– Eran años locos y ella era una chica muy lanzada. A mí nunca me han gustado las drogas, y siguen sin gustarme. Para ella, en cambio, formaban parte de su vida. También quería ser madre, pero yo no me veía teniendo hijos con ella. Estaba seguro de que con seis años serían todos drogadictos. No es lo mío -insistió-. Nunca lo ha sido. Yo estaba demasiado ocupado intentando tener éxito y ganándome la vida. Produje mis primeras películas y tener una mujer en rehabilitación o en la cárcel no me habría ayudado precisamente en mi carrera. No voy a negarte que como yo, había un montón de gente. Además, sufría mucho pensando en el peligro de una sobredosis, algo que no llegó a suceder.

– ¿Así que te divorciaste de ella?

A Tanya le parecía que había sido una decisión interesada. Era alguien que perjudicaba su carrera, así que la echaba de su vida. Sus prioridades estaban claras. También tuvo la sensación de que había algo que no le estaba contando y, aunque sentía curiosidad, no quería ser entrometida. Se preguntó si esa era la razón por la que Douglas era tan hermético o si siempre había sido su carácter. Daba la impresión de que Douglas nunca -o solo muy brevemente- había tenido una relación cálida o cercana con alguien.

– En realidad, fue ella quien se divorció de mí. Me dijo que era un gilipollas estirado, pretencioso, arrogante y oportunista. Y que lo único que me importaba era el dinero. Palabras textuales. Lo cierto es que tenía razón -reconoció con una sonrisa y sin asomo de culpa o de disculpa. Así se había descrito a sí mismo muchas veces desde entonces-. Desgraciadamente, todos esos adjetivos son los ingredientes del éxito. Tienes que ser todo eso para abrirte camino en este mundo, y yo estaba decidido a producir grandes películas. Ella brillaba con luz propia y no me necesitaba.

– ¿Eso te molestaba? -preguntó Tanya con curiosidad.

Era un hombre complejo y le apetecía averiguar cuál era su personalidad.

– Sí, me molestaba -contestó-. Me molestaba no tener el control sobre nada de lo que hiciera. No escuchaba ni pedía consejo. Jamás me contaba lo que pasaba con su grupo. En aquella época, la mitad de ellos habían estado en la cárcel por culpa de las drogas. Eso no dañaba su carrera, pero sí la mía. La gente que alterna con drogadictos no llega lejos en este mundo, por lo menos no en aquellos tiempos. Hace veinte años, las cosas eran todavía más rígidas que ahora y eso que se creía que la cocaína no era peligrosa. Desde entonces, hemos aprendido mucho. Sé que tarde o temprano se habría enganchado o habría acabado en la cárcel. Quizá fue mejor que muriera.

Era muy fuerte decir algo así.

– ¿Estabas enamorado de ella? -preguntó Tanya con dulzura.

De cualquier modo, era una historia triste. La pérdida de una vida joven, y con ella, la de todos los componentes de la banda. Tanya lo recordaba con claridad.

– Probablemente no -contestó Douglas honestamente-. No creo haber estado nunca enamorado, pero tampoco es algo que eche de menos. -Y con una sonrisa apesadumbrada, añadió-: Suelo preferir cerrar un buen trato que salir con alguien. Es más fácil.

– Pero no es tan divertido -puntualizó Tanya.

– Es verdad. No tengo ni idea de por qué me casé con ella. Creo que estaba impresionado. Era una chica espectacular con una voz extraordinaria. En ocasiones todavía escucho su música -confesó.

Tanya le sonrió. Confiaba en que estuvieran empezando a ser amigos.

– Yo también -añadió Tanya.

Se había deshecho de muchas cintas de música de sus años de universidad, pero había guardado algunas para escucharlas de vez en cuando.

Douglas parecía algo deprimido después de aquella conversación. Hacía mucho tiempo que no se acordaba de su segunda esposa. Si obviaba los motivos del divorcio, podía recordarla incluso con placer y ternura. Después de separarse, su ex mujer había estado en la cárcel en dos ocasiones más. Cuando supo que había salido, se alegró. Todavía recordaba con claridad la rabia que le invadía al ver cómo aquella hermosura se echaba a perder. Durante su matrimonio, había disfrutado presumiendo de esposa; sin duda, fue lo más parecido a una mujer trofeo que había tenido nunca. Después de aquello, no había querido volver a casarse. Funcionaba mejor estando solo y últimamente le bastaba con algún encuentro sexual de vez en cuando. Ni siquiera necesitaba ya estar acompañado.

Jamás se comprometía emocionalmente, y en sus escarceos sexuales nunca ponía el corazón. Cuando quería que una mujer colgase de su brazo, escogía con sumo cuidado. Le gustaban las mujeres inteligentes que resultasen una compañía interesante, que no le hicieran sombra y que en las fotos de los periódicos quedaran bien a su lado. Solían ser estrellas importantes y consagradas, escritoras famosas, alguna política casada o esposas de amigos que en aquel momento estaban ausentes. Tampoco quería que las mujeres que le acompañaban fueran carnaza para la prensa. Su reputación era la de un hombre importante que había hecho historia en el mundo del espectáculo, así que no quería que su vida sentimental fuera de interés para nadie. Sobre todo, porque no lo era ni siquiera para él.

Pensó que cuando la conociera un poco mejor, estaría bien salir con Tanya. Lo había pensado la noche anterior en la fiesta. Era una mujer interesante, inteligente, tenía un fino sentido del humor y era hermosa. Sin duda, tenía el perfil exacto del tipo de mujer que le gustaba llevar del brazo. Además, podía medirse con él, algo que Douglas apreciaba. En cierto modo era como si le estuviera haciendo una prueba como posible acompañante para eventos sociales, o incluso como anfitriona en sus fiestas. Hasta el momento, todo en ella le gustaba. Y puesto que iban a trabajar juntos durante los meses siguientes, si aparecían públicamente juntos, todo resultaría de lo más decoroso. No le gustaban los cotilleos. Tanya tenía un aspecto tan respetable que los rumores maliciosos parecían altamente improbables. Era el tipo de mujer que provocaba alabanzas, no críticas.

– ¿Qué haces este fin de semana? -preguntó despreocupadamente al terminar de almorzar.

– Me marcho a casa -respondió ella con una luminosa sonrisa.

Era evidente la alegría que le producía el mero hecho de pensarlo. A Douglas le parecía una bobada. En su espíritu, no había el menor átomo de sentimentalismo.

– Realmente te gusta todo ese rollo de ama de casa de Marin, ¿verdad? -dijo para avergonzarla y forzarla a negarlo.

– Sí, me gusta -contestó ella, radiante-. Sobre todo el rollo de mi marido y mis hijos. Ellos son la mejor parte. Toda mi vida gira a su alrededor.

– Tú eres mucho más que eso, Tanya; mereces una vida más excitante -insistió intentando alabarla.

– No quiero una vida excitante -respondió Tanya.

Siempre le había gustado la vida rutinaria que llevaban Peter y ella, las cosas cotidianas que aportaban normalidad y solidez. De Hollywood solo quería la experiencia de escribir un guión para una película; la vida allí le parecía falsa, superficial y absolutamente vacía. Sentía lástima por la gente que creía ver en ella algo más. Como Douglas, por ejemplo. Sin embargo, ella no le veía ninguna sustancia ni mérito. Estaba segura de que de haber formulado aquella opinión en voz alta, Douglas habría estado completamente en desacuerdo. El adoraba el arte de la interpretación y formaba parte del consejo de administración del Museo de Los Ángeles. Le había explicado que, siempre que podía, iba al teatro o se escapaba a San Francisco para asistir a un concierto o a un ballet. Disfrutaba con los eventos culturales y sociales. Incluso volaba hasta la ciudad de Washington para asistir a estrenos en el Kennedy Center, o al Lincoln Center y el Met en Nueva York. En las cuatro ciudades, Douglas Wayne era alguien importante y también viajaba a Europa con relativa frecuencia. Una vida como la de Tanya le habría aburrido soberanamente. Ella, por el contrario, la adoraba. No cambiaría su vida por la de él ni loca.

– Quizá cuando lleves una temporada en Los Ángeles, se amplíen tus horizontes. Eso espero, por tu bien -dijo mientras atravesaban el Polo Lounge ante las miradas de todos los comensales, que se estarían preguntando quién era la nueva acompañante de Douglas Wayne.

Nadie conocía a Tanya, de modo que, aunque despertaba curiosidad, no originaba muchos comentarios. Era una mujer bonita de mediana edad vestida con unos vaqueros y un jersey rosa, nada más. Pero si le acompañaba a algún acto público, enseguida averiguarían quién era. Algunas mujeres de Los Ángeles habrían matado por tener una oportunidad así. Pero a Douglas lo que le gustaba era precisamente que a Tanya le traía sin cuidado. Ella no intentaba utilizarle, y, de cualquier modo, no parecía una mujer interesada. En ese sentido, había acertado. No era alguien oportunista. Era una mujer íntegra y digna, con la cabeza bien amueblada y mucho talento. No necesitaba engañar a nadie para prosperar, y tampoco lo habría hecho.

Tanya le agradeció la comida y él le deseó un feliz fin de semana. Realmente había resultado más agradable de lo que ella esperaba. Douglas era una compañía grata y no se había pasado de la raya. En realidad, se había comportado con más corrección de la que había esperado y no la había presionado criticando su vida hogareña.

Douglas, por su parte, creía que Tanya merecía metas más interesantes que las que tenía en Marin -una vida, a su entender, algo simple-, pero si eso era lo que ella quería y era su manera de disfrutar de la vida, no ofendía a nadie. Sabía que su vida se enriquecería y se volvería más interesante después de su estancia en Los Ángeles.

Mientras se acercaban a la recepción del hotel, Douglas sintió que podrían llegar a ser amigos algún día. Le gustaba esa idea y era una posibilidad que Tanya también contemplaba, aunque no con tanta expectación como él. Quería mostrarse cautelosa y no generar en el productor expectativas de ningún tipo. Dejando a un lado el poco aprecio que mostraba hacia su estilo de vida, había algo en él que la incomodaba. No tenía interés alguno en los valores familiares, le ponían nervioso los niños y los votos matrimoniales no eran más que un problema. Douglas quería estar con gente a la que pudiera presionar o sobre los que pudiera tener algún tipo de control. Por ello, Tanya pensó que mientras tuviera claro ese aspecto de su personalidad, marcara unos límites claros y mantuviera la cabeza fría, podrían llevarse bien. Con él, no se podía bajar la guardia.

De cualquier modo, por el momento era solo alguien con quien mantenía una relación profesional y tenía la intención de que siguiera siendo así. Quizá con el tiempo, cuando se conocieran un poco más, podrían ser amigos. Pero, primero, Douglas Wayne tendría que ganarse su amistad.

Tanya estuvo trabajando el resto de la tarde en su habitación y cenó también en el bungalow. Max la llamó para preguntarle qué tal iba todo y discutió con él algunos problemas que ya intuía que iba a dar el guión. Max le propuso algunas soluciones que agradaron a Tanya. Probó a ponerlas sobre el papel y, para su satisfacción, descubrió que funcionaban. Estaba completamente convencida de que iban a disfrutar trabajando juntos. Le habría gustado volver a casa aquella noche pero Douglas le había dado a entender que debía estar disponible por si había alguna reunión el viernes por la mañana.

A mediodía del viernes no había recibido ninguna llamada, así que cogió un taxi en dirección al aeropuerto. Ya había mandado a su casa al chófer de la limusina y solo llevaba consigo el equipaje de mano. Llegó al vuelo de la una y media de la tarde a San Francisco y a las tres y veinte entraba por la puerta de su casa. No había nadie, pero Tanya se sintió tan feliz que tuvo ganas de ponerse a bailar y a cantar en medio del salón. No podía contener la alegría. Abrió la nevera y los armarios y descubrió que estaban medio vacíos, así que fue al supermercado en busca de provisiones para diez días. Estaba guardando la compra cuando las mellizas llegaron a casa; dieron un grito al verla. Por un instante, hasta Megan pareció feliz. Sin embargo, inmediatamente, su cara se ensombreció y, acordándose de que se suponía que estaba enfadada con su madre, se marchó escaleras arriba. Pero, por un momento, había dejado entrever sus verdaderos sentimientos y Tanya se alegró. Molly se lanzó encima de su madre como una cría y empezó a darle abrazos y besos. La miró y volvió a abrazarla.

– Te he echado mucho de menos -reconoció.

– Yo también -dijo Tanya devolviéndole el abrazo.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó la muchacha con interés y muerta de ganas de escuchar a su madre.

– Bien. Cené con Ned Bright y con Jean Amber la otra noche. Él es guapísimo -le confesó Tanya con una sonrisa de completa felicidad por estar de nuevo juntas.