Sin darle tiempo a responder, Minnie fue a su habitación y se vistió rápidamente. Cuando estuvo lista, notó que Luke se las había ingeniado para ponerse la ropa lo mejor posible y la esperaba en la puerta, con una tensa expresión de urgencia.

Minerva sacó su coche del garaje y muy pronto se encontraron en la autopista que conducía a Nápoles. Entonces pudo pisar el acelerador y condujo a la máxima velocidad permitida.

Luke habló una sola vez durante el trayecto.

– Gracias. No sé qué habría hecho sin ti.

– Cualquier vecino de la Residenza se habría ofrecido a llevarte. Te consideran un amigo. Pero quiero ser yo quien te deje en casa.

– Gracias -dijo y se sumió en un pensativo silencio.

En las afueras de Nápoles, se encontraron con un atasco a causa de un accidente. Afortunadamente no había heridos, pero un camión volcado bloqueaba el camino. Sólo había un carril disponible y los coches se movían lentamente hasta que al fin se detuvieron.

Con un gemido, Luke agarró el móvil. Pero el de su padre estaba apagado.

– En los hospitales no se permite utilizar el teléfono móvil. Pero no te aflijas. Llegaremos muy pronto -observó Minnie en tono comprensivo-. Mira, la fila de vehículos empieza a moverse.

– Tal vez ya sea demasiado tarde. ¿Por qué no estaba allí?

– ¿Tu madre se encontraba enferma?

– No que yo sepa.

– ¿Entonces cómo podías haber estado alerta? Era imposible adivinar lo que iba a suceder.

– Eso es fácil de decir, pero ella podría haber muerto en este mismo momento y yo no lo sabría. Debí haberla llamado más a menudo. Tal vez me hubiera dicho que no se sentía bien…

– Aunque es posible que en ese momento se encontrara bien. Luke, no empieces con los «si yo hubiera» porque lo único que vas a conseguir es atormentarte.

– Es inevitable -comentó en tono sombrío-. Lo sabes mejor que nadie. De pronto me descubro repitiendo las mismas cosas que tú decías respecto a Gianni.

– Aunque tú no has peleado con tu madre -repuso Minerva con suavidad-. Ella sabe que tú la quieres.

– Debí haberme comunicado con ella ayer, pero no lo hice. De haber sido así, le hubiera dicho… -Luke dejó escapar un suspiro-. Bueno, tal vez no mucho. Pero ella habría sabido que me importa ya que me había acordado de llamarla.

Cuando el tráfico se detuvo otra vez, Minnie lo zarandeó para obligarlo a mirarla.

– Luke, escúchame. ¿Cuántos años ha sido tu madre? ¿Más de treinta? ¿Crees que no sabe lo que sientes por ella? ¿Piensas que un incidente puede borrar todos esos años? -inquirió con vehemencia en su afán por disipar la angustia que veía en su rostro.

– ¿Por qué no? ¿No es lo mismo que piensas respecto a Gianni? Todos esos años de amor por él y todavía no puedes perdonarte por un incidente.

– No olvides que tú me has hecho ver mi error.

– Lo sé. Te has equivocado, como yo me equivoco ahora. Ambos lo sabemos, aunque eso no ayuda en nada, ¿no es así?

– No -repuso ella al tiempo que lo abrazaba-. No ayuda en nada, por más que intentemos razonar. A fin de cuentas, la razón no tiene nada que ver con los sentimientos.

– Si ella muere…

– Es demasiado pronto para decirlo, Luke.

– Si Hope muere antes de hablar con ella, entonces realmente seré capaz de comprender el infierno por el que has pasado, en lugar de hablar sobre ello. ¡Minnie, debes de haber pensado que soy un idiota! Palabras, muchas palabras, sin saber nada de nada.

– No, Luke, no ha sido así. Me has dado mucho más de lo que puedes imaginar. No han sido palabras solamente. Lo importante es que has estado conmigo todo el tiempo. Y eso era lo que más necesitaba. Ahora yo estoy a tu lado. Apóyate en mí.

Eso era todo lo que podía hacer por él. Ofrecerle algo de lo que él le había dado y rezar para que finalmente no tuviera necesidad de ello.

– Gracias, Minnie.

– Mira, la fila empieza a moverse otra vez. Sé fuerte, ya queda muy poco -dijo al tiempo que lo besaba una y otra vez.

– Sí.

Luke asintió con lágrimas en los ojos y se separó de ella muy a su pesar.

Un agente les hizo señas para que se movieran y ella arrancó otra vez hasta que al fin pudo conducir a buena velocidad.

– A partir de ahora tendrás que guiarme.

Luke le dio el nombre del hospital y la dirigió hasta que el enorme edificio apareció ante ellos.

– Te voy a dejar junto la puerta principal y luego iré a aparcar. Nos veremos más tarde.

– De acuerdo.

Antes de bajar del vehículo, Luke le dirigió una tensa sonrisa y ella supo que se temía lo peor.

– Buena suerte -dijo al tiempo que le apretaba la mano.

Luke se la estrechó con fuerza y luego se precipitó hacia la puerta principal.

A esa hora, el lugar de estacionamiento estaba casi vacío, así que Minerva sólo tardó unos minutos en llegar a recepción y un sanitario de guardia la guió hasta la tercera planta.

Al girar por un pasillo, la joven se detuvo.

Un grupo de hombres se encontraba junto a una puerta. Dos de ellos eran más jóvenes, muy parecidos entre sí y muy apuestos. Había otro un poco mayor, también parecido a ellos. Una sola mirada le bastó a Minnie para saber que se encontraba ante la familia Rinucci.

Todos notaron su presencia al mismo tiempo y se acercaron a ella en una actitud francamente amistosa. Minerva estrechó las manos de los hermanos, que le agradecían efusivamente el hecho de haber llevado a Luke a Nápoles. Para ella fue una experiencia un tanto excesiva, pero muy conmovedora.

– ¿Qué se sabe de vuestra madre? -preguntó rápidamente.

– Ahora se encuentra bien. Yo soy Pietro Rinucci.

– Encantada, Pietro. Creí entender que se trataba de un infarto.

– Mamma empezó de repente a respirar con dificultad y luego se desvaneció. Así que la trajimos aquí rápidamente. El médico dice que sólo fue un desmayo, pero que debe cuidarse. Así que nos vamos a asegurar de que obedezca sus órdenes -explicó uno de los atractivos mellizos.

– De todos modos te agradecemos lo que has hecho -dijo el otro.

Entonces todos la rodearon mientras la abrazaban y besaban. Para Minerva fue como estar en casa. Las muestras de afecto de los Rinucci eran muy parecidas a las de los Manfredi.

La puerta de la habitación se abrió de pronto y apareció un hombre de edad madura. Por encima de su hombro, Minnie pudo a ver a Luke sentado junto al lecho con la mano de su madre entre las suyas. Luego se cerró la puerta. Los jóvenes se acercaron llamándolo Pappa y luego se apresuraron a presentarle a Minnie. Era Tony Rinucci, con una expresión fatigada a causa de una noche de tensión y miedo.

También dio las gracias a Minerva cálidamente y respondió sus preguntas con vehemencia.

– ¡Los médicos dicen que se recuperará, gracias a Dios! Tienes que perdonarme por haberte obligado a hacer un viaje tan largo, pero soy su marido y estaba aterrorizado porque la quiero enormemente.

– ¿Cómo podría haber sido de otro modo? -convino Minnie.

– Pronto llegarán los otros hijos. Justin viene de Inglaterra. Franco estaba en Estados Unidos, pero llegará más tarde. Mi esposa se sentirá muy contenta al verse rodeada de toda su familia. Y también deseará conocerte, pero mientras tanto sería bueno que descansaras un poco. Carlo y Ruggiero te llevarán a casa.

– ¿Podemos ver a la Mamma primero? -preguntó Carlo.

– No, no puede estar con tantas personas al mismo tiempo, y ahora es el turno de Luke. Marchaos ahora y atended a nuestra invitada.

– Carlo conducirá tu coche y nosotros iremos en el mío -dijo Ruggiero cuando salieron del hospital-. No estamos lejos de casa.

Muy pronto, Minerva distinguió la villa enclavada en una colina. Sus luces parecían iluminarles el camino mientras ascendían la cuesta. Cuando estacionaron en el amplio patio, una mujer de mediana edad salió a recibirlos.

– Es Greta, nuestra ama de llaves -le informó Ruggiero-. Seguro que Pappa la ha llamado y ya tendrá preparada tu habitación.

Minerva subió las escaleras junto a Greta, que la condujo a su dormitorio. Aceptó el refrigerio que le ofrecía, aunque su único deseo era estar sola y aclarar sus pensamientos. Todo había sucedido tan repentinamente que casi se sentía mareada.

Minerva se dio una ducha reparadora en el pequeño cuarto de baño, pero aún tenía necesidad de descansar. Cuando despertó, el sol brillaba en el cielo y desde la ventana pudo ver un coche que subía por la colina. Cuando se detuvo en el patio, Minnie observó que Tony y Luke bajaban del vehículo. Sus caras sonrientes confirmaban las buenas noticias. Durante un momento consideró la idea de bajar y arrojarse en los brazos de Luke, pero entonces vio que los otros corrían hacia ellos, que reían y se abrazaban.

Minnie se dio cuenta de que allí no era necesaria. Luke estaba con su familia, donde pertenecía. El estado de su madre no revestía gravedad. Y el momento de desesperada e intensa emoción con que se habían abrazado la noche anterior parecía haber ocurrido en otro mundo.

La joven se sentó al borde del lecho con un sentimiento de desolada decepción.


A causa de su trabajo, que a veces la obligaba a desplazarse por el país, Minerva siempre tenía preparado un bolso de viaje con ropa limpia y artículos de tocador.

Antes de marcharse, lo había recogido apresuradamente y en ese momento se alegraba de poder vestirse apropiadamente.

Greta apareció con un café y le informó que el almuerzo se serviría en el comedor. Cuando bajó la escalera, Luke la esperaba en el vestíbulo. No se había afeitado, pero estaba feliz y le dio un formidable abrazo.

– Está bien -susurró en su oído-. Más tarde la traerán a casa, y está deseando conocerte.

– Debe de haberse sentido impresionada al ver tu brazo vendado.

– Sí, pero pudo comprobar por sí misma que me encuentro bien. Se enfadó mucho por no haberla avisado, pero seguro que me perdonará. Es posible que intente sacarte más detalles…

– Seré la discreción en persona, no te preocupes -prometió.

Luego, Luke le presentó a los demás, entre los que se encontraba Pietro, a quien había visto en el pasillo del hospital esa madrugada. Minnie recordó las palabras de Luke: «La madre de Pietro es italiana, así que me llama «el inglés» a modo de insulto».

Y junto a Pietro se encontraba Olympia, la mujer de cabellos negros que aparecía en la fotografía que Minnie había descubierto en el billetero de Luke. Minnie observó que la joven sólo tenía ojos para Pietro, así que la abrazó de buena gana.

Luke le explicó que Carlo había ido al aeropuerto a recoger a Justin, que llegaría con su esposa e hijo.

– ¿Recuerdas que te hablé de él?

– Sí, el niño que separaron de su madre al nacer. Y ella creyó que había muerto.

– Sí. Hace unas semanas Justin y Evie se casaron aquí, en la villa, y ahora regresan de su luna de miel.

– La casa se llenará de gente. Debo marcharme pronto.

– De ninguna manera, primero tienes que conocer a la Mamma. Ella… -Luke se interrumpió al oír el sonido del teléfono móvil-. ¿Eduardo? -dijo, impaciente-. Siento haber tenido que marcharme tan de repente. No puedo hablar ahora. Te llamaré en cuanto pueda -añadió antes de cortar rápidamente.

Minnie estaba a punto de preguntarle quién era Eduardo cuando un ruido en el patio hizo que todos corrieran hacia las ventanas para ver la llegada de Justin y su familia.

Minutos después, Minnie se apartó discretamente mientras Luke conversaba con su familia.

«Una visión fascinante», pensó. Siempre lo había visto como un forastero. Y en ese momento se dio cuenta de que tenía su sitio en esa familia. Aunque ella sabía que todavía se consideraba un forastero, por decisión propia.

Cuando pudo escaparse, volvió a su habitación para llamar a Netta, que sentía gran curiosidad desde que descubrió que habían desaparecido de la Residenza. Netta se mostró muy compasiva cuando Minnie le informó de lo ocurrido, aunque añadió ansiosamente:

– Volverás con él, ¿no? Cara, no permitirás que se quede allí, ¿verdad?

– Desde luego qué no -respondió mecánicamente, y colgó de inmediato.

Minerva sintió que de pronto le faltaba el aliento. Tendría que haber sabido que eso sucedería. Y no se le ocurrió pensarlo siquiera. No había considerado la posibilidad de que Luke no regresara con ella a Roma.

Fue en ese momento cuando presintió el peligro. Era probable que Roma no hubiera sido más que un episodio pasajero para él, algo que podría abandonar cuando se le presentara la oportunidad.

La intimidad que los había unido quizá no hubiera sido más que una quimera, y con mayor razón al regresar al seno de la familia. Podrían mantener una correspondencia relacionada con los asuntos legales de la Residenza pero, en su esencia, la relación había terminado.