– No, normalmente procuro estar despierta cuando escribo.

Su intención de dedicarse a escribir el relato aquella mañana se había ido al traste.

– No es fácil, pero lo intento -continuó riéndose mientras sus hijas se sentaban con ella a la mesa de la cocina. Megan quería saber si podía llevar a su novio a Tahoe en agosto; una cuestión delicada. Tanya solía aconsejar a sus hijos que no llevasen a sus novios con ellos durante las vacaciones de verano. Habían hecho algunas excepciones, pero por lo general era algo que ni a ella ni a Peter les gustaba.

– Creo que sería mejor que estuviéramos solo la familia este verano. Jason no traerá a nadie y tampoco Molly -dijo Tanya en tono conciliador.

– A ellos no les importa, ya se lo he preguntado -replicó Megan mirando a su madre fijamente a los ojos.

No era una muchacha que se rindiera fácilmente. Molly era mucho más tímida. Tanya siempre prefería que en los viajes fuesen con amigos de su mismo sexo en lugar de ir acompañados de los chicos o las chicas con los que estuvieran saliendo. Era más sencillo. En algunos aspectos, Tanya era bastante conservadora.

– Hablaré con tu padre.

Estaba intentando ganar tiempo con todo. De pronto, tenía muchas cosas en las que pensar; demasiadas. Walt le había alterado toda la mañana con su llamada. De hecho, toda su vida. De un modo agradable, pero inquietante.

– ¿Ocurre algo, mamá? -le preguntó Molly-. Parece que estés preocupada por algo.

Molly había tenido la misma sensación que Jason y Tanya estaba realmente preocupada. La llamada de Walt la había trastornado. Le había puesto en las manos el sueño de su vida, pero sabía que no tenía otra elección que rechazarlo. En su manual de instrucciones, las buenas madres no abandonaban a sus hijos en el último curso escolar. Ni nunca. Lo correcto era que los hijos crecieran y abandonasen a sus padres, pero no al revés. Aquella situación le recordaba demasiado al abandono de su propio padre.

– No, cariño, no pasa nada. Solo estaba trabajando en un relato.

– Qué bien.

Tanya sabía que estaban orgullosos de ella y su respeto, al igual que el de Peter, significaba mucho para ella. No podía ni imaginar qué pensarían de la oferta de Douglas Wayne que le había hecho llegar Walt.

– ¿Queréis almorzar?

– No, nos vamos.

Iban a Milli Valley a comer con unos amigos.

Media hora más tarde, también ellas se habían marchado y Tanya estaba de nuevo en medio de la cocina, con la mirada perdida. Por primera vez, se sentía como si estuviera dividida entre dos mundos, dos vidas: la gente que amaba y el trabajo con el que siempre había disfrutado. Incluso deseaba que Walt no la hubiera llamado. Se sentía estúpida pero, al apagar el ordenador, se secó una lágrima. Después, se marchó a hacer recados. Regresaba a casa cuando Peter la llamó para decirle que llegaría tarde y que no le preparase la cena. Comería un bocadillo en la oficina.

– ¿Qué tal el día? -le preguntó en tono afectuoso pero con prisas-. El mío ha sido de locos.

– El mío también ha sido un poco ajetreado -dijo Tanya vagamente.

Le molestaba que no fuese a cenar. Quería hablar con él y sabía que estaría agotado después de preparar el juicio.

– ¿A qué hora crees que llegarás a casa?

– Intentaré llegar a las diez. Siento no ir a cenar. Quiero adelantar todo el trabajo posible con los demás.

– De acuerdo -respondió Tanya, comprensiva, ya que sabía lo duro que era preparar los juicios.

– ¿Estás bien? Te noto ausente.

– Solo estoy liada. Lo normal, nada especial.

– ¿Los chicos bien?

– Todos fuera. Megan quiere traer a Ian a Tahoe. Le he dicho que lo hablaré contigo. No creo que sea una buena idea; empezarán a discutir el segundo día y nos volverán a todos locos.

Peter se rió. Era la descripción exacta de los viajes que habían hecho juntos con anterioridad. Se habían llevado a Ian a esquiar el invierno anterior, pero el muchacho se marchó dos días antes de lo previsto, después de cortar con Megan. Sin embargo, en cuanto regresaron, volvieron a salir juntos. En la familia, Megan tenía fama de llevar una vida amorosa turbulenta. Molly todavía no había tenido ninguna relación seria y Jason había estado saliendo con la misma chica durante los años de instituto pero habían cortado poco antes de las vacaciones de verano. Ninguno de los dos quería tener un noviazgo por correspondencia en su primer año en la universidad.

– A mí me da igual que venga Ian -comentó Peter-, pero no me importa si quieres que haga de poli malo.

Peter siempre se mostraba comprensivo y ambos hacían causa común frente a los hijos aunque estos, como todos los jóvenes, solían intentar dividirles y conquistarles con el fin de salirse con la suya. Pero casi siempre fracasaban. Peter y Tanya estaban muy unidos y generalmente compartían opiniones. Era raro que no estuvieran de acuerdo en todo lo concerniente a sus hijos o en cualquier otra cosa.

A Peter le entró otra llamada por lo que se despidió hasta la noche. Siempre era reconfortante hablar con él. Adoraba sus conversaciones, el tiempo que pasaban juntos, cómo se acurrucaban el uno junto al otro por la noche. No había nada en su relación que se hubiera convertido en banal o se diera por sentado. El suyo era uno de esos pocos matrimonios que no había sufrido serios desafíos. Y, después de veinte años, seguían enamorados. Tanya no podía ni imaginarse estar sin Peter. La idea de vivir en Los Ángeles durante nueve meses, sola cinco noches por semana, era inconcebible. Solo de pensarlo, ya se sentía sola. No importaba cuánto dinero le ofreciesen ni lo importante que fuese la película. Su marido y sus hijos eran más importantes para ella. Al enfilar el camino de entrada a casa supo que había tomado una decisión. Ya no sintió pena, quizá cierta desilusión, pero no tenía ninguna duda. Aquella era la vida que quería. Ni siquiera estaba segura de que fuera a contárselo a Peter. Lo único que tenía que hacer era llamar a Walt por la mañana y decirle que rechazaba la oferta. Era halagador haberla recibido, pero no la aceptaría. Ya tenía todo lo que quería. Lo único que necesitaba era a Peter, a sus hijos y la vida que compartían juntos.

Capítulo 2

A pesar de sus buenas intenciones, finalmente Peter llegó a casa pasadas las once, totalmente derrengado y con ganas únicamente de darse una ducha y meterse en la cama. A Tanya no le importó no tener ocasión de hablar aquella noche, ya que a última hora de la tarde había decidido que no iba a contarle lo de la oferta de Douglas Wayne. Ya había tomado la decisión de rechazarla. Cuando Peter se metió en la cama después de la ducha y la abrazó, ya estaba medio dormida. Sin abrir los ojos y con una sonrisa, susurró unas palabras amables a su marido.

– Qué día tan largo… -murmuró medio dormida, apoyando la espalda contra el cuerpo de Peter mientras él la atraía hacia él.

Olía a jabón y a champú. Adoraba su olor, incluso recién levantado. Tanya se volvió sin soltarse de sus brazos y le besó. Él la sujetó con fuerza.

– ¿Un día duro? -le preguntó dulcemente.

– No, solo muy largo -dijo él contemplando su belleza iluminada por la luz de la luna que se colaba por la ventana-. Siento haber llegado tan tarde. ¿Todo bien en casa?

– Todo bien -respondió Tanya somnolienta, acurrucándose en sus brazos plácidamente.

Aquel era su lugar preferido. Adoraba acabar el día junto a él y despertar junto a él por la mañana; una sensación que había perdurado durante aquellos veinte años.

– Los niños han salido -añadió.

Era verano y pasaban el mayor tiempo posible con sus amigos. Las mellizas habían ido a dormir a casa de una amiga, y Jason era un joven responsable, muy precavido conduciendo y que en raras ocasiones salía hasta muy tarde, así que Tanya se iba a la cama tranquila y no se molestaba en esperarle despierta. Además, siempre llevaba el móvil encima, así que estaba localizable permanentemente. Eran tres jóvenes sensatos y no habían dado grandes quebraderos a sus padres ni siquiera en los años de adolescencia.

Peter y Tanya se acurrucaron el uno junto al otro y, a los cinco minutos, ambos estaban dormidos. A la mañana siguiente, Peter se levantó antes que Tanya y, mientras él se duchaba, ella se lavó los dientes y bajó en camisón a la cocina a prepararle el desayuno. Antes, se asomó a la habitación de Jason y vio que dormía profundamente. Tardaría varias horas en despertarse. Cuando Peter bajó, vestido elegantemente con un traje gris de verano, camisa blanca y corbata oscura, Tanya ya había servido el desayuno. Al verle, Tanya supuso que aquel día le tocaba asistir a los tribunales, ya que normalmente solía llevar una camisa deportiva y pantalones informales de color caqui o, de haber sido viernes, unos vaqueros. Peter conservaba el mismo estilo pulcro, formal y algo pijo de su juventud. Formaban una bonita pareja.

Tanya sonrió a su marido y este se sentó a la mesa para disfrutar de un copioso desayuno compuesto de cereales, huevos escalfados, café, tostadas y fruta. A Peter le gustaba empezar el día con una buena comida y era Tanya quien siempre se levantaba temprano para preparársela. Tanto a él como a los chicos durante el curso escolar. Se enorgullecía de ocuparse de su familia y solía comentar que, por encima de su carrera como escritora, estaba su trabajo diario.

– Supongo que hoy tienes que ir a los tribunales -comentó mientras Peter echaba un vistazo al periódico y asentía.

– Una vista rápida. Tengo que pedir un aplazamiento para un caso menor. Y tú, ¿qué vas a hacer hoy? ¿Te apetecería que quedásemos para cenar en la ciudad? Ayer acabamos con casi todo el trabajo preparatorio.

– Estupendo.

Al menos una vez por semana, acostumbraban a ir a la ciudad a algún espectáculo, un ballet o un concierto, pero lo que más les gustaba era pasar una noche tranquila en alguno de sus restaurantes preferidos. También les gustaba ir los dos solos a pasar el fin de semana fuera de Marin. Con tres hijos y durante veinte años de matrimonio, habían mimado su relación para mantener vivo el romanticismo. Hasta la fecha, con éxito.

Mientras terminaba de desayunar, Peter levantó la vista y miró con detenimiento a Tanya. La conocía mejor de lo que se conocía ella misma.

– ¿Qué es lo que no me estás contando?

Como siempre, Tanya se sorprendió por la oportuna e infalible perspicacia de su marido; una perspicacia que llevaba todos aquellos años poniendo en práctica y que, sin embargo, aunque ya no la dejaba sin habla, seguía impresionándola. Siempre parecía saber lo que Tanya estaba pensando y ella no lograba entender cómo lo conseguía.

– Qué gracioso -dijo ella, admirada-. ¿Qué te hace pensar que te estoy ocultando algo?

– No lo sé, lo noto. Por el modo en el que me estabas mirando, como si tuvieras algo que decirme y no quisieras hacerlo. ¿Qué ocurre?

– Nada.

Los dos se echaron a reír. Tanya se había delatado. Solo era cuestión de tiempo. Y eso que se había prometido a sí misma no decírselo. Pero no podían tener secretos el uno con el otro. Tanya conocía a Peter tan bien como él a ella.

– Oh, mierda… No iba a contártelo -confesó.

Acto seguido, sirvió una segunda taza de café a su marido y una segunda taza de té para ella. Tanya apenas desayunaba. Le bastaba con un té y con picotear lo que los demás dejaban en sus platos.

– No es importante.

– Debe de serlo si ibas a mantenerlo en secreto. ¿Qué pasa? ¿Algo acerca de los chicos?

Generalmente solía tratarse de algo relacionado con los chicos, alguna confesión que le habían hecho a Tanya y que ella acababa siempre por contar a Peter. Él guardaba el secreto y Tanya confiaba siempre en su buen juicio. Era un hombre listo, inteligente y bueno. Y no le fallaba prácticamente nunca.

Respiró hondo y dio lentamente un sorbo de té. Le resultaba más fácil hablarle de sus hijos que contarle algo sobre ella misma.

– Ayer me llamó Walt -dijo. Se quedó callada y esperó un instante antes de continuar mientras Peter la miraba expectante.

– ¿Y? ¿Se supone que tengo que adivinar lo que te dijo? -preguntó pacientemente haciendo que Tanya se echase a reír.

– Sí, quizá deberías adivinarlo.

Tanya se dio cuenta de que estaba nerviosa y de que le resultaba difícil contárselo a su esposo. La idea de vivir en Los Ángeles durante nueve meses era tan descabellada que se sentía culpable solo por el mero hecho de verbalizarla. Aunque no había hecho nada malo, se sentía como si así fuera.

Tenía pensado llamar a Walt para rechazar la propuesta en cuanto Peter hubiera salido hacia la oficina; quería hacerlo cuanto antes para olvidarse de ello. El mero hecho de que la oferta siguiera encima de la mesa le parecía una amenaza. Como si Douglas Wayne tuviera el poder de separarla de su familia y de la vida que llevaba solo con su llamada. Sabía que era una tontería, pero no podía evitarlo. En el fondo, estaba asustada porque una parte de sí misma quería aceptar la propuesta. Tanya quería dominar precisamente ese deseo y sabía que ni Walt ni Peter podían hacerlo por ella. Únicamente ella podía.