– Madre mía, ¿qué habéis estado haciendo? ¡Qué caos! -comentó Phillip riendo y observando que Tanya tenía la barbilla cubierta de papel maché.
Ella se la limpió cuando Phillip se lo señaló, y con una sonrisa afirmó:
– Nos lo hemos pasado fenomenal.
– Eso espero. Hará falta una semana entera para limpiar todo esto.
Recogieron las creaciones de los niños y las pusieron a secar. Después, Phillip ayudó a Tanya a limpiar y ordenar la cocina. Los niños salieron a jugar al jardín. Tanya todavía conservaba los columpios de cuando sus hijos eran pequeños y estaba encantada de ver que alguien volvía a utilizarlos. La casa había vuelto a cobrar vida con ellos y Phillip aportaba algo nuevo y diferente al trabajo de Tanya. Ambos estaban aprendiendo mucho el uno del otro.
Phillip le comentó que había encontrado un apartamento en Mill Valley, pero que todavía tardarían una semana en poder ocuparlo. Tanya estaba feliz de tenerles allí, por lo que le embargó la tristeza.
– No te preocupes -dijo sonriendo-. Me dará pena que os marchéis. Es tan maravilloso volver a tener niños cerca…
Tanya estuvo a punto de pedirles que se quedaran, pero sabía que Phillip necesitaba tener una vida y un lugar propios. Por bonito que le pareciera a ella, no podían pasarse seis meses viviendo en las habitaciones de sus hijos.
– Espero que vengáis de visita a menudo -dijo-. Son unos crios encantadores.
Aquella tarde, los niños le habían hablado de su madre. Rupert le había explicado con solemnidad que había muerto al caerse de un caballo.
– Lo sé -había respondido Tanya, muy seria-. Me da mucha pena.
– Era muy guapa -había añadido Isabelle.
– No me cabe ninguna duda.
Tanya había logrado distraer su atención con el montón de papel maché y los lápices de colores. Les propuso que hicieran unos dibujos para su padre. Phillip había tenido una grata sorpresa al verles a los tres jugando; le conmovía que Tanya fuera tan amable con los pequeños.
Aquella noche Tanya les llevó a todos a cenar. Los niños comieron hamburguesas con patatas fritas y Phillip y Tanya un buen filete. Cuando volvieron a casa, con Phillip al volante y los dos niños charlando animadamente en la parte de atrás, Tanya sintió que volvía a tener una familia. Los niños contaron a Tanya que les gustaba su nueva escuela pero que después del verano, cuando su padre terminara la película, volverían a Inglaterra.
– Lo sé -dijo ella caminando junto a ellos hacia la casa-. Yo trabajo con vuestro padre en esa película.
– ¿Eres actriz? -preguntó Rupert con curiosidad.
– No, soy escritora -respondió Tanya mientras ayudaba a Isabelle a quitarse el abrigo y la niña la miraba con una sonrisa deliciosa capaz de enternecer el corazón de cualquiera.
Aquella semana, Tanya y Phillip siguieron trabajando juntos en el guión. En realidad, era una forma casera de hacer la preproducción, de hilvanar la historia y evitar que hubiera fallos futuros.
El fin de semana siguiente, y con gran pesar de Tanya, Phillip y sus hijos se mudaron al apartamento. Les hizo prometer que la visitarían a menudo. Phillip cumplió su promesa y llevaba a los niños a ver a Tanya a menudo. Después de recogerles en el colegio iban los tres a su casa, y mientras los crios jugaban o hacían los deberes, los adultos seguían trabajando en el guión.
Phillip contrató a jóvenes actores locales y a una joven actriz de Los Angeles. En abril empezaron el rodaje, y a finales de junio ya habían terminado. Llevaban ya seis meses trabajando juntos día y noche y Rupert e Isabelle estaban muy a gusto con Tanya. Solían ir a cenar a su casa y Tanya siempre procuraba comprar algún producto típico de su país en la tienda de alimentación inglesa que conocía. Le divertía estar con ellos. Un sábado en el que no tenían rodaje, les llevó al zoo ella sola; después se entretuvieron en un tiovivo y no regresaron al apartamento de Phillip hasta la hora de cenar. Llegaron con la cara llena de caramelo.
En verano, Tanya les llevó a los tres a la playa. Ella lo vivía como un regalo. Sus hijos eran ya demasiado mayores para esas actividades y hacían su vida.
Para Phillip, tener a Tanya cerca era un descanso. No había tenido intención de cargarla tan a menudo con sus hijos, pero ella no cesaba de asegurarle que estaba encantada y los niños, por su parte, se pasaban el día pidiéndole ir a verla. A lo largo de aquellos meses de intenso trabajo, Phillip y Tanya se habían convertido en amigos; habían compartido muchas confidencias sobre su vida, sus hijos, sus parejas e incluso su infancia. Tanya solía decirle que conocer a la gente en profundidad era una ayuda para su trabajo, para escribir mejor.
El último día de junio terminaron la película. Aquel fin de semana los hijos de Tanya regresaban a casa después de las últimas clases y ella se había comprometido con Phillip a quedarse con Isabelle y Rupert. Molly y Megan encontraron adorables a los pequeños y se los llevaron de paseo y a hacer recados con ellas. Isabelle era muy seria, pero Rupert tenía mucho sentido del humor y era un niño muy divertido. A Tanya se le encogía el corazón al pensar en el enorme cariño que había cogido a aquellos seres encantadores.
Cuando Phillip le dijo que en julio tenían que regresar a Inglaterra, Tanya tuvo que hacer un esfuerzo para no suplicarle que se quedara. No quería ni imaginar cómo se sentiría cuando volviera a reinar el silencio en su hogar. El solo pensamiento la horrorizaba. Estaban ya en plena posproducción y Tanya se sentía feliz de que el proceso se estuviera alargando. Hasta entonces, y durante todo el rodaje, habían trabajado de forma muy eficaz, algo de lo que Phillip se enorgullecía. Estaba muy ilusionado con el guión, y Tanya muy orgullosa de él.
Una noche, mientras trabajaban, Tanya confesó a Phillip su tristeza por perderles de vista. Él se sintió enormemente conmovido. Hasta entonces, habían tenido una relación muy profesional. Phillip era un hombre bastante formal y muy británico. Solo se relajaba cuando veía a Tanya con sus hijos. Cada vez que les veía a los tres, su corazón se henchía de felicidad.
– Creo que deberías quedarte un año más -le dijo Tanya bromeando una noche mientras cenaban todos juntos, con sus hijos respectivos.
– Solo si haces otra película conmigo -bromeó él también.
– Dios me libre -dijo Tanya, al tiempo que ponía los ojos en blanco.
Seguía jurando que aquella era su última película. Al final, habían tenido un trabajo enorme, mucho más del que ninguno de los dos había previsto. Pero también estaban convencidos de que el resultado era bueno. Phillip tenía pensado editar él mismo la película, una vez estuviese en Inglaterra, en un estudio que le había alquilado a un amigo.
A finales de julio la aventura americana de Phillip había tocado a su fin. Aunque Tanya no iba a compartir la última parte de la edición de la película con él, habían adelantado mucho trabajando juntos durante su estancia en Estados Unidos. Antes de volar a Inglaterra, quería pasar dos semanas viajando por California y, para sorpresa de Tanya, la invitó a ir con ellos. Isabelle y Rupert le suplicaron que aceptase. Lo cierto era que tenía tiempo de sobra antes de ir con sus hijos a Tahoe. De pronto, se le ocurrió una idea y se la comentó a Phillip:
– ¿Por qué no venís con nosotros a Tahoe después del viaje? A nosotros nos encantaría y podríais iros justo después.
Phillip ya había avisado que dejaba el apartamento, así que Tanya le ofreció su casa de nuevo. Sería un verano muy alegre. Cuando Phillip aceptó la invitación para ir a Tahoe, Tanya accedió a acompañarles en su viaje.
Molly y Megan estaban encantadas con el plan de su madre. Aquel año habían estado muy preocupadas viéndola todo el día trabajando y tan apagada después de su ruptura con Gordon. Sabían que lo ocurrido en el bungalow había sido muy duro para Tanya y estaban felices de verla de nuevo relajada. Tenían muy claro que Phillip y su madre eran amigos, y a Megan, mucho más madura últimamente, le parecía estupendo.
Tanya, Phillip y los niños empezaron el viaje en Monterrey, donde visitaron el acuario y estuvieron paseando por Carmel. Después, viajaron a Santa Bárbara a visitar a Jason, que se había quedado en la universidad para hacer unos cursos de verano, y de ahí, viajaron a Los Ángeles. Estuvieron dos días en Disneyland; una gozada para Isabelle y Rupert. Tanya les acompañó en todas las atracciones, mientras Phillip hacía fotos sin parar. La última noche asistieron al espectáculo de luces y sonido. Isabelle tenía a Tanya cogida de la mano y cuando esta se volvió para mirar a Phillip, vio que la estaba observando con una sonrisa. Regresaron en tren hasta el hotel. Mientras se dirigían hacia sus habitaciones, Phillip le pasó el brazo a Tanya por los hombros. Quería darle las gracias pero no sabía cómo. Se habían repartido las habitaciones entre chicos y chicas. Isabelle estaba entusiasmada por dormir con Tanya. Phillip entró en la habitación de las chicas para dar un beso de buenas noches a su hija; después, mirando a Tanya con ternura, dijo:
– Gracias por ser tan maravillosa con mis hijos.
Isabelle se había quedado dormida abrazada a la muñeca de Minnie que Tanya le había comprado. Lo que más le había gustado a Rupert, por el contrario, había sido la atracción de Piratas del Caribe, en la que se habían subido dos veces.
– Les adoro -contestó Tanya-. No sé qué haré cuando os marchéis.
Sus ojos reflejaban una tristeza que, de pronto, descubrió también en los de Phillip.
– Yo tampoco -dijo él con dulzura.
Se dirigió hacia la puerta de la habitación y, cuando iba a salir, se volvió como si fuera a decirle algo. Se contuvo, pero finalmente dijo:
– Tanya, estos han sido los mejores meses de mi vida en mucho tiempo.
Phillip también sabía que habían sido unos meses muy felices para sus hijos, los mejores desde la muerte de su madre.
– Para mí también -susurró ella, sabiendo que, por encima de todo, el mayor regalo habían sido aquellos niños que habían conquistado su corazón por completo.
Al final, escribir el guión para la película había sido la guinda del pastel. Phillip asintió, dio un paso hacia Tanya y, sin pensarlo, le acarició el cabello. Tanya llevaba todo el día sin mirarse al espejo y sin preocuparse por su aspecto. Su atención se había centrado únicamente en Isabelle y en Rupert, en correr con ellos de un lado a otro, hacer cola en las atracciones, observar a Mickey y a Goofy, ocuparse de que comiesen algo. Llevaba muchos años sin disfrutar tanto y le gustaba compartir esa felicidad con Phillip, tanto como le había gustado compartir con él la película. Se le hacía extraño imaginar su vida sin él, y más aún, sin ellos tres. Se habían convertido en unos amigos muy queridos para Tanya y se había acostumbrado a tenerles cerca. Ver cómo partían hacia Inglaterra en unas semanas iba a ser una dura prueba.
Mientras Tanya pensaba en ello, Phillip la observaba; podía ver la tristeza en sus ojos. Él sentía lo mismo. No sabía cómo expresárselo. Hacía mucho tiempo que no hablaba íntimamente con nadie, así que abrazó a Tanya y la besó. El tiempo pareció detenerse para ambos. Cuando se separaron, Phillip seguía sin saber qué decir y temía haber cometido un terrible error.
– ¿Me odias? -preguntó él con dulzura.
No era la primera vez que se le había pasado por la cabeza besarla, pero se había reprimido pensando que era una locura. No quería complicar las cosas mientras trabajaban juntos, y ahora era demasiado tarde. Estaba a punto de marcharse. Al menos le quedaba haber compartido su trabajo más importante con ella y saber que era una amiga muy querida.
Tanya negó despacio con la cabeza.
– No te odio. Todavía no te has marchado y ya te echo de menos.
Tanya pensó en lo extraña que era la vida. La gente entraba y salía de su vida con delicadeza o con crueldad, pero siempre de manera dolorosa. Les echaría terriblemente de menos. Miró a Phillip a los ojos preguntándose qué significaba aquel beso.
– No quiero irme -dijo él suavemente.
Ahora que había bajado la guardia, Phillip sentía que las emociones que llevaba meses ocultando le sobrepasaban.
– Pues no lo hagas -dijo ella.
– Ven con nosotros -suplicó él.
Tanya negó con la cabeza.
– No puedo. ¿Qué iba a hacer allí?
– Lo mismo que hemos hecho aquí. Haremos otra película juntos.
– Y cuando la película terminase, ¿qué? Aun así tendré que volver. Mis hijos viven aquí, Phillip.
– Son prácticamente adultos. Te necesitamos, Tanya… Yo te necesito -dijo con lágrimas en los ojos.
Phillip no sabía qué argumentos darle, pero sabía que no quería que aquello terminase, ni el viaje, ni el tiempo, ni la vida que había compartido con ella. Cuando se marcharan, se acabaría para siempre.
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