– Siempre harás esto, Gordon. Cada vez que trabajes en una película.

– No, he cambiado. Adoro tu vida en Marin, te quiero y quiero a tus hijos.

– Nosotros también te queremos.

Tanya se levantó y echó un vistazo a la habitación. Supo que no quería volver a ver aquel bungalow nunca más. Habían pasado demasiadas cosas y había estado en él con demasiados hombres: Peter, Douglas, Gordon.

– ¿Adónde vas? -preguntó Gordon presa del pánico.

– Me voy a casa. Este no es mi sitio, nunca lo ha sido. Quiero una vida auténtica, con alguien que quiera lo mismo que yo quiero, no con alguien que se acuesta con cada actriz con la que trabaja.

Gordon la miró pero no dijo nada. Llevaba acostándose con la actriz desde la segunda semana del rodaje y no tenía sentido mentir a Tanya. Ambos sabían que volvería a ocurrir. Para él, formaba parte de su trabajo.

Tanya tampoco dijo nada. Se dirigió hacia la puerta, cogió la maleta y se volvió para mirarle. El no la detuvo, no le dijo que la amaba. Ambos sabían que así era, pero también que el amor no cambiaba las cosas. Él era así. Tanya salió del bungalow 2 y cerró suavemente la puerta, dejando a Gordon en el sitio que le correspondía.

Capítulo 24

Molly llamó a Tanya dos días más tarde a su casa de Marin. Había llamado al hotel y Gordon le había dicho que su madre había regresado a Ross.

– ¿Ha ocurrido algo? -preguntó Molly-. Le he notado raro, bueno, más que raro, triste. ¿Os habéis peleado?

– Más o menos.

Tanya no quería explicar a sus hijos lo ocurrido, del mismo modo que no había querido contarles que su padre se había liado con Alice.

– En realidad -añadió casi sin poder hablar-, hemos roto.

Gordon no la había llamado. Estaba viviendo su apasionado romance con la estrella de la película. Ella era su tipo, Tanya no. Quizá por eso había durado tanto. Habían tenido una bonita historia y aunque Tanya quería afrontarlo con deportividad, estaba triste. Era la forma de hacer de Hollywood.

– Lo siento, mamá -dijo Molly con verdadera tristeza.

Todos habían querido a Gordon.

– A lo mejor vuelve -intentó animarla su hija.

– No, estoy bien. No es de los hombres que se quedan. No puede vivir en familia.

– Por lo menos has tenido nueve meses fantásticos -comentó su hija intentando consolarla.

A Tanya le parecía patético que lo máximo que pudieran durar dos personas adultas que se amaban fuera nueve meses. Ella y Peter habían durado veinte años. Sin embargo, en el momento en que él se acostó con Alice, todo aquel tiempo no significó nada. Ya nada duraba. En lugar de cumplirse, las promesas se rompían. Era algo que a Tanya le parecía muy triste y se deprimía pensando que nadie sabía lo que quería y cuando decía saberlo, lo estropeaba.

Estuvo charlando con Molly un buen rato, y más tarde Jason y Megan, a quienes su hermana avisó de lo sucedido, también la llamaron. Todos lo sentían muchísimo pero Tanya no les explicó los detalles.

Estuvo una semana llorando por Gordon y, finalmente, sola en su casa de Ross, volvió a refugiarse en sus relatos. Ahora, sin sus hijos, la casa le parecía muy vacía.

Estuvo trabajando durante meses sin descanso y sin apenas salir. Fue un otoño largo y solitario. Para Acción de Gracias, había acabado su libro de relatos y el día en el que sus hijos tenían que llegar a casa para la celebración de la festividad, recibió una llamada de Walt. Estaba muy contento de que Tanya hubiera acabado el libro y le comentó que ya tenía editor. Inspiró hondo y luego le anunció que tenía una película para ella. Sabía cuál iba a ser su reacción. Tanya le había dicho tajantemente unos meses atrás que no volviera a llamarla para escribir un guión, porque su relación con Los Ángeles había terminado y bajo ningún concepto regresaría. Había participado en tres películas, había ganado un Oscar y se había pasado prácticamente dos años en Hollywood. Suficiente. A partir de entonces, solo quería escribir libros, estaba decidida a trabajar en serio en una novela y a seguir viviendo en Ross.

– Diles que no me interesa -dijo Tanya con determinación.

No pensaba volver a Los Ángeles, no le gustaba la forma de vida de su gente ni sus valores. Y, menos aún, cómo se comportaban. No tenía vida alguna en Marin -ya no veía a sus antiguos amigos, mucho más próximos a Peter y a Alice-, pero no le importaba. Lo único que le interesaba era escribir y estar con sus hijos cuando volvían a Marin a visitarla. A Walt no le gustaba la vida que Tanya llevaba, pero había que reconocer que ahora su escritura era extraordinaria, mucho más rica, más potente y más profunda. Era evidente lo mucho que había sufrido. Pero seguía pensando que, con cuarenta y cuatro años, la escritora merecía una vida más plena.

– ¿Puedo por lo menos contarte de qué va la película? -preguntó Walt, exasperado.

El agente sabía lo tozuda que era Tanya. Había cerrado la puerta a Hollywood y no quería volver a oír hablar de ellos. La había llamado con al menos una docena de propuestas desde que había ganado el Oscar.

– No, no me importa en absoluto. No voy a hacer una película y no volveré jamás a Los Ángeles.

– No tendrás que volver. En este caso, el director y productor es independiente. Quiere rodar la película en San Francisco y la historia te va como anillo al dedo.

– No, dile que se busque a otro guionista. Quiero escribir una novela.

– Oh, ¡por el amor de Dios, Tanya! Has ganado un Oscar. Todos te quieren a ti. Este tipo tiene una idea genial y ha ganado toda clase de premios, aunque todavía no ha ganado ningún Osear. Podrías escribirle el guión con los ojos cerrados.

– No quiero escribir ningún guión -insistió Tanya-. Odio el mundo del cine. Esa gente no tiene ni integridad ni moral, son imposibles trabajando y cada vez que me acerco a ellos, mi vida se va a la mierda.

– Y tu vida ahora es maravillosa, ¿verdad? Te has convertido en una ermitaña y lo que escribes es deprimente. Después de leerlo, tengo que atiborrarme de antidepresivos.

Tanya sonrió. Tenía razón, pero también era buena literatura y Walt lo sabía, aunque le doliera reconocerlo.

– Pues ve pidiendo otra receta, porque la novela que voy a escribir no es precisamente muy alegre.

– Deja de escribir cosas deprimentes. Además, este tipo quiere hacer una película seria. Podrías ganar otro Oscar -añadió Walt intentando encandilarla sin éxito.

– Ya tengo uno, no necesito otro.

– Claro que sí. Podrías utilizarlos como sujetalibros, para aguantar todos esos libros deprimentes que escribirás encerrada en tu castillo.

Tanya se echó a reír.

– Te odio.

– Me encanta cuando dices eso -comentó Walt-. Quiere decir que te estoy convenciendo. El productor es inglés y quiere conocerte. Estará en San Francisco esta semana.

– Oh, por el amor de Dios, Walt. No sé por qué te hago caso.

– Porque tengo razón y tú lo sabes. Solo te llamo cuando hay algo realmente bueno, y esta película es buena de verdad. Lo intuyo. Le conocí en Nueva York hace unos días y es un buen tipo que hace un buen trabajo. Ha hecho unas películas excelentes y en Inglaterra tiene mucho prestigio.

– De acuerdo, me reuniré con él.

– Gracias. Y no olvides bajar el puente levadizo para cruzar el foso.

Tanya ahogó una carcajada.

Más tarde, recibió la llamada de Phillip Cornwall, el productor y director británico. Se mostró muy agradecido por permitirle que le contara la historia de la película. Walt ya le había advertido que había muy pocas posibilidades de que Tanya quisiera concederle un solo minuto de su tiempo.

Quedaron para tomar un café en el Starbucks de Mill Valley. Tanya llevaba el pelo largo y hacía seis meses que no se ponía ni pizca de maquillaje. Si bien era cierto que el tiempo que había pasado con Gordon le había proporcionado alegría y diversión, perderle le había sentado fatal. En los últimos años había sufrido demasiadas decepciones y había perdido a demasiados hombres, así que no tenía ningunas ganas de volver a intentarlo. Cuando la vio, Phillip captó de inmediato el sufrimiento de Tanya. En sus ojos podía adivinarse el dolor que ya había leído en sus libros.

Mientras Tanya tomaba un té y Phillip un capuchino, este le contó el argumento: quería arrancar la película con la muerte de una mujer durante un viaje y retroceder hasta el principio de la historia de la protagonista; explicar sus orígenes y cómo había contraído la enfermedad del sida como consecuencia de las prácticas bisexuales secretas de su marido. Era una historia narrativamente compleja pero con una temática simple. Tanya encontró interesante todo lo que Phillip le contó y le gustó su forma de narrarlo. Le pareció que tenía un acento encantador y le interesó que quisiera rodar en San Francisco. Apenas se fijó en el aspecto del director, pero le gustó su creatividad y la complejidad de sus planteamientos. Era joven y atractivo, pero no le interesó en absoluto como hombre. A su entender, sus pulsiones sexuales estaban dormidas o, simplemente, muertas.

– ¿Por qué yo? -preguntó en voz baja mientras sorbía el té.

Tanya se había informado de que Phillip tenía cuarenta y un años, había rodado media docena de películas y había ganado varios premios. Le gustaba su forma directa de hablar y que no hubiera intentado ablandarla ni conquistarla. Tenía claro que era poco probable que Tanya aceptase el proyecto y quería convencerla con los méritos de la historia y no camelándola. Eso le gustó, sobre todo porque le parecía que ya estaba por encima de los halagos. Además, Phillip parecía muy interesado en su opinión y en su consejo.

– He visto la película por la que ganaste el Oscar. En cuanto la vi, supe que quería trabajar contigo. Es increíble.

Una película con un mensaje potente, como la que él quería rodar.

– Gracias. ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Tanya queriendo saber sus planes.

– Yo vuelvo a Inglaterra -dijo él sonriendo.

Tanya se dio cuenta de que parecía cansado. Era como si fuera dos personas en una: joven y viejo a la vez, sabio pero con capacidad todavía para sonreír. En cierto modo, se parecían bastante. Ninguno de los dos era todavía mayor, pero ambos parecían haber sufrido en la vida y estar cansados.

– Espero reunir el dinero necesario, recoger a mis hijos y venir a vivir aquí un año entero para rodar la película, si tengo suerte. Me consideraría muy afortunado si aceptaras escribir el guión.

Era el único halago que se había permitido y Tanya sonrió. Phillip tenía unos ojos de un marrón profundo y cálido que parecían haber visto muchas cosas, algunas de ellas difíciles.

– No quiero escribir más guiones -confesó Tanya con sinceridad.

No le explicó por qué y él no se lo preguntó. Respetaba sus límites tanto como respetaba su profesionalidad. Para él, Tanya era como un icono y consideraba que tenía un talento extraordinario. No le molestaba que se mostrase distante y fría con él. La aceptaba tal como era.

– Eso me ha dicho tu agente. Tenía la esperanza de convencerte.

– No creo que puedas -dijo ella con sinceridad, a pesar de que la historia le había encantado.

– También me dijo eso.

Aunque después de hablar con Walt, Phillip prácticamente había perdido la esperanza de que Tanya escribiera el guión, consideraba que había merecido la pena intentarlo.

– ¿Por qué vas a traerte a los niños contigo? ¿No sería más fácil que los dejaras en Inglaterra mientras tú haces la película?

No era más que un detalle sin importancia, pero Tanya sentía curiosidad y se había atrevido a preguntar. Él, menos audaz, la miraba con aquellos ojos marrones que acentuaban la palidez de su rostro enmarcado por oscuros cabellos; unos ojos que buscaban respuesta a mil preguntas que no osaba formular.

Phillip respondió con simplicidad, sin dar demasiados detalles.

– Mis hijos tienen que estar conmigo. Mi mujer murió hace dos años mientras montaba a caballo. Los caballos eran su pasión y ella era muy testaruda. Saltando un seto, se cayó y se rompió el cuello. A pesar de que llevaba la equitación en la sangre, era un terreno muy accidentado. Así que no tengo con quién dejar a los niños, por lo que vendrán conmigo.

Lo contaba con pragmatismo, sin compadecerse de sí mismo. Tanya se sintió más conmovida de lo que quiso aparentar.

– Además -añadió Phillip-, si estoy solo me siento muy desgraciado. Desde que murió su madre, nunca me he separado de ellos. Esta es la primera vez y solo he hecho un viaje corto para poder conocerte.

Era difícil que Tanya no se sintiera halagada y conmovida a la vez. Las palabras de Phillip explicaban lo que Tanya había leído en sus ojos y en su rostro. En ellos había dolor y valor, una combinación que le gustaba. Como le gustaba lo que le había contado sobre sus hijos. Todo en Phillip era auténtico, sin rastro de Hollywood.