– ¿Queréis que os ayude a llegar a un acuerdo? -se ofreció Max, siempre con ganas de colaborar.
– Sí -dijo Jean con resolución-. Yo opino que Venecia es mucho más bonita y más romántica que Florencia o Roma.
– Yo no voy a Italia en plan romántico -bromeó Douglas, encantado de meterse con la joven actriz. No le planteaba ningún problema estar rodeado de mujeres hermosas, ya que así había construido su carrera-. Voy a Italia para disfrutar de su arte. La galería de los Uffizi es el paraíso para mí, así que Florencia gana por goleada.
– Tuve que permanecer en Florencia tres semanas sin moverme durante el rodaje de una película y estábamos en un hotel horrible -explicó Jean.
La actriz contaba con la amplia experiencia de una joven de veinticinco años que ha viajado mucho más que el resto de la gente de su edad. Pero el motivo de sus viajes siempre era el rodaje de alguna película, así que tenía muy poco tiempo para disfrutar de los lugares en los que trabajaba. Llegaban a un lugar y, en cuanto acababan, se trasladaban al siguiente destino, sin tiempo para visitas turísticas. Era una perspectiva reducida del mundo, pero por lo menos tenía esa. Tanya pensó en lo mucho que le gustaría que sus hijos la conocieran y en lo impresionados que se quedarían. Confiaba en que lo hicieran en el futuro. Parecía una jovencita encantadora.
– Yo prefiero Roma -comentó Max complicando más la discusión-. Hay unas cafeterías estupendas, buena pasta, un montón de turistas japoneses y es la ciudad de Italia donde más monjas se ven. A mí me encantan las viejas costumbres y ya no se ven monjas en ningún sitio.
Tanya se echó a reír.
– A mí las monjas me dan miedo -terció Jean-. De pequeña fui a un colegio católico y no me gustó nada. En Venecia, en cambio, no vi a una sola monja.
– Supongo que para ti eso es algo favorable. Yo besé a una chica bajo el Puente de los Suspiros cuando tenía veintiún años -añadió Max-. Cuando el gondolero me dijo que eso significaba que estaríamos juntos para siempre, casi me dio un ataque. La chica tenía una piel horrible y unos dientes de conejo; acababa de conocerla. Creo que desde entonces Venecia me da grima. Es curioso lo que determina tus sentimientos hacia una ciudad. En Nueva Orleans tuve un ataque de vesícula y nunca más he regresado.
– Yo rodé una película allí -comentó Jean-. No me gustó. Es tan húmedo… Tenía todo el día el pelo encrespado.
– Yo perdí el mío en Des Moines -bromeó Max tocándose la calva ante el regocijo de todos los presentes.
Tanya volvió a agradecer a Douglas la invitación y se fue con Max. Tenía que reconocer que estaba sorprendida de lo bien que se lo había pasado.
– Y bien, ¿qué te parece Hollywood? -le preguntó Max en el viaje de vuelta.
El director encontraba a Tanya muy atractiva y de no ser porque estaba casada le habría echado los tejos. Pero Max sentía un enorme respeto por la sagrada institución del matrimonio; además, no le parecía una mujer proclive a la infidelidad. Le parecía una persona seria y tenía ganas de trabajar con ella. Sentía, al igual que el productor, un enorme respeto por el trabajo de Tanya y había descubierto que también le gustaba como persona.
– Por lo que he hablado con algunos de los invitados esta noche, me parece un ambiente un poco excéntrico, pero divertido al mismo tiempo -le respondió Tanya con sinceridad-. A causa de mis telenovelas, había venido varias veces a Los Ángeles. Pero esto es otra cosa.
Hasta entonces, Tanya solo había conocido a los actores habituales de las telenovelas que, en su ámbito, eran auténticas celebridades. Pero eran un campo más reducido. Aquella noche, sin embargo, Tanya había conocido a un sinfín de impresionantes figuras, a los verdaderamente grandes.
– Es un pequeño universo muy especial y tiene algo de incestuoso. El cine en Hollywood es como un microcosmos que no tiene nada que ver con la vida real, y el rodaje de una película es un poco como hacer un crucero: la gente se conoce, se convierten en íntimos amigos en un instante, se enamoran, se lían, la película se rueda, todo termina y se pasa a otra cosa. Durante un brevísimo espacio de tiempo, parece que es real. Pero no es así. Lo descubrirás cuando empecemos a rodar. Ya verás cómo durante la primera semana habrá cinco apasionados romances. Es una vida de locos, pero nunca es aburrida.
A Tanya no le cabía ninguna duda. Durante la fiesta, se había fijado en que varios actores y actrices jóvenes estaban tonteando los unos con los otros. Entre ellos, por supuesto, los dos protagonistas, Jean Amber y Ned Bright, quienes se habían estado observando durante la velada y apenas habían intercambiado unas palabras. Tanya se preguntó en qué acabaría aquello.
– Por lo que comentas, si estás en el mundo del cine, debe de ser muy difícil tener una relación de verdad -dijo Tanya cuando ya se acercaban al hotel.
– Lo es, por eso la mayoría de la gente no la tiene. Juegan y simulan tener una vida de verdad, pero no la tienen, aunque a veces ni se den cuenta de ello. Solo creen tenerla. Es el caso de Douglas. Me parece que no ha tenido una relación seria desde la Edad de Hielo. De vez en cuando sale durante una temporada con alguna mujer importante, pero tampoco deja que entre demasiado en su vida. No es su estilo. Para él, todo gira alrededor del poder, de los grandes negocios o de la adquisición de importantes obras de arte. Pero no le interesa el amor, o eso creo. Hay hombres así. -Y con una sonrisa, añadió-: Yo, en cambio, todavía estoy buscando el Santo Grial.
Era imposible que Max no despertase afecto en los demás. Tenía un corazón de oro y se le notaba.
– Nunca salgo con actrices -continuó el director-. Busco una buena mujer a la que le gusten los hombres calvos y con barba y que quiera acariciarme la espalda por la noche. Estuve saliendo con la misma mujer durante dieciséis años y éramos el uno para el otro. No recuerdo que tuviéramos una sola pelea.
– ¿Y qué pasó? -preguntó Tanya al tiempo que se detenían bajo el toldo del hotel Beverly Hills, su hogar en aquellos momentos.
Tanya todavía no podía sentir que aquel bungalow fuese su casa; todavía le parecía que no le correspondía alojarse allí y que estaba fuera de lugar. No se consideraba una estrella en absoluto y a menudo le parecía que en cualquier momento le dirían que tenía que marcharse.
– Murió -musitó Max sin dejar de sonreír. El recuerdo de aquel amor todavía enternecía su mirada-. Cáncer de mama, una mierda. Nunca encontraré otra mujer como ella. Era el amor de mi vida. Después de aquello he salido con otras, pero no es lo mismo. Sin embargo, no estoy mal, voy tirando. Era escritora, como tú. Escribía guiones para las miniseries en una época en que estas tenían muchísimo éxito. Hablábamos siempre de casarnos, pero nunca fue necesario. En nuestro corazón, ya estábamos casados. Cada año, entre un rodaje y otro, suelo ir de vacaciones con sus hijos. Son dos chicos estupendos. Ambos están casados y viven en Chicago. Me recuerdan a su madre. Mis hijas también les adoran.
– Por lo que cuentas, era una gran mujer -comentó Tanya en tono cariñoso todavía dentro del coche.
A pesar de la enorme cantidad de dinero que ganaba Max con sus películas, el director seguía conduciendo un viejo Honda algo destartalado. Era evidente que la ostentación no iba con él. Por el contrario, Douglas alardeaba de una casa fabulosa y unos cuadros increíbles. Como cualquier invitado que iba allí por primera vez, Tanya se había quedado muy impresionada. Jamás había visto cuadros tan fabulosos fuera de un museo.
– Era una buena mujer -continuó Max. Miró a Tanya con una sonrisa y añadió-: Tú también lo eres.
A Max le agradaba Tanya; todo en ella dejaba traslucir lo que era realmente. Nada más conocerla le había gustado y aquella noche confirmaba su opinión. La veía como una mujer genuina y sólida, algo muy poco habitual en Hollywood.
– Tu marido es un tipo con suerte.
– Yo soy una mujer con suerte -dijo ella sonriendo melancólicamente.
Echaba mucho de menos a Peter. Habían perdido el contacto físico diario y la calidez del lecho compartido. Habían perdido mucho y tenía unas ganas enormes de llegar a su habitación para llamarle, a pesar de la hora. Le había prometido que así lo haría aunque ello supusiera despertarle. Antes de ir a la fiesta, había llamado a su casa y su marido le había dicho que se las estaban arreglando bastante bien. Solo faltaban dos días para volver a Marin. Se moría de ganas.
– Mi marido es un gran hombre.
– Tanto mejor. Espero conocerle algún día. Debería venir durante el rodaje y traerse a los chicos.
– Lo hará -afirmó Tanya.
Dio las gracias a Max por acompañarla y se bajó del coche. En ese momento, se acordó de que al día siguiente había quedado para almorzar con Douglas en el Polo Lounge, un sitio idóneo para Tanya.
– ¿Vendrás mañana a comer con nosotros? -le preguntó a Max.
– No, he quedado con los cámaras para hablar del equipo que necesitamos.
Max utilizaba unos objetivos complicados y poco habituales con los que conseguía los efectos cinematográficos que le habían hecho famoso y quería estar seguro de que todo estaba en orden.
– A Douglas le gusta conocer a la gente individualmente. Nos veremos la semana que viene, cuando empecemos con las reuniones. Disfruta del fin de semana en casa.
Mientras se alejaba con el coche, Tanya agitó la mano en señal de despedida y se encaminó deprisa hacia el bungalow con una sonrisa en el rostro. Iba a ser fantástico trabajar con Max. Pero no estaba tan segura de poder decir lo mismo de Douglas. Tenía que reconocer que aquella noche le había encontrado más agradable -imponía menos con la actitud relajada que había mostrado en su casa-, pero todavía la ponía nerviosa.
Telefoneó a Peter nada más entrar en el bungalow y, aunque estaba medio dormido -era la una y media de la madrugada-, esperaba su llamada.
– Siento llamar tan tarde. No se acababa nunca -dijo casi sin aliento, después del rápido trayecto hasta la habitación.
– No te preocupes, ¿qué tal ha ido? -preguntó Peter con un bostezo.
Tanya podía imaginarle perfectamente en la cama, lo que hizo que le echara aún más de menos.
– Divertido, extraño e interesante. Douglas Wayne tiene unos cuadros impresionantes: Renoir, Monet, alucinante. Y en la fiesta estaban todas las nuevas estrellas, Jean Amber, Ned Bright -Tanya nombró una retahíla de actores-. Parecen buenos chicos. Me he acordado tanto de Molly, de Megan y de ti… Te echo de menos. Ah, y el director, Max Blum, es muy agradable. Esta noche he estado hablándole de ti, creo que te gustaría.
– Dios mío, no querrás volver a Ross después de esto, Tanny. Demasiado glamour para nosotros.
Sabía que no hablaba en serio, pero, de todos modos, a Tanya no le gustó el comentario. Era lo mismo que Douglas le había dicho por teléfono aquella tarde, y precisamente era lo último que Tanya quería que ocurriera. No quería formar parte de Hollywood, sino seguir con su vida en Ross.
– No seas bobo, no me importan lo más mínimo todas estas chorradas. Pagarían por tener una vida como la nuestra.
– Sí, seguro -ironizó Peter soltando una carcajada que hizo que Tanya pensara en sus hijos-. No estoy tan seguro. Te echarán a perder.
– No, no es verdad -musitó Tanya algo alicaída, tumbada ya en la cama después de descalzarse-. Te echo de menos y me gustaría que estuvieras aquí.
– Dentro de dos días estarás en casa. Yo también te echo de menos. Esto está muerto sin ti. Hoy se me ha quemado la cena.
– Este fin de semana os prepararé un manjar -prometió Tanya.
El sentimiento de culpabilidad no remitía y ardía en deseos de volver a casa para estar con Peter y las chicas. Llevaba solo tres días fuera, pero tenía la sensación de haber pasado media vida en Hollywood. Qué largos se le iban a hacer aquellos nueve meses… Asistir a la fiesta aquella noche había sido una obligación -tenía que conocer al resto del equipo-, pero se le había hecho muy raro salir sin Peter. Había sido una velada agradable, pero no dejaba de ser una imposición y sabía que con Peter se habría divertido más. Cuando su marido estaba fuera -algo muy poco habitual- jamás salía por la noche sin él. A Tanya no le interesaba tener vida social propia, y menos allí. No tenía nada en común con la gente que la rodeaba en Los Ángeles ni tampoco con Douglas Wayne. En cambio, podía imaginarse saliendo a cenar una hamburguesa con Max Blum. Tanya no sabía si existirían los amigos verdaderos en Hollywood, pero, de haberlos, Max Blum era el candidato idóneo.
– Tengo muchas ganas de verte. Es tan raro estar aquí sola… Os echo mucho de menos a todos.
No le gustaba en absoluto dormir sin Peter y llevaba tres noches sintiéndose muy sola y triste. A Peter también se le estaba haciendo duro; se dormía abrazado a la almohada.
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