La tripulación -que les estaba aguardando en cubierta- recibió a Tanya y a los chicos. Una azafata acompañó a Molly y a Jason a sus camarotes, que se encontraban en una cubierta inferior, y Tanya subió la escalera que conducía a la cubierta adyacente donde se encontraba Douglas. Sin mediar palabra, el productor rodeó a Tanya con los brazos y la besó, mientras ella apoyaba la cabeza en su pecho llena de felicidad. Empezaba a sentirse muy unida a Douglas y sus sentimientos hacia él eran cada vez más sólidos. Estaba contenta de verle, sobre todo en aquel paraje tan exótico y romántico. No había lugar mejor para el encuentro entre Douglas y sus hijos.
– Debes de estar agotada del viaje -dijo, comprensivo.
Le tendió un margarita recién preparado, cóctel muy adecuado para aquella temperatura tan suave. El clima era perfecto. Tanya no sabía dónde estaban Jason y Molly. Al parecer les estaban sirviendo unos sándwiches en el comedor; debían de estar maravillados ante tanto lujo. La tripulación estaba formada por quince personas, todas visiblemente deseosas de hacer que Tanya y sus hijos se sintieran como en casa.
– Casi no estoy cansada -dijo Tanya dando un sorbo a la bebida y saboreando la sensación de la sal y el jengibre en su lengua-. Tu avión es tan cómodo y nos has mimado de tal modo que nos hemos sentido como si estuviéramos en el cielo. El barco es impresionante.
Douglas parecía encantado con los cumplidos. Llevaba días pensando en ella y deseoso de tenerla junto a él. Aunque Tanya veía que Douglas estaba encantado con su presencia, podía sentir una tensión casi invisible detrás de su sonrisa, como si se esforzara por estar a gusto pero tuviera alguna preocupación. Tanya pensó que quizá fuese la presencia de sus hijos, pero se dijo que no debía ponerse paranoica. Douglas se había mostrado cariñoso y cálido desde el primer momento.
– Es bonito, ¿verdad? -dijo, orgulloso de poder compartirlo con Tanya-. Lo tengo hace diez años y aunque me gustaría hacerme con uno más grande, es como si no pudiera separarme de él.
Con diez años, un barco ya era viejo, pero a Tanya le parecía recién estrenado. Todo lo que poseía Douglas estaba en un estado excelente. Le gustaba tener lo mejor de lo mejor y Rêve no era una excepción.
Tanya se sentó en la cubierta y estuvo charlando con Douglas -que parecía relajarse poco a poco- arrullada por la cálida brisa nocturna. Una azafata le había ofrecido un chal de cachemir y cenaron sushi hecho con pescado local. En ese momento, Molly y Jason aparecieron en la cubierta con aspecto de estar totalmente obnubilados. Era su primer encuentro con Douglas. Se mostraron muy educados, pero estaban demasiado intimidados para hacer otra cosa que saludar cortésmente. En cuanto aparecieron, Tanya notó la tensión de Douglas, una tensión casi imperceptible, pero que hizo que echase un vistazo a los chicos y siguiera hablando con Tanya sin prestarles la menor atención. Tal vez, al no estar todavía preparado para enfrentarse a ellos, prefería no hacerles caso. No tenía ni la más remota idea de cómo dirigirse a muchachos de su edad y Tanya pudo ver miedo en sus ojos. Los chicos estaban demasiado cansados para darse cuenta y Tanya confió en que, con los días y a medida que se conocieran un poco más, las cosas mejoraran. Sabía que sus hijos eran simpáticos y poco problemáticos y estaba orgullosa de ellos. Pero Douglas parecía aterrado.
Finalmente, hacia la medianoche, todos se fueron a sus camarotes. Jason y Molly salieron sigilosamente del suyo y se reunieron en la cocina con la tripulación, que estaba encantada de tener gente joven a bordo. Tanya se dio una ducha en el camarote del jefe, que era como se referían a la habitación de Douglas. Cuando salió del baño, Douglas la estaba esperando con una bandeja de fresas y un par de copas de champán. Empezaron a hacer el amor en cuanto se metieron en la cama y estuvieron amándose apasionadamente hasta el alba. Finalmente, se durmieron, no sin que antes Tanya pensara por un momento en qué estarían haciendo sus hijos. Sin embargo no fue a comprobar si se encontraban bien. Daba por sentado que estarían perfectamente atendidos y que estarían pasándolo en grande.
Tanya se despertó al oír el ruido del barco mientras salía del puerto. Iban en busca de un lugar adecuado para anclar y poder nadar o hacer esquí acuático. Douglas ya se había levantado y estaba sentado en cubierta, con el traje de baño y una expresión tensa. Sonrió al verla. Molly y Jason estaban sentados junto a Douglas; los tres parecían incómodos: ellos más bien aburridos, pero Douglas, aterrado. En cuanto Tanya se sentó junto a ellos, los chicos empezaron a lanzarle elocuentes miradas. Al cabo de un rato, Tanya bajó al camarote para ponerse el bikini y, al instante, Jason y Megan la siguieron y empezaron a contarle lo raro que encontraban a Douglas.
– Mamá, he intentado hablar con él varias veces y ni siquiera me contesta. Sigue leyendo el periódico -se quejó Jason inmediatamente.
– Creo que tiene miedo -dijo Tanya, despacio pero sin poder ocultar su preocupación-. Dadle una oportunidad. Nunca está con gente joven y creo que se pone nervioso.
– Le he preguntado cosas sobre el barco -añadió Molly- y me ha dicho que los niños pueden mirar pero no hablar. Después, le ha dicho a Annie, la azafata, que nos llevase a la cocina a comer para que no ensuciáramos el comedor. Por el amor de Dios, mamá, ¿acaso cree que tenemos seis años?
– No creo que piense eso teniéndote delante -respondió Tanya.
Molly llevaba la parte de arriba de un bikini y un tanga. Estaba increíblemente sexy.
– Dadle un poco de tiempo. Ha sido muy amable al invitarnos. Acabáis de conocerle y para él también es difícil -le excusó Tanya, que tenía muchísimas ganas de que las cosas fuesen bien.
– Creo que lo que quiere es tenerte a ti aquí, pero no a nosotros. A lo mejor deberíamos regresar a casa -dijo Molly, que se sentía muy rara y también algo herida.
– No seas tonta. Hemos venido a pasarlo bien y eso es lo que haremos. Después de desayunar, puedes practicar esquí acuático.
Pero cuando llegó el momento, Douglas se puso muy nervioso. Dijo que no quería que ocurriese ningún accidente y luego empeoró las cosas comentando que no quería que le demandasen si les pasaba algo y, mucho menos, que dañasen el equipo. Finalmente aceptó que practicasen pero siempre que un miembro de la tripulación condujera y ellos fueran detrás, a pesar de que Tanya insistió en que Jason practicaba con el mismo tipo de esquís todos los veranos en Tahoe.
– No sería la primera vez que un invitado me demanda -explicó con gran nerviosismo mientras observaba al borde de un ataque cómo Jason se hacía el experto-. Además, nunca me perdonarías si alguno de tus hijos resultase herido o algo peor.
Douglas parecía incapaz de encontrar la actitud adecuada hacia los chavales: o se comportaba de forma desproporcionadamente protectora o era desagradablemente seco. Pasaba de horrorizarse por si les ocurría algo a mostrarse molesto con su presencia. Para entonces, Tanya ya había llegado a la conclusión de que había sido un error llevarles al barco. Douglas era incapaz de adaptarse a su presencia o de tratarles agradablemente.
A la hora de comer, les mandó a la cocina a comer con la tripulación; les pidió que no utilizasen el jacuzzi sin haberse duchado antes y haberse quitado toda la crema de protección solar. Después prohibió terminantemente a Jason que utilizara su gimnasio, alegando que las máquinas eran muy delicadas y que estaban calibradas únicamente para él. Les dejaría nadar en el mar siempre que alguien de la tripulación les vigilara y no podían utilizar las tumbonas, para no mancharlas con la crema solar, algo que, por otro lado, Tanya les obligaba a ponerse. Los muchachos cenaron a las seis con la tripulación y Douglas invitó a Tanya a cenar en St. Bart's. No pudo mostrarse más amable con ella, pero seguía visiblemente tenso siempre que los chicos estaban cerca.
– Douglas, no te preocupes por ellos -intentó tranquilizarle Tanya.
Sin embargo, cuando los chicos volvieron a practicar esquí acuático, Douglas estuvo taciturno hasta que regresaron a bordo. Siempre que les tenía cerca, se ponía terriblemente tenso. No les dejaba hacer nada excepto comer, dormir y estar en compañía de los tripulantes. Había quince miembros de la tripulación que tenían órdenes de hacer todo lo que estuviera en sus manos para entretenerles y alejarles de Tanya. Era evidente que la quería solo para él y Tanya empezó a intuir que Douglas tenía celos de sus hijos. Por su parte, Molly y Jason estaban incomodísimos desde el segundo día y pedían a gritos volver a casa. Tanya no quería alterar los planes -le parecería una grosería- y procuró suavizar un poco la actitud de Douglas explicándole que sus hijos eran adultos y que no estaban acostumbrados a que los tratasen de aquel modo. Aunque intentó de mil maneras mediar entre ambos bandos, no lo consiguió: Douglas siguió deseando estar a solas con ella y los chicos odiando al productor.
Una noche, después de cenar, algunos miembros de la tripulación se llevaron a Molly y a Jason de bares y acabaron en una discoteca. Querían animarles un poco, pero cuando los dos chavales regresaron al barco, su desbordante alegría se debía únicamente a que habían pillado una buena borrachera.
Subieron al yate dando tumbos y se fueron directos al camarote de Tanya y Douglas para contarles lo bien que se lo habían pasado. Cuando estaban dentro de la habitación, Molly vomitó; mientras Douglas, sentado en la cama, les miraba boquiabierto y horrorizado, Tanya se puso en pie de un salto para limpiar el estropicio.
– Hola, Doug -dijo Jason intentando mantenerse en pie-. Qué barcaza tienes. Nos lo hemos pasado genial esta noche.
Tanya intentaba desesperadamente limpiar la moqueta del camarote sin resultado y Douglas seguía mirándoles sin poder articular palabra. El olor era insoportable y, finalmente, Douglas se levantó y se marchó. Tanya acompañó a sus hijos a su camarote y les ayudó a meterse en la cama. Douglas pasó la noche en cubierta. Al día siguiente, la tripulación al completo limpió la moqueta del camarote.
– Una escapada un poco desagradable la de anoche, ¿no? -comentó Douglas a la hora del desayuno-. ¿Crees que deberían dejar beber a los chicos de su edad?
Su desaprobación era evidente.
– Lo siento. Son jóvenes, ya sabes cómo son -dijo Tanya dando por sentado que aunque Douglas no tuviera hijos, al menos recordaría su propia adolescencia.
– No, no lo sé. ¿Lo hacen a menudo? Me refiero a beber sin control.
– De vez en cuando, supongo. Están en la universidad… Molly no suele beber; creo que por eso le sentó tan mal. Jason aguanta mejor el alcohol.
– ¿Has pensado en llevarles a rehabilitación? -preguntó Douglas.
Tanya se dio cuenta, horrorizada, de que estaba hablando en serio. Para todos, incluido el anfitrión, era evidente que Douglas no sabía qué hacía cuando invitó a los chicos al barco. Aunque lo había hecho con buena intención, no tenía la más remota idea de cómo actuaban los jóvenes.
– Claro que no -respondió Tanya despacio-. No tienen ningún problema. No necesitan rehabilitación de ningún tipo. Se emborrachan alguna vez, cuando están de vacaciones. Además, me parece que ellos se sienten tan incómodos como tú.
Era la primera vez que alguien formulaba en voz alta lo que era un secreto a voces. Habían intentado que las cosas salieran bien, pero era evidente que no estaba funcionando.
– Lo siento, Tany. Supongo que creía estar preparado para esto, pero no lo estoy -dijo con gravedad y evidente nerviosismo. Se le veía decepcionado consigo mismo. Tanya sintió lástima.
– Es de agradecer que lo hayas intentado -le consoló ella con tristeza.
El asintió. No sabía qué decir.
Cuando se despertaron, los chicos estaban fatal. Los dos tenían una resaca espantosa y Molly volvió a vomitar -para espanto de su madre y de toda la tripulación-, aunque en esta ocasión fue en su camarote. Por lo menos, lograron ocultárselo a Douglas. Molly, que se había dado cuenta de la tensión que había entre su madre y Douglas y sabía que era a causa de ellos, se sentía terriblemente culpable. Según ella, Douglas no soportaba tenerles a bordo, por lo que se preguntaba por qué razón, aparte de por complacer a su madre, les habría invitado. Seguramente lo habría hecho por cortesía hacia Tanya, pero no tenía ninguna intención de conocerles ni sabía cómo tratarles. Su madre, por su parte, parecía un manojo de nervios intentando satisfacerles y mantenerles alejados de Douglas.
Douglas volvió a invitar a Tanya a cenar aquella noche, pero no invitó a los chicos. No los soportaba. No sabía cómo dirigirse a ellos ni qué decirles, y para entonces ya estaba demasiado desanimado para intentarlo. Se sentía absolutamente incapaz de conectar con ellos. Después del fiasco de la noche anterior, Tanya ni les mencionó. Aunque ella apenas les veía, por lo menos sus hijos parecían estar pasándoselo en grande con los tripulantes, con los que habían congeniado. Tampoco tenía la sensación de estar de vacaciones, ya que estaba preocupada constantemente por el rechazo y la animosidad entre Douglas y sus hijos. Aquello no era lo que había planeado.
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