A la mañana siguiente, a las diez, estaba prevista la cita con Gordon Hawkins, la gran estrella. Tanya estaba sentada en la sala de reuniones, con los pies apoyados en la mesa y bebiendo un té, cuando llegó el actor. Tanya había estado ya con una de las estrellas del reparto charlando y riendo. Hawkins entró en la sala, fue directo hacia donde estaba Tanya y se sentó a su lado.
– Me alegra saber que no estás trabajando a destajo -soltó.
Después cogió el té de Tanya, le dio un sorbo y poniendo cara de asco añadió:
– Creo que le falta azúcar. Mira, acabo de bajar del avión. Vengo de París, estoy cansado, me encuentro mal, tengo el pelo sucio y no estoy muy gracioso ahora mismo. No me pagan tanto como para tener reuniones con jet lag, así que me voy al hotel. Nos veremos mañana. Resultaré mucho más divertido después de haber dormido un poco. Vendré con mis notas.
Se levantó, dio otro sorbo al té, negó con la cabeza, tiró el vaso y salió de la habitación. Tanya le miró sonriendo.
– Supongo que esta es nuestra gran estrella. ¿Dónde se aloja? -preguntó Tanya a uno de los ayudantes de producción.
– En el Beverly Hills, en el bungalow 6. Siempre se aloja allí. Ha hecho inscribir su nombre.
– Somos vecinos. Yo estoy en el 2.
– Ten cuidado. Es un auténtico donjuán.
Ya habían empezado a circular apuestas sobre cuál de las estrellas sería su víctima en aquella película. No había rodaje en el que no se liara con alguna de sus compañeras de reparto. Era fácil adivinar por qué: era uno de los hombres más guapos que Tanya había visto nunca. Tenía cuarenta y cinco años, un pelo de color ébano, ojos azules, un auténtico tipazo y una sonrisa que quitaba el aliento.
– Creo que estoy a salvo -dijo Tanya-. Me parece que la última chica con la que salió tenía veintidós años.
– No hay mujer que esté a salvo con Gordon. Se lía con alguien en cada película. Ahora no está casado, pero saca mucho provecho de su soltería en los medios y suele regalar unos anillos impresionantes a todas sus novias.
– ¿Tienen que devolverlos después?
– Probablemente. Creo que los pide prestados.
– Vaya. Creía que por lo menos podría quedarme el anillo -dijo Tanya con una sonrisa mientras miraba a su alrededor-. Mierda, me ha tirado el té.
Alguien le tendió otra taza y siguieron con la reunión. Fue un día relajado y lleno de bromas. Estuvieron probando cómo sonaban las frases en boca de sus protagonistas y discutiendo si se sentían cómodos con los diálogos. Después, Tanya regresó a su bungalow a escribir. A medianoche seguía trabajando y riéndose a solas, cuando oyó que alguien llamaba a su puerta. La abrió con un lápiz en el pelo y otro en la boca. Era Gordon Hawkins con una taza de té en la mano.
– Prueba este -dijo tendiéndole la bebida-. Es mi marca preferida. Lo compro en París y no ataca los nervios. Lo que bebías esta mañana era una mierda.
Tanya sonrió y dio un sorbo. Gordon entró en la habitación.
– ¿Por qué tu bungalow es más grande que el mío? -preguntó mirando a su alrededor-. Yo soy mucho más famoso que tú.
– Cierto. Pero quizá mi agente es mejor -replicó Tanya.
El actor se dejó caer en el sofá y encendió la televisión. Estaba loco, pero al mismo tiempo resultaba fascinante. Con aquellos ojos tan azules y el cabello tan negro, parecía un irlandés excéntrico. Balanceaba los pies repantigado en el sofá mientras buscaba en el TiVo dos de sus programas favoritos. Parecía un hombre nervioso y divertido. Solo con verle, a Tanya le entraba la risa. Había puesto cara de pocos amigos, pero en sus ojos se adivinaba una expresión divertida.
– Vendré aquí a ver mis programas favoritos -dijo tranquilamente-. En mi bungalow no hay TiVo. Creo que voy a tener que despedir a mi agente. ¿Quién es el tuyo?
– Walt Drucker.
– Es bueno -dijo asintiendo-. Una vez vi una de tus telenovelas. Era espantosa pero, aun así, lloré.
Después, en tono de advertencia, añadió:
– En esta película no quiero tener que llorar.
Su aspecto era el de un chico de treinta y cinco años y actuaba como si tuviera catorce.
– Te prometo que no llorarás. Estaba trabajando en el guión ahora mismo. Gracias por el té, por cierto.
Tanya dio otro sorbo. Tenía sabor a vainilla y la etiqueta era francesa. Estaba bueno.
– ¿Has cenado ya? -preguntó Gordon.
Tanya negó con la cabeza.
– Yo tampoco. Todavía estoy con el horario cambiado. Creo que a mí me toca desayunar -comentó mirando su reloj-. Eso es. Las nueve y media de la mañana en París. Me muero de hambre. ¿Quieres desayunar conmigo? Lo cargaremos a tu habitación.
Gordon cogió el menú del servicio de habitaciones, llamó y pidió tortitas. Le propuso a Tanya que ella pidiera tostadas o tortilla, para que pudieran repartírselo. Sin saber muy bien por qué, Tanya aceptó. Aquel hombre ejercía un extraño efecto sobre ella. Estaba tan loco que conseguía que le siguiera el juego, aparte de la fascinación que sentía por trabajar con aquel excelente actor.
Comieron las tortitas, las tostadas, varios bollos y una macedonia de frutas, todo regado con zumo de naranja. Era la comida más absurda que Tanya había tomado nunca. Mientras tanto, Gordon comparaba las virtudes de Burger King y McDonald's.
– En París como muy a menudo en McDonald's -explicó-. Allí lo llaman MacDo. Y eso que me alojo en el Ritz.
– Hace años que no voy a París.
– Tendrías que volver, seguro que te iría bien.
Gordon volvió a tumbarse en el sofá, exhausto después de la comilona. Acto seguido, irguió un poco la cabeza y miró a Tanya con interés.
– ¿Tienes novio?
Tanya se preguntó si era simple curiosidad o si tenía un interés particular.
– No -contestó sin más.
– ¿Por qué no?
– Estoy divorciada y tengo tres hijos.
– Yo también estoy divorciado y tengo cinco hijos, todos de madres distintas. Las relaciones largas me aburren.
– Eso he oído.
– Ah, así que te han advertido sobre mí, ¿no? ¿Qué te han dicho? Seguro que te han contado que me lío con una mujer distinta en cada película. A veces solo lo hago para la promoción. Ya sabes cómo funciona esto.
Tanya asintió. Se preguntaba si realmente estaba tan loco como parecía. Eran casi las dos de la madrugada y empezaba a notar que el sueño la vencía, pero Gordon estaba totalmente despierto y, según el horario parisino, con un día entero por delante. Tanya, sin embargo, iba con el horario de Los Ángeles y estaba rendida. Al ver que bostezaba, el actor se incorporó.
– ¿Estás cansada?
– Más o menos -contestó ella, y le recordó que tenían una reunión a la mañana siguiente temprano.
– De acuerdo -dijo él levantándose.
Parecía un niño larguirucho y desgarbado. Se pasó un buen rato buscando uno de sus zapatos.
– Duerme un poco -aconsejó despidiéndose desde la puerta.
Se marchó enseguida y Tanya se quedó de pie en medio de la habitación sonriendo. Al cabo de un instante, sonó el teléfono.
– Gracias por el desayuno -dijo Gordon educadamente-. Estaba delicioso y ha sido divertido charlar contigo.
– Gracias. Contigo también. El desayuno estaba muy bueno.
– La próxima vez podemos tomarlo en mi habitación -se ofreció.
Tanya se echó a reír.
– No tienes TiVo.
– Mierda. Es verdad. Mañana mismo llamaré a mi agente para quejarme. ¿Puedes hacerme un favor mañana? Despiértame. ¿A qué hora te levantas?
– A las siete.
– Llámame cuando te vayas.
– Buenas noches, Gordon -dijo Tanya intentando sonar firme.
La verdad era que Gordon podía avisar en recepción para que le despertaran. Era lo que Tanya tendría que haberle dicho, pero era tan encantador y excéntrico que era difícil resistirse. Se sentía como si acabara de adoptar a un crío.
– Buenas noches, Tanya. Que duermas bien. Hasta mañana -se despidió Gordon.
Al apagar las luces, Tanya seguía sonriendo. Se puso el camisón, se metió en la cama y cayó rendida pensando en Gordon. Iba a ser realmente divertido participar en aquella película. Por una vez en la vida, Walt tenía razón.
Capítulo 21
El rodaje de la película resultó ser una diversión constante. Tanya trabajaba en un plató rodeada de una docena de actores de comedia, con una historia muy divertida y un guión jocoso. Los cómicos eran incapaces de actuar sin echarse a reír y, como consecuencia, las tomas falsas eran aún más divertidas que las escenas de la película. El director era un hombre con un agudo sentido del humor, el productor una excelente persona y los cámaras, encantadores. Además, el guión se escribía prácticamente solo y Tanya disfrutaba trabajando en él. Le encantaba ir cada mañana al plató y, al acabar el día, solía llamar a sus hijos para explicarles todo lo concerniente a su trabajo. Molly estuvo de visita en el rodaje y se quedó prendada del equipo. Como a todo el mundo, Gordon Hawkins le pareció maravilloso.
En la segunda semana de rodaje, Tanya y el actor principal ya habían congeniado. La guionista se fijó en que el actor pasaba revista a todas las mujeres que había a su alrededor, como si calibrase cuál de todas ellas iba a convertirse en su siguiente presa. Pero en el reparto, había mujeres suficientemente inteligentes para no liarse con él. Al parecer, su objetivo no estaba siendo fácil en aquel rodaje, algo que resultaba totalmente inédito.
Una noche, en el bungalow de Tanya, mientras ella hacía cambios en el guión y él veía la televisión recostado en el sofá, le preguntó con preocupación:
– ¿Te parezco mayor, Tanya?
Acababa de zamparse un par de hamburguesas y un batido, pero su apetito voraz no impedía que se mantuviera relativamente delgado. Se pasaba muchas horas en el gimnasio.
– ¿Mayor en relación con quién? -preguntó ella sin prestarle mucha atención.
Gordon pasaba muchas horas tumbado en el bungalow de Tanya hablando sin cesar. No le gustaba estar solo y se sentía a gusto con Tanya.
– Más mayor de lo que parecía antes -aclaró cambiando de canal por enésima vez en la última hora.
Se pasaba el día haciendo zapping. Cuando Tanya prestaba atención a la pantalla y descubría algo que le habría gustado ver, al instante siguiente había desaparecido. Eran escenas muy similares a las de su vida de casada.
– No lo sé, acabo de conocerte. No sé qué aspecto tenías antes.
– Es cierto. Es que en esta película no hay mujeres que merezcan la pena y me resulta muy deprimente. Tendrían que haber contratado una para mí.
– Por lo que he oído, te las arreglas bastante bien solo -le recordó Tanya.
Pero Gordon negó con un vehemente movimiento de cabeza.
– Bobadas. Siempre me lío con mujeres que trabajan conmigo. Fuera del plató, no conozco nunca a nadie.
– A lo mejor, por una vez en la vida, tendrás que hacer un esfuerzo e intentarlo -dijo ella apagando el ordenador, consciente de que no iba a poder seguir trabajando con Gordon en la habitación y dispuesta a pasar un rato ameno charlando con él.
– Qué chorrada -comentó él-. ¿Y tú? Eres una mujer superatractiva.
– Gracias -respondió Tanya tomándose el comentario simplemente como un cumplido.
Tanya siempre le decía a Gordon que mentía más que hablaba, algo que él solía admitir sin problemas.
– ¿Te gusto? -preguntó él con una mirada inocente.
Tanya se echó a reír. Se estaban haciendo grandes amigos y confiaba en que la amistad durase más que el rodaje de la película. Tanya podía afirmar sin la menor duda que Gordon le gustaba: era un tipo divertido, hasta cuando no pretendía serlo; parecía inofensivo y, más allá de su excentricidad, era buena persona; daba la impresión de que adoraba a sus hijos, a sus ex mujeres y a sus ex novias y, para colmo, tanto sus hijos como sus ex, le adoraban también.
– Me gustas mucho -dijo ella sinceramente-. ¿Te está entrando una crisis de autoestima? ¿Llamo a tu psiquiatra?
– No, está de vacaciones en México. Debo de pagarle más de la cuenta. A mí también me gustas mucho. Deberíamos salir juntos durante la película.
– ¿Estás loco? Doblo en edad a las mujeres con las que sueles salir. Además, no pienso comprometerme contigo si no me garantizas que podré quedarme con el anillo.
– Qué lata -comentó él, pensativo-. Podríamos salir sin comprometernos. A mí me iría mucho mejor.
– O no salir y decir que salimos -bromeó Tanya.
Gordon se incorporó de golpe como si hubiera tenido una revelación.
– Dios mío, creo que me gustas, Tanya. De verdad. Acabo de darme cuenta.
– Debe de ser que tienes hambre. Llama al servicio de habitaciones.
– Hablo en serio. Me atraes. Ahora lo veo claro. Eres muy divertida, eres inteligente y tremendamente sexy.
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