– ¿Cuántos años tienen? -preguntó con interés.
– Siete y nueve, una niña y un niño. Se llaman Isabelle y Rupert.
– Muy británicos -dijo ella recibiendo una sonrisa por respuesta.
– Necesito alquilar una casa. Si conoces algún sitio realmente barato…
– Quizá -dijo ella echando una mirada a su reloj.
Aquella tarde llegaban sus hijos a casa, pero había quedado con suficiente tiempo de antelación para no tener que ir con prisas. Phillip era un hombre con una pesada carga, pero no parecía lamentarse por lo ocurrido. Estaba intentando salir adelante, mantener a sus hijos junto a él y seguir trabajando. Había que reconocerle el mérito.
Tanya vaciló y después, sin saber muy bien por qué o quizá por lástima, decidió lanzarse.
– Puedes quedarte en mi casa hasta que encuentres un sitio. Tengo una casa cómoda y grande, y mis hijos están en la universidad. Llegan esta noche pero normalmente solo están en Navidad y en verano, así que podrías instalarte una temporada. Aquí hay colegios muy buenos.
– Gracias -respondió Phillip que, conmovido por la oferta, no podía articular palabra-. Son buenos niños y están acostumbrados a viajar conmigo, así que se portan bastante bien -añadió después.
Era la frase que todos los padres decían de sus hijos, pero Tanya pensó que, probablemente, siendo británicos, sería cierto. Además, hasta que encontrasen un apartamento de alquiler, darían un poco de vida a su casa. Aunque no quisiera escribir el guión, quería ayudarle. Tendría que buscarse otro guionista pero podía instalarse con sus hijos en su casa hasta que se situara.
– ¿Cuándo vuelves? -preguntó Tanya con preocupación.
– En enero. Cuando terminen el trimestre escolar, sobre el 10 más o menos.
– Perfecto. Mis hijos ya habrán regresado a la universidad y hasta las vacaciones de primavera no volverán a aparecer por casa. ¿Cuándo te marchas?
– Esta noche.
Phillip había dejado el dossier sobre el proyecto encima de la mesa. Tanya lo cogió y él contuvo la respiración. Lo sujetó en las manos durante un interminable minuto y sus miradas se cruzaron.
– Lo leeré y te diré algo. De cualquier modo, puedes quedarte en mi casa. No te hagas muchas ilusiones. No escribiré otro guión pero puedo decirte lo que pienso -dijo Tanya, impresionada por la historia y por su creador.
Se levantó con la carpeta entre los brazos.
– Te llamaré después de leerlo. Pero no des nada por sentado. Es muy difícil que me decida a hacer otra película. Por buena que sea tu historia, el cine y yo hemos terminado. Quiero escribir una novela.
– Espero que esta sea la historia que te haga cambiar de idea -deseó levantándose él también.
Era un hombre alto y delgado.
Apenas intercambiaron una sonrisa. Phillip le dejó su número de móvil en Inglaterra y en la carpeta constaba su número de casa. Tanya le dio las gracias por haber viajado desde tan lejos para conocerla. A pesar de que le parecía una auténtica locura, Phillip le dijo que había merecido la pena, aunque su respuesta fuera finalmente negativa. Se dieron la mano y Phillip se marchó.
El director británico subió en su coche de alquiler y se alejó de la ciudad mientras Tanya conducía de vuelta a casa. Al llegar, dejó la carpeta encima de su mesa, pensando que ya encontraría algún momento más adelante para leerla. Dos horas más tarde, Molly, Megan y Jason llegaron a Marin y la casa cobró vida de nuevo. Estaba tan feliz de tenerles con ella que se olvidó del proyecto hasta después del fin de semana de Acción de Gracias. El domingo por la noche, cuando los chicos ya se habían ido, vio la carpeta encima del escritorio y lanzó un suspiro. No quería leerla pero se había comprometido a hacerlo y sentía que, por lo menos, le debía a Phillip una oportunidad.
Se sentó a leer la historia; a medianoche había terminado. Aunque deseaba odiar a Phillip, no podía. Sabía que tenía que escribir aquel guión y que sería el último. Mientras lo leía, había tomado numerosas notas y se le habían ocurrido un millón de ideas. Anhelaba escribir aquel guión. Phillip había construido una historia brillante, limpia, clara, pura, simple y potente a la vez que compleja y enrevesada. Tenía que escribir el guión.
Eran las ocho de la mañana en Inglaterra y Phillip estaba preparando el desayuno para sus hijos cuando sonó el teléfono.
– Lo haré -dijo Tanya oyendo el ruido de los niños al otro lado del teléfono.
Aquel lío de voces de niños a la hora del desayuno era un sonido que Tanya conocía bien y que añoraba enormemente. Sería bonito tenerles con ella, aunque fuera solo unos días, o durante el tiempo que tardaran en encontrar un lugar para vivir. Y tenía muchísimas ganas de escribir el guión.
– Perdona… ¿qué has dicho?
Rupert estaba gritando al perro justo cuando Tanya pronunciaba aquellas palabras. Oía cómo el animal ladraba de nuevo.
– Lo siento pero no te he oído. Ya ves qué ruido hay aquí.
– He dicho que lo haré -repitió Tanya suavemente y con una sonrisa.
Esta vez, Phillip sí la oyó. Hubo un largo silencio en el que solo pudo oír a los niños chillando y al perro ladrando.
– Joder. ¿Hablas en serio?
– Sí, claro. Y juro que será mi último guión. Pero creo que puede ser una película hermosa y me he enamorado de tu idea. El borrador que me diste me ha hecho llorar.
– Lo escribí para mi mujer -confesó Phillip-. Era médico, una mujer maravillosa.
– Eso suponía -comentó Tanya, que ya había imaginado que, aunque la mujer de Phillip no hubiera muerto de sida sino montando a caballo, la historia era una recreación de su muerte-. Voy a empezar a trabajar ahora mismo. La novela puede esperar. En cuanto cobre algo de sentido, te enviaré por fax lo que tenga.
– Tanya -dijo Phillip con voz ahogada-. Gracias.
– Gracias a ti -replicó ella.
Eran dos personas que llevaban mucho tiempo sin sonreír y que, de pronto, estaban exultantes. Para Tanya no cabía duda de que iba a ser una película fabulosa. Confiaba en escribir un guión magnífico. Iba a darlo todo.
Al día siguiente, Tanya empezó a trabajar. Le llevó tres semanas redactar un borrador con sentido en el que las diferentes escenas quedaran organizadas y la historia fluyera. Cuando le envió por fax a Phillip una primera idea, se acercaba la Navidad. Phillip lo leyó en una sola noche y, a la mañana siguiente, telefoneó a Tanya.
En San Francisco eran las doce de la noche y Tanya estaba sentada en su escritorio trabajando en el guión.
– Me encanta lo que has preparado -dijo Phillip rebosante de entusiasmo-. Es simplemente perfecto.
Phillip esperaba mucho de Tanya pero el resultado era aún mejor. La guionista estaba convirtiendo su sueño en realidad.
– A mí también me gusta -reconoció Tanya con una sonrisa mirando por la ventana y contemplando la noche-. Creo que puede funcionar.
Mientras lo escribía, Tanya había tenido que ahogar sus lágrimas, una buena señal. Y lo mismo le había ocurrido a Phillip.
– ¡Creo que es fantástico! -exclamó él.
Estuvieron charlando durante casi una hora, discutiendo algunos problemas con los que se había encontrado a la hora de montar el guión, pasajes difíciles, escenas que ella no había sabido cómo resolver. El proyecto solo estaba arrancando, pero la conversación fue un fructífero intercambio de ideas y acabaron resolviendo los problemas que habían surgido. Al colgar, Tanya se dio cuenta, sorprendida, de que habían estado dos horas al teléfono.
Phillip seguía con su plan de viajar el 10 de enero a Estados Unidos. Quería contratar a actores locales y conocía a un cámara sudafricano muy bueno con el que había coincidido en la escuela; vivía en San Francisco. El presupuesto de Phillip era más bien reducido, así que le había ofrecido a Tanya lo máximo que podía por escribir el guión. Tanya le había estado dando vueltas y finalmente le dijo que había decidido no cobrar nada de entrada y quedarse con un porcentaje de la película al final. Creía que el proyecto era una buena inversión y le interesaba más el trabajo con el director y productor que el dinero.
Poco antes de Navidad logró darle un buen empujón al trabajo y el guión empezó a fluir solo. Parecía que Tanya estuviera predestinada a escribir aquella historia. Escribía todo lo que Phillip sentía y él estaba entusiasmado.
Los chicos pasaron la Navidad con Tanya en casa; fueron unas vacaciones fantásticas. Megan le contó a su madre que tenía un nuevo novio en la universidad y Molly le anunció que había decidido ir a Florencia a estudiar el curso siguiente. Después de las fiestas, Jason se marchó a esquiar con sus amigos.
Tanya contó a sus hijos que estaba trabajando en una película independiente, lo que despertó su interés inmediatamente. Apenas les habló de Phillip Cornwall, era lo de menos. Lo que de verdad había atrapado a Tanya era la historia. Había estaba trabajando en ella desde después de Acción de Gracias. Phillip había sido el catalizador, pero ahora Tanya estaba totalmente seducida por la historia porque, como cualquier buena historia, tenía vida propia.
Tal como estaba previsto, Phillip llegó el 10 de enero acompañado de sus hijos, Isabelle y Rupert, de siete y nueve años respectivamente. Ya había comenzado a buscar apartamento y le aseguró que se quedaría el menor tiempo posible. Tanya instaló a Phillip en la habitación de Molly y a los niños en la de Megan. Junto a la cama de su hija, colocó una cama plegable para que los niños pudieran dormir el uno junto al otro. Eran unos niños adorables y británicos al cien por cien: muy educados, con un comportamiento ejemplar, guapos, dulces, con unos enormes ojos azules y el cabello rubio. Parecían niños de película. Según Phillip, eran la viva imagen de su madre.
Cuando entraron en casa de Tanya, se quedaron mirándola con sus enormes ojos azules, mientras Phillip los mostraba con orgullo. A Tanya le bastaron cinco minutos para darse cuenta de que el director de cine era un buen padre y que adoraba a sus hijos tanto como ellos a él. Formaban una maravillosa unidad.
Llegaron agotados tras el largo viaje y era la hora del té en Inglaterra. Tanya había ido a una tienda de productos ingleses para comprar galletas de allí y la típica crema espesa que en Inglaterra se solía tomar. Les preparó unos bocadillos, chocolate caliente con nata, fresas cortadas y jamón. Cuando los niños lo vieron, se pusieron a dar gritos de alegría. Les gustaban tanto las galletas que Isabelle prácticamente se sumergió en la merienda y acabó con la nariz llena de nata. Phillip se la limpió entre risas.
– Eres una pequeña cochina, Isabelle. Tendremos que darte un buen baño.
Para Tanya era maravilloso que la casa volviera a llenarse de voces infantiles. Oyó sus risas en su habitación, mientras hablaban con su padre, y por la noche oyó cómo Phillip les contaba un cuento antes de dormirse.
Una hora más tarde, Phillip apareció en la cocina, donde Tanya estaba trabajando en el guión, y le anunció que los pequeños ya estaban profundamente dormidos.
– Están agotados del viaje -explicó Phillip.
– Tú también debes de estar agotado -dijo Tanya levantando la vista y sonriendo.
Los ojos de Phillip indicaban cansancio pero también felicidad. Se moría de ganas por sumergirse en la película.
– Pues la verdad es que no -repuso él, sonriendo-. Estoy emocionadísimo de estar aquí.
Al día siguiente acompañaría a los niños al colegio, y esa misma semana quería reunirse con el cámara. Tenían un millón de cosas que hacer y de cuestiones que discutir, así que, en cierto modo, era más fácil trabajar viviendo en la misma casa. Estuvieron horas charlando y bebiendo té, hasta que finalmente el jet lag pudo con Phillip y se fue a la cama.
A la mañana siguiente, Tanya les preparó el desayuno, le explicó a Phillip cómo llegar al colegio y le prestó el coche. Dos horas más tarde, después de haber dejado bien instalados a los niños en su nueva escuela, Phillip estaba de vuelta, a punto para ponerse manos a la obra. Estuvieron toda la semana trabajando sin descanso en el guión. Tenían el proyecto controlado y avanzaban a pasos de gigante, con más facilidad y mucho mejor de lo que ninguno de los dos había creído posible. Intercambiaban ideas constantemente; las propuestas de ambos enriquecían día a día el guión y la historia. Formaban un buen equipo.
Tanya pasó el fin de semana con Phillip y sus hijos enseñándoles el barrio y, cuando él tuvo que ausentarse para ir a visitar un posible apartamento de alquiler, Tanya se ofreció a quedarse con los pequeños. Hicieron bizcochos y fabricaron muñecos en papel maché, algo que Tanya solía hacer con sus hijos muchos años atrás. Cuando Phillip regresó, la cocina era un caos pero los niños estaban radiantes y encantados con su nueva amiga. Isabelle había hecho un antifaz y habían llenado la cocina de muñequitos y animales.
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