– No me refiero a eso -dijo ella mirándole con tristeza-. Necesito una relación que incluya a mis hijos. Y la nuestra nunca será así.

Douglas se la quedó mirando fijamente y se hizo un largo minuto de silencio.

– ¿Hablas en serio? Me dijiste que eran adultos.

– Tienen diecinueve y dieciocho años. No estoy lista para perderles de vista. Aunque sea solo durante sus vacaciones, todavía estarán conmigo algunos años. Y yo quiero que así sea. Siempre serán una parte importante de mi vida y no puedo prescindir de ellos para estar contigo.

– ¿Qué es lo que me estás diciendo?

Douglas parecía petrificado. Jamás se le había pasado por la cabeza que Tanya pudiera hacer algo así. No pudo evitar preguntarse si lo habría hecho de tener en esos momentos un Oscar en la mano. Se dijo a sí mismo que probablemente no. Ganar lo era todo. Para ella, también. No había nada peor para un hombre que el olor a fracaso.

– Estoy diciendo que no puedo seguir con esto -dijo con tristeza, rotundidad y temblando de pies a cabeza.

Douglas no se dio cuenta de su temblor, ni de lo duro que le estaba resultando a Tanya decirle esas palabras.

– No funciona ni conmigo ni con mis hijos.

Douglas asintió, dio un paso atrás para poner distancia, hizo una leve inclinación con la cabeza, se volvió y se marchó sin decir una sola palabra. Tanya se quedó mirándole muy apenada, por él y por ella. Sabía que no lo entendía. Quizá la había amado tanto como él podía amar. Pero, aun así, jamás habría querido a sus hijos. Y eran demasiado importantes para Tanya para cambiarlos por un Oscar o por un hombre, fuera el hombre que fuese.

Entró en el bungalow y observó sus maletas, que ya había dejado preparadas. Se había quedado únicamente para acompañar a Douglas a la ceremonia. La película había terminado. En un par de meses, sus hijos volverían a casa por vacaciones. Al día siguiente y por segunda vez en un año, iba a abandonar el bungalow 2. Había llegado el momento de recoger la carpa del circo y regresar a casa.

Capítulo 20

Cuando Tanya regresó a Marin al día siguiente, su casa le pareció más deprimente que nunca. Como consecuencia de una de las últimas tormentas invernales, había entrado agua por las ventanas y encontró el sofá y la moqueta muy raídos. Tanya hizo una lista de cosas que había que cambiar y otras que quería arreglar para que la casa estuviera en buenas condiciones cuando llegaran sus hijos. Por lo menos, el tiempo era agradable e incluso hacía calor.

Desde la noche anterior, no había tenido noticias de Douglas, pero Tanya sabía que no volvería a llamarla. Las palabras de ella habían sido demasiado contundentes para que el productor pudiera asimilarlas, y a ello se uniría la sensación de fracaso al no haber ganado la estatuilla. Probablemente, se quedaría paralizado durante una temporada. Pero ella sabía que él jamás habría aceptado a sus hijos en su vida y, quisiera o no reconocerlo, ambos sabían que las cosas no habrían salido bien. No tenían el mismo estilo de vida ni los mismos valores y ninguno de ellos iba a cambiar.

Aquella vez, Tanya había vuelto a casa de verdad. Sabía que Douglas no iba a pedirle que hiciera otra película con él y ella tampoco quería. Le apetecía volver a escribir relatos, recuperar su apacible vida en Marin y estar con sus hijos cuando fueran a casa. Tenía una idea para una nueva antología de cuentos; ansiaba realmente estar en casa con sus vaqueros, sus camisetas y sin tener que arreglarse el pelo. Era lo que más le apetecía. Se había pasado veinte meses metida en la vorágine de Hollywood y ya era hora de instalarse de nuevo en casa. Los Angeles era agua pasada.

Al cabo de dos meses, los chicos aterrizaron en casa. Buscaron algún pequeño trabajo para el verano, salían con sus amigos y, de vez en cuando, organizaban una barbacoa en casa. Tanya escribía por las mañanas y, cuando a sus hijos les apetecía, compartía su tiempo con ellos. Megan y Tanya habían logrado restablecer de nuevo sus lazos. Al parecer, Alice había intentado entrometerse entre Megan y su padre y la chica se sentía traicionada. Tanya conocía bien las traiciones de Alice.

Peter y Alice se casaron aquel verano en Mount Tam. Los chicos asistieron al enlace y Tanya pasó el día sola en Stinson Beach, mirando el mar; recordó los años que había vivido con su marido y el día de su boda. Era como si aquel día, una parte de ella muriera. Pero también sintió que enterraba algo que llevaba muerto bastante tiempo. Hasta cierto punto, se sintió aliviada.

Pasaron el mes de agosto en Tahoe y, al final del verano, los chicos volvieron a la universidad y Tanya se sumergió en un nuevo libro. Llevaba una semana trabajando sin descanso cuando recibió una llamada de su agente. Le quería comunicar que tenía una oferta fantástica. Tanya se echó a reír.

– No -dijo sonriendo al tiempo que apagaba el ordenador.

No le interesaba nada de lo que pudiera contarle. Los Ángeles era una etapa finiquitada. Había hecho dos películas, había aprendido mucho, había tenido una relación sentimental con uno de los productores más importantes de Hollywood y había vuelto a casa. No iba a moverse por nada del mundo y mucho menos por una película. Ya había vivido lo que era hacer una película, había conocido cómo era. Y punto. Con rotunda claridad se lo dijo a su agente.

– No seas así, Tanya. Deja que primero te cuente de qué va todo esto.

– No, no me importa. No trabajaré en más películas. Juré que iba a hacer solo una y al final he hecho dos. Se acabó. Estoy escribiendo un libro -dijo Tanya deseosa de explicarle la placidez, la felicidad y la tranquilidad que sentía.

– De acuerdo, me parece maravilloso. Estoy orgulloso de ti. Pero ahora déjalo un momento de lado y préstame atención: Gordon Hawkins, Maxwell Ernst, Sharon Upton, Shalom Kurtz, Happy Winkler, Tippy Green, Zoe Flane y Arnold Win. Chúpate esa, listilla.

Su agente había nombrado a las estrellas más importantes de Hollywood pero Tanya no sabía por qué.

– ¿Y? -preguntó en tono condescendiente.

– ¿Cómo que y…? Es el reparto con el mayor número de estrellas que podrías reunir nunca; el reparto de la película en la que te quieren a ti. Algún loco de Hollywood admira tu trabajo y dice que pongas tú el precio. Y lo mejor es que se trata de una comedia, algo que a ti se te da bien. Te divertirás escribiéndola. Además, lo rodarán rápido y sin ninguna complicación. No se trata de un drama sobre el suicidio en el que hacen que los actores suden sangre en el rodaje durante dieciocho horas diarias. Quieren empezar en diciembre y rodar en dos meses. La preproducción empieza dentro de dos semanas y, después del rodaje, tendrás un mes para pulir los detalles. Como muy tarde, en febrero habrás acabado. Y encima te lo pasarás en grande y ganarás un montón de dinero, así que por la parte que me toca, te estaría muy agradecido si aceptaras.

Tanya se echó a reír.

– Gastos pagados y te darán el bungalow 2 -prosiguió-. Les comenté que eso tenía que formar parte del acuerdo y aceptan. ¿Qué me dices? ¿No te trato bien?

– Maldita sea, Walt. No quiero volver a Los Ángeles. Aquí soy feliz.

Bueno, no exactamente feliz, pensó Tanya, pero estaba en paz consigo misma y trabajaba a gusto.

– Bobadas. Estás deprimida, lo noto en tu voz. El nido está vacío, tu marido se ha marchado y la casa es demasiado grande para ti sola. Que yo sepa, no tienes novio y estás escribiendo relatos deprimentes. Solo de pensarlo hasta yo me deprimo. Será una buena terapia escribir una comedia en Los Ángeles. Además, nadie escribe comedias tan bien como tú.

– Oh, vamos, Walt… -vaciló Tanya.

Qué tontería. Aquella era su verdadera vida, no la de Hollywood.

– Mira, yo necesito el dinero y tú también.

Tanya se echó a reír de nuevo. Le tentaba el reparto, los nombres eran realmente increíbles y siempre le había gustado escribir comedia. El programa de rodaje era corto pero, aun así, detestaba tener que regresar a Los Ángeles, aunque fuese al bungalow 2. Sin embargo, había que reconocer que aquel bungalow era su segundo hogar y, ¿para qué negarlo?, tenía más amigos en Los Ángeles que en Marin. La gente de Ross la trataba como si fuera de otro planeta. Tal como Douglas había vaticinado, se había convertido en una extraterrestre. Ya nadie la llamaba para invitarla a nada. Estaban acostumbrados a que no estuviera allí; además, les parecía que Tanya se había vuelto muy sofisticada y que Marin se le había quedado pequeño. Peter y Alice habían terminado con toda su vida social y ahora Tanya estaba mucho más aislada de lo que estaría en Los Ángeles trabajando en una película. Por lo menos, allí podría ver a gente y divertirse un poco. En eso, Walt tenía razón.

– Mierda -murmuró Tanya riendo-. No puedo creer que me estés haciendo esto. Dije que no haría más películas.

– Sí, ya lo sé. Yo también dije que no quería más rubias en mi vida y el año pasado me casé de nuevo con una. Ahora espera gemelos. Hay cosas que nunca cambian.

– Te odio.

– Genial. Yo también a ti. Así que haz la película y pásatelo en grande. Aunque solo sea por conocer a los actores, merece la pena. En esta ocasión, pienso hacerte una visita durante el rodaje.

– ¿Qué te hace pensar que he dicho ya que sí?

– He reservado hoy mismo el bungalow 2, solo por si acaso. ¿Qué me dices?

– De acuerdo, está bien. ¿Cuándo recibiré el borrador para el guión?

– Mañana. Te lo he enviado por mensajero hoy mismo.

– No les digas que sí todavía. Antes quiero verlo -dijo Tanya, tajante.

– Claro que no -replicó Walt recuperando su tono más ceremonioso y formal-. ¿Qué tipo de agente crees que soy?

– Un agente pesado y agresivo. Ahora va en serio, Walt. Es la última película que hago. Luego, solo me centraré en escribir libros.

– De acuerdo, tranquila. Seguro que con esta te lo pasas bien. Te estarás riendo hasta el día que vuelvas a Marin.

– Gracias -dijo Tanya pasando la mirada por la cocina de su casa.

No podía creer que hubiera aceptado hacer otra película. Pero al mirar a su alrededor y percibir el silencio que reinaba en la casa, supo que hacía bien. Allí ya no le quedaba nada. El espíritu y el propósito de su vida en Marin hacía tiempo que habían desaparecido. Peter estaba con Alice y sus hijos eran independientes. Ahí no le quedaba nada.

Al día siguiente leyó el borrador del guión y descubrió que la historia era una completa locura. Estuvo riéndose sin parar sentada a solas en la cocina. Y el reparto era insuperable. Llamó a Walt en cuanto acabó de leer las notas.

– De acuerdo, lo haré. Por última vez. ¿Entendido?

– Entendido, entendido. Por última vez. Ya verás, te lo pasarás en grande.

Dos semanas más tarde, Tanya llegó al hotel Beverly Hills y ocupó el bungalow 2, sintiéndose como un auténtico bumerang. No hacía más que regresar al mismo sitio, como un mal sueño que no deja de repetirse. Colocó el mobiliario tal como a ella le gustaba, puso las fotos de sus hijos por todas las habitaciones, se metió en la bañera y puso el jacuzzi en funcionamiento. Sonrió sintiéndose a gusto. Era como volver a casa.

A las nueve de la mañana del día siguiente ya estaba en el estudio y enseguida empezó la diversión. Era como si todos los miembros del equipo estuvieran como cabras. Estaban allí para revisar las notas y el resultado era una reunión donde se habían juntado todos los actores y actrices de comedia de Hollywood, de todas las razas, edades, tamaños y sexo. Solo hablar con ellos ya era divertido. No eran capaces de centrarse ni cinco minutos en un solo aspecto y no hacían más que proponer ideas y frases para cada uno de ellos. Tanya pensó que sería imposible conseguir que se aprendieran las líneas que ella escribiría. Se sentía como si hubiera aceptado trabajar en un manicomio donde los enfermos eran tan divertidos e increíbles que no podía dejar de reír en todo el día. Hacía años que no se lo pasaba tan bien. Habían acudido a conocerla todas las estrellas del reparto menos una, el actor principal, un hombre muy atractivo y extremadamente divertido a quien Tanya había conocido en una ocasión con Douglas y que le había causado muy buena impresión. Regresaba aquella noche de Europa, así que no se conocerían hasta el día siguiente.

Le resultaba extraño no estar con Douglas ahora que había regresado a Los Ángeles. Llevaba cinco meses sin saber nada de él, pero llamarle habría generado una situación muy extraña. Así que no lo hizo. Todo había acabado discretamente mal.

Aquella noche Tanya empezó a trabajar en el guión y descubrió que la historia fluía sola. Podía imaginarse a cada una de las estrellas en sus respectivos personajes. Iba a ser una de las comedias más divertidas que se había escrito en años. ¿Qué importaba ganar o no un Oscar? Se lo iba a pasar maravillosamente. Ya se lo estaba pasando en grande. Aquella noche, dos de los actores la llamaron y acabaron haciéndola estallar en sonoras carcajadas. Mientras escribía los diálogos se moría de risa y también de ganas de oírlos en boca de los actores.