Cuando hablaba con sus hijos, estos se mostraban muy prudentes y nunca mencionaban ni a Peter ni a Alice, algo que Tanya agradecía. Oír hablar de ellos le resultaba doloroso y sospechaba que, hasta cierto punto, lo sería siempre. En un par de meses el divorcio sería un hecho, pero Tanya procuraba no pensar en ello. No podía soportarlo. Así que frente a las penas de su vida, Douglas le proporcionaba agradables distracciones.
Un domingo por la tarde, en la piscina, Douglas le preguntó por su divorcio. Había preparado una ensalada de endivias y centollo relleno y acababan de terminar de comer. Tanya le había comentado que la mimaba extremadamente. Aquello era tan distinto de su vida anterior… Pero aquellos días todo en su vida estaba a años luz de su antigua rutina en Marin, desde las cenas en Spago, pasando por la gente que la reconocía cuando salía por las noches, hasta su cómodo día a día en el bungalow 2 del hotel Beverley Hills. Todo había cambiado y el responsable de ello, en gran parte o en casi su totalidad, era Douglas.
– ¿Cuándo será efectivo el divorcio, Tanya? -preguntó con aparente indiferencia dando un sorbo a la copa de excelente vino blanco.
Su bodega era extraordinaria y Tanya había conocido con él gran cantidad de vinos y cosechas de las que había oído hablar y sobre las que había leído, pero que nunca había probado. También era un gran aficionado a los puros habanos. Siempre los fumaba en el exterior pero a Tanya le gustaba el olor. Era siempre tan educado y considerado que a Tanya le sorprendió la pregunta sobre su divorcio. Ahora que se veían tan a menudo y que las provocaciones ya formaban parte del pasado, Douglas casi nunca le hacía preguntas personales. Evitaba las cuestiones delicadas y sus conversaciones solían ser bastante superficiales. A Tanya no le quedaba ninguna duda de que Douglas disfrutaba de su compañía pero también rehuía la intimidad.
– A finales de diciembre -contestó lentamente.
No le gustaba recordarlo, ya que se sentía trasladada a una época muy dolorosa que todavía no había acabado y que quizá tardaría en superar. No podía creer que llegara un día en su vida en el que pensar en Peter y en lo ocurrido no le causara dolor. Todavía le dolía, y mucho. El esfuerzo de Douglas por distraerla era una gran ayuda y Tanya agradecía el tiempo que compartía con ella, su amabilidad y esa nueva relación que habían establecido, más allá de la estrictamente profesional.
– ¿Habéis repartido ya los bienes? -preguntó con interés, siempre más atento a las cuestiones financieras que a las emocionales, fuera en el ámbito que fuese.
– No había mucho que repartir -respondió Tanya, que tenía claro que los sentimientos eran cosa suya y no de Douglas-. Unas pocas acciones en bolsa y la casa. La propiedad es de los dos pero, de momento, puedo quedarme a vivir en ella con los chicos. Con el tiempo, probablemente tengamos que venderla. Y una vez acaben la universidad, no tendrá mucho sentido mantenerla. De momento, sigue siendo el hogar al que regresar en vacaciones y durante el verano. Supongo que viviré allí cuando no esté aquí haciendo películas, si sigo en esto.
Tanya sonrió y continuó:
– De lo contrario, volveré a Marin a escribir. Afortunadamente, Peter no necesita el dinero y puede esperar. Se gana bien la vida como abogado, pero los hijos resultan caros, y no puedes imaginar la fortuna que representan las tres matrículas universitarias. Así que, tarde o temprano, nos desharemos de la casa.
Tanya había invertido el dinero que había ganado con las dos películas a través de un corredor de bolsa de San Francisco. Era su dinero y Peter no había reclamado nada de esa cantidad. A pesar de que estaban casados bajo el régimen de bienes gananciales -y al casarse, ninguno de los dos tenía un penique ni habían firmado ningún contrato prematrimonial-, Peter no había querido saber nada del dinero ganado por Tanya. No había sido avaricioso ni había planteado exigencias económicas. Quería marcharse lo antes posible para estar con Alice. Tanya no sabía si tenían planeado casarse ni, de ser así, cuándo sería el enlace.
– ¿Por qué lo preguntas? -inquirió Tanya sin ocultar su sorpresa.
Aunque Tanya sentía que Douglas disfrutaba inmensamente de su compañía, no acababa de sentirse realmente cortejada y no le parecía que estuviera enamorado de ella. Era evidente que en aquellos momentos ambos estaban satisfechos con la situación: cada uno hacía su vida y, al mismo tiempo, se hacían compañía el uno al otro. Douglas no presionaba a Tanya, no la incomodaba ni buscaba sus favores sexuales. Eran dos colegas de profesión que azarosa y afortunadamente se habían hecho amigos, con algo de esfuerzo por parte de él y buena voluntad por parte de ella. En aquel momento de la vida de Tanya, era perfecto. Douglas sabía que una persecución más vehemente por su parte podía asustar a Tanya. El productor era suficientemente sensible para percibir que todavía no había superado su separación y que, probablemente, tardaría mucho tiempo en hacerlo. Ella había amado profundamente a su marido, aunque, al final, este había demostrado no ser merecedor de ese amor.
Douglas se había hecho en varias ocasiones la pregunta que ella le planteaba y la respuesta siempre había sido negativa. Al igual que Tanya, no veía razón alguna para volver a casarse. De vez en cuando sentía la tentación, pero se le pasaba enseguida. No era un candidato a pasar por la vicaría.
– No lo sé -contestó con cautela y midiendo cada una de sus palabras, sin dejar de echar el humo de su habano-. Creo que tienes razón. A nuestra edad no hay razones de peso para casarse. Bueno, tú eres mucho más joven que yo. Si no me equivoco, yo te saco doce años. A mi edad, todo se ve desde otro prisma. Es verdad que en ocasiones me descubro meditando sobre la soledad y llego a la conclusión de que no me gustaría terminar mi vida solo. Pero no me apetece cargar con una mujer joven y exigente que me dé la lata con liftings e implantes, o me pida un coche nuevo cada dos por tres, diamantes y abrigos de piel. No es por los caprichos en sí, pero no quiero tener que soportar a una mujer cara y pesada durante treinta años para asegurarme una compañera en la vejez. ¿Y si me atropella un autobús a los sesenta? No habría servido de nada.
Douglas miró a Tanya con una sonrisa y, sin dejar de fumar lánguidamente, continuó:
– Creo que no soy lo suficientemente viejo para volver a casarme, debería esperar a los setenta y cinco o a los ochenta, cuando esté hecho un asco. Claro, que entonces ya no encontraré a una buena chica. Me temo que lo del matrimonio es un problema a cualquier edad. No me quita el sueño, pero no he dado con la solución perfecta ni tampoco con la persona con la que quiera compartir mi vida, así que sigo como estoy. Has sufrido una dura experiencia, Tanya, así que entiendo que tengas miedo de que vuelvan a hacerte daño.
Douglas confiaba en estar ayudando a Tanya a salir adelante. A pesar de que había sentido una profunda lástima por lo que le había ocurrido, percibía que se las estaba arreglando bastante bien. Además, le gustaba conocerla más profundamente, y nunca le decepcionaba. Se había sentido atraído por la guionista desde el primer día, pero nunca hubiera creído que pudiera disfrutar tanto de su compañía ni que pudieran llevarse tan bien.
– Si te casaras de nuevo, Tanya, ¿qué le pedirías al matrimonio? -insistió Douglas con aire pensativo.
Era curioso que estuvieran manteniendo esa conversación, teniendo en cuenta que ninguno de los dos quería volver a casarse, ni entre ellos ni con nadie más.
– Querría lo que tenía antes, o lo que creía tener -respondió Tanya después de un momento de vacilación-. Alguien a quien amar y en quien confiar, una persona con la que me sintiese a gusto, con los mismos, o similares, intereses que yo. Alguien a quien pudiera respetar y admirar y que sintiera lo mismo por mí. En resumen, un amigo íntimo pero con un anillo en el dedo corazón.
Al hablar había recordado todo lo que había perdido y su rostro se tiñó de triste/a. Había sido una inmensa pérdida, ya que Peter, además de su marido, había sido su mejor amigo. Peor aún, no sentía que le hubiera perdido sino que se lo habían robado.
– No es muy romántico -comentó Douglas-. Me gusta. El amor pasional y juvenil dura aproximadamente cinco minutos y después conduce irremediablemente al caos, lo que más odio. Soy un amante del orden.
Era algo tan evidente que Tanya no pudo evitar sonreír. No había visto jamás a Douglas despeinado, su aspecto era siempre impecable e inmaculado y, en lo referente a su casa, parecía que acabaran de salir por la puerta el arquitecto y el interiorista y que Architectural Digest fuera a entrar para hacer un reportaje. Aquella pulcritud obsesiva podía resultar irritante para muchas personas, pero Tanya la consideraba agradable y cómoda. Era un indicador de que todo estaba en perfecto orden y bajo control. Toda su vida estaba bajo control y Tanya no se caracterizaba precisamente por su afición al desorden y el caos.
Douglas era un apasionado amante de la meticulosidad y de la organización; esa era una de las razones por las que no había querido tener hijos. Según él, conllevaban tener que batallar con el caos en todo momento. A pesar de que la gente que tenía hijos asegurara que los adoraba y que jamás renunciaría a la experiencia, Douglas no le encontraba atractivo alguno. Si alguna vez pensaba en tener hijos, los veía en rehabilitación, en un accidente de coche, llorando toda la noche, pintando el sofá o dejando galletas o crema de cacahuete por la casa. La inevitable histeria que provocaban los niños no iba con él y, solo de pensarlo, le embargaba una tremenda ansiedad.
Podía llegar a admirar a la gente que se arriesgaba a tener hijos, pero jamás había sentido ninguna necesidad de convertirse en padre, y seguía sintiendo lo mismo. No podría amar a una mujer en cuyos planes vitales entrasen los niños, ni tan siquiera sería capaz de pasar mucho tiempo con ella. Para él, su vida ya estaba suficientemente llena de responsabilidades y quebraderos de cabeza, como los que sufría gracias al nutrido grupo de actores inmaduros y descontrolados con los que trabajaba.
– Por lo visto, ninguno de los dos va a ir corriendo al altar, ¿verdad, Tanya? -comentó con una sonrisa mientras apuraba el puro.
– Me parece que no es algo que entre en mis planes inmediatos -contestó Tanya riéndose. Después, añadió-: Ni siquiera estoy divorciada todavía.
Lo estaría en unas semanas.
Douglas, sin ganas ni prisas por casarse de nuevo, era la compañía perfecta. Sobre todo el domingo. Hasta cierto punto, los domingos actuaban como si estuvieran casados, solo que no compartían ni sexo ni arrumacos. Douglas nunca la besaba, ni la abrazaba ni la cogía siquiera por el hombro.
Douglas y Tanya se limitaban a relajarse el uno junto al otro, observando la vida y el mundo desde sus respectivas perspectivas. Eran dos observadores inteligentes con un asiento de primera fila en la vida, unidos sin compromiso. En aquellos momentos, Tanya no quería nada más.
Más tarde, y siguiendo su costumbre, Douglas estuvo tocando el piano durante dos horas. Tanya se quedó tumbada junto a la piscina escuchándole, soñadora. Era un día cálido y hermoso, como la música. Junto a Douglas, la vida parecía fácil y cómoda y, por una inexplicable razón, Tanya se sentía segura junto a él. Era lo que necesitaba en aquella época de su vida: seguridad y paz. Había tenido incertidumbre y miedo más que suficientes durante aquellos últimos meses, por lo que valoraba y apreciaba increíblemente la sensación de cobijo y seguridad que le aportaba Douglas. En cuanto a él, Tanya le ofrecía una compañía inteligente sin exigencias emocionales, lo que siempre había deseado.
Capítulo 16
El rodaje de Gone duró todo el mes de noviembre. La directora mantenía un ritmo de trabajo intenso y continuado y una elevada tensión en el plató, pero con su actitud logró una entrega total por parte de los actores. El resultado de ello fue una interpretación brillante, algo que nadie recordaba haber presenciado en mucho tiempo. La satisfacción de Douglas -particularmente con el guión de Tanya- era completa. Tanto el productor como la directora se deshacían en halagos hacia el trabajo de la guionista, que no dejaba de pulir y perfeccionar el guión constantemente.
La semana anterior a la celebración de Acción de Gracias, Douglas y Tanya asistieron a la première de la película que habían rodado el año anterior, Mantra. Aunque a Tanya le habría gustado que la acompañaran sus hijos, tanto Jason como las mellizas estaban en plenos exámenes de mitad de trimestre y no pudieron asistir al acto. Los dos actores protagonistas, Jean Amber y Ned Bright, asistieron por separado y no se dirigieron la palabra. Después de su apasionado romance, aquella hostilidad era el ejemplo perfecto de cuán impredecibles eran los más tórridos amoríos en Hollywood y cómo se desvanecían casi antes de empezar, tal como peyorativamente solía comentar Douglas. Para Tanya -que no era precisamente una defensora de ese tipo de romances-
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