A la mañana siguiente, Tanya se encontró de nuevo en la sala de reuniones del día anterior. Max llegó acompañado de su perro, si es que podía dársele tal nombre a semejante animal. Harry parecía un caballo pequeño, pero era un perro muy bien educado: se instaló en un rincón y apoyó su gigantesca cabeza en las pezuñas. Pasada la sorpresa inicial que causaba su tamaño, todos olvidaron su presencia. Hasta que apareció la comida. En ese momento, Harry se levantó alertado y empezó a lanzar lastimeros aullidos y a babear como un loco. Max le dio algunos trozos de comida de las fuentes que había repartidas por toda la mesa y el resto de los presentes le imitó. Seguidamente, el perro se echó a dormir. A media reunión, Tanya felicitó a Max por el increíble buen comportamiento del animal.

– No es un perro, es mi compañero de piso -bromeó Max-. Una vez rodó un anuncio e invertí el dinero que ganó en la Bolsa. Me ha dado grandes beneficios, con los que puedo pagar la mitad del alquiler. Yo lo veo más bien como un hijo.

A Tanya no le cabía ninguna duda.

La reunión fue larga, y difícil, aunque Douglas, con la ayuda de Max, la dirigió bastante bien. Tanya se quedó muy sorprendida al ver las numerosas notas que aportaban los actores. Algunas eran muy sensatas y útiles para el guión; otras eran totalmente irrelevantes y poco elaboradas. Pero, en general, la mayoría de ellos tenían algo que decir y querían que se cambiasen algunas cosas. Lo más complicado era cambiar los diálogos que los actores no sentían «suyos». Tanya tuvo que esmerarse y trabajar con cada uno de los actores para escoger las expresiones que más se adecuasen a su manera de hablar y con las que se sintieran más a gusto. Era un proceso largo y tedioso y el estrés de Douglas iba en aumento. En algún momento, llegó a mostrarse irritado con todos y cada uno de los reunidos. Con Tanya volvió a enfrascarse en una discusión a propósito de una escena en la que aparecía el personaje que tanto desagradaba a Douglas y por el que ya habían discutido el día anterior.

– ¡Por el amor de Dios, Tanya! -le gritó-. Deja de defender a esa zorra. ¡Cámbiala de una puta vez!

Tanya se quedó anonadada. Estuvo un buen rato sin hablar, a pesar de las miradas de apoyo de Max, muy consciente de que la guionista se había ofendido y que las palabras de Douglas habían herido sus sentimientos.

Cuando los actores empezaron a marcharse eran casi las seis de la tarde; las bandejas de comida habían ido entrando en la sala de reuniones sin descanso. Max estaba en lo cierto. Habían comido durante todo el día sushi y tofu, y por la tarde, para merendar, pastelitos de nata y fresas. Después de la reunión, todos los actores tenían planes para ir al gimnasio o a sesiones con sus entrenadores personales. Tanya, por su parte, solo quería volver al bungalow y dejarse caer rendida sobre la cama. Después de pasar todo el día concentrada en lo que los demás tenían que decirle y en trabajar con ellos cada uno de los cambios, estaba exhausta.

Cuando ya salían de la sala, Douglas se detuvo junto a ella como si nada hubiera ocurrido y le comentó en tono agradable:

– Siento haber sido un poco duro contigo hoy.

Tanya se sentía como si le hubiera atropellado un autobús y Douglas se había dado cuenta de ello.

– Estas reuniones con los actores me sacan de quicio -añadió-. Cogen cada palabra y cada detalle y solo se preocupan de cómo sonará en sus bocas. Según sus contratos tienen derecho a exigir cambios en el guión, pero me da la impresión de que si no piden al guionista que reescriba cada línea creen que no han hecho su trabajo. Al cabo de unas horas, me entran ganas de estrangular a todo el mundo. Además, estas reuniones no se acaban nunca. En fin, siento que te hayas llevado la peor parte.

– Tranquilo -dijo Tanya con calma-. Yo también estaba cansada. Son muchos los detalles, y lo único que intento es preservar la integridad del guión y que todo el mundo esté contento.

No siempre era fácil y Douglas lo sabía. Llevaba años haciéndolo, cientos de veces con cientos de guiones.

– He estado trabajando en el personaje que tanto odias y no creo haber resuelto el problema, pero sigo intentándolo. Lo que ocurre es que veo el trasfondo del personaje, sus intenciones y pensamientos ocultos, y entonces no la veo tan aburrida como parece. O quizá es que me identifico con ella y yo soy igual de aburrida -bromeó Tanya.

Douglas negó con la cabeza y sonrió. Tanya agradeció que el productor se hubiera parado a charlar con ella para aliviar un poco la tensión. La había intimidado mucho durante las últimas horas y no era una sensación agradable. Ahora estaba mejor.

– No es así como yo te describiría, Tanya. Eres cualquier cosa menos aburrida, y espero que lo sepas.

– Solo soy un ama de casa de Marin -dijo con honestidad, y Douglas se echó a reír.

– Esa cantilena se la vendes a otro. A Helen Keller quizá. Lo de ser un ama de casa es tu juego o tu máscara, aún no sé por qué decidirme. Pero estoy seguro de que no eres eso. Si lo fueras, no estarías aquí. No habrías aguantado ni un minuto.

– Soy un ama de casa en excedencia para escribir un guión -insistió Tanya sin convencer a Douglas en absoluto.

– Tonterías. Ni por asomo. No sé a quién pretendes engañar, pero yo no me lo trago, Tanya. Eres una mujer refinada con una mente fascinante. Encasillarte como ama de casa en Marin es más o menos como si un alienígena trabajara en un McDonald's. Puede que sean capaces de hacerlo, pero ¿por qué echar a perder tanto cerebro y tanto talento?

– No es echarlo a perder. Están mis hijos.

A Tanya no solo no le gustaba lo que Douglas decía o cómo la veía, sino que le molestaba. Ella era exactamente quien decía ser y lo que aparentaba. Además, estaba orgullosa de ello. Siempre le había gustado ser madre y ama de casa y le seguía gustando. También disfrutaba con su escritura, sobre todo en aquellos momentos. Para ella, era un desafío. Pero no tenía ningún interés en formar parte de Hollywood, aunque parecía que lo que Douglas insinuaba era que su lugar estaba allí y no en Ross. Tanya no solo no quería que así fuera, sino que sabía a ciencia cierta que aquel no era su sitio y que únicamente estaba de paso. Después, volvería a casa y se quedaría allí. Era una decisión firme.

– La dirección de la corriente ha cambiado, Tanya, te guste o no. No puedes volver. No funcionará. Solo llevas aquí una semana y aquello ya se te ha quedado pequeño. Se había quedado pequeño antes de que vinieras. El día en el que decidiste qué harías la película, la suerte ya estaba echada.

Tanya sintió un escalofrío. Era como si con sus palabras, Douglas borrara el camino de regreso a su casa. Tanya quería asegurarse de que no era cierto, y cada vez que hablaba con el productor de ello tenía unas ganas locas de correr a los brazos de Peter. Se sentía como la protagonista de la ópera Porgy y Bess, intentando escapar de las garras del malvado Crown. Douglas transmitía algo aterrador e hipnotizador a un tiempo y Tanya solo quería huir de él.

– Has tenido mucha paciencia con los actores -la felicitó Douglas-. Son terriblemente difíciles.

– Creo que los comentarios de Jean sobre su personaje eran muy interesantes. Y los de Ned también tenían sentido -dijo Tanya mostrándose justa y haciendo caso omiso de las críticas del productor.

No iba a ponerse a discutir con él sobre si era o no un ama de casa. En realidad, solo convivirían durante el rodaje de la película, así que su opinión no importaba. Aquel hombre no tenía poder alguno sobre su vida, y tampoco era un adivino o un psiquiatra. Él estaba obsesionado con Hollywood y ella no. Tanya estaba empezando a darse cuenta de que era un hombre borracho de poder, una faceta de su carácter que unas veces se hacía evidente y otras disimulaba con sutileza. Dependía de lo que más le conviniese en cada momento. En eso era todo un profesional y era tan interesante observarle como asistir a una final del torneo de Wimbledon.

Después de la reunión, Tanya volvió al hotel y se pasó horas trabajando en el guión. Introdujo algunos cambios, aunque otros le resultaron más difíciles. Al día siguiente, llamó varias veces a Max para discutir algunos aspectos, pero él le aseguró que no debía preocuparse demasiado. Le explicó que más adelante, durante el rodaje, habría más cambios, sutiles variaciones. De todos los profesionales del cine con los que trabajaba, Max era el más dúctil; Tanya apreciaba su buen talante ante cualquier cuestión. Era sabio y de trato fácil; la combinación perfecta. Por el contrario, Douglas transmitía tensión y obsesión por el control; algo que acababa siendo, a menudo, incómodo.

Fue una semana intensa para Tanya. Peter, por su parte, estaba a las puertas de un juicio y también tenía mucho trabajo. Tanya siguió reuniéndose con Max, Douglas y el resto del equipo y dando vueltas al guión. Muy a su pesar, programaron varias reuniones para el sábado y le dijeron que era importante que estuviera presente. Así que el jueves por la tarde no tuvo más remedio que llamar a su marido y decirle que no podría ir a casa el fin de semana. Le pidió que fueran ellos a Los Ángeles.

– Mierda, Tan… Me encantaría ir, pero Molly tiene un partido de fútbol importante y sé que Megan había pensado ir a la ciudad con John White. Tenían algo programado, así que no querrá irse. Y yo pensaba llevarme un montón de trabajo a casa el fin de semana. Si fuese, me pasaría todo el día trabajando en el hotel y estaría muy nervioso. No creo que sea el fin de semana más apropiado.

– Yo también me pasaré el fin de semana trabajando -dijo Tanya con pesar-. Me da una rabia terrible no veros. A lo mejor podría volar el viernes a última hora y pasar la noche en casa. Tengo que estar a las nueve de la mañana del sábado en una reunión, pero tal vez podría coger el avión de las seis de la mañana.

– Es una locura -dijo Peter, con razón-. Estarás agotada. Déjalo. Ya vendrás a casa el fin de semana siguiente.

Aunque se lo habían advertido, Tanya no esperaba que organizaran reuniones de fin de semana tan pronto y, a pesar de todo el trabajo que tenía por delante, le deprimía enormemente no poder ir a casa.

Aquella noche llamó a sus hijas para disculparse. El móvil de Megan estaba apagado, así que le dejó un mensaje en el buzón de voz. Molly tenía prisa, por lo que se limitó a decirle que no se preocupara. Tanya se sintió fatal y, para colmo, Peter estaba hablando por teléfono cuando le llamó y tampoco pudo hablar con él. Tres intentos, todos fallidos. Incluso llamó a Jason para decirle si quería ir a pasar la noche a Los Angeles. Pero su hijo tenía una cita bastante interesante, así que le dio las gracias por la idea y le dijo que le encantaría ir otro fin de semana, pero no ese precisamente.

Se pasó el viernes y el sábado de reunión en reunión con Max, Douglas y los actores. También tuvo una reunión a solas con Jean para discutir los entresijos de su personaje. Jean se tomaba su papel muy en serio y quería meterse por completo en la mente y en la piel del personaje. Cuando Tanya llegó al hotel el sábado a las ocho de la tarde, estaba agotada.

Se sintió aún más cansada cuando oyó un mensaje de Douglas pidiéndole que le llamara.

– Mierda, ¿qué querrá ahora? -murmuró.

Llevaba toda la semana con él y ya había tenido más que suficiente. Su personalidad era tan fuerte que bastaba una pizca de Douglas para saturarla. Pero era el productor de la película, así que no había elección. Le había dado su teléfono particular, el de casa, algo que introducía automáticamente a Tanya en Hollywood. Precisamente, lo que menos le importaba. Marcó aquel número que tanto significaba para cualquiera.

– Hola, acabo de llegar y he oído tu mensaje -dijo simulando una alegría que estaba muy lejos de sentir, sobre todo después de haber intentado hablar con toda su familia y haber descubierto que todos estaban ocupados.

Fue directa al grano:

– ¿Qué quieres?

Deseaba tumbarse en la bañera y relajarse. Si no le hubiera parecido muy extravagante, incluso habría pedido un masaje. Se lo merecía, desde luego, pero le parecía un gasto demasiado frívolo y no quería aprovecharse de su contrato. Un buen baño era suficiente.

– He supuesto que estarías triste por no haber podido ir a casa este fin de semana, y me preguntaba si te gustaría venir mañana a mi piscina a tomar el sol, si es que sueles hacerlo -dijo Douglas riéndose y demostrando que se había fijado en el ligero bronceado que lucía Tanya-. Será algo totalmente informal. Puedes leer el periódico y, si quieres, no tienes ni que dirigirme la palabra. Resulta un poco triste pasar el domingo en un hotel.

Tenía toda la razón del mundo, pero Tanya no estaba segura de querer pasar el domingo con él. Al fin y al cabo, era su jefe y no podía tumbarse al sol y no hacerle caso. Pero también era cierto que un día en su jardín resultaba de lo más apetecible, mucho más que pasarse el domingo en la piscina del hotel, rodeada de aspirantes a estrella y modelos a la caza de algún hombre poderoso. Además, se sentiría totalmente fuera de lugar sin un tanga y unos tacones de seis centímetros, y parecería una paleta. Aunque aquella semana -pagando de su bolsillo- se había hecho la manicura y la pedicura y se había sentido un poco mejor. Además, le habían hecho la manicura mientras ella repasaba los cambios en el guión, de modo que no perdiera ni un minuto de trabajo. En Los Ángeles, todas las mujeres llevaban las uñas de los pies y de las manos impecables, así que se había sentido más animada y más acorde con el lugar.