Minnie la tomó del brazo con firmeza y se encerró con ella en la cocina.

– Ésta es otra de tus tretas, pero no va a funcionar. Luke no irá a mi casa.

– ¿Y qué va a ser de él? -preguntó con una mirada patética.

– Tendrás que pasar al plan C.

– ¿Qué dices?

– Ayer fue el plan A y no funcionó. Éste es el plan B y tampoco va a funcionar.

– El día aún no ha acabado -replicó la madre con una mirada resplandeciente.

– Tu día acabará para siempre si no pones fin a esto. De ninguna manera lo llevaré a mi casa, Netta. De una vez por todas debes comprender que la respuesta es no Y ésta es mi última palabra.

Tras salir como una tromba de la cocina, chocó contra el huésped que se acercaba por el pasillo. Luke no pudo evitar una mueca de dolor y, en el breve instante en que estuvo tan cerca de él, Minerva notó que ya no podía más de agotamiento.

– Lo siento. No quería hacerte daño.

– No ha sido nada -mintió-. Minnie, ¿hay un buen hotel cerca de aquí?

– No irás a un hotel. No estarás con extraños.

– Ya soy mayor y puedo cuidar de mí mismo. Ah, Netta, estás aquí. Preguntaba por un hotel.

– No creo que sea una buena idea -intervino Minnie, a su pesar.

– Desde luego que lo es -dijo Netta, para asombro de la joven. Luego dio el nombre de un hotel-. Es un lugar encantador. Estarás muy cómodo allí.

– No estará bien -replicó Minnie acaloradamente-. Es un tugurio regentado por timadores que despluman a sus clientes. Y además la comida es pésima. Luke podría morirse en su habitación y no lo descubrirían hasta pasados unos buenos días. No, definitivamente, no. Vendrá conmigo.

– Ni en sueños se me ocurriría causarte problemas -protestó Luke al instante.

– No me causarás problemas -disparó la joven.

– ¿Y entonces por qué antes dijiste que por ningún motivo lo llevarías a tu casa? -preguntó Netta.

Se produjo un pesado silencio y los ojos de Luke pasaron de la una a la otra.

– ¿Dijiste eso?

– Puede… puede que haya dicho algo parecido, pero he cambiado de parecer. No quiero cargar con tu destino en mi conciencia, así que vendrás conmigo.

– ¿Y yo no tendría algo que decir?

– No. Y ésta es mi última palabra. Netta, por favor, recoge las cosas de Luke.

– Supongamos que me niego. Tal vez no quiera ir a tu casa -dijo Luke.

Minnie se volvió a él, echando fuego por los ojos.

– ¿He preguntado cuál es tu deseo? Te vienes conmigo y punto final. Se acabó la discusión.

– Será mejor que la obedezcas, Luke. Cuando toma una decisión es imposible hacerla desistir.

– Entonces no me queda más que aceptar -dijo él con una mansedumbre que no contribuyó a mejorar el humor de Minnie.

La joven alzó la vista esperando ver a Netta con una sonrisa de triunfo. Pero la mujer había abandonado el campo de batalla en plena victoria.

Toda la familia ayudó a Luke a trasladarse al piso de Minerva. Netta fue a preparar la cama.

– Ven a ver si todo está a tu gusto -dijo más tarde, mientras lo guiaba al dormitorio de Minnie, que era más grande que la habitación de invitados y con una cama doble.

– Yo me iré a la otra -dijo la joven-. Netta dice que no duermes bien, que tu sueño es muy agitado, así que estarás mejor en esta cama más amplia.

– No puedo quitarte tu habitación.

– Ya está todo arreglado, así que deja de discutir.

Luke no quería discutir. Lo único que quería era tumbarse en la cama que parecía maravillosamente invitadora. Minnie leyó sus pensamientos y de inmediato despidió a la familia. Netta fue la última en marcharse y Minnie la acompañó a la puerta.

– Eres una sinvergüenza. No había razón para hacer el cambio esta misma noche -comentó con suavidad.

– Era mejor no daros la oportunidad de cambiar de opinión.

– No funcionará, Netta. Luke y yo no estamos en la misma onda.

– ¡Y tú que sabes! Buenas noches, cara.

Minnie cerró la puerta y fue a su dormitorio. Luke estaba atravesado en la cama, profundamente dormido.

CAPÍTULO 8

LUKE se instaló en una pacífica rutina en la que dormía mucho, recibía diariamente a la enfermera que iba a cambiarle las vendas Y luego atendía a sus visitas.

Todos los días, Teresa iba a verlo con Tiberius. Si antes Luke había sido su héroe, en esos días lo era aún más. Él había sido la víctima de una explosión destinada a ella y posiblemente también a su gato.

Minnie todavía era su adversaria, pero las discusiones habían perdido la acritud que antes las caracterizaba. Más bien eran bromas que se prodigaban como si fueran hermanos. Por las mañanas, tras levantarse, ella le preparaba café. Y cuando se iba a la oficina, Luke se dedicaba a la incómoda tarea de lavarse con la mano izquierda y más tarde se vestía con la ayuda de la enfermera.

Luego solían llegar los Manfredi acompañados de otros vecinos. Llevaban cosas para comer y normalmente se entretenían jugando a las cartas.

Cansada y siempre con una cartera llena de documentos, Minnie llegaba al atardecer. Una vez, Luke intentó prepararle la cena y armó tal lío en la cocina que la joven cortó de raíz sus buenas intenciones.

Era Netta la que voluntariamente se encargaba de preparar las comidas. Solía aparecer por las tardes y, tras una breve charla, se iba rápidamente a su casa y no volvía hasta la mañana siguiente, lo que sorprendía mucho a Luke.

Tras la cena, Minnie se instalaba a trabajar mientras él veía la televisión.

Una noche, tras estirarse con un largo bostezo, Minnie apartó los libros. Desde la puerta entreabierta del dormitorio pudo oír que Luke hablaba por teléfono con su madre.

Cuando hubo cortado la comunicación, la joven abrió la puerta.

– ¿Te apetece una taza de chocolate?

– Me encantaría.

Cuando volvió a la sala con las dos jarritas humeantes, encontró a Luke instalado en el sofá.

– ¿Le has contado a tu madre lo ocurrido?

– Todavía no. Se lo diré cuando me haya repuesto totalmente.

– Cuéntame algo más de tu familia. ¿Cuántos sois?

– Ocho, padres incluidos.

– ¿Seis hermanos y hermanas?

– Sólo hermanos. Hope, mi madre adoptiva, a los quince años fue madre soltera. Sus padres entregaron al niño en adopción y a ella le dijeron que había nacido muerto.

– ¡Canallas!

– Comparto tu opinión. Durante muchos años no supimos nada de él. Hope se casó con Jack Cayman, un viudo con un hijo llamado Pietro, porque su madre era italiana. Y ellos me adoptaron. Creo que no fue un matrimonio feliz y se rompió cuando Franco, un tío de Pietro, fue a visitarlos a Inglaterra. Mi madre adoptiva y él se enamoraron y más tarde tuvieron un hijo. Tras su divorcio, Hope pidió mi custodia y Pietro se quedó con su padre. Pero Jack falleció dos años después y la familia Rinucci se hizo cargo de Pietro en Italia. Hope fue a buscarlo y así fue como conoció a Toni Rinucci, hermano de Franco. Y se casó con él.

– ¿Y qué fue de Franco? Si ella se había quedado con el hijo, ¿no formaron una familia tras el divorcio?

– No, Franco ya estaba casado y tenía dos hijos. No quiso abandonar a su esposa.

– ¿Y no se crean tensiones en las reuniones familiares?

– No se ven a menudo. Franco vive en Milán, a muchos kilómetros de Nápoles, como sabes.

Minnie contó con los dedos.

– ¿Cómo es que dices que hay seis hijos?

– Toni y Hope tuvieron mellizos, Carlo y Ruggiero. El año pasado, Justin fue a Nápoles a conocer a su madre y celebramos una gran reunión familiar en la Villa Rinucci. Y tiempo después volvió a Nápoles para casarse.

Luke guardó silencio como si acabara de darse cuenta de algo que le sorprendía.

– ¿Qué pasa?

– Justin se casó hace apenas seis semanas.

– ¿Y por qué te sorprendes?

– Porque me vine a Roma al día siguiente, lo que significa que he estado aquí sólo seis semanas.

Habían pasado tantas cosas, que le parecía conocer a Minnie desde siempre. Sus ojos se encontraron y Luke supo que ella había comprendido. De pronto la verdad estaba entre ellos, innegable, incluso para ella. Luke le acarició suavemente la mejilla.

– Minnie… -susurró.

– Luke…, por favor. Sigue hablándome de tu familia.

La magia del momento se rompió al instante. Fue como si jamás hubiese existido. Incluso Luke, el menos sutil de los hombres, supo que si intentaba prolongarla se produciría un desastre.

– Bueno, parece que somos una extraña familia.

– Sí, aunque tú eres un Cayman en medio de una familia de Rinuccis. ¿No te consideras un poco excluido?

Luke reflexionó un instante.

– No lo sé bien. Justin tampoco es un Rinucci. Se llama Justin Dane.

– Y posiblemente, Pietro también es un Cayman.

– No, adoptó el apellido de la familia hace muchos años. Yo también pude haberlo hecho. Mi querido viejo Toni dijo que me consideraba tan hijo suyo como los demás, y que le complacería que adoptara el apellido si lo deseaba.

– ¿Pero tú no quisiste?

– ¿Piensas que es extraño?

– No comprendo que alguien prefiera no pertenecer a una familia si tiene la posibilidad de hacerlo. Fuera de la familia todo es tan… frío.

– No me siento excluido exactamente. Creo que hay una cierta terquedad en mí, algo que me impulsa a permanecer fuera, o al menos a sentirme libre cuando lo desee. ¿Tiene alguna importancia?

– Es posible que sea importante para los que te han acogido. Pueden sentirse rechazados.

– Creo que lo comprenden.

– Si te quieren, desde luego que sí; aunque eso no excluye que tal vez se sientan heridos -observó Minnie, pero al ver que Luke fruncía el ceño, añadió-: No debí haberlo dicho. Eso sólo te concierne a ti. Es que a mí me encanta formar parte de una gran familia y tiendo a olvidar que algunas personas se sienten un poco agobiadas entre tanta gente.

– No, agobiado, no. Es sólo que… Tienes razón. Soy el único que no está emparentado biológicamente con los demás hermanos. En realidad, nunca antes lo había pensado. Sin embargo, supongo que de alguna manera nunca he dejado de sentir en mi interior que ellos están unidos por lazos de sangre y yo no.

– Pero eso no tiene importancia -objetó Minnie, con sinceridad-. Yo no estoy unida a los Manfredi por lazos de sangre, pero me considero una más de la familia porque tanto ellos como yo lo queremos así.

No dijeron nada más, pero las palabras de Minnie lo mantuvieron despierto varias horas. Había en ella una sincera aceptación de la vida y una necesidad de amor y seguridad de la que él carecía. Y nunca como en esos tiempos había sido más consciente de ello.


Por esos días, Luke empezó a realizar el cambio de los termos en todas las viviendas. El personal técnico que examinó la finca identificó varios termos peligrosos, aunque concluyó que la mayoría de ellos eran seguros.

– No importa, quiero que los cambien todos -le dijo Luke a Minnie una noche mientras examinaban los presupuestos-. Y deja de lanzarme esa mirada tan cínica.

– Porque me siento así. Otra vez empiezas a jugar al gran héroe.

– ¡Dame paciencia, Señor! -exclamó furioso-. Mujer, ¿por qué piensas lo peor de mí a la menor oportunidad?

– No necesito una oportunidad y no me llames mujer.

– ¿Cómo quieres que te llame? De todas maneras, esto no tiene nada que ver con jugar al héroe. Lo hago por Netta. No hay necesidad de cambiar su termo, pero no me atrevería a mirarla a la cara si se entera de que la signora Fellini, que vive al lado, tiene uno nuevo.

Minnie se echó a reír.

– ¡Cobarde!

– ¡Claro que lo soy! Netta me asusta, aunque no tanto como tú.

– ¡Oh, sí, yo te causo mucho miedo! ¿A quién pretendes engañar?

Minnie había estado cocinando y en ese momento, con la cara enrojecida por el calor de la cocina, estaba más bonita que nunca. Todas las buenas intenciones repentinamente abandonaron a Luke y le puso la mano izquierda en la nuca para atraerla hacia sí.

– Arpía, si no te tuviera tanto miedo, te besaría ahora mismo.

– Pero me temes -le recordó ella con voz temblorosa.

Luke pensó que esas palabras podrían indicar tanto un rechazo como un desafío. Aunque siempre le habían gustado los desafíos.

Con bastante torpeza, se las ingenió para rodearla con el brazo lesionado. A esa distancia tan corta, Minnie no pudo dejar de notar la inquietante sonrisa de sus labios y la ardiente mirada de sus ojos.

– Cada vez me vuelvo más valiente, aunque tu derechazo todavía me pone nervioso.

– No te pongas nervioso -murmuró-. Nunca golpearía a un hombre lesionado. Sería… incorrecto.

– Tienes razón -susurró en tanto inclinaba la cabeza hacia los labios de la joven-. Podría demandarte.

En cuatro años de soledad, Minnie había coqueteado algunas veces, aunque habían sido relaciones que morían antes de empezar. Un beso, y eso era todo. Y después una desesperada desilusión.