– Nosotros también te echamos de menos -dijo Peter bostezando de nuevo-. Será mejor que intente dormir. Mañana tendré que sacar a las niñas de la cama y Meg tiene natación a las siete y media.
Peter echó un vistazo al reloj y, a pesar de que era él quien no había querido dormirse sin haber hablado antes con Tanya, añadió con un gruñido:
– Tengo que estar en pie dentro de cuatro horas y media. Hablaremos mañana. Que duermas bien, cariño. Te echo de menos.
– Yo también -dijo Tanya dulcemente-. Buenas noches, dulces sueños.
– Lo mismo digo -le deseó Peter y colgó.
Tanya se quedó tumbada en la cama del bungalow pensando en su marido con añoranza. Después, se levantó a lavarse los dientes con el corazón encogido. Qué ganas tenía de volver a casa. Se dijo a sí misma que tanto Peter como Douglas se equivocaban al afirmar que no iba a querer volver a Ross, pues era lo que más deseaba. Echaba de menos su cama, a su marido, a sus hijos. No podía imaginar nada en aquella ciudad que fuera comparable a lo que tenía en su casa. Habría cambiado todos los lujos de su bungalow por una noche con Peter en su cama. Como siempre, no había nada para ella mejor que el hogar.
Capítulo 6
Al día siguiente, Tanya se reunió con Douglas en el Polo Lounge a la una de la tarde. Iba vestida con unos vaqueros y un jersey rosa. Él tenía el mismo aspecto elegante e inmaculado de siempre, con un traje de excelente corte de color caqui, camisa azul, corbata amarilla de Hermès y unos impecables zapatos marrones. Cuando Tanya llegó, ya le estaba esperando tomándose un Bloody Mary charlando animadamente con alguien con quien se había encontrado. Tanya casi se desmayó cuando descubrió que el amigo en cuestión era Robert De Niro. Se lo presentó, intercambiaron algunas palabras y el célebre actor se despidió. Tanya estaba impresionada, pero debía irse acostumbrando, ya que a partir de entonces aquello sería algo habitual. Aunque deseaba contárselo a Peter, no quería volver a oír ni en boca de su marido ni en la de nadie, nada más sobre su nueva y glamurosa vida ni sobre lo que le costaría regresar a la normalidad. Todo en aquel lugar era irreal, y ella ni se sentía parte de ese entorno, ni tenía deseo alguno de formar parte de él. Solo quería hacer su trabajo y volver a casa. Qué equivocados estaban todos cuando le decían que se convertiría en alguien sofisticado y que se echaría a perder. Tanya sabía quién era, se conocía bien y tenía los pies firmemente apoyados en el suelo.
– Gracias por la maravillosa velada de anoche -le dijo a Douglas al sentarse-. Fue muy divertido conocer al resto del equipo. Tienes una casa preciosa.
– Me alegra que te gustara -dijo él sonriéndole-. Tienes que venir algún día a mi barco. Es una maravilla.
Era un yate de sesenta metros de eslora del que Tanya había visto fotos en casa del productor la noche anterior. Le pareció inmenso y pensó inmediatamente en lo mucho que les gustaría a sus hijos.
– ¿Qué haces en verano, Tanya? ¿Qué has hecho este año? -le preguntó.
Tanya sonrió. Le pareció como si tuviera que escribir una redacción de primero de primaria. «Mis vacaciones de verano, por Tanya Harris.» Afortunadamente, su vida era mucho más tranquila que la de él en todos los aspectos. No necesitaba un yate.
– En agosto vamos a Tahoe. Cada año alquilamos allí una casa. A los niños les encanta y lo pasamos muy bien todos juntos. Peter y yo estábamos pensando en hacer un viaje por Europa el verano que viene, ahora que los niños son más mayores y ya no es tan complicado viajar. Hace años que no lo hacemos.
Tanya se sentía como una idiota contándole esas cosas. No debía de importarle lo más mínimo lo difícil que pudiera resultar viajar con críos, de la edad que fueran. Y comparado con tener un yate gigantesco amarrado en la Riviera francesa, una casa de alquiler en Tahoe debía de parecerle patético. La absurda comparación hizo que lanzara una carcajada. Pidió un té helado; tenía intención de trabajar aquella tarde.
– Cada año, paso dos meses navegando con el barco por el sur de Francia -comentó Douglas como si fuese lo más habitual del mundo (para él, sí lo era)-. Suelo visitar Cerdeña, que es maravillosa, Córcega, Capri, Ibiza, Mallorca o Grecia, depende del año. Si el verano próximo vais a Europa, tenéis que venir al barco unos días.
Douglas no solía invitar a gente con hijos al barco, pero el verano todavía quedaba algo lejos. Además, en unos pocos días no podían destrozarlo todo. Tanya era una persona educada, así que daba por sentado que sus hijos serían chicos civilizados, bien educados y, por otro lado, estaban en edad de ir a la universidad. Jamás habría invitado a alguien con niños pequeños. De todos modos, con un fin de semana sería más que suficiente. Seguro que acabarían mareándose.
– Les encantaría. Tengo muchísimas ganas de explicarles que conocí a Ned anoche. Y a Jean. Voy a dejarles impresionadísimos.
– Deberían estarlo -dijo Doug sonriendo-. Yo lo estoy pero contigo, más que con Ned o Jean.
A pesar de sus palabras, a Tanya le había dado la impresión de que Douglas se divertía conversando con Jean. La joven tenía un físico espectacular, pero había que admitir que era una cría y que parecía demasiado infantil para su edad. En cierto modo, los actores vivían protegidos y en los rodajes se encerraban en una diminuta burbuja sin contacto con el mundo real.
– Parecen unos chiquillos -comentó Tanya al tiempo que Doug pedía un segundo Bloody Mary.
– Lo son. Los actores y las actrices son como niños. Viven en una burbuja, aislados de la realidad. Siempre ha sido así. Juegan a disfrazarse y se lo pasan bien. Algunos trabajan duro, pero no tienen ni idea de cómo vive el resto del mundo. Están acostumbrados a que los productores y los agentes les mimen, les protejan y satisfagan todos sus caprichos. No llegan a crecer nunca y cuanto más famosos son, más irreal es todo. Cuando trabajes con ellos te darás cuenta de lo increíblemente inmaduros que son.
– Me parece imposible que todos sean así -le rebatió Tanya con interés.
No era una opinión muy positiva, pero nadie podía negar que Douglas conocía bien el negocio y sabía lo que decía.
– No todos, pero sí la mayoría. Son narcisistas y consentidos, solo piensan en sí mismos. Al final uno acaba hartándose. Por eso nunca salgo con actrices -dijo Doug mirándola a los ojos.
Tanya apartó la vista. Le incomodaba la capacidad de Douglas para cruzar la invisible barrera que los separaba. Por un lado, se mantenía fuera del alcance de Tanya, pero por otro, la trataba con mucha intimidad, quizá demasiada. Sin acercarse un milímetro, invadía el espacio de Tanya.
Pidieron el almuerzo y Tanya le preguntó sobre la película y las reuniones que iban a tener la semana siguiente. Tenía la intención de escribir un último borrador del guión aquel fin de semana y había una serie de cambios que Doug quería que incluyera. Tanya estuvo de acuerdo con todas las propuestas y el productor se mostró complacido al comprobar que era fácil trabajar con ella y que mostraba una actitud razonable. Parecía que su ego no interfería demasiado en su trabajo.
Ya habían terminado de comer cuando Douglas volvió a llevar la conversación hacia el terreno personal, algo a lo que parecía tener cierta tendencia. Le preguntó por su infancia y por sus padres, por sus sueños, sus decepciones, por sus comienzos como escritora. Era sorprendente que le preguntara aspectos tan íntimos de su vida. Douglas, por su parte, no dio ni una sola pista de sí mismo. Tanya no se sorprendió. Ya se había dado cuenta de que era un hombre que no dejaba entrever nada de su interior.
– Es todo de lo más corriente -respondió Tanya con tranquilidad-. No hay tragedias ni oscuros secretos. Tampoco he tenido grandes decepciones. Por supuesto, la muerte de mis padres fue un duro golpe. Pero Peter y yo hemos sido muy felices estos veinte años.
– Es algo encomiable -comentó Douglas con cierto sarcasmo.
– Supongo que hoy en día lo es -musitó Tanya, pensativa.
– Sí lo es, es cierto -comentó Douglas mirándola.
Tanya se sintió incómoda. La miraba como si no creyera sus palabras y quisiera encontrar la verdad en sus ojos.
– ¿Tan inconcebible te parece que la gente esté felizmente casada?
Tanya lo veía como algo natural aunque también se sentía afortunada por ello. En Ross había un montón de parejas que llevaban veinte o treinta años felizmente casados. La mayor parte de sus amigos, por ejemplo. Aunque era cierto que Peter y ella daban la impresión de ser el matrimonio más sólido. También conocían a mucha gente que se había separado, pero algunos de ellos habían vuelto a casarse y formaban nuevas parejas felices. Tanya vivía en un mundo pequeño y sano, muy lejano de este en el que ahora se encontraba.
En el mundo de Douglas la gente no solía casarse, y cuando lo hacía era por razones casi siempre equivocadas: por presumir de pareja, por cuestiones de poder o para obtener algún beneficio material. El productor conocía a muchos hombres casados con mujeres a las que mostraban como un trofeo. En Marin y en el ambiente de Tanya, no había mujeres trofeo.
– Mis dos matrimonios fueron un absoluto error -dijo Douglas con sinceridad-. Mi primera esposa, con la que me casé hace treinta años, era una famosa actriz. Los dos éramos absurdamente jóvenes. Yo era un crío recién llegado que, con solo veinticuatro años, quería ser actor. La pasión por actuar se me pasó muy pronto, y la pasión por ella, también. Estuvimos menos de un año casados y, gracias a Dios, no tuvimos hijos.
– ¿Se convirtió en una gran estrella? -preguntó Tanya muerta de curiosidad.
No quería preguntarle directamente quién era pero se moría de ganas de saberlo. Aunque sabía que debía esperar a que fuese Douglas quien se lo dijera si quería.
– No -contestó sonriendo-. Nunca lo fue. Sin embargo, era una chica hermosa. Abandonó la carrera de actriz y se casó con un tipo de Carolina del Norte. Después de su boda, no volví a saber de ella. Un amigo común me dijo que había tenido cuatro hijos. Solo le pedía a la vida un marido, niños y un trozo de tierra. Supongo que consiguió las tres cosas, pero desde luego no de mí. Ni siquiera entonces era la vida que yo deseaba.
Por su manera de hablar, no dejaba lugar a dudas. Seguía sin ser su estilo de vida. Tanya no lograba imaginar a Douglas Wayne con críos.
– La segunda era más interesante, una estrella de rock de los años ochenta. Tenía un talento increíble y podría haber tenido una carrera extraordinaria.
El tono de Douglas era casi nostálgico. Tanya le miró a los ojos, pero no lograba interpretar lo que veía: arrepentimiento, dolor, quizá duelo, desilusión. Evidentemente, aquella relación se había acabado también ya que ni estaba casado ni quería estarlo.
– ¿Y qué le pasó? ¿También dejó el mundo del espectáculo?
– No, murió en un accidente aéreo durante una gira. Ella y todo su grupo. El batería pilotaba el avión, y evidentemente no era lo suyo. A lo mejor estaba fumado. Ya nos habíamos divorciado cuando murió, pero lo sentí muchísimo. Era una criatura tan dulce… Seguramente has oído hablar de ella.
Tanya se quedó impresionada cuando le dijo su nombre. Solía escucharla en su época universitaria y hasta conservaba algunas cintas antiguas de la banda. Se acordaba del accidente y de que había ocupado las portadas de los periódicos de la época. Hacía siglos que no se acordaba de aquella cantante y se le hacía muy extraño oír hablar de ella de forma tan personal. Los ojos de Douglas reflejaban su tristeza y Tanya pensó que, al fin y al cabo, era humano y había algo de ternura en su interior.
– ¿Por qué fue un error? -preguntó dulcemente Tanya.
Se estaba tomando la revancha acosándole con preguntas, con tanta curiosidad por él como la que él sentía por ella.
– No teníamos nada en común. Y el mundo de la música era una locura entonces. Tomaba muchas drogas, aunque aseguraba que no estaba enganchada. No era una adicta, solo una hermosa muchacha, salvaje y alocada. Decía que cantaba mejor cuando había fumado. No creo que fuera verdad, pero tenía una voz extraordinaria -dijo con una mirada soñadora y distante que le hizo parecer otra persona, alguien más dulce y más humano. Tanya se preguntó si habría sido el amor de su vida, si es que eso existía en su mundo-. Nos divorciamos porque no nos veíamos nunca. Ella se pasaba nueve o diez meses al año de gira. En aquel entonces, yo ya me había metido en la producción, por lo que aquel matrimonio no tenía mucho sentido. Su mala fama suponía un lastre en mi carrera. Tomar cocaína estaba de moda, o al menos era habitual. La detuvieron varias veces, lo que para mí era nefasto.
Como lo era también el número de hombres con los que se acostaba. Pero eso no se lo iba a contar a Tanya.
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