– Sí, he disfrutado mucho con ellos -dijo Tanya queriendo convencerse a sí misma y tratando de olvidar la realidad de sus Navidades-. Pero lo cierto es que ha sido agradable volver hoy al trabajo.

Douglas la miró a los ojos e intuyó algo.

– No sé por qué, pero me da la sensación de que tienes problemas en casa y me estás mintiendo. Aunque si estoy metiendo la pata, solo tienes que decirme que me ocupe de mis asuntos.

No quería contárselo todo pero tampoco tenía fuerzas para mentirle. Al fin y al cabo, ¿qué importaba?

– No estoy mintiéndote, pero no quiero hablar de ello -admitió Tanya-. Si tengo que ser sincera, las vacaciones han sido un horror.

– Lo siento -dijo él dulcemente-. Esperaba estar equivocado.

Tanya no quiso creer las palabras de Douglas. Sabía que estaba empeñado en que se dejara conquistar por la vida de Los Ángeles.

– ¿Algo serio? -insistió Douglas, que se había percatado del dolor que reflejaban los ojos de Tanya y sentía sincera lástima por ella.

– Quizá. El tiempo lo dirá -dijo ella crípticamente.

– Lo lamento, Tanya -repitió Douglas-. Sé lo mucho que significa tu hogar para ti. Doy por sentado que el problema ha sido con tu marido y no con tus hijos.

– Así es. La primera vez. Una completa sorpresa.

– Siempre es una sorpresa para todo el mundo. Ni las relaciones ni la confianza en la pareja son fáciles, estés casado o no. Por eso yo las evito a toda costa -dijo Douglas sonriendo mientras acababan con el sushi-. Es más fácil ser libre y mantener relaciones superficiales.

Douglas sabía que no había nada superficial en la vida, el matrimonio o los sentimientos de Tanya hacia su marido, así que añadió:

– Aunque sé que no es tu forma de ser.

– No, no lo es -afirmó Tanya con una apagada sonrisa-. Creo que al venir yo aquí, nos pusimos a prueba. Estar fuera de casa nueve meses y regresar únicamente en contados fines de semana es una dura exigencia. Ha sido duro para Peter y para las niñas. Es una pena que no ocurriera el año próximo. Pero, aun así, para él habría sido igualmente duro.

– A lo mejor fortalece vuestro matrimonio -comentó Douglas mientras pagaba la cuenta. Sin embargo, no creía realmente en lo que decía.

Para Douglas, Tanya era una especie extraña. Le fascinaba pero, al mismo tiempo, no entendía que diera tanto valor a su forma de vida ni por qué la defendía de aquella manera. A su modo de ver, era una vida completamente aburrida y prosaica.

– O quizá descubras que tú has superado ya vuestra relación o él mismo sea ya algo superado -añadió con cautela Douglas.

– No creo que sea así -contestó Tanya con calma-. Creo que es simplemente una situación dura de llevar.

Más dura todavía desde que Peter había añadido a Alice a sus vidas, pensó Tanya, y, deseando que fuera verdad, añadió:

– Lo superaremos.

Tanya se quedó callada. Al salir del restaurante, todavía discutieron algún aspecto más del guión en la calle.

– Siento que estés pasando un mal momento, Tanya -dijo Douglas mirándola con ternura-. A todos nos ha ocurrido alguna vez. Si puedo hacer algo por ti, házmelo saber.

Tanya percibió la sinceridad de sus palabras. Douglas veía lo alterada y dolida que estaba y se compadecía de ella. Sabía que era una buena persona.

– Me gustaría poder marcharme a casa los fines de semana una temporada. Sin que ello signifique dejar a nadie en la estacada, claro -dijo Tanya.

– Haré lo que pueda -respondió él.

Seguidamente, Douglas subió a su Ferrari y arrancó a toda prisa. Tanya volvió al hotel en su limusina. Al entrar en el bungalow, se sintió muy sola. Echaba de menos a Peter y le llamó al móvil. Él descolgó al instante, como si hubiera estado esperando la llamada.

– Ah, hola… -respondió. Pareció algo sorprendido de oír su voz.

– ¿Quién creías que era? -preguntó Tanya con el corazón encogido y súbitamente recelosa.

– No lo sé… tú, supongo. Aunque estaba charlando con las chicas.

¿Habría estado esperando la llamada de Alice o de alguna otra mujer? Se preguntó Tanya, odiando aquella sensación y aquella desconfianza que sentía hacia las palabras de su marido.

– ¿Qué tal ha ido el día? -preguntó Peter.

– Bien, pero ha sido un día largo. Hemos estado en el plató hasta las ocho y después he ido a cenar sushi con Douglas para seguir discutiendo el guión. Quieren más cambios.

Por la mañana, Tanya tenía planeado quedarse a trabajar esos cambios en el hotel. Faltaban tres meses de rodaje y se le antojaba un camino sin fin. Por no hablar de los dos meses de posproducción; una eternidad. No estaba segura de que su matrimonio pudiera soportar aquella presión; además, cuando pensaba en los meses que le esperaban y en lo que Peter y Alice habían hecho, se ponía enferma. Era algo que nunca habría imaginado que pudiera sucederle. Había creído tener un matrimonio sólido, pero ahora todo estaba en el aire. Aunque Peter hubiera decidido terminar con Alice, Tanya temía que el daño causado fuera demasiado grande.

– ¿Y qué tal tu día? -preguntó Tanya intentando aparentar normalidad.

Sin embargo, nada era igual. Los dos se sentían extraños y la voz de Tanya no ocultaba su sufrimiento.

– También largo, pero bastante bien -respondió Peter.

Después, suavizando la voz, añadió:

– Aunque ahora mismo todo sea un desastre, te echo de menos. Lo siento, Tan. Siento haberlo estropeado todo.

Peter se había refugiado en su habitación, teléfono en mano, y se había sentado en la cama para hablar con su mujer. Como ella, se sentía solo y parecía a punto de echarse a llorar.

– Confío en que podamos arreglarlo -dijo ella con dulzura-. Yo también te echo de menos.

De repente, a Tanya se le ocurrió una idea:

– ¿Quieres venir aquí a pasar una noche esta semana?

Les iría bien un poco de romanticismo en sus vidas, para fortalecer los lazos que les unían.

– No creo que pueda -se lamentó con desánimo-. Tengo reuniones todos los días y no quiero dejar a las chicas solas.

Y ahora no estaba Alice en la casa de al lado para vigilarlas o ayudarlas si surgía un problema.

– Podrían quedarse en casa de alguna amiga -propuso Tanya.

– No sé. Quizá la semana próxima. Esta me va fatal.

– Era solo una idea.

– Una buena idea.

– Te prometo que intentaré ir este fin de semana. Le he dicho a Douglas que de verdad necesito estar en casa, así que espero que no me programen ninguna reunión el sábado. Y aunque lo hagan, iré a casa al terminar. -Era muy consciente de que era imprescindible estar juntos para intentar salir adelante.

Finalmente, aquel fin de semana no hubo ninguna reunión. Tanya no sabía si no la necesitaban o si Douglas lo había arreglado. El caso fue que el viernes pudo marcharse a primera hora de la tarde y llegó a Ross a la hora de cenar. Tanto Peter como sus hijas estuvieron encantados de verla. Las mellizas salieron son sus amigas y Tanya y Peter salieron a cenar a un pequeño restaurante italiano en Marin, uno de sus favoritos. Al llegar a casa, las cosas casi parecían normales. Estar separados durante la semana había ayudado a serenar los ánimos. Aunque no hicieron el amor, aquella noche durmieron abrazados. A la mañana siguiente, por primera vez desde que Peter había tenido su aventura con Alice, Tanya y él hicieron el amor. Fue triste y dulce a un tiempo, y aunque el acto en sí fue satisfactorio, pareció que los dos estuvieran intentando encontrarse de nuevo. Después, acurrucada en los brazos de su marido y con los ojos cerrados, Tanya tuvo que hacer un esfuerzo para no pensar que Peter había hecho lo mismo con Alice.

Por su parte, Peter no osó preguntarle en qué estaba pensando. Quería que las cosas volvieran a ir bien y confiaba en que así fuera; para ello, lo único que podía hacer era intentar reparar el daño causado.

– Te quiero, Peter -dijo Tanya abriendo los ojos y sonriéndole con ternura y tristeza.

– Yo también -correspondió él besándola en los labios-. Te quiero, Tan. Lo siento tantísimo…

Ella asintió y procuró ahuyentar de su mente la sensación de despedida que había intuido en aquel «te quiero» en los labios de su esposo.

Capítulo 13

Las tres primeras semanas de enero Tanya se las arregló para volver a casa cada fin de semana. Parecía que las cosas entre ella y Peter volvían a la normalidad. Sabía que su marido estaba haciendo esfuerzos por enmendar el error, y cada semana comprobaba con alivio que Alice todavía no había regresado. No quería volver a ver a su amiga nunca más, aunque iba a resultar imposible viviendo puerta con puerta. Pero no cabía duda de que su ausencia ayudaba a llevar la situación y, cuanto más tiempo estuviera lejos, más posibilidades había de romper el hechizo y de que ellos rehicieran su matrimonio.

El cuarto fin de semana Tanya tuvo que quedarse en Los Ángeles. Peter le dijo que no se preocupara; él estaba preparando un juicio, las chicas tenían planes con sus amigos y había hecho un tiempo tan espantoso durante toda la semana -con tormentas incesantes-, que lo más probable era que hubiera retraso o cancelaciones en los vuelos. Así que lo mejor era que no volase. Además, Tanya tenía muchísimo trabajo: había que añadir más cambios al guión y le esperaban duras semanas de rodaje en distintas localizaciones. Faltaban unas seis o siete semanas para terminar la película y Tanya ardía en deseos de que llegara ese día. Al acabar, tendría un descanso de dos semanas antes de regresar nuevamente a Los Ángeles para trabajar en la posproducción con Max y el equipo.

En aquellos momentos, Tanya llevaba ya cinco meses en Los Ángeles y, probablemente, tendría que pasar cuatro meses más en Hollywood. Sentía que se había dejado la piel en aquella película, o, peor aún, su matrimonio. No podía negar que las cosas, poco a poco, habían ido mejorando con Peter y sabía que les había ido muy bien pasar aquellos últimos fines de semana juntos.

A la semana siguiente Tanya sufrió una terrible gripe intestinal o algún tipo de intoxicación y, como consecuencia, no pudo ir a Marin. Faltaba una semana para San Valentín y, afortunadamente, en aquella fecha tan señalada pudo escaparse de Los Ángeles. Para Peter había comprado una corbata con corazones y una caja de sus bombones preferidos, y para las mellizas unos camisones monísimos y unas camisetas de Fred Segal. Llegó a casa cargada con todos los regalos en su bolsa de viaje, pero al bajar del taxi vio que Peter y Alice salían de casa de ella. La llevaba cogida por la cintura y estaban riéndose. Tanya quería darle una sorpresa a su marido, así que no le había avisado de la hora en la que llegaría. Se quedó paralizada al verles. Cuando Peter levantó la vista, se encontró con los ojos de su mujer atravesándole. Después, Tanya se recompuso, bajó la mirada y entró en casa a toda prisa. Peter la siguió y la encontró temblando en la cocina. Su marido la miró, asustado.

– Veo que Alice ha vuelto -dijo Tanya mirándole.

No le estaba acusando, pero no se le había escapado que Peter y Alice estaban muy relajados juntos y que Alice se había cambiado de peinado.

– ¿Cuándo ha vuelto? -preguntó.

– Hará unos diez días -dijo Peter, muy serio.

Sabía lo que Tanya estaba pensando, pero entre Alice y él no había vuelto a ocurrir nada. Habían estado hablando de lo sucedido dos meses atrás. Ambos seguían sin entenderlo muy bien y querían averiguar qué significaba, si había sido un accidente o algo más trascendente para alguno de ellos.

– Alice tiene buen aspecto -dijo Tanya con voz queda.

Quería preguntarle si se había acostado con ella, pero no se atrevió. Sin embargo, era tan evidente lo que Tanya estaba pensando, que Peter pudo oír su pregunta sin necesidad de que la formulara.

– No ha pasado nada, Tan. Está enferma -dijo en el mismo tono trascendente-. Al volver, se hizo un chequeo y le han encontrado un bulto en el pecho. La operaron la semana pasada y empezará la radioterapia en unos días.

Tanya miró a su marido al percibir preocupación en el tono de su voz.

– Lo siento mucho por ella. ¿Eso cambia las cosas entre nosotros de nuevo? -preguntó Tanya sin rodeos.

Quería saber a qué atenerse y no vivir en una montaña rusa emocional. Una vez había sido más que suficiente.

– Solo me da pena -dijo Peter con sinceridad, después de negar con la cabeza.

Aunque Tanya sabía que aquello era muy peligroso, no había nada que pudiera hacer. Lo que Peter sintiera por Alice era algo que solo dependía de él y Tanya sabía que ella no podía evitar perderle si él lo deseaba. Al fin y al cabo, quizá no tuviera nada que ver con su estancia en Los Ángeles. No podía tener siempre a su marido atado a ella y si Peter decidía que quería separarse, encontraría el modo de hacerlo.