– Creo que tuve una premonición con tu trabajo -continuó Douglas-. Me atrajo como las mariposas se sienten atraídas por la luz.
La luz de Tanya, recién llegada a Hollywood, brillaba con más fuerza que nunca. Tenía unas ganas enormes de empezar a trabajar con ella.
– Sabes lo que significa complementario, ¿verdad, Tanya? Dos mitades de un todo. Encajan perfectamente, se dan la una a la otra lo que les falta, como un condimento. Creo que, de algún modo, ambos podríamos aportar algo el uno al otro: yo podría añadir algo de salsa a tu vida y tú podrías aportar un poco de paz a la mía. Me parece que eres una persona muy plácida.
Nunca nadie le había dicho algo tan extraño en su vida y Tanya se sintió turbada. ¿Qué era lo que quería de ella? ¿Por qué le estaba diciendo aquellas cosas? Lo único que deseaba era colgar el teléfono y llamar a Peter.
– Soy una persona plácida -dijo Tanya con calma-. Lo que quiero, y por eso estoy aquí, es escribir un guión que funcione a la perfección.
Con una seguridad más aparente que real, concluyó:
– Todos trabajaremos juntos para que esta película sea especial.
Eso era cierto: Tanya quería hacer el trabajo lo mejor posible.
– No tengo ninguna duda de ello, Tanya -afirmó él con rotundidad-. Lo supe en cuanto aceptaste la oferta. Pero lo más importante es que sé que siendo tú la que escribes el guión, será perfecto.
– Gracias -respondió Tanya con seriedad, halagada ante la alabanza de Douglas-. Espero que el guión responda a tus expectativas.
Hablaba con formalidad y con sinceridad a la vez. Había algo en aquel hombre que la incomodaba y la atraía al mismo tiempo. Podía adivinar que era alguien que siempre conseguía lo que quería, y eso le hacía muy atractivo. Eso y su incansable determinación le habían convertido en el hombre que era.
Por lo demás, Tanya ya podía afirmar sin asomo de duda que Douglas Wayne era todo poder y control. Quería tenerlo todo controlado en todo momento. Y además, salir victorioso. No contemplaba otra opción. Douglas Wayne tenía un control completo, total y absoluto sobre todo lo que tocaba. Pero lo que Tanya sabía a ciencia cierta era que por muy poderoso, importante o brillante que fuera, jamás tendría control sobre ella.
Capítulo 5
La velada que Tanya pasó en la casa de Bel Air de Douglas Wayne resultó tan interesante, glamurosa y misteriosa como el anfitrión. La casa era una mansión de una belleza extraordinaria. Douglas la había adquirido bastantes años atrás, después de su primera película importante, y había ido haciendo reformas y añadiendo espacios, hasta convertirla en lo que era: una inmensa finca, llena de habitaciones para diferentes usos, todas elegantemente decoradas con antigüedades exquisitas y pinturas de un valor incalculable. Douglas tenía un gusto magnífico. Tanya se quedó prácticamente sin respiración cuando entró en el salón y se encontró frente a frente con uno de los famosos cuadros de Monet que representaba unos nenúfares. La escena que se estaba desarrollando en el jardín parecía un reflejo del cuadro: los miembros del reparto estaban sentados alrededor de una enorme piscina en la que flotaban gardenias y nenúfares, todo bajo la luz de las velas. En el segundo salón, había otro Monet aún más impresionante, dos Mary Cassatt y un imponente cuadro flamenco. Los muebles eran lujosos y masculinos, una interesante combinación de elementos británicos, franceses y rusos. En un rincón había una exquisita pantalla china y también era de origen chino el secreter vertical que había a su lado. Parecían piezas de museo. Aunque todos los invitados iban con vaqueros, Tanya se sintió ridícula y fuera de lugar con aquella prenda. Enseguida reconoció a dos de las estrellas del reparto: Jean Amber y Ned Bright. Jean había participado en una docena de importantes películas de Hollywood y con solo veinticinco años ya había sido nominada a tres Osear. Su rostro era tan perfecto que parecía modelado. Llevaba un top de gasa transparente de color azul pálido, vaqueros y unas altísimas sandalias de color plata sujetas al tobillo por una cinta. Parecía que los vaqueros estuvieran pintados sobre su esbelto y largo cuerpo y su belleza era espectacular. Se estaba riendo de algo que le explicaba Max. El director hizo las presentaciones y Jean dirigió a Tanya una amplia sonrisa. Por un instante, le recordó a Molly. Tenía su misma mirada dulce e inocente y una larga y brillante melena de color ébano. La calidez de sus ojos hacía pensar que la fama todavía no la había echado a perder. Tendió delicada y amablemente la mano a Tanya.
– Me encantó tu libro. Se lo regalé a mi madre para su cumpleaños. Le gustan mucho los relatos.
– Gracias -respondió Tanya con una sonrisa e intentando no dejarse impresionar por la belleza de Jean, algo que no resultaba nada fácil.
Era muy emocionante conocer a una estrella tan importante y más aún trabajar con ella y escribir diálogos a los que ella daría vida. Tanya se sintió conmovida por la referencia a su libro y le sorprendió que a alguien tan joven le interesara su trabajo, máxime cuando la mayoría de los jóvenes eran más aficionados a las novelas que a los relatos.
– Eres muy amable. Tanto mis hijas como yo adoramos tus películas -dijo Tanya sintiéndose algo estúpida.
Pero Jean parecía encantada. A todo el mundo le gustan los halagos.
– Estoy muy emocionada por trabajar contigo en la película. Tengo muchas ganas de ver el guión -le comentó la joven.
Pronto comenzarían con las reuniones para discutir el guión. Todos los actores tenían derecho a aportar sus comentarios, que se añadirían a los que Douglas, Max y la propia Tanya ya habían hecho. El trabajo se hacía siempre en equipo.
– Estoy trabajando mucho -le aseguró Tanya, algo intimidada-. Es un honor escribir un guión para ti.
En ese momento, se acercaron dos de los actores de la película y Max se los presentó tanto a Tanya como a Jean. El director les trataba a todos como si fueran hijos de los que estaba orgulloso. De algún modo, al iniciar el rodaje de una película, se creaba una nueva familia: nacían relaciones personales, se establecían vínculos, surgían breves romances, y, de vez en cuando, surgían amistades que duraban toda la vida. Se generaba un microcosmos del cual podía llegar a quedar algo, aunque casi todo desaparecía. Pero durante el rodaje de la película, parecía que fuera a durar para siempre y que aquello fuera la vida de verdad. Se asemejaba a la cuidadosa arquitectura que sostendría una mágica torre de naipes parecida al Taj Mahal: hermosa, delicada, impresionante, hechizadora. Cuando la película terminaba, se derrumbaba como un castillo de arena y todos los personajes se dispersaban e iniciaban otra construcción en algún otro sitio.
Pero aquel mundo poseía una magia increíble que a Tanya le parecía fascinante. Todo tenía una apariencia real, trabajarían juntos con toda su energía y creatividad y creerían con fuerza en lo que estaban construyendo. Después, cuando todo aquello se convirtiese en celuloide, se desvanecería en la niebla y dejaría de existir. Pero en aquel momento, era absolutamente real para todos los presentes y la película sería la prueba imperecedera de aquella magia.
Era muy emocionante formar parte de todo aquello. Mientras Tanya observaba a la gente que la rodeaba charlando, riendo, todos con una copa de champán en la mano, se acordó de lo que Douglas le había dicho por teléfono sobre la adicción que generaba el cine y cómo después de una temporada en Hollywood y de saborear sus tentaciones, querría más, sería incapaz de volver a su antigua vida y convertiría aquel lugar en su casa. Tanya no quería que aquellas palabras del productor fueran ciertas. Sin embargo, mientras paseaba la vista por la fiesta, podía sentir esa atracción.
A pesar de que al principio se sintió un poco al margen, conforme Max le fue presentando al resto de asistentes a la fiesta -estrellas jóvenes y bellas, hombres jóvenes y maduros muy atractivos-, empezó a estar más cómoda en su compañía. Era sorprendente lo fácil que resultaba hablar con ellos.
Tanya sentía la emoción y el vértigo del momento, pero no sabía si se debía a la excitación o era consecuencia del champán. El aire estaba cargado de un fuerte aroma a gardenias y nenúfares. La casa estaba profusamente adornada con orquídeas blancas e impresionantes jarrones chinos en los que se exhibían unas flores que Tanya no reconoció; tenían tonos amarillos y marrones, largos tallos y diminutos pétalos. Sonaba una tenue y sensual melodía. En realidad, todo el conjunto, desde los cuadros, pasando por los invitados, las ostras y el caviar, era una explosión de sensualidad.
Tanya se moría de ganas de volver a casa y sentarse a escribir sobre la fiesta. Era como si estuviera participando en un rito de iniciación del glamour. Estaba de pie, sola, admirando a la gente que la rodeaba, cuando Doug se le acercó sin que ella se diera cuenta. De pronto, lo vio delante de ella, a tan solo unos milímetros de distancia, sonriéndole. Tanya iba vestida con un jersey de seda blanco, vaqueros y unas sandalias doradas con poco tacón a juego con un bolso que se había comprado antes de regresar al hotel. Se había puesto los vaqueros, tal como él le había pedido, y se alegraba de haberle hecho caso pues lo cierto era que todo el mundo iba vestido igual.
Doug, por su parte, llevaba unos pantalones de franela de color gris con la raya perfectamente planchada, una camisa blanca exquisitamente almidonada confeccionada en París, y unos mocasines negros de piel de cocodrilo de Hermés.
– Inmejorable, ¿verdad? -le comentó con su aterciopelado tono de voz.
A Douglas, más que oírsele, se le sentía. Todavía no sabía muy bien por qué, pero cada vez que oía su voz o estaba cerca de él, la embargaba simultáneamente una sensación de atracción y de rechazo; una reacción contradictoria que la invitaba a acercarse a él pero que también la advertía que no debía hacerlo. Algo así como la reacción que provocaría una antigua tumba egipcia abarrotada de resplandecientes riquezas pero sobre la que pesara una maldición que prohibiera acceder a ella.
Por un instante, Douglas miró a Tanya directamente a los ojos sin decir nada. Parecía estar admirándola y disfrutando de ese momento de silencio. Le bastaba la mirada para acariciarla; ni siquiera necesitaba utilizar palabras. Se dirigía a Tanya en un tono de voz suave y tenue como si la conociera muy bien, aunque nada más lejos de la realidad. De ella, solo tenía la información que podía haberle dado su obra. Sin embargo, para Douglas parecía una información más que suficiente.
Frente a él, se sintió desnuda y, aunque apartó la vista, en esta ocasión no tuvo la necesidad imperiosa de huir. Se repitió que Doug no podía controlarla, ni tampoco invadir su espacio. Solo obtendría lo que ella estuviera dispuesta a darle. O eso creía. No era un mago. Tan solo un productor de cine, un hombre que compraba historias y guiones como el que Tanya estaba escribiendo para él y hacía que cobrasen vida.
– ¿Te están presentando a la gente? -se interesó.
Se notaba que se preocupaba de que todos disfrutasen de la velada y eso era aún más evidente en el caso de Tanya, una recién llegada. Gracias a las cálidas atenciones de Max, Tanya había conocido ya a prácticamente todos los actores. Le faltaba Ned Bright, pero el joven actor estaba demasiado ocupado rodeado de un montón de chicas guapas que, a pesar de haber llegado del brazo de otros hombres, en cuanto entraron en la fiesta no hicieron otra cosa que dar vueltas alrededor de Ned. En aquel momento, Ned Bright era la estrella masculina de moda en Hollywood y la razón era obvia: era encantador e increíblemente guapo. Las chicas que le rodeaban no hacían otra cosa que reírse como quinceañeras.
– Sí, efectivamente -respondió Tanya mirando al productor directamente a los ojos, decidida a no dejarse intimidar ni amedrentar por él-. Me encantan tus cuadros, es como si estuviera en un museo.
Acababa de descubrir otro famoso cuadro iluminado espléndidamente en un pequeño salón junto a la piscina en el que no había reparado. Era la sala de música, donde Douglas solía tocar el piano. En su infancia y adolescencia, Doug había estudiado piano con la intención de convertirse en concertista. Según le habían explicado a Tanya había sido una auténtica promesa y tenía un talento indiscutible. Ahora seguía tocando por afición y para sus amigos más íntimos.
– Espero que la casa no parezca un museo. Sería tan triste como contemplar a los animales en el zoo en lugar de en su medio natural. Quiero que la gente se sienta a gusto con el arte, no que le tenga miedo. Los cuadros deberían formar parte de nuestra experiencia vital y deberíamos convivir con ellos como con un viejo amigo y no como con un extraño. Mis cuadros son mis viejos amigos.
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