– No le he dedicado el menor pensamiento a eso. Y ahora, ¿podríamos hablar en serio un momento? Debería comunicar lo sucedido a alguien cercano a ti. ¿Qué te parece si llamo a tu novia?

– ¿Qué novia?

– La de la fotografía que guardas en el billetero. La descubrí el día que tuve que ir al Contini a buscar tu ropa y el carné de identidad. Tiene unos hermosos cabellos negros.

– ¡Ah, ella!

– ¿Ésa es la forma de referirte a la mujer de tu vida?

– Para ella nunca fui otra cosa que «Ah, él».

– Sin embargo, conservas su foto.

– Había olvidado que estaba en el billetero. Será mejor romperla ya que se ha comprometido con mi hermano Pietro. De hecho… No sé… ¿Qué iba a decir?

Su mente parecía estar llena de nubes.

– No importa. Ahora descansa. Volveré mañana.

– Gracias por lo que hiciste por mí. Porque fuiste tú quien me sostuvo en sus brazos, ¿verdad? ¿O me lo imaginé?

– Duérmete. -Mmm.

Ella esperó un poco y, cuando estuvo segura de que dormía, lo besó en la frente.


Al día siguiente, Luke se sentía mejor, aunque todavía aturdido.

Netta fue a visitarlo con un cesto de frutas y una charla imparable.

– Todos preguntan por ti, Luke. Especialmente Benito, Gasparo y Matteo, que querían enviarte cerveza.

– Sí que es divertido -murmuró, con una débil sonrisa.

– Estabas en tal estado que pensamos que te ibas a morir, así que nos apresuramos a llamar una ambulancia y luego nos retiramos. Excepto Minnie, que insistió en venir contigo.

– Me alegro mucho de tener tan buenos vecinos.

Netta continuó parloteando hasta que una monja llegó en rescate de Luke y la hizo salir de la habitación.

– Gracias -dijo cuando la hermana volvió junto a él-. Es una mujer encantadora, pero…

– Se acabaron las visitas por hoy.

– Hermana, si viene la signora Manfredi, quiero verla. Es mi abogada y estamos proyectando entablar una acción legal contra el propietario de la finca.

Luke se quedó dormido nuevamente. Cuando despertó ya era de noche y Minnie se encontraba junto a él, otra vez dueña de sí misma.

– ¿Te encuentras mejor?

– Creo que sí -murmuró-. Lo suficientemente bien como para oírte decir: «Te lo advertí».

– Lo dejaremos para otra ocasión -replicó con una leve sonrisa.

– Vamos, dilo de una vez. ¿No te alegra verme convertido en mi propia víctima? ¿No debería servirme de lección? Minnie, ¿qué ocurre? -preguntó al ver que ella se había llevado las manos a los ojos.

– No digas eso. No, por favor -rogó con la voz entrecortada.

– No estás llorando, ¿verdad?

– No, por supuesto que no -se apresuró a responder al tiempo que se frotaba los ojos-. Luke, pudiste haber muerto por la explosión.

– Teresa podría haber muerto -dijo con la voz enronquecida-. Es anciana. La impresión tal vez habría bastado para acabar con ella. Y yo tendría que haber cargado con esa culpa el resto de mi vida.

– Fue una suerte para ella haber cambiado el piso contigo -comentó Minnie, con suavidad-. Todos hemos tenido suerte. Gracias a Dios que lo tuyo no ha tenido más consecuencias que unas lesiones en el brazo y en la cara.

– Bueno, tampoco es una gran pérdida. Las mujeres nunca me han perseguido por mi belleza.

– Vamos, ni siquiera te quedarán cicatrices. Mira -dijo al tiempo que ponía ante sus ojos un pequeño espejo que sacó del bolso.

Luke se examinó con mirada crítica y dejó escapar un gruñido.

– Mi cara parece una langosta cocida.

– Sólo en un lado. Por lo demás, es una mancha roja que desaparecerá con el tiempo.

– Háblame de mi apartamento.

– Quedó negro por el humo. Apagaron el fuego casi de inmediato, pero no está habitable.

– Deseo que hagas algo por mí, por favor. Quiero termos nuevos para todas las viviendas de la Residenza, y eso será sólo para empezar. Cuando pueda volver a casa me ocuparé de las otras cosas. Y quiero vigilar las obras personalmente.

– Primero tienes que mejorar antes de pensar en algo más.

– ¿Vendrás a verme otra vez?

– Desde luego.

La hermana a cargo de Luke apareció en la habitación y se acercó al lecho.

– Signora, me alegro de verla aquí -dijo con una sonrisa-. El signor Cayman me ha dicho que van a emprender una acción legal contra el dueño de la propiedad.

– ¿Dijo eso?

– Oh, sí. Y me parece muy bien. Propietarios como él son personas despreciables. Si su casero estuviera aquí le pondría arsénico en el café.

– Y yo también -convino Luke con una mirada malévola dirigida a Minnie.

– Estás cansado dijo ella-. Es hora de irme.

Tras apretarle la mano, se marchó dejándolo al cuidado de la monja.


Tres días después, Luke se encontraba bastante mejor. Todavía estaba débil y tenía el brazo y la mano totalmente vendados.

La familia Manfredi en pleno lo visitaba todos los días.

– Netta, quiero irme de aquí -le dijo una tarde-. ¿Verdaderamente mi piso quedó tan mal?

– Lo siento, pero no podrás vivir allí durante un buen tiempo.

– ¿Y qué me dices de un hotel? ¿Conoces uno cerca de casa?

– No puedes ir a un hotel. Te vendrás con nosotros.

– De ninguna manera, Netta. No deseo ser una carga para ti. Tendrías mucho trabajo conmigo.

Netta se puso a llorar ruidosamente. Entre hipos y sollozos intercalaba frases como que estaba claro que una vieja no podía disfrutar de la alegría de saber que alguien todavía la necesitaba, aunque estaba dispuesta a aceptarlo sin quejarse. Y así siguió imparable. Sus hijos escuchaban su gimoteo con una expresión que indicaba claramente que era un discurso muy conocido. Entonces, el marido se acercó al paciente.

– Harías bien en ceder, amigo.

Con una sonrisa comprensiva, Luke accedió a los ruegos de Netta y las lágrimas de la mujer se secaron como por encanto. Luego aceptó de buena gana las condiciones económicas que él ofreció.

Quedaron en que irían a recogerlo al día siguiente. Minnie llegó más tarde y Luke le contó las noticias. Ella las recibió con cierta reserva.

Sin embargo, habría quedado perplejo si hubiera podido oír la conversación que esa noche la joven sostuvo con Netta en la cocina.

– ¿A qué estás jugando? -preguntó Minnie, furiosa-. Y no me mires con esos ojos inocentes porque eres más taimada que una anguila.

– Chica mala, deberías respetar a tu suegra.

– La respetaré cuando deje de intentar llevarme al altar a toda costa.

– ¿Llevarte al altar? ¿Quién habla de matrimonio? Voy a cuidar a un hombre que no se puede valer por sí mismo, eso es todo.

– ¡Que me cuelguen si eso es todo! Este plan es producto de tu mente enrevesada.

– ¿Y qué? Siempre has dicho que soy tu Mamma, y se supone que una madre tiene que darse maña para ayudar a su hija.

– No necesito ayuda -declaró con la esperanza de parecer firme.

– Desde luego que necesitas ayuda. Hace cuatro años que eres una viuda fiel al recuerdo de tu marido. Ahora tienes ante ti la posibilidad de encontrar la felicidad en la vida.

Minnie le lanzó una mirada cariñosa, aunque no carente de ironía.

– Así que lo haces sólo por mi felicidad, ¿eh?

Netta se encogió de hombros expresivamente.

– Luke es rico. Si te casas con él, no tendremos que pagar el alquiler nunca más en la vida.

– Netta, no sabes lo que haces. Esto no es un juego en el que puedas mover a las personas como si fueran peones en un tablero de ajedrez. No quiero a Luke aquí. Debe quedarse un tiempo más en el hospital.

– Si Luke viene a casa estará en tu poder, y eso es lo que quieres.

– ¿De veras? ¿Así que ahora te has convertido en una experta en interpretar mis deseos?

– Por supuesto. Tú quieres un hombre.

– No a ese hombre -declaró la joven, con tozudez.

– Sí, a él. Es el hombre de tu vida, Minnie. Te lo dice tu Mamma.

– ¿Quieres bajar la voz, por favor?

– Entonces compórtate como una buena chica y haz lo que se te dice. Como cualquier mujer inteligente, sabes que si está cerca de ti podrás conquistarlo.

– Bueno, puede que no sea inteligente.

– Tienes razón. Como letrada eres muy lista, pero como mujer eres una tonta.

– Gracias -dijo Minerva, enfadada.

Tomaso asomó la cabeza por la puerta de la cocina.

– Hija, escucha a Netta porque tiene razón. Además, lo tiene todo calculado.

– Deberíais sentir vergüenza -dijo Minnie, más calmada.

Sabía que sus suegros la querían sinceramente y eso le llegaba al corazón. Aunque no ignoraba que eran unos bribones bien intencionados que también confabulaban en su propio beneficio buscando la forma de salir adelante.

Así que, como siempre, se dejó seducir por el consuelo que encontraba en el afecto de esos seres que eran como verdaderos padres para ella.

Al día siguiente, no pudo presenciar el regreso triunfal de Luke a la Residenza porque pasó la jornada entera en los tribunales.

Cuando llegó a casa por la noche, vio que Charlie hacía guardia en la escalera.

– Ya está aquí -oyó que avisaba en el piso de Netta.

Todos salieron a recibirla y la hicieron entrar en la sala. Luke, arrellanado en un sillón, se levantó para saludarla.

Netta la obligó a sentarse a la mesa y fue a la cocina a calentar cena para ella.

– A juzgar por tu aspecto, ya deberías estar en la cama -dijo Minnie en voz baja.

– Estoy un poco cansado, pero Netta me cuida maravillosamente. Todos han hecho que me sienta como un miembro más de la familia.

– Eso es lo que me atemoriza -murmuró la joven-. Son encantadores, pero…

– Pero agotadores. Lo sé. No te preocupes. Netta dice que será como una madre para mí. Verás, ya tengo órdenes para mañana. Debo permanecer en cama hasta que la enfermera venga a cambiarme las vendas. Aunque más tarde me levantaré e iré a ver qué ha quedado de mi piso.

– No te fuerces. Necesitas toda tu energía para recuperarte. ¿Estás cómodo en la habitación?

– Sí, Charlie me ha cedido amablemente la suya y se ha mudado a una más pequeña.

– Habría sido mejor que te quedaras con ésa. Lo digo porque está al final del pasillo y es más tranquila. La de Charlie queda junto a la sala y no tendrás paz ni intimidad.

– Bueno, en todo caso ha sido una gentileza de la familia Manfredi. Además, no me quedaré demasiado tiempo.

Antes de marcharse, Minnie hizo un aparte con Netta.

– Está muy cansado -comentó.

Netta asintió con un suspiro.

– Tal vez no haya sido una buena idea. Con tanta gente dando vueltas por la casa no puede descansar como debería dijo en tono sombrío. Segundos más tarde, la cara se le iluminó-. Ya tengo la solución. ¿Por qué no le cedes la habitación de invitados en tu casa?

– Es lo que has estado tramando todo el tiempo, ¿verdad? Netta, no tienes vergüenza, eres… No se me ocurre un adjetivo suficientemente horrible para calificarte.

– Lo sé. Pero lo llevarás a tu casa, ¿verdad?

– No, me niego a participar en tus intrigas, ¿me oyes? -exclamó al tiempo que recogía su bolso y se marchaba apresuradamente.


Minnie decidió mantenerse alejada unos cuantos días, aunque no podía olvidar el rostro tenso y agotado de Luke.

Una parte de ella deseaba llevarlo a su casa, cuidar de él y disfrutar con ello. Pero a la otra parte le asustaba la idea y ese temor estaba relacionado con los minutos que Luke había estado en sus brazos, con parte de su cuerpo quemado, sangrando y totalmente desamparado.

Su desnudez no había hecho más que comprobar lo que ella ya sospechaba. Tenía un cuerpo poderoso, de anchos hombros y fuertes muslos. Y la fuerza de ese cuerpo había desaparecido repentinamente. En su lugar, había quedado un ser vulnerable, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada contra el pecho de Minerva. El deseo de protegerlo a toda costa había sido abrumador y eso era lo que ella temía: ser arrollada no por él, sino por la fuerza de sus sentimientos hacia él.

Minnie le había acariciado la cara y los hombros y lo había sostenido contra su corazón mientras lloraba desesperadamente. Y durante unos minutos, nada había sido más importante en el mundo.

Y en ese momento, a pesar de la decisión de mantenerse alejada del peligro, sabía que Luke no estaba bien y la inquietante sensación de abandonarlo cuando más la necesitaba persistía en su mente. Así que fue a verlo la tarde siguiente con la intención de quedarse sólo unos minutos.

Encontró a Netta llorando a mares.

– Quería que todo saliera bien, pero las cosas se han estropeado y no sé qué hacer.

– ¿Qué ha sucedido?

– Mi hermana Euphrania y Alberto, su marido, vienen a visitarnos. Llegarán mañana y esperan quedarse aquí, pero no disponemos de más habitaciones. ¿Qué voy a hacer?