– A mí también. Eres la invitada ideal de domingo, dejando de lado los ronquidos, claro -dijo echándose a reír.
– ¿De verdad he roncado? -preguntó Tanya, avergonzada.
– No te lo diré -contestó Douglas haciéndose el misterioso-. La próxima vez te sacudiré un poco. Dicen que funciona.
Tanya se echó a reír y de pronto, por increíble que pareciese, le dio igual haber roncado o no. Aquella tarde había logrado sentirse cómoda al lado de Douglas y eso haría que el trabajo junto a él fuese mucho más agradable.
– ¿Quieres que cenemos juntos? -preguntó él de pronto, como si acabase de ocurrírsele la idea-. Iba a coger algo de comida china para llevar. Podíamos comerla en el restaurante o traerla aquí al hotel. Ambos tenemos que comer y es mucho menos aburrido cenar con un amigo. ¿Te apetece?
Tanya aceptó. Su plan inicial era pedir cualquier cosa para seguir trabajando, pero cenar comida china le parecía más divertido.
– Sí, me parece bien. ¿Por qué no la traes aquí?
– Perfecto. ¿A las siete y media? Tengo que hacer algunas llamadas y siempre nado un rato por la tarde.
Estaba claro que era un hombre activo y atlético, lo que una vez más explicaba por qué estaba tan esbelto y en forma.
– Estupendo -respondió Tanya.
– ¿Qué es lo que te gusta? -preguntó.
– Los rollitos de primavera, cosas agridulces, ternera, gambas, lo que quieras.
– Pediré un poco de todo -prometió él.
Tanya le dio las gracias y después se bajó del coche. Douglas salió disparado en su brillante coche plateado saludándola con la mano. Al llegar al bungalow, comprobó si había mensajes. Tenía una llamada de Jean Amber acerca del guión, pero cuando Tanya le devolvió la llamada, había salido ya. Después llamó a Peter y a las chicas. Acababan de llegar de un partido de béisbol. Eran seguidores de los Giants y tenían abonos de temporada. Estaban todos de buen humor y no parecían muy molestos por su ausencia. Se sintió aliviada y triste al mismo tiempo.
– ¿Qué tal el partido? -preguntó con interés.
– ¡Genial! Hemos ganado, por si no lo has visto en la tele -le contó Peter, exultante.
– No, no lo he visto. He pasado el día en casa de Douglas Wayne.
– ¿Y cómo ha ido? -preguntó Peter, sorprendido.
– Bien, muy bien, la verdad. Espero que sea positivo para el trabajo. Ha sido muy amable y apenas hemos intercambiado diez palabras en todo el día.
Iba a contarle que habían estado solos, pero en ese momento Molly cogió el teléfono.
– Hola, mamá. Un partido fantástico. Te hemos echado de menos. Hemos ido con Alice, en agradecimiento por todas las cenas que nos ha preparado. Y Jason ha venido a casa para ver el partido.
– Creía que estaba ocupado -dijo Tanya sintiéndose repentinamente excluida-. Le llamé el jueves y me dijo que tenía una cita.
– La chica la anuló, así que ha venido a ver el partido.
Tanya no pudo evitar pensar que su hijo, en lugar de llamarla a ella, después de la anulación de la cita, había preferido ir a casa a ver el partido de béisbol. Habían estado todos juntos con Alice y ella había estado sola en Los Ángeles.
– Se ha ido después del partido, así que esta noche ya estará de vuelta en Santa Bárbara.
Se le hacía muy extraño que toda su familia hubiera ido a ver el partido y se lo hubieran pasado en grande sin ella. Se sintió como una niña a la que no invitan a una fiesta de cumpleaños. Sin embargo, era una tontería exigirles que se quedasen en casa en su ausencia, cuando ella estaba trabajando en Los Ángeles. Ellos no eran los responsables de la situación.
Molly le pasó a Megan, que se mostró bastante correcta; después, Alice cogió el teléfono y le contó que todo iba de maravilla y que su familia la echaba de menos. Le confesó que ella también la echaba de menos y la animó a viajar a casa el fin de semana siguiente para poder sentarse las dos a charlar un buen rato. Las dos amigas conversaron animadamente y, antes de colgar, volvió a ponerse Peter un momento. Estaban a punto de pedir una pizza, una tradición del domingo por la noche.
– Te echo de menos -le recordó Tanya.
Peter le dijo que él también la echaba de menos. Cuando colgó, Tanya se dio cuenta de que no le había mencionado a su marido que iba a cenar con Douglas aquella noche. No era importante, pero le gustaba contarle a Peter todo lo que hacía, para que él se sintiera parte de su vida. Se dijo a sí misma que era una tontería y lo olvidó.
Se dio una ducha rápida. Apenas se había vestido, cuando apareció Douglas con la cena. Tanya se había puesto unos vaqueros limpios y otra camiseta. Cuando abrió la puerta del bungalow para dejarle entrar, todavía iba descalza. Tanya se hizo a un lado y el productor entró en la habitación.
– Conozco este bungalow. Estuve alojado aquí en una ocasión, cuando estaban haciendo reformas en mi casa. Me gusta -dijo él echando un vistazo a su alrededor.
– Es muy cómodo -corroboró Tanya-. Cuando vengan mis hijos, será una gozada.
Tanya cogió dos platos de la cocina y se sirvieron directamente de los cinco recipientes que Douglas había traído del restaurante. El menú consistía en todo lo que le gustaba a Tanya y, además, langosta y arroz frito con gambas. Se sentaron a la mesa y cenaron relajada y amigablemente.
– Gracias. Ha sido magnífico. Realmente hoy me has mimado mucho.
– Tengo que cuidar de mi guionista estrella -dijo Douglas sonriendo-. No podemos permitir que te pongas nostálgica y te pases el día suspirando o decidas volver corriendo a Marín.
Tanya se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo, pero no le importó.
– Pensé que estaría bien que supieras que en Los Ángeles también tenemos comida china para llevar -bromeó Douglas, tendiéndole una de las galletas de la fortuna.
Cuando leyó la suya, lanzó un gruñido de sorpresa y preguntó a Tanya:
– ¿Has puesto esto aquí dentro cuando no estaba mirando?
Tanya negó con la cabeza y Douglas le tendió la nota.
– Hoy la fortuna te sonríe con una nueva amistad -leyó Tanya en voz alta, y después, sonriendo a Douglas, dijo-: Qué bien. Parece que han acertado.
– Siempre espero que ponga algo más excitante. ¿Qué pone en la tuya? -preguntó Douglas, divertido.
Tanya lo leyó y arqueó las cejas.
– ¿Qué pone? -insistió Douglas.
– La recompensa es un trabajo bien hecho. Tampoco suena muy excitante. Me gusta más la tuya.
– A mí también -dijo él sonriendo de nuevo-. A lo mejor ganas un Oscar con tu guión.
Era lo que Douglas deseaba, claro, además del Oscar a la mejor película para él. Esa era su meta, siempre.
– No es eso lo que dice la nota de la fortuna -señaló Tanya, mientras recogía la mesa.
– La próxima vez las escribiremos nosotros -decidió Douglas.
Ayudó a Tanya a recoger los restos de la cena y al cabo de un rato se marchó. Antes de despedirse, ella le dio las gracias y él le dijo que había disfrutado de un día excelente.
Tanya también. La galleta de la fortuna de Douglas había acertado. La buena noticia del día había sido el nacimiento de una nueva amistad. Por primera vez desde que se conocían, Tanya sentía que Douglas podía llegar a ser su amigo, y un amigo muy interesante.
Capítulo 8
Las dos semanas que siguieron, Tanya pudo volver a casa los fines de semana y disfrutar de su familia. El sábado, Tanya y Alice almorzaron juntas y estuvieron charlando sin parar de toda la gente que Tanya había conocido. Su amiga estaba tan emocionada como las mellizas.
– No entiendo por qué te molestas en venir a Ross -bromeó Alice-. Comparado con Hollywood, esto debe de resultarte muy aburrido.
– No seas tonta -protestó Tanya-. Prefiero mil veces estar aquí con Peter y las niñas. Allí nada es real, todo es pura ficción.
– A mí me parece muy real -aseguró Alice sin disimular su admiración.
Se alegraba sinceramente de que la carrera de Tanya fuese viento en popa y de que estuviera disfrutando de aquella experiencia. Según ella, las chicas lo estaban llevando bastante bien y apaciguó el temor de Tanya de que Megan no llegara nunca a perdonarla. Al parecer, Megan hablaba de su madre con orgullo. Tanya se quedó muy sorprendida.
– Apenas me dirige la palabra. Lleva enfadada desde el verano -comentó Tanya, aunque algo más aliviada por lo que acababa de contarle su amiga.
Últimamente, Alice pasaba más tiempo que ella con sus hijas; realmente parecía estar al tanto de lo que pensaban, así que confiaba en sus impresiones.
– Quiere que creas que está más enfadada de lo que en realidad está. Me parece que te está castigando un poco. No le prestes demasiada atención, ya verás como al final claudicará.
Aquellas palabras le sonaron a gloria. Al regresar a casa, lo comentó con Peter, que estuvo totalmente de acuerdo con la opinión de Alice.
– Quiere apretarte un poco las tuercas, eso es todo. Yo la veo bien -le aseguró Peter.
Cuando, un poco más tarde de lo habitual, Megan llegó a casa, Tanya optó por simular que no había enemistad alguna entre ellas y, con una sonrisa, le preguntó una tontería sobre el colegio. Megan la miró fijamente como si la mera idea de preguntarle algo fuera una ofensa, y cuando su madre le propuso que empezaran a rellenar juntas las solicitudes para la universidad, pareció ofenderse aún más. Megan afirmó que prefería hacer las solicitudes con Alice; aquello fue un bofetón para Tanya y un rechazo en toda regla. Se sintió profundamente herida.
– Podríamos, por lo menos, repasarlas juntas -insistió Tanya con dulzura.
Pero Megan volvió a rechazar su propuesta.
– Quizá la próxima vez que venga a casa -dijo Tanya, esperanzada.
Megan se encogió de hombros y después murmuró:
– Sí, claro, cuando vengas…
Acto seguido se marchó escaleras arriba. A pesar de que tenía el corazón encogido, Tanya intentó no darle excesiva importancia. Además, Molly sí quería rellenar las solicitudes universitarias con su madre y ya le había mostrado a Tanya varios de sus trabajos.
– Me parece que Megan sigue apretándome las tuercas -comentó Tanya a su marido con gesto compungido, a lo que Peter respondió con una sonrisa.
El primer fin de semana de octubre, Tanya y Jason coincidieron en Marin. Su hijo había viajado desde la universidad porque aquel fin de semana se jugaba la Serie Mundial de la liga de béisbol. Fueron todos juntos a ver a los Giants contra los Red Sox. Fue un partido magnífico y los Giants se colocaron los primeros en la clasificación. Después de aquel fin de semana fantástico que habían pasado todos juntos en familia, Tanya y Jason volaron de vuelta a Los Ángeles. A su llegada -a pesar de que a su hijo le daba algo de vergüenza- Tanya acompañó a Jason a la universidad en la limusina. En realidad, al chico también le apetecía presumir un poco.
El segundo fin de semana de octubre, Peter y las mellizas viajaron a Los Ángeles y se alojaron en el bungalow de Tanya, para felicidad de las chicas. Jason fue a pasar el sábado con ellos y se marchó después de cenar.
Tanya y sus hijas pasaron la mañana del sábado de compras por Melrose, y después almorzaron todos juntos en Fred Segal's. Más tarde, las mujeres volvieron a ir de compras por una zona de pequeñas tiendas que Tanya había descubierto y que hizo la delicia de las muchachas, mientras Jason y Peter pasaban la tarde en la piscina del hotel. Jason estaba obnubilado ante la belleza de aquellas mujeres. Fueron a cenar a Spago, donde coincidieron con Jean Amber. La actriz dio un gran abrazo a Tanya; estuvo muy simpática con las chicas y bastante coqueta con Jason. Las mellizas la encontraron maravillosa y Jason se ruborizó. Después del encuentro, todos se quedaron un poco cortados.
– Cuando empecemos la película y volváis a venir, os presentaré a Ned Bright -les prometió Tanya.
Al cabo de un momento, entró otra famosa estrella en el local y Jason, Megan y Molly la observaron boquiabiertos. De vuelta al hotel, decidieron tomar algo en el bar, que estaba abarrotado de actores y actrices famosos. Tanya no les conocía pero sus hijos sabían quiénes eran. Las chicas todavía eran menores de edad, así que tuvieron que conformarse con unos refrescos. De vuelta al bungalow no cabían en sí de gozo después de pasar todo el día viendo caras famosas. Jason se despidió de su familia y la limusina de Tanya le llevó de vuelta a la universidad.
– ¡Uau, mamá, es increíble! -exclamó Molly con los ojos como platos.
Por primera vez en meses, Megan le sonrió y, dándole un gran abrazo, dijo:
– Gracias por traernos aquí, mamá.
Alice tenía razón. Estaba a punto de perdonarla y el fin de semana en Los Ángeles había solucionado las desavenencias. Echaban de menos a su madre, pero se habían divertido tanto que se morían de ganas de repetirlo y de conocer a Ned Bright y al resto del reparto.
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