– Siempre me parece descubrir una nueva persona en usted. A veces veo una mujer en ánimo festivo, otras, una mujer muy maternal y a veces, como hoy, una dura letrada.

– Ya me había visto actuar como abogada.

– Pero no como hoy. Mantenía una actitud agresiva, como si tuviera que combatir contra el mundo. ¿O sólo contra mí?

– No. Contra el mundo.

– Mantiene una lucha en su interior que nadie conoce, ¿verdad?

Ella asintió.

– ¿O tal vez Gianni lo sabe?

Luke no ignoraba que era una pregunta arriesgada, pero en lugar de saltar fuera de la embarcación, ella negó con la cabeza.

– En vida de Gianni no hubo necesidad de pelear.

– Signora…

– Minnie -lo corrigió.

– Minnie, ¿me harías el favor de soltarte el pelo?

La joven se echó a reír e hizo lo que él le pedía.

– ¿Así está mejor?

Luke contempló los rubios cabellos que le enmarcaban el rostro.

– Mucho mejor. Ahora sí que te pareces a la verdadera Minnie.

– No sabes nada de ella.

– Es cierto, porque es muy cambiante y siempre me confunde.

– Podría decir lo mismo de ti. A veces eres un recluso, a veces un hombre con ánimo festivo y a veces un despiadado magnate. Entonces es lógico que intente adaptarme a esas personalidades.

– ¿Y qué soy ahora?

– El hombre de las cavernas. El que me ha arrastrado a un lugar del que no podría escapar.

– A menos que quieras saltar al agua. No sé si el lago es muy profundo, pero sé que el agua está muy sucia.

Minerva dejó escapar una risita que a él le pareció deliciosa y que acabó en una dulce sonrisa.

– ¡Qué extraño! -exclamó de pronto. Son exactamente sus mismas palabras.

– ¿A quién te refieres? -preguntó Luke con inquietud, como si ya hubiera anticipado la respuesta.

– A Gianni. Aquí fue donde me propuso matrimonio -comentó con los ojos fijos en el agua.

Luke sufrió tal conmoción que no pudo evitar que un remo se soltara de su mano.

– No te asustes -dijo ella al tiempo que se lo pasaba.

– ¿Por eso no querías venir al lago?

– Por eso.

– Oh, Dios, y yo te obligué. No sabes cómo lo siento.

– No te preocupes. Me alegra que me hayas traído. Nunca había vuelto desde que Gianni partió. Era como una muralla que se alzaba ante mí y que me sentía incapaz de saltar. Tú me has ayudado a superarlo.

La tensión desapareció de repente y su expresión se tornó apacible.

Ella tenía su propio mundo que sólo compartía con Gianni y nadie más podía tocarlo. Entonces Luke maldijo la mala suerte que lo había impulsado a ir al lago. Justamente al lugar donde había pensado alejarla del fantasma de su marido.

Luke remó en silencio bajo el sol inclemente hasta que la chaqueta empezó a incomodarlo.

– Tu traje no es lo más apropiado para un ejercicio como éste. ¿Por qué no te quitas la chaqueta? -sugirió amablemente. Con gran alivio, Luke se la sacó de inmediato. Minnie la dobló cuidadosamente y la puso junto a ella-. Y si te quitas la corbata podrás abrir el cuello de la camisa. Aunque menos formal, así estarás más cómodo.

– Gracias.

– De nada -respondió la joven con una sonrisa.

Fue una bendición abrir los botones superiores de la camisa y sentir el aire fresco en el cuerpo. Aunque de inmediato se dio cuenta de que estaba empapado. La camisa se le pegaba al cuerpo al tiempo que realzaba los músculos del torso. Si hubiese estado con otra mujer, no le habría importado impresionarla con su atlética estructura; pero con Minnie se sentía incómodo, incluso avergonzado.

Tras lanzarle una mirada, Luke comprobó con alivio que ella parecía no darse cuenta. Estaba reclinada contra la proa, con la cara vuelta al sol y una suave sonrisa en los labios. Luke la contempló embelesado y deseó quedarse así para siempre.

Sentía que su cuerpo vibraba y el corazón le empezó a latir apresuradamente al recordar la noche de la fiesta, cuando lo llevó a la cama y más tarde ella tuvo que luchar para liberarse de su abrazo.

En realidad no recordaba el puñetazo, pero la sensación del cuerpo femenino estrechamente unido al suyo volvió a apoderarse de él en ese momento. Y el hecho de saber que no podía llegar a ella no hizo más que intensificar esas sensaciones hasta la desesperación.

– ¿Aceptaste la proposición de Gianni de inmediato? -preguntó con el objeto de alejar los pensamientos que bullían en su mente.

– Estaba tan enamorada que lo único que pude hacer fue abrir y cerrar la boca como un pez fuera del agua -respondió en un tono soñador y una sonrisa en los labios.

– ¿Y qué dijo él?

– «Si no me dices que sí, te arrojaré al agua». Y yo le dije que sí. Más tarde me contó que habría deseado no haberlo hecho de esa manera porque nunca sabría si me había casado con él por amor o por evitar caer al agua -respondió con una risita-. ¿Por qué me miras así? -preguntó, tras una breve pausa.

– ¿Ves a Gianni en muchos lugares?

Minerva consideró la pregunta con seriedad.

– No lo veo, lo siento dentro de mí, especialmente en los lugares donde estuvimos juntos. A menudo veníamos a este lago y recordábamos el día que me propuso matrimonio.

Luke deseó preguntarle si Gianni se encontraba allí en ese momento, pero se tragó las palabras. ¿Para qué torturarse más?

– Debo regresar a la oficina -suspiró Minerva, minutos después.

– Quedémonos un rato más en el lago. Luego iremos a comer y al infierno con el trabajo.

– No puedo -dijo ella, a su pesar-. Esta tarde debo recibir a unos clientes.

– Posterga la reunión.

– Luke, no puedo abandonar a las personas que me necesitan.

– Pero no hemos hablado de nada.

– Que te sirva de lección por ser un cavernícola.

Luke comprendió que con eso tenía que contentarse. Entonces remó hasta la orilla y la ayudó a bajar de la embarcación. Más tarde, una calesa los llevó a la Via Veneto. Minerva hizo una pausa en la puerta del edificio.

– Dejaremos los negocios para otro día.

Luke no quería hablar de negocios con ella. Quería besarla. Sin embargo, inclinó la cabeza a modo de cortés despedida y se marchó.

Unos cuantos minutos bajo el sol fueron suficientes para secarle la camisa. Entonces llamó al banco y acordó una cita para ese mismo día. Para hacer tiempo, decidió regalarse una excelente comida y sólo bebió agua mineral para mantener la cabeza despejada. En esos momentos actuaba como un hombre de negocios, así que tras la comida pasó más de una hora en el restaurante haciendo cálculos.

La reunión que mantuvo en el banco fue muy satisfactoria. Luke salió del edificio con la impresión de tener todo bajo control, lo que siempre le hacía sentirse mejor.

Sin embargo, se sentía inquieto, así que para calmar el desasosiego hizo todo el camino a pie hasta la Residenza. Llegó cuando empezaba a oscurecer y muy pronto se encendieron las farolas amarillas de la calle.

Algunos vecinos estaban sentados en la escalera del patio. Luke charló brevemente con ellos, deseoso de darse una ducha cuanto antes.

Cuando subía el último tramo de escaleras, se permitió echar una mirada a las ventanas de Minnie. Las luces estaban encendidas, señal de que se encontraba en casa.

Luke entró en su piso. De inmediato se quitó la ropa, entró en el cuarto de baño y encendió el termo del agua. Entonces se produjo la explosión.


Las impresiones se agolpaban en su cabeza sin orden ni concierto.

El ruido espantoso, el golpe en la cabeza al estrellarse contra la pared, llamas, la terrible impotencia de estar tendido en el suelo casi inconsciente, incapaz de moverse y salvarse…

Luke pudo oír a lo lejos unos fuertes golpes en la puerta hasta que lograron abrirla y varias personas entraron precipitadamente en el cuarto de baño. Luego lo arrastraron afuera y otros vecinos se encargaron de combatir las llamas. El dolor era horrible, aunque se mantenía consciente. Sólo era capaz de mover la cabeza de un lado a otro en un intento por comprender lo que estaba sucediendo.

Al sentir que iban a sacarlo del piso, pensó que no debían hacerlo porque estaba desnudo. Quiso decir algo, pero cuando abrió los ojos vio el rostro de Minnie sobre el suyo. La joven lo acunaba entre sus brazos mientras las lágrimas corrían a raudales por sus mejillas.

– ¡Oh, Dios! ¡Otra vez no! ¡Otra vez no! -exclamaba entre sollozos.

Entonces Luke se desvaneció y no supo más, hasta que horas más tarde despertó en la cama de un hospital.


Sentía un punzante dolor en el lado derecho y una sensación abrasadora en la cara que se tornaba insoportable en el brazo derecho.

Luke dejó escapar un gemido sofocado y de inmediato apareció la cara de una mujer ante sus ojos.

– Ha despertado. Muy bien. Los calmantes harán efecto de inmediato.

Luke agradeció esas palabras con una especie de gruñido.

– ¿Qué ha sucedido? -susurró.

– El termo del cuarto de baño explotó prácticamente en su cara y le dio de lleno en el cuerpo. Tiene suerte de estar vivo. Hay quemaduras leves en la cara y en el lado derecho del cuerpo, aunque el brazo está más afectado. No tema, se va a curar. Ya está fuera de peligro.

En ese momento, Luke pudo recordar. Acababa de desnudarse y antes de entrar en la ducha el mundo estalló a su alrededor. Luego, comprobó horrorizado que la mujer era una monja.

– ¡Oh, señor! Lo siento, hermana.

– Doctora -corrigió ella con firmeza.

– Doctora, espero no haber herido la sensibilidad de las hermanas.

– No se preocupe, joven -dijo con buen humor-. Aquí no nos asustamos fácilmente. Por lo demás, ingresó decentemente cubierto. Sus vecinos se ocuparon de ello.

– Menos mal -murmuró, agradecido.

Pero entonces otros recuerdos asaltaron su mente. Minnie. Estaba allí cuando lo arrastraron fuera del baño. Había estado desnudo entre sus brazos mientras ella lo acunaba llorando. «¡Oh, Dios, otra vez no!», había exclamado. Luke intentó pensar con lucidez. ¿Realmente había sucedido o sólo era producto de su afiebrada imaginación?

Los calmantes hicieron efecto y repentinamente se hizo la oscuridad en su mente.

CAPÍTULO 7

CUANDO Luke volvió en sí, notó que todavía estaba oscuro fuera.

Entonces giró la cabeza con mucha dificultad y vio a Minnie de pie junto a la ventana, de espaldas a él. Intentó hablar, pero apenas logró modular un sonido audible. Minerva sintió que Luke se removía en la cama, aunque necesitaba una pausa antes de volverse a mirarlo. Sus lágrimas podrían ser muy reveladoras. El estruendo de la explosión se repetía una y otra vez en su cabeza. Mientras se precipitaba hacia él con el corazón desbocado ante la visión del humo y las llamas, le había parecido que todo se ralentizaba y, en lugar de correr, avanzaba penosamente como si el suelo estuviera impregnado de pegamento.

Luego había distinguido a algunos vecinos que lo sacaban del cuarto de baño y lo tendían en el pasillo. Entonces se vio arrodillada junto a él meciéndolo contra su cuerpo mientras la vida se le escapaba. Como aquella otra vez. ¡Por favor, otra vez no! Mientras lo estrechaba contra su pecho rogaba, rezaba, imploraba a un poder desconocido porque no podría soportar una segunda vez. Lo vecinos lo sacaron de sus brazos y bajaron la escalera con él. Minerva, detrás de ellos, insistió en acompañar a Luke en la ambulancia.

Ya todo había pasado. Él estaba a salvo. Le habían curado las heridas y, en general, tenía buen aspecto. Debería estar contenta y relajarse, pero todavía gritaba horrorizada en su interior mientras las lágrimas inundaban sus mejillas.

– Minnie -llamó él con una voz apenas audible.

No podía seguir fingiendo que no lo oía. Así que se secó los ojos mientras se obligaba a serenarse. Luego se volvió con una sonrisa.

Como a través de una niebla, Luke notó que se acercaba y luego la vio inclinada sobre él.

– Tienes la cara tiznada.

– Por el humo -explicó ella mientras se frotaba la mejilla.

– Lo siento. ¿Te hiciste daño?

– En absoluto. No te preocupes por mí. Me iré pronto para dejarte descansar, pero dime, ¿cómo me puedo comunicar con tu familia?

– No es necesario. Prefiero no preocupar a mi madre. Pensará que las cosas han sido peores de lo que en realidad fueron.

– Sí, tuviste suerte.

– La suerte se la debo a los vecinos que corrieron a rescatarme. Supongo que lo hicieron con la esperanza de mantenerme vivo hasta que las reparaciones queden hechas -añadió con ironía.

– Deja de andar a la caza de un cumplido. Sabes que eres un hombre muy popular entre ellos.

– Aunque tú todavía te preguntas por qué, ¿no es así?

En otra ocasión Minnie habría disfrutado del placer de bromear con él, pero en ese momento sentía un nudo en la garganta y temía romper a llorar otra vez.