clare leyó la nota que le había dejado sobre la mesa y suspiró al saber que estaban cargando los camiones y regresaría un poco más tarde para tomar un tentempié. No había ningún comentario acerca de que debería haber estado haciendo el desayuno para él y los hombres, pero estaba segura de que lo había pensado. ¡Y ella que quería impresionarlo con su profesionalidad! Se dijo que no volvería a ocurrir y para compensar aquel fallo se puso a limpiar la cocina.

Tres horas más tarde, cuando regresó, Gray la encontró de rodillas, fregando el suelo, mientras Alice estaba entretenida con una taza de plástico y un cuenco lleno de agua.

– Veo que has estado ocupada -le dijo a modo de saludo, mientras miraba a su alrededor con las cejas levantadas.

Clare levantó la cabeza al oír su voz y al verlo apoyado en la puerta, más masculino que nunca, el corazón le dio un vuelco. Enfadada consigo misma se dijo que se trataba solo de la sorpresa.

Se sentó sobre los talones y se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.

– ¿Acaso pensaba que iba a estar todavía en la cama? -le preguntó, con más acidez de la que hubiera deseado.

Si Gray lo notó, no se dio por aludido.

– No, pero tampoco pensaba encontrarte de rodillas.

– Estoy aquí para trabajar -le dijo, con voz altiva.

Gray no dijo nada, pero Clare creyó percibir una mirada divertida en su rostro y de repente se dio cuenta de la pinta que debía de tener con el pelo pegado a la cabeza, manchas de polvo en la cara y la camisa húmeda y sucia. Seguramente estaba comparando su estado lamentable con aquel otro tan diferente que tenía el día anterior cuando le había asegurado que estaba acostumbrada a trabajar duramente.

– ¿Por qué has vuelto tan pronto? -le preguntó, enfadada.

– Ya hemos terminado en los campos. Los chicos están tomando un tentempié y yo he entrado para hacer el té. Si no te importa que pise en tu suelo recién limpio, claro está.

Clare se preguntó por qué estaba tan segura de que se reía de ella, con lo serio que estaba. Se puso en pie, sintiéndose enojada, sin saber la razón

– Lo haré yo. Después de todo es mi trabajo.

– Veo que estás encantada con tu trabajo.

Con el sombrero ladeado se apoyó en uno de los muebles de cocina cercano a la puerta, cruzado de brazos. Tenía las botas polvorientas y las mangas de la camisa remangadas, dejando a la vista sus fuertes muñecas bronceadas.

Parecía relajado, pero a Clare no le pasó desapercibido el poder que emanaba de su cuerpo. Apartó los ojos para buscar té en uno de los armarios.

– No creo que «encantada» sea la palabra más adecuada en este caso -apuntó.

– Entonces, ¿cuál es la palabra adecuada?

Clare se encogió de hombros.

– ¿«Resignada»? -sugirió-. ¡No creo que fregar suelos sea mi trabajo ideal! ¡Estoy acostumbrada a un poco más de trabajo mental y un entorno mucho más agradable!

– Tú propusiste trabajar de gobernanta -señaló Gray.

– Porque era el único modo de poder venir aquí -replicó, sin pensar, pero al verlo fruncir las cejas se dijo que debería haber tenido un poco más de tacto-. De todos modos no te preocupes, pienso respetar mi parte del trato -se apresuró a añadir-. No me hubiera pasado toda la mañana de rodillas si no pensara hacerlo, tal y como prometí -su mirada se perdió un momento en el monótono paisaje que se contemplaba por la ventana-. Además tampoco hay mucho más que hacer aquí -añadió con un suspiro.

Gray se apartó bruscamente del mueble.

– Bueno, con un poco de suerte no tendrás que soportarlo durante mucho más tiempo.

Clare se dio rápidamente la vuelta.

– ¿Has hablado con Jack?-preguntó, ansiosa.

– No, pero he dejado un mensaje para él, así que se lo darán en cuanto se ponga en contacto con sus socios, que será uno de estos días.

Clare miró a Alice que, despreocupada por su futuro, estaba echando agua por el suelo.

– Esperemos que así sea -le dijo.

– Mientras tanto, como muy bien has dicho, estás aquí para trabajar de gobernanta -había un tono implacable en su voz que Clare no había oído antes-. Eso quiere decir que tendrás que hacer la cena de esta noche. Pan y carne fría será suficiente para comer, pero a los chicos les gustaría tomar algo dulce para el tentempié de las mañanas y las tardes. Tal vez, cuando termines con el suelo, podrías hacer una tarta o unas galletas.

Sonaba más a orden que a petición y Clare lo miro con incredulidad.

– ¡Pero todavía queda el resto de la casa por limpiar además de ocuparme de Alice! ¿Cuando me voy a poner a hornear dulces?

– Fuiste tú la que dijiste que no tenías nada más que hacer -dijo, injustamente tras recoger su sombrero-Estaré en la galería. Avísame cuando esté listo el té.

CAPÍTULO 4

– ¡YA ESTÁ bien! -exclamó Clare, al tiempo que ponía un sombrerito a Alice y colocaba a la niña en la sillita-. Vámonos de esta cocina.

Herida por la insinuación de Gray acerca de que al final no iba a poder arreglárselas, decidió probarle que podía ser la mejor gobernanta que había habido nunca en Bushman's Creek. En la despensa había encontrado los ingredientes necesarios, no solo para hacer un pastel de chocolate para aquella tarde sino también tortitas. Había terminado de limpiar la cocina y barrido el salón, y además había dado de comer a siete hombres y un bebé, así que después de recoger decidió que ya era hora de tomarse un descanso.

Fuera el aire era seco y caluroso. Tras dejar la casa, tan resguardada del sol, la luz le pareció tan intensa que tuvo que protegerse los ojos de la claridad. Al pie de las escaleras que bajaban del porche, Clare dudó qué dirección tomar. A un lado quedaba el riachuelo, casi seco, bordeado de algunos árboles. Al otro lado se encontraban las cocinas de los obreros flanqueadas por dos edificios largos y bajos que dedujo serían sus dormitorios, y pensó que tal vez por esa parte habría algo más interesante que ver.

Pero se equivocó. Encontraron una especie de molino de viento, cuyas aspas permanecían inmóviles, dos tanques de agua grandes, una torre de radio y otros hangares bastante deteriorados. Creyó haberlo visto todo, hasta que se encontró con un gallinero. Estuvieron observando un rato a las gallinas, pero enseguida se aburrieron. Todo le parecía tan marrón, tan pobre, tan aburrido.

Además hacía mucho calor. Y estaba todo lleno de moscas.

Se las apartó de la cara con un suspiro y se dirigió a los corrales donde estaba el ganado. Se oían muchos bramidos y gritos procedentes de allí, así que pensó que algo debía de estar pasando. De cualquier modo, sería algo distinto a las gallinas.

Al llegar se encontró con una escena de aparente confusión. Había tanto polvo que al principio le costó ver lo que estaba sucediendo. Después de un rato, lo que en un principio le había parecido una estampida, resultó ser simplemente que estaban cambiando al ganado de sitio.

En cuanto se aseguró de que iban en la dirección contraria a la suya, Clare se acercó más y distinguió a Joe y a un par de empleados que, a caballo, se aseguraban de que la manada no se dispersase, pero a Gray no lo vio.

Decepcionada se dio la vuelta camino de la casa pensando que tal vez el riachuelo habría resultado más interesante después de todo.

Solo había dado unos pasos cuando oyó el sonido de unos cascos detrás de ella. Se volvió y vio a Gray cabalgando sobre un enorme caballo castaño, con una mancha blanca debajo de la nariz. Al principio se asuste porque el animal no paraba de relinchar y mover la cabeza, pero pronto se tranquilizó al ver como lo dominaba, sujetando las riendas firmemente con una mano

– ¿Me querías para algo? -le preguntó y Clare se puso rígida.

– ¿Quererte? -repitió a la defensiva-. ¡Por supuesto que no! ¿Para qué iba a quererte?

– No lo sé. Eso es lo que he venido a averiguar -Gray se bajó del caballo-. Ben me dijo que te había visto en los corrales y pensó que podrías estar buscándome.

– Pues se equivocó -Clare estaba enfadada, más nerviosa de lo que quería admitir por la presencia de aquel hombre, por su competencia y su sonrisa, que no era una verdadera sonrisa, a juzgar por cómo la hacía sentirse-. No estaba buscando a nadie. Solo he salido a dar un paseo. ¿Tienes algo en contra?

– Solo que andes por ahí sin sombrero. Le has puesto uno a la niña. ¿Por qué no lo llevas tú?

– No tengo sombrero. Cuando hice la maleta no pensé en mi ropa. Supongo que imaginaba poder comprar uno aquí; antes, por supuesto de darme cuenta de que estaba a setecientos kilómetros de la sombrerería más cercana -añadió, con un toque de sarcasmo.

– Hay un montón de sombreros en la casa. Esta noche te buscaré uno -Gray se quitó el sombrero y se lo puso a Clare en la cabeza antes de que tuviera la oportunidad de protestar-. Mientras tanto será mejor que te pongas este.

El caballo volvió a relinchar y sacudió la cabeza para apartar a las moscas de sus crines. Parecía impaciente por seguir adelante, pero Gray no le prestó atención.

– Entonces, ¿qué te parece? -preguntó a Clare.

– ¿El qué? -inquirió con desconfianza.

– Bushman's Creek.

– Para ser sincera, no puedo entender por qué le gustaba tanto a Pippa -le dijo, con franqueza.

Gray miró a su alrededor como si tratara de ver las cosas a través de sus ojos.

– Supongo que es un poco distinto de Inglaterra.

Clare pensó en la calle donde vivía, bordeada de casas adosadas, sin ningún tipo de pretensiones, pero con el carácter que le imprimían la pintura de las puertas, ventanas y buzones, así como los diminutos jardines, cuidados con esmero. En primavera los cerezos estaban repletos de flores y en los atardeceres de verano podías tomarte una cerveza en la terraza del pub de la esquina. Le resultaba difícil imaginar un sitio más diferente de Bushman's Creek.

– Sí, un poco -le dijo, con un suspiro.

– No tardarás en acostumbrarte.

Gray acarició la nariz del caballo con gesto distraído y Clare se encontró así misma mirando aquellos largos dedos, completamente fascinada, pero enrojeció en cuanto se vio sorprendida y se apresuró a retirar la mirada.

– No me puedo imaginar habituada a esto -le dijo-. Todo es tan… intimidante. Hay demasiado de todo. Demasiado calor, demasiado cielo, demasiadas moscas… pero no suficiente que hacer ni que ver. Es simplemente, marrón, grande y monótono.

– No puedes juzgar negativamente Bushman's Creek después de un paseo de cinco minutos. Todavía no has visto nada. Espera a ver los lagos, las dehesas y los desfiladeros que hay al final. Espera a que llegue la temporada de lluvias en que los riachuelos se llenan de agua y la hierba te llega por la cintura. Entonces no creo que pienses que la finca está seca y vacía.

Clare lo miró, poco convencida.

– No creo que tenga la oportunidad -le dijo, altiva, aprovechando la ocasión para mostrarle que la noche anterior no había sido ella misma-. Sin duda alguna, Jack habrá regresado antes.

– Y tú no ves el momento de quitarte de encima el polvo de Bushman's Creek, ¿verdad?

– Bueno, la verdad es que no es el tipo de lugar que me gusta -le dijo-. ¡Y después de limpiar la cocina, espero no volver a ver polvo en mi vida!

Gray se quedó mirándola un momento como pensando si valía la pena discutir con ella, pero debió de pensar que no, ya que se volvió a subir al caballo, para fastidio de Clare.

– Si el único problema es el aburrimiento, será mejor que regreses al trabajo -le dijo, secamente-. Volveremos para tomar el tentempié dentro de una hora y media -Clare se quedó mirándolo, con el sol cegando sus hermosos ojos grises-. Y que no te vuelva a ver sin el sombrero -le dijo, y tras poner en marcha al caballo a golpe de espuela, se alejó cabalgando.

Clare lo observó alejarse hasta que lo vio desaparecer en una curva del camino y el polvo que había levantado se había vuelto a asentar; después se enderezó el sombrero y se dirigió a la casa.


– Pareces cansada.

Clare se sobresaltó al oír la voz ronca de Gray, mientras limpiaba la mesa, después de la cena.

– Estoy bien -le dijo, aunque le dolía todo el cuerpo. Tal vez le había dicho a Gray que estaba acostumbrada a trabajar duro, pero desde luego no tanto.

– Has hecho bastante por hoy -le dijo-. Ve a sentarte en la galería y yo te llevaré una taza de café.

La tentación era demasiado difícil de resistir.

– Muy bien -le dijo Clare, tras dejar el trapo, evitando mirarlo a los ojos.

Después de dejarse caer en una de las enormes sillas de paja que había en la galería y cerrar los ojos con un suspiro, se preguntó cómo iba a reaccionar ante Gray. Lamentaba haber sido tan sincera sobre la finca y no haber tenido un poco más de tacto. Después de todo, era el hogar de aquel hombre y se había portado con ella mucho mejor de lo que se merecía. No solo se había ocupado de Alice, sino que además se había preocupado de proporcionarle la silla y la cuna para la niña.