– Ha sido una buena reunión. Me parece que has sacado la inspiración adecuada del libro, sin dejar que te condicione. Tengo muchas ganas de ver lo que has hecho hoy -le comentó Douglas.
– Trabajaré un poco más mañana -prometió Tanya. Había estado pensando en volver a repasar el guión aquella noche pero sabía que estaría demasiado cansada-. Si lo veo bien, te lo mandaré el miércoles por la mañana.
– ¿Por qué no comemos juntos y me lo enseñas? ¿Qué tal el jueves?
Aunque durante la reunión de la mañana, Tanya ya había tenido la sensación de que iban a trabajar codo con codo, la invitación le dejó anonadada. Se había sentido muy cómoda con Max, pero no con Douglas, ya que, mientras el primero era de trato fácil, el segundo era duro como el acero y frío como el hielo. Sin embargo, al mismo tiempo, le parecía una persona interesante e intuiría, de forma puramente instintiva, que debajo del hielo había algo más cálido y que la parte racional escondía otra más humana.
– El jueves me parece perfecto -contestó Tanya sintiéndose algo extraña.
No le iba a resultar tan cómodo estar con Douglas sin la compañía de Max. El director era afable, cordial y todo en él invitaba a la comodidad. Además, tenían más cosas en común: a ambos les gustaban los niños, por ejemplo. Douglas era como un baúl sellado y aunque era tentador arriesgarse a descubrir quién era, Tanya tenía la sensación de que hacía mucho tiempo que nadie escalaba los muros que rodeaban a aquel hombre; quizá nunca nadie los había escalado. De cualquier modo, eran muros bien custodiados y Douglas no dejaba que los intrusos salvasen el cerco que rodeaba a su persona, ya que mostraba muy poco de sí mismo.
Durante la reunión del desayuno, Tanya se había dado cuenta de que el productor la había estado analizando, buscando sus puntos débiles. Todo en él era poder, control y posesión de los demás. Sin embargo, Tanya tenía las cosas claras: Douglas había comprado sus servicios como guionista, pero no era su dueño. También se había percatado de que acercarse demasiado a él podía ser peligroso. Por el contrario, Max la había recibido con los brazos abiertos.
– Daré una cena en mi casa para el equipo el miércoles por la noche -añadió Douglas. Tanya se dio cuenta de que la estaba tanteando, como si diera vueltas a su alrededor evaluando las posibilidades de abordarla-. Me gustaría que vinieras. Se trata de una fiesta para las grandes estrellas y los actores de reparto.
Era un reparto de lo más glamuroso y Tanya tenía muchas ganas de conocer a todos los integrantes del equipo. Además, conocer su forma de moverse y su estilo la ayudaría a perfeccionar el guión. Aunque los conocía prácticamente a todos por sus películas, no era lo mismo que verles en carne y hueso. Sería divertido y emocionante. Aquel era un mundo totalmente nuevo para ella. Se acordó del vestido de noche negro que había metido en la maleta y se alegró de haberlo cogido. De no ser por aquella prenda, no habría tenido más remedio que asistir a la fiesta con los pantalones negros que se había puesto aquella mañana o con los vaqueros. Si Douglas había asistido al desayuno vestido con tanta elegancia, una cena en su casa sería aún más formal.
– Mandaré mi coche a recogerte. Ah, y no hace falta que te arregles demasiado. Es una fiesta informal y la gente vendrá en vaqueros.
– Gracias -respondió Tanya sonriendo-. Me acabas de solucionar un tremendo problema de vestuario. No he traído mucha ropa. Pensé que iba a estar casi todo el día trabajando y tengo la intención de volver a casa los fines de semana.
– Lo sé -dijo él con una risa un poco desdeñosa-. Con tu marido y tus hijos.
Lo decía como si fuera algo de lo que tuviera que sentirse avergonzada, como un mal hábito del que tuviera que aprender a prescindir. Así era como lo veía él, a pesar de que tenía dos matrimonios a sus espaldas. Además, había dejado muy claro que sentía aversión por los críos. Cuando había oído hablar de ellos a Tanya y a Max aquella mañana, se había puesto nervioso.
– ¿Eres realmente tan normal como pretendes aparentar? -preguntó Douglas, divertido e intentando provocarla-. Por las cosas que escribes y la forma como tu mente funciona, tienes que ser mucho más profunda. No puedo imaginarte en el papel de ama de casa en una urbanización preparando el desayuno a tus hijos.
– Eso hago en la vida real -dijo ella sin mostrar vergüenza alguna, consciente de que Douglas la estaba presionando para ver cómo lo encajaba y cuál era su reacción-. Me encanta. He pasado así los últimos veinte años de mi vida y por nada renunciaría a un solo minuto con ellos.
Tanya pronunció esas palabras con orgullosa satisfacción, sabedora de que en su vida había hecho lo que tenía que hacer.
– Entonces, ¿por qué estás aquí? -preguntó Douglas sin rodeos y guardando silencio a la espera de su respuesta.
– Para mí, esto es una oportunidad de oro -respondió Tanya con sinceridad. La pregunta de Douglas era razonable; ella misma se la había hecho en varias ocasiones-. Pensé que no volvería a tener una oportunidad así. Quería escribir este guión.
– Y has dejado a tu marido y a tus hijos para hacerlo -afirmó Douglas haciendo de abogado del diablo e intentando llevarla a su terreno-. Quizá no estés tan aburguesada como crees.
– ¿Es que no puedo serlo todo? ¿Mujer, madre y escritora? No son excluyentes.
– ¿Te sientes culpable por estar aquí, Tanya? -preguntó él haciendo caso omiso de su respuesta y con poco disimulado interés.
El productor quería saber más de ella y Tanya también estaba interesada en él. No era un interés sexual, pero no podía ocultar que le parecía alguien intrigante y un constante desafío. Cuando hablaba, lanzaba la piedra y escondía rápidamente la mano, como una sibilina serpiente.
– A veces me siento culpable -admitió Tanya-. Sobre todo antes de venir. Pero ahora que estoy trabajando, me siento mejor. Estar en Los Ángeles empieza a tener sentido.
– En cuanto empecemos a rodar te sentirás todavía mejor, ya lo verás. Es adictivo, como una droga que necesitas consumir una y otra vez. Cuando acabemos la película, querrás más. Es lo que nos ocurre a todos y es la razón por la que seguimos en esto. No podemos soportar que un rodaje acabe. Ni siquiera hemos empezado, pero me parece que a ti ya te está pasando.
El comentario de Douglas tocó una fibra sensible en Tanya y sintió miedo. ¿Y si tenía razón y era adictivo incluso para ella?
– Cuando acabe, no querrás volver, Tanya. Buscarás a alguien que te consiga otra película. Creo que nos lo pasaremos bien trabajando juntos -concluyó el productor en un tono que a Tanya le hizo pensar en Rasputin.
Lamentó haber aceptado su invitación para comer. Aunque quizá solo la estaba poniendo a prueba para ver cómo era en realidad.
– Aunque espero disfrutar con la película -dijo ella con serenidad-, espero que no sea tan adictivo como dices. Mi intención es volver a la vida real en cuanto esto acabe, así que estoy aquí de prestado, no en venta.
Tanya sentía que Douglas era un entrenador de un deporte de alto riesgo en el que ella solo era una aficionada y él un manipulador redomado.
– Todos estamos en venta -afirmó él con rotundidad-, y aunque a los demás les parezca una fantasía, para nosotros, esto es la vida real. Por eso la llaman la ciudad de los sueños. Es embriagador, ya lo verás, no querrás volver a tu antigua vida.
Lo repetía, convencido de su afirmación.
– Sí, querré. Tengo un marido y unos hijos que me están esperando. No me bastaría con esto. Pero sé que mientras esté aquí, aprenderé mucho. Doy gracias por haber tenido esta oportunidad -afirmó Tanya con la misma rotundidad que su interlocutor y en un tono que a Douglas le pareció de cabezonería.
– No tienes que agradecer nada, Tanya. No te he hecho un favor al traerte aquí. Tu trabajo es muy bueno y me gusta tu forma de ver el mundo, tus vueltas de tuerca y tus giros, la forma irónica con la que enfocas las cosas. Me gusta lo que pasa dentro de tu cabeza.
El productor comprendía el fondo de la escritura de Tanya. Había hecho sus deberes. Llevaba años leyendo su producción y Tanya, algo aterrorizada, se sentía como si estuvieran intentando penetrar en su cerebro. ¿O quizá solo estaba jugando con ella para ponerla nerviosa? Tal vez para él la vida era un juego, nada era auténtico y las películas eran la única realidad, razón por la que se le daba tan bien hacerlas.
– Creo que lo pasaremos bien trabajando juntos -repitió pensativo, como si saborease la idea-. Eres una mujer interesante, Tanya. Tengo la sensación de que todos estos años has estado representando el papel de ama de casa con marido y niños, pero sin serlo de verdad. Puede que no sepas siquiera quién eres y lo averigües estando aquí.
Las palabras de Douglas transmitieron a Tanya algo siniestro. Le resultaba incómodo que creyese que podía mirar en su interior y emitir juicios. Al fin y al cabo, lo que ella pensara o quién fuese realmente, no era de la incumbencia de aquel hombre.
– Creo que tengo una buena percepción de quién soy -replicó con calma.
Tanya también era consciente de lo distintos que eran. Douglas era un hombre seductor, lleno de glamour y tentador; encarnaba el atractivo de Hollywood. Frente a todo lo que él representaba, Tanya era la inocencia, una recién llegada proveniente de una vida que ella adoraba pero que a él le parecería tremendamente aburrida. Tanya solo quería formar parte del mundo de Douglas temporalmente, sin dejar de lado sus valores ni renunciar a su alma. Al igual que Dorothy en El mago de Oz, al acabar la película, quería volver a casa. No iba a dejar que las tentaciones de Hollywood la sedujeran. No olvidaría quién era: la madre de sus hijos y la esposa de Peter.
Douglas Wayne pertenecía a otro mundo, pero le había ofrecido a Tanya la extraordinaria oportunidad de entrar en él durante un período de tiempo limitado. Aunque Tanya quería de verdad escribir aquel guión, no pretendía dejar de lado ni su vida ni su esencia. Quería aprender todo lo que él pudiera enseñarle y, después, regresar a Marin. Se alegraba de poder regresar a casa los fines de semana y así respirar el aire puro de su cotidianidad familiar cada viernes. No quería tener que elegir entre una vida y la otra. Quería las dos.
– Crees que sabes quién eres -insistió Douglas provocándola de nuevo-. Pero opino que no has empezado siquiera a conocer quién habita tu cerebro. Lo descubrirás aquí, Tanya, en estos meses. Para ti, esto es un viaje iniciático, una entrada en los sagrados ritos de tu nueva tribu.
Y modulando las palabras lentamente, continuó:
– Cuando te marches, nosotros seremos tan familia tuya como la que tienes ahora. El peligro está en que te enamores de esta vida y te sea difícil volver a la de antes.
Aunque algo asustada, Tanya no creía en sus palabras. Ella sabía a quién pertenecía y de quién era su corazón. No tenía dudas sobre su lealtad hacia Peter y sus hijos y estaba convencida de que podía trabajar allí sin perjudicar la relación que tenía con ellos. Sin embargo, Douglas había visto cómo mucha gente perdía la cabeza en Hollywood.
– Son palabras muy fuertes, señor Wayne -dijo despacio al tiempo que, mentalmente, levantaba muros para protegerse de las tentaciones que él le describía.
Tanya sentía el peligro y el poder del productor. Sin embargo, ella solo estaba trabajando para él, no le pertenecía.
– Este es un lugar muy fuerte -repitió él con la misma lentitud.
Tanya se preguntó si Douglas estaba intentando asustarla. Pero en realidad, solo la estaba advirtiendo de los peligros y de las trampas que escondía Hollywood, algo de cuya existencia Tanya ya estaba informada.
– Y tú eres un hombre fuerte -le concedió Tanya.
Estaba convencida de que ni él ni Hollywood iban a ser capaces de dominarla. Él era un hombre brillante y un genio en su trabajo. Pero ella era una mujer sólida, no una chiquilla deslumbrada por las luces de neón.
– Algo me dice que somos muy parecidos -admitió Douglas.
A Tanya aquello le sonó extraño, así que replicó:
– No lo creo. De hecho, creo que somos como la noche y el día.
Él era un hombre de mundo y ella no; él tenía poder, ella ninguno; la forma de vida que para Tanya era maravillosa, para Douglas era anatema. Pero la pureza y la claridad de Tanya constituían un desafío para el productor y la convertían en una mujer atractiva.
– Puede que tengas razón -dijo meditabundo-. Supongo que quería decir que somos complementarios, no iguales. Dos mitades de un todo. Llevo años fascinado por tu trabajo y siempre he sabido que algún día nos encontraríamos y trabajaríamos juntos. Finalmente ese momento ha llegado.
La estaba arrastrando a un terreno desconocido, algo que la inquietaba y la intrigaba a un tiempo.
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