Megan solo era una adolescente furiosa y corta de miras a causa de su edad, y aunque Tanya no dijo nada y contuvo las lágrimas, se dio cuenta de que las palabras de su hija podían aplicarse a Peter. Si no se hubiera marchado a trabajar a Los Ángeles, Alice nunca habría podido ocuparse de Peter, ni habría podido invitar a su marido y a sus hijas a cenar varias veces por semana. En resumen -tal como decía Megan-, tenía su merecido. ¿Tendría razón? Sin embargo, lo cierto era que Tanya llevaba cuatro meses en Los Ángeles sola y no había sido infiel a Peter.

El día de Nochebuena el ambiente familiar seguía cargado de hostilidad y tristeza. Como cada año, fueron los cinco juntos a la iglesia, pero aquella noche no fueron en grupo con Alice y sus hijos, sino cada familia por su lado. A Megan no le gustó la situación y tras comentar que Alice le daba pena, se fue a sentar con ella. Tanya se pasó la misa entera arrodillada, cubriéndose el rostro con las manos y llorando desconsoladamente. Peter miraba a la una y a la otra. Una de ellas le suplicaba con la mirada que empezara con ella una nueva vida; la otra, lloraba por todo lo que había perdido.

Unos días atrás, Peter le había explicado a Alice que había decidido resolver sus dudas y que no quería volver a hablar con ella hasta no haberse aclarado. Se sentía presa del pánico y se daba cuenta de que su aventura con Alice había desatado un maremoto que empeoraba día a día.

Pasaron el día de Navidad como pudieron y, al cabo de unos días, los chicos decidieron ir a pasar la Nochevieja a Tahoe y aprovechar para pasar unos días esquiando. Tanya sabía que estaban deseando desaparecer. Aunque hacía lo imposible por disimular, la pantomima no resultaba muy convincente; cuando por fin sus hijos se fueron, tanto Peter como ella estaban al borde de un ataque de nervios. Para colmo, cada vez que perdía a su marido de vista sin saber dónde se encontraba, Tanya sospechaba que estaba con Alice. Era consciente de que ya no confiaba en él y de que, probablemente, nunca más lo haría.

Tanya se sentía incapaz de celebrar la noche de Final de Año, así que decidieron fingir que no existía. Se acostaron a las diez de la noche, pero a la mañana siguiente parecía que ninguno de los dos hubiera pegado ojo. Cuando se despertaba por las mañanas, Tanya recordaba inmediatamente lo ocurrido, y se sentía morir. No le había preguntado a Peter cuál era su decisión; y había aceptado que cuando la tomara, se la comunicaría.

La mañana de Año Nuevo, estaban los dos tumbados en la cama mirando por la ventana. Desde su lado de la cama Tanya podía ver la esquina del tejado de la casa de Alice. Se quedó observándolo en silencio.

– Voy a dejarlo con Alice -dijo en tono sombrío Peter, mirando al techo-. Creo que es lo correcto.

Hubo un silencio sepulcral en la habitación. En opinión de Tanya, lo correcto era que nunca hubiera ocurrido. Dejarlo era la segunda mejor opción.

– ¿Es eso realmente lo que quieres, Peter? -preguntó ella con calma.

El asintió.

– ¿Y crees que podrás hacerlo? ¿Te lo permitirá ella? -volvió a preguntar Tanya, que sabía mejor que nadie lo tenaz que podía ser Alice cuando quería algo.

– Se está mostrando muy comprensiva. Al parecer, quiere hacer algunas gestiones para la galería por Europa, así que se marchará una temporada. Eso nos ayudará a distanciarnos. Al fin y al cabo, todo esto es muy reciente -razonó Peter.

Después, lanzó un profundo suspiro. Detestaba tener que hablar de todo aquello con Tanya, pero sabía que no tenía opción. Ambas llevaban dos semanas esperando su decisión. La tarde anterior había hablado con Alice, que había aceptado su resolución, sin alegrías, pero con comprensión. Solo le había hecho saber que si cambiaba de opinión, ella le estaría esperando con la puerta abierta. Aquello le ponía las cosas más difíciles a Peter, porque sabía que para salvar su matrimonio tenía que mantener aquella puerta cerrada a cal y canto.

– ¿Y qué pasará cuando vuelva? -preguntó Tanya con preocupación.

– Supongo que mantendremos la distancia un tiempo hasta que las cosas vuelvan a la normalidad.

Sin embargo, los tres sabían que no sería posible. Tanya no había hablado con Alice porque no tenía intención alguna de volver a dirigirle la palabra en su vida. Y en lo que respectaba a su marido, sabía que al regresar a Los Ángeles, no lo haría confiada. Quizá Alice no estaría, pero había muchas otras mujeres. Además, cuando Alice regresara de Europa, nadie podía asegurar que fueran a mantenerse alejados. Era una situación terrible para todos.

Tanya asintió sin decir nada y se levantó para darse una ducha. No se sentía capaz de abrazar a Peter y decirle que le amaba. Ya no sabía qué sentía: furia, rabia, decepción, miedo, dolor, tristeza, un sinfín de emociones, pero ninguna de ellas placentera y, desde luego, no sabía si alguna de ellas era amor. Confiaba en que con el tiempo pudieran recuperar su relación, hacer que renaciera de sus cenizas. Pero ya no podía estar segura de nada. Había surgido un muro entre ambos y Peter tampoco hacía un gran esfuerzo por escalarlo.

Por su parte, Peter también confiaba en dejar pasar el tiempo, pero a su vez, se sentía terriblemente solo. Con la intención de reparar mínimamente el daño causado, invitó a Tanya a cenar unos días antes de su regreso a Los Ángeles. Alice ya se había marchado a Europa y Jason había vuelto a la universidad. Las vacaciones habían sido deprimentes e increíblemente tensas de principio a fin.

Tanya aceptó la invitación, pero no tenía nada que decir. Consiguieron superar el rato que duró la cena hablando de los chicos y de todos los tópicos habidos y por haber. No fue una noche agradable, pero sabían que había que volver a empezar de algún modo. Ambos evitaron prudentemente hablar de ello. Por la noche, ya en la cama, Peter intentó acercarse a ella por primera vez desde su regreso y el descubrimiento de su infidelidad. Sin embargo, en el momento en el que Peter le puso la mano suavemente sobre la espalda, el cuerpo de

Tanya se tensó. Se apartó rápidamente de su lado y después se volvió y le miró en la penumbra. Peter no podía ver las lágrimas que inundaban los ojos de Tanya, pero podía intuirlas en su voz.

– Lo siento, Peter, pero no puedo… todavía no puedo -dijo Tanya despacio.

– Está bien. Lo comprendo -dijo él, dándose la vuelta de inmediato.

En todas aquellas semanas, Peter no había abrazado a su mujer ni le había dicho que la quería pero, en realidad, era lo que más deseaba decirle. Solo habían hablado de Alice; aquella mujer estaba allí, en medio de ambos, tan firme como si hubiera estado presente en el lecho físicamente.

Cuando Peter le dio la espalda, Tanya ladeó la cabeza sobre la almohada y se quedó mirando a su marido, preguntándose si las cosas podrían volver a ser como antes.

Capítulo 12

Volver a Los Ángeles después de Navidad fue doblemente agónico. Antes de marcharse, abruzó a sus dos hijas con lágrimas en los ojos y tan alterada que no pudo pronunciar palabra. Incluso Megan dio muestras de compasión. Por otro lado, su hija se quedaba sin mentora femenina. La familia Harris sabía que Alice iba a estar fuera un mes entero, ya que había llamado a las mellizas para despedirse. Nadie sabía exactamente cuáles eran sus planes, pero le había dejado a Peter el itinerario que pensaba seguir; una información que él no quiso compartir con nadie y que, en realidad, tampoco quería tener. Peter no se fiaba de sí mismo, así que después de anotar los números de teléfono, se lo pensó mejor, rompió la nota en mil pedazos y se deshizo de ellos rápidamente. De ese modo, si alguna noche flaqueaba, no tendría la posibilidad de llamarla y pedirle que regresara. Así se sentía más seguro, a pesar de que estaba decidido a dejarlo con Alice y creía ser capaz de hacerlo. Pero, a decir verdad, últimamente no se consideraba capaz de gran cosa ni tenía una gran seguridad. Le resultaba muy doloroso saber que Tanya ya no confiaba en él.

– Todavía te quiero, Peter -le dijo Tanya con tristeza en el aeropuerto.

Tanya seguía teniendo un aspecto horrible y no habían conseguido hacer el amor antes de su marcha. Cada vez que Tanya pensaba en ello, en su cabeza aparecía la imagen de Peter traicionándole con Alice. Le iba a costar tiempo recuperarse del impacto y volver a sentirse bien con su marido.

– Yo también te quiero, Tan. Siento mucho todo lo que ha ocurrido.

Las fiestas navideñas habían sido un absoluto infierno para todos. Sus hijos -a pesar del esfuerzo de sus padres por ocultar los problemas- se habían dado cuenta de que algo iba mal, y para colmo el mutismo de sus padres no había hecho más que aumentar sus temores y preocuparles todavía más.

– Espero que las cosas mejoren pronto -deseó Tanya con tristeza.

– Yo también -coincidió Peter.

Era sincero y realmente quería que su matrimonio volviera a funcionar. Sin embargo, no sabía cuán profundo era el daño causado. Sin duda, mucho.

– Si puedo, volveré a casa el viernes.

¿Qué ocurriría si no podía? Se preguntó Tanya. ¿Con quién dormiría Peter? ¿Dónde iba a estar Alice? ¿Buscaría su marido a otra sustituta? Tanya había confiado ciegamente en su marido durante veinte años, pero ya no estaba segura de nada ni confiaba en nadie. Menos aún en Peter.

Era terrible para Tanya tener esos sentimientos, al igual que para Peter, que podía adivinarlos cada vez que su esposa le miraba. En sus ojos veía el ardiente reproche y el reflejo de su corazón roto. Por ello, en cierto modo, ambos se sintieron aliviados al separarse. Habían sido tres semanas espantosas y aunque Tanya sufría por abandonar a su familia, también se alegraba de volver a Los Ángeles. Aunque su corazón estaba destrozado, era una forma de huir. En aquella ocasión, Peter habría tenido razón, porque realmente ansiaba estar lejos.

Entró en el bungalow a las ocho de la tarde, pero las alegres habitaciones del hotel Beverly Hills le parecieron deprimentes esta vez. Quería y no quería volver a casa. Lo que deseaba era volver a estar en Ross con Peter, como antes, pero no sabía si eso sería posible. Se sentía más sola que nunca y añoraba terriblemente a sus hijos. Echaba a todo y a todos de menos, incluso a sí misma, como si aquellas tres semanas la hubieran también separado de su persona. Lo único que no había perdido era a sus hijos, pero sentía que un abismo la separaba de ellos.

Aquella noche no llamó a Peter, y él tampoco la llamó. El silencio del bungalow 2 era ensordecedor, pero Tanya no se molestó siquiera en poner música. Se metió en la cama hecha un ovillo, llamó a recepción para pedir que la despertaran y se echó a llorar desconsoladamente. En cierto modo, era un alivio no tener a Peter a su lado, no sentir su presencia ni preocuparse por sus pensamientos o por si había noticias de Alice. Tanya tenía la sensación de que no iba a ser capaz de cortar los lazos que unían a su marido con su amiga y tampoco podía saber si la promesa de Peter de romper aquella relación era sincera o, caso de serlo, si podría mantenerse fiel a ella. No sabía qué pensar. Había confiado en Peter, pero en solo tres semanas su pequeño y pacífico mundo se había venido abajo como un castillo de naipes. Lloró y lloró hasta que cayó rendida.

Al día siguiente, tuvo que madrugar, pero volver al plató le pareció una bendición. Enseguida vio a Max y a Harry compartiendo una pasta. En cuanto vio a Tanya, el perro empezó a mover la cola, un gesto al que ella correspondió con una caricia y una apagada sonrisa.

– Bienvenida -la saludó Max con una sonrisa.

El director no tardó ni un segundo en captar la pena que Tanya arrastraba consigo. Había perdido por lo menos cinco kilos y estaba muy demacrada.

– ¿Cómo han ido las vacaciones? -preguntó fingiendo no haberse dado cuenta.

– Fantásticas -respondió Tanya de manera automática-. ¿Qué tal en Nueva York?

– Ha hecho un frío espantoso y no ha parado de nevar. Pero ha sido divertido. Mis nietos me han dejado agotado. Los niños son para los jóvenes. Yo ya soy demasiado viejo.

Tanya esbozó una sonrisa. En ese momento, se acercó Douglas con un montón de notas. Eran los nuevos cambios en el guión, señalados en color pastel. Habían sido tantos los cambios que ya no sabían cómo identificarlos.

– Bienvenida a Hollywood una vez más -dijo arqueando las cejas, sorprendido ante el aspecto de Tanya. En un tono claramente irónico, añadió-: Veo que en Marin todo ha ido de maravilla, ¿no? Me parece que no has probado bocado desde que te fuiste.

Douglas, como siempre, un encanto. Jamás se mordía la lengua ni dejaba de decir lo que pensaba.

– He estado con gripe -dijo Tanya sabiendo que no la creería.

– Lo lamento. Bienvenida de vuelta al trabajo -repitió antes de seguir su camino.