– ¿Cómo puedes decir eso? -exclamó Tanya, horrorizada, sin poder procesar las palabras brutalmente dolorosas de su marido y mirándole boquiabierta-. ¿Cómo puedes ser tan injusto? Estoy trabajando en una película, escribiendo el guión. No formo parte de ella ni soy una estrella. Sigo siendo la misma persona que se marchó hace tres meses. Es absolutamente injusto por tu parte que des por sentado que me he metido en esa mierda de vida y que ya no volveré nunca a casa, o que si lo hago seré infeliz. No es eso lo que yo quiero. Yo quiero la vida que siempre hemos llevado. Yo te amo de verdad y no he estado tirándome a nadie en Los Ángeles. No lo haría, no quiero hacerlo.

Tanya le miró profundamente dolida.

– Se me hace difícil creer que quieras volver a vivir como antes -insistió Peter, profundamente abatido y justificando de ese modo lo sucedido.

– ¿Qué me estás diciendo? ¿Has contratado a una sustituía antes de que yo abandone mi puesto? ¿Qué has estado haciendo? ¿Selección de personal? «Se necesita ama de casa, abstenerse guionistas.» ¿Cuál es tu problema? ¿Y el de Alice? ¿Dónde quedan la decencia, la confianza y el honor? Alice asegura que es mi mejor amiga. Pero ¿resulta que de repente es aceptable darme la puñalada y traicionarme solo porque estoy rodando una película en Los Ángeles? Y con tu aprobación, debo añadir.

Tanya hablaba con los ojos inyectados en sangre, pero más allá de la rabia, sentía un profundo dolor. Peter no sabía qué contestar y aunque era consciente de que ella tenía razón, eso no cambiaba las cosas. No podían olvidar lo que había sucedido: se había acostado con Alice.

– ¿Por qué sigues aquí, Peter? ¿Qué vas a hacer?

– No lo sé -musitó sin disimular su consternación.

Aquella misma mañana, Alice le había hecho la misma pregunta. En un abrir y cerrar de ojos, la vida de los tres era un desastre.

– ¿Tienes intención de dejar de verla y luchar para salvar tu matrimonio? -preguntó Tanya con una mirada profunda y dura.

Sabía que nunca más podría fiarse de él. Además, ¿cómo iba a evitar a Alice, si vivía justo al lado? En cuanto Tanya volviese a Los Ángeles, estarían juntos de nuevo. No se fiaba de ninguno de los dos. Un rayo había impactado sobre Tanya y su matrimonio y no sabía cómo continuar adelante. Habría deseado conocer los sentimientos de Peter pero ni siquiera él parecía conocerlos. Su marido todavía estaba sorprendido por lo que había ocurrido y, más aún, por haber sido descubierto. Sus vidas habían sido arrasadas por un maremoto.

– No lo sé -volvió a decir Peter mirando a Tanya a los ojos y comprendiendo que ambos estaban destrozados-. Quiero recuperar nuestro matrimonio, Tan. Quiero que las cosas vuelvan a ser como antes de que te marcharas a Los Ángeles. Pero también quiero averiguar qué es lo que siento por Alice. Algo debe de haber; de lo contrario, nada habría ocurrido. Me sentía solo y estaba cansado de llevar todo el peso de la casa y las niñas. Pero no sé si es esa la única razón. Quizá haya algo más. Me gustaría poder decir que ha sido un error o un simple polvo, pero me temo que no sería sincero. Creo que por ti, por Alice y por mí mismo, debería averiguar qué es lo que siento.

– ¿Y cómo pretendes hacerlo? ¿Pretendes hacernos pasar alguna prueba? ¿Cuánto margen debo darte? Me has destrozado la vida; los dos habéis destrozado mi vida, mi familia y todo aquello en lo que creía. Confiaba en ti… ¿qué se supone que debo hacer ahora? -preguntó Tanya gimiendo desconsolada-. ¿Qué es lo que quieres?

– Necesito tiempo para saber cuáles son mis sentimientos -contestó Peter casi sin voz.

Todos necesitaban tiempo. Alice le había explicado a Peter que estaba enamorada de él, que lo había estado desde la muerte de su esposo, pero que nunca había creído tener la menor opción. Ahora, sin embargo, creía que tenían una oportunidad. Peter no sabía qué hacer con aquella confesión de Alice y el resultado era que, entre las palabras de la una y de la otra y su propia confusión, se estaba ahogando.

– ¿Quieres que abandone la película? Lo haré -dijo Tanya, pero Peter negó con la cabeza.

– La demanda podría ser espantosa. Nos demandarían por daños y perjuicios, por el montante de tu sueldo… ¡Lo que nos faltaba! Solo serviría para empeorar las cosas. Tienes que acabar la película -dijo Peter con rotundidad.

– ¿Para que así Alice y tú os paséis toda la semana follando mientras yo trabajo en Los Ángeles? ¿Qué crees que pensarán tus hijos? No creo que te vean como un héroe precisamente.

– Lo sé, no me siento como tal, sino como un completo gilipollas. La cagué. Ha sido un patinazo, un tremendo error. Te he sido infiel. Pero es así y no puedo cambiar lo que ha pasado. Sin embargo, necesito saber si ha sido únicamente un desliz o si hay algo más. Y me temo que solo en este último caso todo esto cobraría sentido. Ahora paso más tiempo con ella que contigo, Tan, tenemos más cosas en común: los mismos amigos, hacemos las mismas cosas y nos gusta el mismo tipo de vida. Tú estás en otra onda, haciendo otra cosa. Es lo que tú querías. ¿Por qué no eres honesta contigo misma? Quizá solo querías escribir, pero te has metido en toda esta movida. No puedes separar las dos cosas. El tipo de vida forma parte del trabajo y a mí, la verdad, es que me dio la impresión de que estabas muy cómoda en tu bungalow del hotel Beverly Hills. No he visto que fueras desesperadamente en busca de un estudio de alquiler en algún barrio más modesto o que cogieras el autobús en lugar de la limusina. Me parece que en realidad te gusta, ¿y por qué no habría de gustarte? Te lo mereces. Pero no te veo renunciando a todo eso dentro de seis meses. Me da la sensación de que después querrás hacer otra película, y luego otra… Nunca volverás a quererme ni a mí ni esta vida.

– No tienes ningún derecho a tomar esa decisión por mí, ni a decirme cómo me siento ni lo que quiero. Lo único que deseaba era volver a casa al acabar la película. Y ahora me estás diciendo que no puedo, que quizá no haya ninguna casa a la que volver, que alguien podría estar ocupando mi lugar.

– Son cosas que pasan, Tan -musitó Peter con tristeza-. Yo tampoco quería que ocurriera algo así.

– Pero lo hiciste de todos modos. Yo no. Yo no tengo nada que ver con esto. Lo único que hice fue aceptar un trabajo en otra ciudad durante nueve meses. He venido a casa siempre que he podido -protestó Tanya.

De algún modo, quería que Peter fuera justo, pero ni la situación lo era ni la vida era justa en muchas ocasiones.

– No me basta -dijo Peter con honestidad-. Necesito algo más que una mujer que viene a casa un par de fines de semana al mes. Necesito alguien aquí conmigo cada día. Los últimos tres meses me han dejado hecho polvo. No puedo ocuparme de las chicas, trabajar, cocinar y ocuparme también de la casa. No puedo hacerlo todo.

Peter levantó la vista y Tanya, lanzándole una mirada llena de furia, le recriminó:

– ¿Por qué no? Yo lo hacía. Y no te fui infiel para descargar el estrés, y no porque no pudiera. Podría comportarme así en Los Ángeles, pero no lo hago.

Tanya no dudaba de que debía de haber más de un hombre en Hollywood dispuesto a complacerla, pero jamás le habría hecho algo así a Peter. Sin embargo, Alice y su marido sí lo habían hecho, y de ese modo le habían provocado una doble pérdida: la de su esposo y la de su mejor amiga, doblemente deprimente.

– Vamos a intentar manejar esto lo mejor posible durante las vacaciones, procuraremos tranquilizarnos y averiguar cómo nos sentimos. Todo esto es un completo desastre y ahora estamos conmocionados. Intentaré arreglar las cosas antes de que vuelvas a Los Ángeles. Lo siento, Tan, no sé qué más puedo decirte. Necesito algún tiempo para pensar, todos lo necesitamos. Quizá así recuperemos la cordura.

– Yo estoy muy cuerda -dijo Tanya mirándole fijamente-. Sois vosotros los que habéis perdido la cabeza. O quizá la perdí yo cuando firmé el contrato para hacer la película. Pero no merecía algo así.

Tanya volvió a echarse a llorar; las lágrimas resaltaban su extrema palidez.

– No, no te lo merecías. Y no quiero seguir haciéndote daño -dijo Peter.

Ahora que todo había quedado al descubierto, había que encontrar una solución, pero Peter sentía que cada una de las mujeres tiraba hacia un lado y estaba muy confuso.

– Preferiría que no dijéramos nada a los niños hasta que no hayamos decidido qué hacer, si te parece bien -propuso Peter.

Tanya se lo pensó un instante y luego asintió. De cualquier modo, el daño estaba hecho y era imposible que los chicos no se dieran cuenta de que había algo que no iba bien. Habría una tensión inevitable entre Peter y Tanya y, de un día para otro, Alice se había convertido en persona non grata en su casa. Era difícil que pudieran explicarlo, así que, durante aquellas vacaciones de Navidad, sus mentiras tendrían que ser de lo más ingeniosas. En cualquier caso, les delatarían sus ojos. Peter parecía un muerto y a Tanya se la veía destrozada. Por su parte, Alice había desaparecido pero estaba desquiciada; lo último que quería era ser únicamente un pasatiempo para Peter mientras Tanya estuviera lejos. Así que le había exigido una postura clara: o tenían una relación de verdad o la aventura se terminaba. Además, no sentía ningún remordimiento por lo ocurrido y le había dicho claramente a Peter que no tenía inconveniente alguno en sacrificar su amistad con Tanya por él. Aunque por un lado le resultaba embarazoso que Tanya les hubiera descubierto, por otro lado se sentía aliviada. Amaba a Peter desde hacía tiempo -algo que a él le había dejado desconcertado- y sabía que al enterarse Tanya de lo sucedido, él estaría obligado a tomar una decisión y a dar la cara.

Tanya y su marido seguían sentados frente a frente cuando Molly y Megan entraron en la cocina. Al verles, las chicas supieron al instante que había ocurrido algo. Jamás habían visto a su madre tan destrozada; o quizá solo cuando había muerto alguien muy cercano. Peter se puso en pie, cogió la basura y salió a que le diera un poco el aire.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Molly dirigiéndose a su madre.

– Nada -repuso Tanya con una sonrisa muy poco convincente mientras se enjugaba las lágrimas-. Ha muerto una vieja amiga mía de la universidad. Acabo de enterarme y se lo he comentado a papá. Me he puesto triste, eso es todo.

– Lo siento, mamá, ¿puedo ayudarte en algo?

Tanya negó con la cabeza sin lograr pronunciar palabra. En esos momentos, Peter volvió a entrar en la cocina. Cuando los ojos de sus padres se encontraron, su desolación se hizo evidente y Megan se dio cuenta perfectamente.

Unos minutos más tarde, las chicas subieron a su habitación y Jason entró en la cocina. Inmediatamente captó que ocurría algo.

Una hora más tarde, también Jason subió a la primera planta en busca de sus hermanas. Vio la puerta de la habitación de sus padres cerrada -algo muy poco habitual por la tarde- y, aunque sabía que pasaba algo, no podía decir qué era. Los tres se daban cuenta de que era algo serio. Megan pensaba que quizá su madre quería irse a vivir a Los Ángeles y divorciarse.

– No lo creo -dijo Molly con total seguridad-. Jamás nos abandonaría ni a nosotros ni a papá.

– Pero el año que viene no estaremos aquí -le recordó Megan-. Y este año ya nos ha dejado. Estoy segura de que al final se irá a vivir allí. Seguro que es eso.

Sin saber aún lo que había pasado y sintiendo lástima por su padre, añadió:

– Pobre papá, parecía tan preocupado…

– Mamá parecía tan preocupada como él -señaló Ja son-. Espero que no estén enfermos…

No se les había escapado que se trataba de algo de vida o muerte. O casi. Permanecieron los tres juntos tremendamente preocupados, mientras Peter y Tanya seguían discutiendo en su habitación intentando que no les oyeran.

A partir de aquella tarde, fue como si una bruma pesada hubiera cubierto el hogar de los Harris. Como si alguien hubiera muerto y un ambiente de funeral se hubiera adueñado de la casa.

Al cabo de unos días, Tanya hizo de tripas corazón y salió a comprar un árbol de Navidad con Jason, con la intención de recuperar un poco el espíritu navideño. Sin embargo, mientras decoraba el árbol, se echó a llorar y Molly la vio. Intentó averiguar qué era lo que ocurría, pero Tanya no quiso decírselo. Durante el resto de las vacaciones, todos se comportaron con extrema prudencia.

En una de sus salidas, Tanya vio a Alice delante de su casa, pero giró la cara sin saludarla. Cuando Megan preguntó a su madre por qué no habían invitado a Alice ni siquiera a tomar una copa con ellos desde su regreso, su madre le dio vagas excusas argumentando que estaban todos demasiado ocupados.

– Tienes celos de ella, ¿verdad, mamá? -exclamó Megan enfrentándose directamente a su madre-. Tienes celos porque estamos a gusto con ella y nos está haciendo de segunda madre. Bueno, al menos reconocerás que si ella está aquí es porque tú te has largado durante nuestro último curso pasando de nosotros.