– ¿Arreglaste el escape? -preguntó bromeando-. Realmente eres un buen vecino.

– Sí, lo soy. Tiene un palmo de agua en el sótano. Un desastre. Se le ha roto una tubería. No pude hacer mucho, así que nos dedicamos a tomar unos mojitos.

– ¿Mojitos? -preguntó Tanya, sorprendida.

Tanya se había dado cuenta durante su visita a Los Ángeles de que Peter bebía más de lo que era habitual en él.

– Sí, una bebida cubana. Con menta. Sabe muy bien.

– ¿Os emborrachasteis? -preguntó con preocupación.

– Claro que no -contestó Peter riéndose-. Pero fue más divertido que estar en el sótano con el agua hasta la rodilla. Alice no había preparado un mojito en su vida, así que me utilizó de conejillo de Indias.

En la mente de Tanya volvió a aparecer la misma pregunta que la había acosado durante las vacaciones de Acción de Gracias, pero no insistió. Se había prometido que no volvería a formularla y no quería parecer paranoica. Ella había salido con Douglas la noche anterior y no había ocurrido nada, así que no había razón alguna por la que tuviera que haber pasado algo entre Alice y Peter. Todos estaban intentando sobrellevar la separación del mejor modo posible. Era duro estar solo cuando se estaba casado. Tal como decía Douglas, no podían quedarse en casa todas las noches. Había cosas mucho peores que beber unos mojitos con Alice, y Tanya sabía que Peter no era de esos. Pero no estaba tan segura de los sentimientos de Alice. Su marido era tan cándido y confiado que era capaz de no haberse dado cuenta. Alice estaba arrimándose a un árbol equivocado.

– Tengo que ir al plató. Solo quería darte un beso antes de que empezaras la jornada. Que tengas un buen día.

– Tú también. Hablamos más tarde.

Tanya se duchó a toda prisa, se vistió y se dirigió al plató. Cuando llegó, estaban acabando de apagar un pequeño incendio provocado por un cortocircuito. Los bomberos estaban allí y Harry gritaba como un loco. Debido a ello, el caos era aún mayor que cualquier otro día. Cuando tuvieron el plató debidamente iluminado y pudieron empezar, ya eran las doce del mediodía. Como consecuencia, estuvieron trabajando hasta las tres de la mañana y Tanya no pudo encontrar el momento para llamar a Peter o a las niñas. Fue uno de esos días interminables. Al llegar al hotel, cayó rendida en la cama después de pedir que la despertaran al cabo de cuatro horas.

Toda aquella semana fue caótica y ni ese fin de semana ni el siguiente pudo regresar a casa, pero solo quedaban unos días para empezar el paréntesis navideño y aguantó estoicamente. Cuando llegó la hora de volver a Marin, llevaba desde Acción de Gracias sin ver a Peter. Casi tres semanas.

– Me siento como si volviera de la guerra -dijo ella sin aliento cuando Peter, entusiasmado, la cogió en volandas.

Miró por encima del hombro de su marido y vio que Alice había entrado en la cocina detrás de Peter y estaba mirando a Tanya fijamente.

– Hola, Alice -dijo Tanya sonriéndole.

– Bienvenida a casa -saludó Alice y se marchó al instante.

– ¿Está bien? -preguntó Tanya con preocupación.

– Sí, ¿por qué? -respondió Peter sirviéndose un vaso de agua distraídamente.

Acababa de llegar de casa de la vecina, pero parecía muy contento de verla, tan feliz como lo estaba Tanya de verle a él.

– Parecía preocupada.

– ¿De verdad? No me he dado cuenta -respondió Peter con la misma expresión ausente.

En ese momento, sus miradas se encontraron y fue como si dos planetas colisionaran y estallaran en medio del universo. Tanya miró a su marido a los ojos y lo vio todo. Aquella vez no necesitaba preguntar nada. La respuesta no estaba en la mirada de su marido, sino en los ojos de Alice.

– Oh, Dios mío… -musitó Tanya sintiendo que la habitación daba vueltas a su alrededor.

Miró a Peter de nuevo y, aunque no quería saberlo, lo supo.

– Oh, Dios mío -repitió-. Te estás acostando con ella.

Era una afirmación, no una pregunta. No sabía cuándo ni cómo había sucedido, pero sabía que había pasado y que estaba pasando todavía. Tanya volvió a mirar a Peter y le preguntó:

– ¿Estás enamorado de ella?

Peter podía ser estúpido pero no era mentiroso. No podía volver a mentirle. Dejó el vaso en el fregadero, se volvió para mirarla de frente y murmuró las únicas palabras que podía decir, las mismas que le había dicho a Alice minutos antes de que Tanya llegase.

– No lo sé -dijo palideciendo.

– Oh, Dios mío… -murmuró una vez más Tanya.

Peter salió de la habitación.

Capítulo 11

Tanto para Peter como para Tanya, las vacaciones de Navidad fueron una pesadilla. En un primer momento, Peter no quiso hablar de ello con su mujer, a pesar de que no tenía opción y de que no podía negarse a darle explicaciones. Tanya no se atrevía a salir de casa por no encontrarse con Alice, pero esta ni se dejó ver ni se acercó a casa de los Harris. Por otro lado, lo último que quería el matrimonio era que sus hijos se enteraran de lo que pasaba.

– ¿Qué significa eso? -preguntó finalmente Tanya a Peter tres días después, cuando estaban los dos solos en la cocina.

Sus hijos habían ido a una fiesta navideña los tres juntos aquella tarde y parecían no haberse dado cuenta de nada, gracias a los grandes esfuerzos de sus padres por disimular la situación.

Tanya sentía que su mundo se había venido abajo, y con razón. Peter la había traicionado con su mejor amiga. Eran ese tipo de cosas que les ocurrían a los demás, pero que nunca había creído que pudieran pasarles a ellos. A pesar de que se lo había preguntado a Peter durante las vacaciones de Acción de Gracias, en realidad, confiaba en él completamente. Tanya consideraba que Peter no era de ese tipo de hombres, pero, al parecer, sí lo era y, para colmo, llevaba tres días sin apenas dirigirle la palabra.

Todo había cambiado en tres semanas. Estaban sentados frente a frente en la cocina, Tanya con una mirada desesperada y Peter angustiado, sintiéndose como si hubiera asesinado a su esposa. Tanya había perdido al menos tres kilos de peso en tres días, y eso era mucho en una persona con una complexión tan frágil. En sus ojos, era evidente el mazazo que había recibido: parecían dos profundos agujeros verdes rodeados de grandes ojeras. Peter, a su vez, también tenía un aspecto lamentable.

Desde el fatídico día en el que Tanya había llegado a casa y había descubierto lo ocurrido, nadie había vuelto a ver a Alice.

– No sé qué significa -dijo Peter honestamente y hundiendo la cabeza en las manos, superado completamente por las circunstancias-. Pasó, sin más. Nunca lo hubiera imaginado, jamás me había sentido atraído por ella. Creo que nos hemos ido acostumbrando a estar juntos durante tu ausencia, nada más. Ha sido de gran ayuda para las chicas.

– Y para ti también, por lo que parece -dijo Tanya con dureza-. Y dime, ¿fue ella la que lanzó la caña o fue idea tuya?

Tanya sabía que era mejor no conocer los detalles, pero una parte de ella quería que se los contase.

– Solo sucedió, Tan. Fuimos a su casa a tomar una pizza; luego las chicas se fueron para hacer los deberes. No sé… me sentía solo… estaba cansado… abrimos una botella de vino. Solo sé que al final acabamos en la cama -contestó Peter abatido, tan abatido como Tanya.

– ¿Y cuándo sucedió exactamente? ¿Al mismo tiempo que me decías lo mucho que me querías cada vez que yo me alejaba una y otra vez del plató para llamarte? ¿Cuánto tiempo hace que dura esto?

Fuera cuando fuese, solo de pensarlo le resultaba espantoso, pero quería saber cuánto tiempo llevaba engañándola, cuántas semanas o meses había estado su marido mintiéndole. Había albergado sospechas durante las cortas vacaciones de Acción de Gracias, pero las había rechazado pensando que era una paranoica. Y así se lo había confirmado Peter al contarle sus sospechas. ¿Estaba mintiendo entonces? Eso sí quería saberlo. Quería conocer hasta qué punto era un mentiroso.

– Fue después de Acción de Gracias, hace dos semanas -dijo Peter, casi atragantándose con las palabras.

Tanya había estado fuera solo tres semanas, sin posibilidad alguna de regresar. Ahora estaba segura de que marcharse a Los Ángeles a rodar la película había sido un error garrafal. Si aquello destruía su matrimonio, nunca sería capaz de perdonárselo a sí misma. Ni a Peter.

– ¿Ha sido una sola vez o ha habido más veces?

– Un par de veces -contestó vagamente-. Supongo que los dos nos sentíamos solos y Alice necesita alguien que cuide de ella.

Peter estaba terriblemente triste y sentía lástima por todos ellos. Nada volvería a ser lo mismo; aquel era el mayor temor de Tanya. Nunca hubiera podido imaginar que Peter o Alice le harían algo así. Tanya no podía concebir hacerles daño de ese modo a ninguno de los dos.

– Yo también necesito alguien que cuide de mí -musitó Tanya rompiendo a llorar.

– No, tú no -negó Peter mirándola con una expresión extraña-. Tú no me necesitas, Tan. Tú sola puedes mover montañas, siempre ha sido así. Eres una mujer fuerte con una vida propia y un trabajo.

– Estoy haciendo esta película porque tú me dijiste que debía hacerlo -dijo Tanya mirándole perpleja-. Dijiste que era una oportunidad que aparece solo una vez en la vida y que no debía perdérmela. No me he ido para prosperar en mi carrera profesional. Tanto tú como los chicos siempre fuisteis lo primero y todavía sigue siendo así.

Peter la miró como si no la creyera. Al mirarse el uno al otro a través de la mesa de la cocina, se dieron cuenta de que les separaba un abismo tan profundo como el Gran Cañón.

– Pues yo no lo creo. Me parece que ya no es así. Mira la vida que llevas en Los Ángeles. Asúmelo, Tan, nunca volverás aquí -afirmó con rotundidad.

– No me vengas tú también con esa mierda. Esa vida no me gusta y no es para mí. Quería trabajar en ese proyecto y descubrir cómo era el cine. Pero nada más. Para mí nada ha cambiado. Mi vida sigue aquí.

– Si tú lo dices… -replicó en el mismo tono que habría empleado Meg.

Tanya tuvo un irrefrenable deseo de darle una bofetada, pero se contuvo. Era evidente que Peter no la creía pero era él quien había faltado a su compromiso, no ella. Era cierto que estaba trabajando en Los Ángeles, pero no se había acostado con nadie. Peter, sí.

– ¿Qué vas a hacer? ¿Qué es lo que quieres, Peter? -le preguntó conteniendo la respiración.

– No lo sé -respondió Peter apoyado sobre la mesa, después de mirar las manos de Tanya primero y su rostro después-. Todo es tan repentino… No pude preverlo, ni tampoco Alice.

Veía a su esposa como a una extraña y jamás la había visto tan furiosa. Tanya tenía el corazón destrozado pero solo podía exteriorizar su rabia.

– Eso sí que no me lo creo -dijo Tanya, furibunda-. Lo que creo es que ha ido detrás de ti y de los niños desde el principio. En cuanto salí por esa puerta, vio que tenía una oportunidad de oro. Lleva trabajándose a Megan desde el verano.

– Eso no es cierto. Alice quiere a Megan -dijo Peter defendiendo a Alice.

Aquella reacción de Peter no hizo más que empeorar las cosas.

– ¿Y tú qué tienes que decir? -preguntó Tanya con voz angustiada mientras las lágrimas le caían por sus mejillas-. ¿Estás enamorado de ella?

– No lo sé, solo sé que estoy muy confuso. Jamás te he sido infiel, Tan, jamás en estos veinte años. Quiero que lo sepas.

– ¿Y eso qué importa ahora? -gimió Tanya.

Peter alargó la mano para tomar la de Tanya entre las suyas pero ella le rechazó.

– A mí sí me importa -repuso él dejando entrever su enorme angustia-. Si no te hubieras marchado a Los Ángeles, esto jamás habría ocurrido.

Era tremendamente injusto que la culpara a ella de lo sucedido, pero no era solo Peter quien la acusaba. Ella misma también se sentía culpable.

– ¿Y ahora qué se supone que debo hacer? Te recuerdo que después de Acción de Gracias no quería regresar, pero tú me dijiste que me demandarían.

– Y así era, probablemente.

De cualquier modo, era demasiado tarde, el daño ya estaba hecho y Peter tenía que tomar una decisión. Ambos debían tomarla.

– ¿Qué vas a hacer con Alice? -preguntó Tanya, sintiendo que se apoderaba de ella el pánico-. ¿Es solo una aventura o es algo más? Has dicho que no sabes si estás enamorado de ella. ¿Qué significa eso?

Tanya apenas podía hablar, pero quería saber. Tenía derecho a preguntar si Peter tenía algo que responder.

– Significa lo que he dicho: no lo sé. La quiero como amiga y es una mujer maravillosa. Lo pasamos bien con los chicos y vemos la vida del mismo modo. Hay muchas cosas de ella que me gustan, pero antes jamás había reparado en ello. Y a ti también te amo, Tan. Siempre que te lo he dicho ha sido porque era verdad. Pero no puedo imaginarte viviendo aquí de nuevo, es como si lo hubieras dejado todo atrás. Tú todavía no lo sabes, pero cuando estuve en Los Ángeles, lo vi con claridad. Ahora eres una de ellos. Alice y yo somos más parecidos; ahora tenemos más cosas en común de las que tengo contigo.