Cuando las chicas se metieron en su habitación riendo como locas, Tanya se dio cuenta de golpe de que el que parecía menos emocionado era Peter. Se le veía cohibido, y al meterse en la cama comentó que estaba agotado. Para él, la semana había sido muy dura -había trabajado a destajo en un caso muy complejo- y el día había sido muy largo.

– ¿Estás bien, cariño? -preguntó Tanya acariciándole la espalda.

– Cansado, nada más.

Peter no había disfrutado demasiado del día y apenas había visto a Tanya. Su mujer había estado todo el día de compras con las chicas y, para él, ver estrellas de cine no era demasiado excitante. Ni siquiera sabía sus nombres. La mayoría eran estrellas de culto entre los jóvenes. Por supuesto, había reconocido al instante a Jean Amber y le había parecido una mujer hermosísima.

La joven actriz había tratado a Tanya como si fueran íntimas amigas, pero ella no se hacía ilusiones. Sabía que esa actitud encantadora se debía a que trabajaban juntas en una película. En seis meses, aquello sería historia.

Tumbados en la cama, Tanya vio tristeza en los ojos de su marido.

– ¿Cómo podrás volver a Ross después de todo esto, Tan? No podemos competir con esta vida.

– No tenéis que competir -respondió ella con calma-. Ganáis por goleada. Esto no significa nada para mí. Es muy emocionante trabajar en la película, pero la vida que conlleva no me interesa lo más mínimo.

– Eso es lo que piensas ahora -dijo mirándola fijamente y con gesto de preocupación-. Solo llevas aquí seis semanas, pero cuando lleves más tiempo, no sabes qué pensarás. Mira cómo vives: tienes tu propia limusina, te alojas en el hotel Beverly Hills en un bungalow solo para ti, las estrellas de cine te abrazan por la calle. Esto es muy fuerte, Tan. Es adictivo. Dentro de seis meses, Ross te parecerá Kansas.

– Lo que yo quiero es estar en Kansas -insistió Tanya con firmeza-. Quiero que estemos juntos; adoro nuestra vida. No podría vivir aquí por nada del mundo. Me volvería loca.

– No lo sé, Cenicienta. Cuando la carroza vuelva a convertirse en una calabaza, quizá no te guste.

– En cuanto acabemos la película, me quitaré los zapatos de cristal y volveré a casa. Y no hay nada más que añadir. He aceptado un trabajo, no una forma de vida. No cambiaría lo que tenemos por nada del mundo.

– Ya me lo dirás de aquí a siete meses. Espero que para entonces sientas lo mismo.

Tanya se quedó preocupada al oír hablar a Peter de ese modo. Después de hacer el amor, seguía sintiéndose triste. Era como si en su marido algo se hubiera apagado, como si hubiera salido derrotado y fuera incapaz de competir con su nueva vida. El temor de Peter coincidía con las predicciones de Douglas: Tanya se volvería una adicta a la vida de Los Ángeles y no querría volver a casa. Incluso Alice había dicho algo parecido. ¿Qué era lo que todos veían? ¿Acaso no querían escucharla? Ella deseaba regresar a casa cuando acabara la película, no quedarse allí. La sola idea le horrorizaba.

Pero Peter parecía no creerla y al día siguiente, cuando fueron a almorzar a Ivy, estuvo muy callado y seguía alicaído. Se habían sentado en la terraza y las mellizas estaban emocionadas. Sobre todo cuando Leonardo di Caprio se sentó en la mesa de al lado y les sonrió. Tanya se sentó junto a su marido, le dio la mano y le colmó de besos y caricias continuamente. Le echaba tanto de menos cuando estaban separados que le encantaba tenerle cerca. Después de comer, Peter se animó un poco. Sin embargo, parecía que no quisiera creer que Tanya echaba de menos su antigua vida. Y ella no tenía más opción que esperar a terminar la película y demostrárselo volviendo a casa. Le irritaba que todos estuvieran tan convencidos de que iba a quedarse en Hollywood. Ella sabía quién era, pero, desde luego, le preocupaba que su marido no confiara en lo que ella decía. No podía pasarse el día atenazado por el miedo a que Tanya prefiriese su nuevo estilo de vida, mientras ella lo vivía como un paréntesis, un año sabático en Los Ángeles que beneficiaría su carrera, sin otro interés añadido.

Después de almorzar, volvieron al hotel y se quedaron un rato en la piscina. Las chicas estuvieron nadando y Peter y Tanya se quedaron charlando en las hamacas. Él pidió un destornillador, una bebida que tomaba en muy contadas ocasiones. Tanya notaba que su marido estaba aterrorizado y su mutismo la preocupaba enormemente.

– Cuando todo esto acabe volveré a casa, cariño. No me gusta esto. Solo estoy aquí para trabajar. Me gusta nuestra vida en Marin.

– Eso es lo que piensas ahora, Tan. Pero después de esto, te aburrirás lo indecible allí. Y el año que viene las chicas ya no estarán. No tendrás nada que hacer.

– Te tendré a ti -dijo ella con cariño-. Y nuestra vida. Mi escritura. Esto de aquí no es una forma de vida, Peter. Es una bobada. Solo quería vivir la experiencia de escribir un guión para una película. Tú mismo me convenciste para que lo hiciera.

Peter asintió a las palabras de Tanya. Tenía razón, pero ahora se arrepentía de haber insistido. Empezaba a darse cuenta del riesgo que había corrido y no podía ocultar su preocupación.

– Ahora me da miedo, Tan. Por nosotros. Simplemente me parece imposible que tengas los mismos sentimientos cuando todo esto acabe -dijo Peter con los ojos llenos de lágrimas.

Tanya se quedó petrificada. Nunca le había visto tan alterado.

– ¿Cómo puedes creer que soy tan superficial? -preguntó sintiéndose muy desgraciada-. ¿Por qué crees que voy a casa los fines de semana? Porque quiero estar allí, y porque te quiero a ti. Esa es mi casa. Esto es solo un trabajo.

– Está bien -dijo él tomando aire y queriendo creerla.

Peter sabía que Tanya pensaba realmente lo que decía, pero no sabía por cuánto tiempo. Creía que tarde o temprano aquel estilo de vida penetraría en ella y Tanya descubriría que el mundo era muy amplio y que no tenía suficiente con su antigua vida en Marin. No quería que ocurriera, pero ya no estaba seguro de poder impedirlo. Hasta aquel momento, no había sabido plenamente cómo era su vida en Los Ángeles y había resultado ser mucho más tentadora de lo que había supuesto. Era muy duro competir con todo aquello.

Las chicas salieron de la piscina y se reunieron con ellos, así que no pudieron seguir con la conversación. Aunque casi fue mejor, ya que no hacían más que dar vueltas sobre lo mismo y Tanya se daba cuenta de que no podía convencer a Peter. Estaba segura de que el tiempo le daría la razón, pero, de momento, Peter estaba aún más preocupado que el día anterior. Cuando regresaron a la habitación, Tanya le rodeó con los brazos y le atrajo hacia ella con fuerza.

– Te amo, Peter -dijo suavemente-. Más que a nada.

Él la besó y Tanya le sujetó con fuerza un buen rato. No quería que se marchara. Pero en ese momento las mellizas entraron en la habitación y les recordaron que tenían que dirigirse hacia el aeropuerto. Tanya sentía que el fin de semana había servido para tranquilizar a sus hijas y asustar a Peter. Los ojos de su marido reflejaban cuánto le había alterado aquella visita a Los Ángeles. De camino hacia el aeropuerto estuvo callado y cuando le dio un beso de despedida, lo hizo distraídamente.

– Te amo -le recordó ella de nuevo.

– Yo también, Tan -dijo él sonriendo con tristeza y, en un susurro, añadió-: No te dejes seducir por esto. Te necesito.

Parecía tan vulnerable que Tanya casi se echó a llorar.

– No lo haré -prometió-. Tú eres todo lo que quiero. El viernes estaré en casa.

Tanya supo que en aquella ocasión, pasara lo que pasase, tenía que cumplir su promesa. Quería que Peter supiera que más allá de lo que ocurriera en Los Ángeles, de la gente que conociera, de lo que descubriera o de lo bien que se lo vendieran, ella era, por encima de todo, su esposa. Y que eso era lo más importante en su vida.

Capítulo 9

Tal como había prometido, Tanya fue a pasar los siguientes dos fines de semana a casa. Peter pareció tranquilizarse un poco. Era como si se sintiera más seguro si ella llegaba cada viernes por la noche tal como habían planeado. Reconoció que el fin de semana que habían pasado en Los Ángeles le había puesto muy nervioso, pero en cuanto había visto a su mujer de nuevo en Marín, se había sentido a salvo. No quería formar parte de la vida que Tanya llevaba en Los Ángeles. Y ella seguía intentando convencerle de que ella tampoco. Lo único que quería era vivir la emoción de escribir el guión de una película y volver a casa.

Durante aquellos fines de semana, pareció que volvían a la normalidad. Esos viajes significaron que se perdiera dos reuniones importantes, pero no quiso que Peter lo supiera. A Douglas y a Max les puso como excusa necesidades de sus hijos. Aunque no les hizo mucha gracia, todavía no habían empezado el rodaje, así que optaron por dejar que se marchara.

El rodaje de la película arrancó el primer día de noviembre y, a partir de entonces, la vida de Tanya se transformó en una completa locura. Rodaban de día y de noche, cambiaban de escenario, se metían en un estudio o se sentaban en sillas plegables en una esquina de la calle para rodar las escenas nocturnas. Mientras tanto, Tanya escribía y reescribía frenéticamente. Se pasaba el día entre bastidores. Jean resultó ser muy difícil -no había manera de que recordase el guión y quería que Tanya estuviera todo el rato asustándolo para ella-; sin embargo, Ned era un encanto. Tanya y Max trabajaban mano a mano en cada una de las escenas y Douglas iba y venía, supervisándolo todo.

Después de empezar el rodaje, Tanya logró milagrosamente escapar a casa el primer fin de semana. Prometió que estaría localizable en el móvil si surgía cualquier imprevisto y les aseguró que haría los cambios desde casa y se los mandaría por correo electrónico. Sin embargo, los dos fines de semana siguientes, no pudo ausentarse del rodaje. Debían rodar sobre la marcha y tenía que reescribir cuatro escenas; entre ellas, estaban algunas de las más difíciles de la película. Max le prometió que después podría cogerse varios días libres, pero que en aquellos momentos, la necesitaba al pie del cañón. No tenía elección. Ni las chicas ni Peter se mostraron muy contentos al saberlo, pero Peter lo entendió, o eso dijo. Él estaba preparando un juicio que comenzaba en unas pocas semanas y tenía muchísimo trabajo.

Tanya pudo regresar a Marin para la fiesta de Acción de Gracias y cuando entró por la puerta de su casa, después de dos semanas fuera, casi se echó a llorar de felicidad. Era miércoles por la tarde y Peter y las mellizas estaban colocando la enorme compra que habían hecho para celebrar la fiesta familiar, siguiendo las instrucciones de Tanya. Sería ella quien cocinaría el pavo al día siguiente. El vuelo había llegado con dos horas de retraso y había estado al borde de un ataque de nervios al pensar que no llegaría a tiempo. Jason llegaría aquella misma noche, pues volvía con unos amigos -entre ellos James, el hijo de Alice- en coche.

– Dios mío, ¡qué alegría veros! -exclamó Tanya dejando la bolsa en el suelo de la cocina-. Creía que iban a cancelar mi vuelo.

Se sentía como si llevara años sin verles y Peter se mostró exultante al verla. Cruzó la cocina y le dio un gran abrazo.

– Nosotros también estamos contentos de verte -dijo.

Molly se acercó a abrazar a su madre. Tanya notó al instante que Megan tenía un aspecto más taciturno del habitual y los ojos rojos. No comentó nada, para no alterarla. Le dio un beso, pero Megan apenas se inmutó y, al cabo de un momento, desapareció.

– ¿Ha sucedido algo? -preguntó a Peter con calma mientras le ayudaba a recoger.

– No lo sé -respondió mientras subían la escalera-. Ha ido a casa de Alice después del colegio. Cuando has llegado tú, acababa de entrar en casa. He ido a comprar con Molly. Quizá deberías preguntárselo a Alice. A mí Megan no me cuenta nada.

Ni a su madre, pensó Tanya. Un año atrás las cosas eran de otro modo, pero desde que había empezado a trabajar en Los Ángeles, todo era tan distinto… Ahora Alice era la confidente de Megan y Tanya era la madre ausente a la que ya no le contaba ni sus alegrías ni sus penas más íntimas. Ojala las cosas volvieran a ser como antes.

Tanya y Peter estuvieron charlando tranquilamente, poniéndose al día. Ella le contó cómo avanzaba el rodaje y la enorme presión con la que trabajaban, la locura del día a día -una manera habitual de trabajar en Hollywood- y los conflictos y problemas que surgían continuamente. Era una experiencia interesante; no podía negarlo.

Un poco más tarde, Molly entró en la habitación de sus padres y le contó a Tanya que Megan había cortado con su novio porque él le había sido infiel con otra chica. Megan estaba en casa de Alice explicándoselo y Tanya sintió que el corazón se le hacía añicos. Era como si estuviera perdiendo a su hija en favor de su mejor amiga. Sabía que era irracional pensar de ese modo y que debía agradecer a Alice todo su apoyo, pero le dolía terriblemente que Megan ya no confiara en ella.