– Creo que sería muy divertido -respondió despacio, todavía sorprendida.
En ese momento, Douglas se levantó, le dio un golpecito en el brazo y se dirigió hacia su sala de música. Estuvo tocando al piano piezas de Chopin y de Debussy. Tanya se tumbó en la hamaca, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. Pensando en la propuesta de Douglas y al son de su maravillosa maestría, se quedó dormida con una sonrisa en los labios.
Cuando Douglas se levantó del piano, descubrió que Tanya estaba dormida y se quedó observándola largo rato. Aquella era exactamente la escena que había tenido en mente nada más conocerla. Se había hecho esperar, pero al final, había llegado.
Era ya media tarde cuando Douglas despertó a Tanya con delicadeza. Charlaron un rato y luego la acompañó al hotel. Prometió llamarla al cabo de unos días.
Capítulo 15
La primera vez que Douglas llevó a Tanya a cenar, la velada resultó mucho más refinada de lo que Tanya había esperado, pero también sorprendentemente divertida. Tanya se puso el vestido de fiesta negro que el productor le había regalado el año anterior, sandalias de satén negro, pendientes de diamantes, una torera de piel y un pequeño bolso de mano a juego con las sandalias. Se había recogido la melena rubia en un moño y lucía un aspecto elegante y pulcro. Subió al nuevo Bentley de Douglas y el productor no pudo esconder su satisfacción al verla con aquel look tan distinguido. Tanya se quedó impresionada ante el elegante porte de Douglas que, además, lucía una corbata negra aquella noche. Juntos hacían una pareja extraordinariamente glamurosa. Asistían a la fiesta que celebraba uno de los actores de la vieja guardia hollywoodiense, un hombre mayor y muy respetado cuyas fiestas, precisamente, se habían hecho famosas por su increíble refinamiento. La casa era tan hermosa como la de Douglas, a pesar de que de sus paredes no colgaban cuadros tan impresionantes. Entre los invitados, estaban los nombres más importantes del mundo del espectáculo. Tanya tuvo ocasión de charlar con gente a la que solo conocía de oídas y Douglas fue testigo de los halagos que recibía por los guiones de Mantra y de Gone. El productor la colmó de atenciones para que se sintiera a gusto y estuvo pendiente de ella en todo momento.
La cena fue excelente y Tanya y Douglas bailaron sobre el suelo de cristal que cubría la piscina al son de una banda de música que había llegado desde Nueva York especialmente para la fiesta. Fue una velada maravillosa y disfrutaron de la fiesta hasta pasada la medianoche. Al regresar al hotel, tomaron una copa en el Polo Lounge. Tanya estaba relajada y feliz y dio las gracias a Douglas por lo bien que lo había pasado.
– En este tipo de fiestas se suele reunir gente interesante -comentó Douglas, después de asegurarle que él también lo había pasado estupendamente-. Gente inteligente, no los que solo quieren lucirse. Siempre hay alguien con quien entablar una buena conversación.
Tanya asintió. Había podido experimentarlo ella misma, ya que Douglas se había preocupado de incluirla en todas sus conversaciones. Había sido un acompañante considerado y atento, y Tanya había estado muy a gusto. Para su sorpresa, se sentía muy cómoda con Douglas. Después de la copa, el productor le dio las gracias por haber aceptado su invitación y le dijo que su compañía le había ayudado a disfrutar mucho más de la velada. Tanya podía notar que era sincero.
– Lo repetiremos pronto -dijo con una cálida sonrisa, dándole un beso en la mejilla-. Gracias, Tanya. Que duermas bien. Te veré mañana.
Tenían una reunión de preproducción en la oficina de Douglas a la mañana siguiente. Tanya se sentía como Cenicienta, como si al despertar, tuviera que volver a barrer la escalera del castillo. De cualquier modo, aquella noche había sido un interludio maravilloso para ambos.
Después de acompañarla hasta su habitación, Douglas se marchó pensativo y sonriente, repasando mentalmente la noche. Había salido aún mejor de lo esperado. Mientras Douglas conducía de vuelta a casa en su Bentley, Tanya se desvestía pensando en él. Era un hombre complejo y siempre había tenido la sensación de que detrás de los muros que construía a su alrededor, había mucho que descubrir. Era muy tentador intentar dar con la llave que los abriera y averiguarlo. Se trataba de un hombre inteligente y también atractivo. Tanya nunca había pensado que pudiera sentirse atraída por él, pero acababa de descubrir, sorprendida, que así era. Había disfrutado bailando, hablando con él y comentando después la noche. Además, se reían juntos. En conjunto, la noche había sido un éxito.
Después de lavarse los dientes, Tanya se metió en la cama pensando en lo afortunada que era por haber salido con Douglas. Aunque no era la forma en la que ella enfocaba las cosas, sabía que producía un gran efecto en Hollywood ir del brazo de Douglas Wayne.
En la reunión del día siguiente, Douglas se mostró extremadamente circunspecto. Adele presentó sus comentarios al guión y estuvieron discutiéndolos. Douglas apostó prácticamente todo el rato por las opciones de Tanya y estuvo de acuerdo con todo lo que ella opinaba. Y cuando no lo estaba, se lo explicaba con mucha delicadeza. Se mostró más respetuoso de lo habitual y particularmente amable. Se preocupó de que no le faltara té en ningún momento, y después de la reunión comió con ella y con el resto del equipo.
Tanya tenía la sensación de que Douglas, de un modo sutil, cauteloso y bastante agradable, la estaba cortejando. Era una sensación extraña pero placentera. Al acabar de trabajar, la acompañó al coche y le propuso que salieran a cenar al día siguiente. Tanya aceptó.
Mientras se alejaba, Tanya se preguntó a qué conduciría todo aquello; aunque creía que probablemente a ningún sitio, no podía negar que salir con Douglas era agradable y que, teniendo en cuenta la pesadilla que habían supuesto los últimos meses de su vida, le sentaba muy bien.
Su segunda cita oficial con Douglas fue mucho más informal que la primera. Fueron a un acogedor restaurante italiano donde estuvieron charlando durante horas. Douglas le contó su infancia en Missouri. Era hijo de un banquero y de una mujer de la alta sociedad. Ambos habían muerto siendo él muy joven y le habían dejado en herencia una respetable suma de dinero que él había utilizado para viajar a California y empezar su carrera de actor. Le costó muy poco tiempo darse cuenta de que el dinero y la emoción se encontraban en el mundo de la producción. Invirtió sus ahorros y ganó algo de dinero; a partir de ahí, se dedicó a invertir en producciones con las que había amasado una inmensa fortuna. Era una historia fascinante que Douglas relató a Tanya con soltura.
Había ganado su primer Oscar a los veintisiete años y a los treinta ya era una leyenda en Hollywood. Con el tiempo, la leyenda se había transformado en una institución. Corrían cientos de historias sobre Douglas Wayne y todos le consideraban un rey Midas. Era objeto de envidia, celos, respeto y admiración. Aunque era un duro negociador, tenía integridad; sin embargo, nunca aceptaba un no por respuesta. No tuvo reparos en reconocer a Tanya que le gustaba salirse con la suya y que podía ser realmente perverso con aquellos que le llevaban la contraria. Tanya estaba descubriendo a un hombre con muchos rasgos positivos y le interesaba todo lo que le contaba. Se daba cuenta de que solo le estaba dejando ver aquello que él quería y de que los muros que le protegían seguían en pie. Quizá siempre sería así, pero no tenía ninguna prisa por escalarlos o derribarlos. Era un apetecible desafío descubrir quién era Douglas Wayne. Hasta el momento había descubierto que era un hombre muy inteligente, distante, en cierto modo cauteloso, y con una solidez financiera notable. Tenía amplios conocimientos de arte, adoraba la música y aseguraba que creía en el concepto de familia, pero solo para los demás. No tenía problemas en admitir que los niños le ponían nervioso. Parecía tener muchas peculiaridades, algunas excentricidades y unas opiniones firmes. Pero, al mismo tiempo, Tanya percibía que era un hombre vulnerable, amable en ocasiones y muy poco pretencioso, algo sorprendente teniendo en cuenta quién era. Su lado más sarcástico, frío e intimidatorio -el más visible en un primer momento- parecía haberse ido suavizando conforme pasaban más tiempo juntos y le conocía mejor.
Aquella noche se fueron aún más tarde a casa. Douglas se abrió camino entre el tráfico de la noche camino del hotel. Había algo anticuado pero atractivo en sus modales. Tenía cincuenta y cinco años y llevaba veinticinco años soltero. Douglas le había ido dando pequeñas dosis de información sobre su persona -todas interesantes-, y ella había hecho lo mismo. Tanya se había referido a menudo a sus hijos pero él no había mostrado excesivo interés. Se había disculpado alegando que los chavales no eran lo suyo.
Después de aquella agradable velada, Douglas se despidió de ella de nuevo con un beso en la mejilla. Tanya sentía que la respetaba y que no pretendía interferir en su vida. Era un hombre que mantenía las distancias y que tenía claros y definidos límites a su alrededor, así que esperaba que los demás fueran igual que él. Dejaba claro que no le gustaba que la gente le fuera detrás. Del mismo modo, le desagradaban los camareros zalameros, los dueños de restaurante estirados o los maîtres remilgados. A Douglas le gustaba que le sirvieran educadamente, pero no soportaba bajo ningún concepto sentirse acosado. Era algo que repetía reiteradamente. Douglas prefería ser él quien se acercara a la gente, a su ritmo, antes que ser perseguido o acosado, y Tanya estaba encantada de dejar que él marcara el ritmo. No tenía intención alguna de atraparle, atosigarle o cazarle y, tal como iban las cosas, estaba perfectamente cómoda. No esperaba nada de él y la relación que mantenían en esos momentos era perfecta para ella. Aunque habían pasado unas noches estupendas juntos, seguían siendo solo amigos.
Douglas invitó a Tanya a muchas otras encantadoras veladas. Fueron a una exposición al Museo de Arte de Los Ángeles y también asistieron al estreno benéfico de una obra de teatro que ya había sido presentada en los escenarios de Nueva York. Era una obra polémica y los asistentes al evento formaban un público ecléctico e interesante. Después de la obra, se fueron ellos dos solos a cenar. Douglas la llevó a L'Orangerie para evitar el Spago, donde siempre solía haber gente conocida y él se habría pasado la noche saludando al resto de comensales. Douglas quería centrarse en Tanya y en su conversación con ella y no tener que preocuparse de toda la gente conocida que estaría preguntándose quién era la acompañante de Douglas Wayne. En L'Orangerie, Douglas pidió caviar para Tanya y langosta para ambos. De postre, suflé. Fue una cena perfecta y una velada maravillosa. Douglas estaba demostrando ser un compañero de cena y de cita realmente divertido. La incomodidad que había sentido Tanya al conocerle, los dardos afilados que le lanzaba y la cínica interpretación que hacía de su matrimonio y de su vida, no tenían absolutamente nada que ver con el hombre con el que estaba en aquellos momentos. Douglas era comprensivo, amable, interesante y atento, y se entregaba en cuerpo y alma para que Tanya lo pasara bien. Planeaba actividades inusuales que consideraba que serían de su interés, se mostraba respetuoso, encantador, gentil y eficiente, y siempre actuaba como si la estuviera protegiendo, incluso en las reuniones. A su lado, todo era fácil para Tanya.
Los domingos en la piscina de Douglas pasaron a convertirse en un ritual. Él tocaba el piano y Tanya hacía el crucigrama o se tumbaba al sol a dormir. Una vez empezó el rodaje de la película, resultaban un contrapunto ideal a la ajetreada semana. Habían empezado a rodar a principios de octubre, con una semana de retraso. El ambiente en el plató era extremadamente tenso debido al contenido de la película y a las rigurosas exigencias de la interpretación. Tanto Douglas como Tanya necesitaban abstraerse de aquella atmósfera, por lo que salían juntos por la noche para relajarse. Algunas veces, Douglas se reunía con ella en el bungalow y pedían la cena al servicio de habitaciones o cenaban en el Polo Lounge. Aunque el restaurante no resultaba tan íntimo como el bungalow, también les sentaba bien salir y hablar con otra gente.
Ambos parecían tener intereses comunes y la misma necesidad de estar o no con gente según su estado de ánimo. Era como si compartieran necesidades, pautas y ritmos. Tanya estaba sorprendida de lo bien que se llevaban. Nunca habría imaginado que estar con Douglas fuera tan divertido.
Sin embargo, por las noches, a solas en su habitación, Tanya no podía evitar, a ratos, seguir echando terriblemente de menos a Peter, aunque era totalmente comprensible. Veinte años de una vida no podían borrarse de un plumazo. Quizá su marido lo hubiera hecho, pero a Tanya todavía se le hacía raro no llamarle al final del día para darle las buenas noches. En un par de ocasiones, en momentos de terrible añoranza e insoportable soledad, había estado a punto de hacerlo. Echaba de menos la comodidad y familiaridad de su relación con Peter. Sin embargo, Douglas la mantenía feliz y ocupada y la ayudaba a ahuyentar de sus pensamientos lo mucho y rápidamente que había cambiado su vida. Resultaba extraño hacerse a la idea de que Peter se había marchado y de que ese abandono podía ser algo positivo. Se preguntaba cómo se llevaría con Alice, si serían felices o si se habrían dado cuenta de que había sido un error. A Tanya se le hacía duro creer que aquellos que habían traicionado a una esposa y a una amiga y habían roto corazones en la búsqueda de su felicidad, pudieran llegar a ser felices realmente. Pero quizá así fuera.
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