Era una interesante forma de entender el arte. Tanya se dio cuenta de que mientras escuchaba a Douglas se había quedado mirando fijamente el pequeño Monet de la sala de música. Estaba iluminado de tal forma que adquiría vida propia y casi parecía un espejo en el que se reflejase la imagen de la piscina, donde la gente continuaba charlando animadamente. Las numerosas botellas de champán estaban cumpliendo su cometido. Tanto los invitados como Doug parecían relajados y felices. Era evidente que el productor estaba en su terreno y se sentía más a gusto que en el Polo Lounge del hotel. Podía desplegar su elegancia, su cortesía y su control sobre las cosas. Nada escapaba a su atención y parecía estar vigilando cada detalle y cada invitado.
Douglas le estaba explicando a Tanya sus aventuras como coleccionista de antigüedades europeas y su reciente viaje por Dinamarca y Holanda, donde había descubierto auténticos tesoros -en concreto, un fabuloso escritorio danés que le indicó con un gesto- cuando se les acercó Max.
– Menos mal que no montamos en mi casa estas fiestas del equipo -dijo Max riendo abiertamente.
Para Tanya, con su gran barriga, la calva y la barba, Max continuaba pareciendo un elfo o uno de los ayudantes de Santa Claus. Al lado de Max, Douglas parecía una estrella de cine. De hecho, Douglas Wayne había querido ser actor al principio de su carrera en Hollywood, pero no lo había intentado con demasiada determinación. Prefería el poderoso papel de productor. Desde su posición, era quien realmente controlaba y organizaba todos los elementos de la película.
Douglas se echó a reír y comentó:
– Serían bastante distintas.
– Yo vivo en Hollywood Hills -le explicó Max a Tanya-, en una casa que parece un establo y que en su día debió de serlo. Los sofás están cubiertos con viejas mantas y en la mesa de centro siempre hay restos de comida con dos semanas de antigüedad. Además, mi ex mujer se llevó el aspirador hará unos catorce años y he estado demasiado ocupado para comprar otro. Las paredes están repletas de carteles de mis viejas películas y la antigüedad de más valor es la televisión. Lleva conmigo desde los años ochenta y realmente me costó una fortuna. El resto de muebles son del mercadillo, así que es una casa bastante distinta de la de Douglas.
Los tres se echaron a reír. Max no pretendía en absoluto lamentarse o excusarse. Adoraba su casa y, a pesar de su amor por el arte, habría sido tremendamente desgraciado en una vivienda como la de Douglas.
– Tengo que buscar una mujer de la limpieza un día de estos. A la última la deportaron. Fue espantoso. La adoraba. Era una magnífica cocinera y preparaba unos combinados de ginebra y ron increíbles. Ahora las bolas de polvo tienen ya el tamaño de mi perro.
Max explicó que tenía un gran danés llamado Harry y que era su mejor amigo. Le prometió a Tanya que se lo presentaría durante el rodaje. El perro siempre iba con él al trabajo y, aunque no podía llevar ni collar ni correa porque el ruido interfería en la labor del técnico de sonido, estaba perfectamente adiestrado. El perro pesaba casi setenta y cinco kilos.
– Le encanta venir a trabajar conmigo y los del catering siempre le dan su comida preferida -añadió Max-. Cuando no estamos rodando, se deprime y pierde mucho peso.
Mientras charlaban, Tanya volvió a fijarse en la sorprendente diferencia entre el director y el productor. Uno era dulce, cálido y acogedor; el otro, a pesar de estar perfectamente pulido, parecía estar hecho de aristas y bordes afilados.
Max parecía que se comprara la ropa en el mismo mercadillo en el que había adquirido los muebles de su casa. Douglas, en cambio, podría salir en la portada de GQ. Para Tanya, era fascinante estar charlando con ellos. Se preguntó cuánto tiempo pasaría Douglas en el rodaje de la película, puesto que su trabajo principal consistía en recaudar el dinero y controlar el presupuesto, mientras el de Max era lograr sacar lo mejor del reparto. No cabía duda de que ambos adoraban sus respectivos trabajos y a Tanya le entraron unas enormes ganas de empezar ya la película.
A las nueve en punto, se sirvió la cena en unas largas mesas dispuestas junto a la piscina. Cada mesa ofrecía un tipo de comida: en una había sushi de un famoso restaurante de la ciudad; otra estaba repleta de langosta, cangrejos y ostras, y la tercera mesa ofrecía ensaladas exóticas y comida mexicana tradicional. Así que había cena para todos los gustos. Las jóvenes estrellas masculinas llenaron sus platos con montones de comida. En ese momento, Douglas consiguió presentarle a Ned Bright, que se acercaba seguido de cuatro mujeres. A Tanya le recordó a su hijo Jason.
– Hola -le dijo Ned con aspecto relajado y una amplia sonrisa, al tiempo que le pedía disculpas por no darle la mano. Llevaba un plato en cada mano, uno repleto de sushi y el otro a rebosar de comida mexicana-. No me des muchas líneas, soy disléxico.
El joven actor se echó a reír y Tanya no supo si hablaba en serio. Después, se lo preguntó a Max. Era importante saber si era cierto, pero el director le sacó de dudas.
– No es disléxico, solo perezoso. Dice lo mismo a todos los guionistas. Pero es buen chico.
En aquellos momentos, Ned Bright era el nuevo descubrimiento de Hollywood y causaba sensación. Con solo veintitrés años, iba a tener el papel masculino principal, dando réplica a Jean Amber. En la última película que había rodado, había interpretado el papel de un chico ciego de dieciséis años, pero su aspecto era más bien el de alguien en la treintena. Aquel último papel había merecido entusiastas críticas y gracias a él había logrado un Globo de Oro. Al mismo tiempo, proseguía con su carrera como batería y solista de un grupo de música de Hollywood, formado por jóvenes actores. Recientemente el grupo había sacado al mercado un CD de enorme éxito. Tanya estaba segura de que sus hijos se volverían locos de alegría cuando les dijera que había conocido a Ned Bright. Cuando más tarde se lo contó a Molly, casi se desmayó de la emoción.
– Es un buen chico -insistió Max. Tanya no lo dudó, se le notaba-. Su madre siempre se pasa algunos días por el rodaje para comprobar que le tratamos bien y que se porta como es debido. El chico acaba de terminar la carrera de cine en la Universidad de Santa Bárbara; su intención es ser director después de interpretar algunas películas más. Es algo que suelen decir muchos actores, pero pocos acaban haciéndolo. Sin embargo, me parece que él habla muy en serio, así que será mejor que vigile mi puesto.
Douglas y Tanya se echaron a reír.
Buscaron tres sillas y una mesa libre y se sentaron juntos a cenar. El resto de invitados se había ido acomodando alrededor de la piscina, mientras sonaba la suave y sensual música, ideal para la ocasión. Douglas se había ocupado de que la música, la comida y el ambiente en general fueran perfectos. De ese modo, los invitados se relajaban y se relacionaban los unos con los otros abiertamente.
– Estás muy guapa, Tanya -comentó Douglas después de cenar.
Tanya estaba tumbada en una chaise longue observando las estrellas y se había cubierto los hombros con un chal de cachemir de color azul pálido -un tono que resaltaba el color de sus ojos.
– Se te ve relajada y feliz. Pareces una Madona -continuó Douglas admirándola como si fuera un cuadro-. Los momentos antes de empezar una película me encantan. Todo está a punto pero todavía no sabemos qué filmaremos ni cuál será la magia que nos rodeará. Ahora mismo, no podemos saber lo que nos aguarda. Pero una vez arranquemos, los días se convertirán en una sucesión de sorpresas. Lo adoro. Es como la vida misma, pero mucho mejor, porque aquí podemos controlar lo que sucede.
Douglas confirmaba con sus palabras lo que Tanya ya intuía: el control era algo esencial para él.
Con un helado de chocolate y un barquillo, Jean Amber se acercó a Douglas y a Tanya para charlar con ellos. Acababan de servir suflés recién hechos y pastelitos Alaska. A Max le encantaba tostar las «nubes» en las llamas de los suflés pero se quejaba de que nunca duraban tanto como él quería. El director hacía gala de un enorme sentido del humor y tenía fama de gastar todo tipo de bromas durante los momentos de descanso del rodaje. A su lado, Douglas parecía representar el papel de hombre serio y controlador y, ciertamente, prefería los rodajes tranquilos. También era de la opinión de que los descansos en el rodaje debían aprovecharse para estudiar el guión y las escenas pendientes. Douglas podría ser el director de un colegio y Max el profesor divertido, cálido y extravertido que adora a sus alumnos. Para el director, los actores siempre eran sus niños -fuera cual fuese su edad-, y esa faceta paternal de su carácter era muy valorada por los que participaban en sus películas. Su categoría extraordinaria como director y su incomparable bondad hacían que lo adoraran y lo respetaran.
Por su parte, Douglas era el que debía mostrar más rigidez y estar pendiente de los seguros y los presupuestos. Debía reconducir al director y a los actores cuando las cosas se descontrolaban y vigilar que todo se llevara a cabo según el programa previsto. La verdad era que nunca dejaba que las cosas se torciesen: llevaba las riendas de sus películas con mano firme y supervisaba meticulosamente el presupuesto. Aunque eso no impedía que disfrutase mimando a los actores. Consideraba que se lo merecían y que era el premio a un trabajo exigente. De ahí que pusiera particular interés en celebrar ese tipo de fiestas para el equipo de rodaje antes de comenzar la película, ya que era una forma de dar el pistoletazo de salida y empezar a trabajar.
En la fiesta volvían a encontrarse personas que habían trabajado juntas en anteriores filmes y que se mostraban encantadas ante la perspectiva de compartir reparto de nuevo. Parecían niños recién llegados a un campamento de verano, felices de ver a sus amiguitos del verano anterior, o asiduos viajeros de crucero que descubren que han coincidido con amigos que hicieron en otro crucero.
De hecho, coincidir con las mismas personas en el rodaje de una película era una cuestión de suerte. Sin embargo, tanto a Douglas como a Max se les daba bien reunir a un buen equipo donde primara el talento y la compatibilidad de caracteres, de tal modo que el ambiente de trabajo fuera bueno. Ambos creían que ese era un buen equipo y consideraban que Tanya era un excelente fichaje.
La mayoría de la gente que le habían presentado se mostraba emocionada de tenerla entre ellos y algunos incluso habían leído su libro. Tanya estaba conmovida. Hubo quienes incluso citaron los relatos que más les habían gustado, así que la guionista pudo comprobar que lo habían leído realmente y que no lo decían solo por quedar bien.
Se respiraba un ambiente cordial y de entusiasmo. Todos se mostraban encantados con la película, con el gran número de estrellas y con la presencia de Max como director. Se sentían afortunados por formar parte de aquel equipo y por haber sido invitados a casa de Douglas y a aquella fiesta previa al rodaje. Aquel era el reino de los sueños y ellos eran los elegidos, los que más fortuna habían tenido, los que habían llegado a la cumbre de Hollywood y tenían la oportunidad de acariciar la suerte de mantenerse en ella. De cualquier modo, por el momento, todos ellos estaban en la cima.
Todos los actores y actrices más famosos del momento participaban en aquel filme y no habría llegadas imprevistas más tarde. A Max le gustaba que el equipo del reparto estuviera cohesionado y que, de principio a fin, trabajasen juntos y armónicamente. Solo si el equipo se mantenía unido y se conocía a fondo, podía darse un ambiente de solidaria colaboración. Tanya podía percibir que se estaban convirtiendo en una gran familia. Como si alguien hubiera lanzado unos polvos mágicos sobre sus cabezas, allí, delante de sus ojos, esa familia se estaba construyendo. Estaba empezando. Ya había empezado.
Cerca de la una de la madrugada, cuando la fiesta llegó a su fin, Max se ofreció a acompañar a Tanya en su coche hasta el hotel Beverly Hills. Aunque a Tanya le habían ofrecido la limusina para que dispusiera de ella durante toda su estancia, se habría sentido culpable por tener al conductor pendiente de ella toda la noche cuando iba a limitarse a ir del hotel a la fiesta, y de allí, de vuelta al hotel. Había pensado coger un taxi de regreso, pero cuando se lo comentó a Max, este le colocó el dedo sobre los labios y la reprendió.
– No digas eso. Si te oye Douglas, te quitará la limusina y siempre puede ir bien tenerla.
Tanya fue a despedirse de Douglas y a darle las gracias por la cena y por la hermosa velada. Se sentía como una colegiala que tiene que despedirse del director. Douglas y Jean Amber estaban en ese momento manteniendo una acalorada discusión en la que la actriz le llevaba la contraria al productor con vehemencia pero también con simpatía y le decía lo equivocado que estaba.
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