– Tú lo has estado haciendo durante dieciocho años, así que no creo que importe demasiado que yo me ocupe durante unos meses -dijo Peter con dulzura pero con prisas.

– Tengo un marido que es un santo -afirmó Tanya, agradecida. Era un hombre increíble.

– No, tienes un marido que no consigue poner a la vez sobre la mesa los huevos, el zumo y los cereales. Soy un cocinero disléxico, así que tengo que dejarte. Que te vaya bien el día.

– Eso espero -dijo Tanya nerviosa.

Era su primera verdadera reunión de trabajo; por fin iban a entrar en materia. Tal vez rechazarían sus cambios, y no podía saber lo que iban a decirle o cómo actuarían. Todo era nuevo para ella.

– Todo irá bien, no dejes que impongan sus tonterías. Lo que he leído hasta ahora es genial.

– Gracias, te llamaré cuando salga de la reunión. Buena suerte con el desayuno y… Peter -musitó Tanya con ojos llorosos-, lamento todo esto. Me siento tan mala madre y tan mala esposa… Eres un héroe por dejarme hacer esto.

En aquellos momentos Tanya seguía sintiéndose culpable por haber transferido todas las responsabilidades domésticas -de las que llevaba ocupándose veinte años- a su marido.

– Eres una esposa inmejorable. Y para mí, eres una estrella.

– Tú eres la estrella, Peter -le rectificó Tanya dulcemente.

Tenía unas ganas enormes de que llegara el fin de semana para poder volver a casa.

– Adiós, pórtate bien… te quiero -se despidió Peter, y colgó rápidamente.

Tanya se lavó los dientes y se cepilló el pelo. Pidió el desayuno en la habitación, un menú muy diferente al que Peter y sus hijas engullirían. El chófer y la limusina la esperaban fuera. Tanya llegó al estudio a las ocho y media en punto. Douglas todavía no había llegado pero Max Blum ya estaba allí.

– Buenos días, Tanya, ¿qué tal el fin de semana? -le preguntó amablemente.

Iba cargado con una pesada maleta que parecía a punto de estallar. Se dirigieron hacia la sala de reuniones y Max se dejó caer en una silla. Durante todo el proceso de preproducción, habían alquilado unas oficinas a una de las cadenas de televisión y a Tanya le habían asignado un despacho. Ella había asegurado que prefería trabajar en el hotel. Sabía que en el bungalow tendría más tranquilidad y no habría distracciones.

– Demasiado corto -contestó Tanya, que aquella mañana echaba de menos a Peter y a sus hijos más que nunca-. ¿Y el tuyo?

– Bueno, no ha estado mal. He ido a ver un par de partidos de béisbol, he leído The Wall Street Journal, el Variety y The New York Times. También he tenido varias conversaciones intelectuales con mi perro. Nos acostamos bastante tarde ayer, así que hoy estaba demasiado cansado para venir a trabajar. Vida de perro -comentó Max mientras una secretaria les ofrecía un café que ambos rechazaron.

Max llevaba en la mano un capuchino de Starbucks y Tanya ya había tomado bastante té en el hotel. Estaban charlando animadamente cuando llegó Douglas, con su aspecto habitual de portada de GQ. Olía estupendamente y se había cortado el pelo durante el fin de semana. Incluso a esa hora de la mañana, estaba impecable. Max, por el contrario, iba de lo más desaliñado: parecía que había olvidado peinarse el poco pelo que le quedaba, llevaba los vaqueros medio rotos, las zapatillas deportivas estaban usadas y viejas y se veía un agujero en los calcetines. Iba limpio, pero hecho un desastre. Tanya iba vestida con vaqueros, una sudadera y zapatillas deportivas. No se había molestado en maquillarse. Se disponía a trabajar.

Se pusieron manos a la obra inmediatamente. Había varias escenas que Douglas quería cambiar y Max tenía problemas con una en particular que le parecía demasiado rápida, lo que imposibilitaba que los actores mostraran sus emociones en profundidad. Quería que Tanya la reescribiera para que los espectadores se dieran un hartón de llorar.

– Hazles sangrar -comentó.

A media mañana, Douglas y Tanya se enzarzaron en una discusión sobre uno de los personajes y el modo como Tanya lo había caracterizado. Para el productor, el personaje resultaba aburrido.

– La odio -dijo con rotundidad y sin molestarse en suavizar sus palabras-. Y al público le pasará lo mismo.

– Se supone que es aburrida -replicó Tanya defendiendo su trabajo ardientemente-. Es una mujer terriblemente aburrida. No me molesta que la odies. No es alguien agradable. Es tediosa, una llorica y traiciona a su mejor amiga. ¿Por qué demonios tendría que gustarte?

– No quiero que me guste. Pero si tiene las narices de traicionar a su mejor amiga, debe tener algo de personalidad. Concédele por lo menos eso. La has retratado como si estuviera muerta -insistió Douglas en un tono insultante.

Tanya finalmente cedió y aceptó cambiar el personaje, pero seguía sin estar de acuerdo con Douglas. Max intercedió y propuso una solución intermedia para satisfacer a ambas partes. Podía seguir siendo aburrida y desagradable, pero debía parecer envidiosa y amargada; con eso bastaría para que la traición final tuviera más sentido. Tanya lo aceptó. Cuando acabaron de repasar todas las observaciones y la reunión tocó a su fin, eran cerca de las tres de la tarde y Tanya estaba agotada. No habían hecho una pausa ni siquiera para almorzar, porque para Douglas la comida era una distracción. Cuando se levantaron, Tanya podía sentir la falta de azúcar en la sangre y la ausencia de energía en todo su cuerpo.

– Una buena reunión -dijo Douglas, de un humor excelente.

Max había estado mordisqueando barritas de chocolate y algunas nueces que había llevado consigo. Había trabajado ya en muchas películas con Douglas y conocía su forma de trabajar.

Tanya, por el contrario, no sabía nada y se sentía agotada y herida por algunos de los comentarios del productor. Después de haber estado lanzándole dardos, no se había disculpado. A Douglas solo le interesaba hacer la mejor película posible, sin importarle a costa de quién. En aquella ocasión, le había tocado recibir a Tanya. No estaba acostumbrada ni a su estilo ni a tener que justificar hasta tal punto su trabajo o a defenderlo de aquel modo. Los productores de las telenovelas eran de trato más fácil.

– ¿Estás bien? -le preguntó Max cuando salieron del edificio.

Douglas había salido disparado porque tenía una cita; habían quedado en volver a reunirse todos allí al día siguiente, esta vez también con los actores. Tanya estaba aterrorizada. Aquello era más duro de lo que esperaba; además, no tenía ni idea de cómo afrontar el personaje que Douglas tanto odiaba. Iba a pasarse la tarde y la noche trabajando en ello. Se sentía como si tuviera que preparar un examen. Sus palabras habían sido muy duras.

– Sí, estoy bien. Solo me siento cansada. No he desayunado demasiado, así que hace una hora que he empezado a derrumbarme.

– Cuando nos reunamos con Douglas, tráete siempre comida. Trabaja como un maníaco y nunca hace pausas para comer. Por eso está tan delgado. Para él, la comida es un simple acontecimiento social. Si no lo tiene en su agenda, no come, y los que le rodean van cayendo como moscas -le comentó Max riéndose.

– Para mañana ya lo sé -dijo Tanya mientras Max la acompañaba a su limusina.

– Oh, no, mañana será diferente. Mañana estaremos con las estrellas y a ellas hay que alimentarlas, y generalmente con caterings carísimos. Pero los directores y los guionistas no necesitamos comer. Podrás mendigar un poquito del plato de los actores. A lo mejor te lanzan un poco de caviar o un muslo de pollo. -Max estaba bromeando y exagerando, pero tampoco demasiado-. Siempre está bien que haya un par de actores en las reuniones. Suelo pedirlo, así puedo comer.

Tanya se echó a reír. Era como si un alumno veterano le estuviera explicando cómo funcionaba el colegio. Agradecía su ayuda y su buen humor.

– Mañana también traeré a Harry. Nadie quiere alimentar a un director con sobrepeso pero sí a un perro. Tiene un aspecto totalmente famélico y además gime y babea un montón. Una vez, hace tiempo, me puse a gemir como él, pero me echaron de la sala y amenazaron con llamar al sindicato, así que prefiero traer a Harry.

Tanya siguió riéndose. Max la animó para que no se sintiera decaída por tener que reescribir el personaje ni por los duros comentarios de Douglas. Era su forma de trabajar. Había productores mucho más duros, que incluso obligaban a reescribir el guión mil veces. Tanya se preguntó cuáles serían los comentarios de los actores y con cuánto detenimiento se habrían leído el guión. En las telenovelas en las que había trabajado, los actores se limitaban a salir a escena y soltar la parrafada. Pero estaba claro que en una película el trabajo era mucho más preciso.

Aquella tarde se pasó siete horas trabajando e incorporando todos los comentarios que habían hecho Douglas y Max. Pidió que le llevaran a la habitación unos huevos escalfados y una ensalada y a medianoche seguía trabajando. Cuando terminó, llamó a Peter. Se le había pasado la tarde volando y no había tenido un minuto para hablar con sus hijas, aunque a esa hora sabía que estarían ya durmiendo. Peter, sin embargo, estaba todavía despierto esperando su llamada. No había querido molestarla, ya que, al no saber nada de ella, había dado por sentado que estaba ocupada escribiendo y había optado por esperar.

– ¿Qué tal ha ido? -preguntó con interés y curiosidad, convencido de que si Tanya no había llamado hasta la medianoche era porque había tenido un día intenso.

– Pues no lo sé -contestó Tanya, dejándose caer sobre la cama-. Creo que bien. Douglas odia a uno de mis personajes femeninos y me ha dicho que es muy aburrida. Así que me he pasado toda la noche reescribiendo sus escenas. Pero me temo que la he empeorado. Hemos tenido una reunión hasta las tres de la tarde sin parar ni un momento, ni siquiera para comer; pensé que me moría. Y, desde entonces, he estado trabajando como una burra en la habitación. Sin embargo, no estoy segura de haberlo arreglado. Mañana hemos quedado con los actores para repasar sus comentarios.

– Suena agotador -dijo Peter comprensivo.

Pero también sabía que Tanya ya había sospechado que sería de ese modo y también que era una trabajadora incansable. No paraba hasta que resolvía el problema, ya fuese a la hora de escribir o en cualquier otra faceta de su vida. Era una de las muchas cosas que admiraba en su esposa.

– Y tú, ¿qué tal el día? -preguntó ella relajándose al oír su voz.

A pesar de haber estado concentrada trabajando, le había echado terriblemente de menos durante todo el día. Qué larga se le haría la semana que la esperaba…

– Se me ha olvidado llamar a las chicas -continuó Tanya-. Estaba trabajando y no me di cuenta de la hora. Las llamaré mañana.

– Están bien. Alice nos ha traído lasaña y su famoso bizcocho. Nos lo hemos zampado entero. Yo me he encargado de preparar una ensalada. Hoy he optado por algo sencillo.

Y tenía todo el derecho después de un duro día trabajando con un cliente cuyos problemas acabarían probablemente en litigio.

– ¿Se ha quedado Alice a cenar? -preguntó Tanya despreocupadamente.

Se sorprendió al oír la respuesta afirmativa de Peter. Era de agradecer que les llevase comida. Probablemente, después del apoyo de Tanya durante el largo año después de la muerte de Jim, Alice se sentía en deuda con ella.

– Después de esto voy a deberle un montón de favores. Si sigue así, tendré que cocinar para ella durante los próximos diez años.

– Tengo que admitir que es una ayuda. También acompañó a Meg a su partido de fútbol porque Molly necesitaba el coche. No podía salir antes de la oficina, así que la llamé y estaba justo saliendo de la galería. Pudo hacerme el favor. Me ha salvado la vida.

Tanya había hecho lo mismo por los hijos de Alice durante muchos años, pero no por ello dejaba de estar menos agradecida. El hecho de que Alice les estuviera echando una mano aliviaba la culpa de Tanya, aunque, por otro lado, la acentuaba. La tranquilizaba saber que había alguien ayudando a Peter con las mellizas, pero, al mismo tiempo, hacía que se sintiera aún más culpable por no estar allí. Sin embargo, no le quedaba más remedio que asumir la situación mientras durase la película. Por encima de todo, la presencia de Alice era de gran ayuda para Peter y había que agradecérselo. Su marido tenía mucho trabajo y no podía ocuparse de todo.

Charlaron de un montón de cosas pero, aunque se habrían pasado horas al teléfono, los dos tenían que madrugar y debían descansar para afrontar el duro día de trabajo que les aguardaba, así que se despidieron. Tanya prometió a Peter que le llamaría más temprano al día siguiente y le mandó un fuerte abrazo para las niñas. Casi se sintió como una extraña al decirlo. Para ella, era inaudito mandar un beso en lugar de estar allí para dárselo. De acuerdo con la mentalidad de Tanya, aunque para Peter no fuera así, era ella quien debía estar junto a la cama de sus hijos para dar ese beso.